– Dijo que querías entrar en mi casa para recuperar esto -sacó la peluca y la colocó encima de la mesa.
Nora abrió los ojos como platos. Si le hubiera tirado un pescado podrido en el regazo no se habría sentido más mortificada. Pete sabía que la peluca era suya. Y si sabía que la peluca era suya, sabía también que… Oh, Dios, ¡lo sabía todo! Intentó hablar, pero no era capaz de pronunciar palabra.
– Te la dejaste en la cama -le explicó Pete. -La he llevado a la oficina. Si estabas tan preocupada por ella, podrías haberme llamado para pedírmela.
– Tú… ¿tú lo sabías? -preguntó Nora con un hilo de voz. Pete sonrió.
– Claro que lo sabía -la miró fijamente. -Ellie dice que pensabas que no lo sabía. Nora, lo sabía desde que te vi sentada en el Vic. Y di por sentado que tú pensabas que lo sabía. Creía que todo formaba parte del juego.
A Nora le daba vueltas la cabeza por el impacto de aquella revelación. ¡Lo había sabido durante todo el tiempo! La primera vez que la había besado, la primera vez que había hecho el amor con ella. Cada una de sus palabras, de sus caricias, habían ido expresamente dirigidas a ella. Pete no había hecho el amor con una mujer misteriosa: había hecho el amor con Nora Pierce.
– Nos hemos acostado dos veces…
– Lo sé, y ha sido maravilloso.
– No lo comprendes -continuó diciendo Nora, sacudiendo la cabeza. -Te acostaste conmigo, no con ella. No con una desconocida a la que encontraste en un bar, sino conmigo. ¿Cómo has podido acostarte conmigo?
Pete la miró confundido.
– Tú también estabas allí. Creo que está bastante claro cómo ocurrió todo.
– ¡Pero se suponía que tú no tenías que saber que era yo! ¿Por qué no dijiste nada?
– El disfraz, el sexo entre desconocidos. Era todo tan excitante… Además, era tu juego. Se suponía que eras tú la que tenía que decirme cuando había terminado.
Nora gimió y enterró el rostro entre las manos.
– No pretendía que las cosas fueran tan lejos -susurró, y alzó la mirada. -Se suponía que solo tenía que ser una aventura de una noche. Solo quería coquetear un poco, pero entonces… -tomó aire. -Esto no tenía que haber sucedido. Todo ha sido una locura, un error. Por Dios, ¡soy Prudence Trueheart! Debería haberme dado cuenta de lo que estaba haciendo. Lo siento, Pete, yo no soy esa mujer. No soy la mujer a la que quieres.
Pete la estrechó entre sus brazos.
– Eres exactamente lo que quiero. Y lo que necesito.
– No. Yo solo estaba fingiendo -sin la peluca y el maquillaje, jamás habría podido olvidarse de sus inhibiciones y haberse entregado a la pasión. -Yo… creo que deberías irte.
– No voy a ir a ninguna parte, Nora.
– Trabajamos juntos, sería un error que esto continuara.
Pete no contestó, se volvió y comenzó a pasear nervioso por la habitación.
– No -repitió. -No vas a acabar con lo nuestro solo porque trabajemos juntos -se volvió hacia ella. -¿Cómo diablos podías creer que no lo sabía? -cruzó la habitación y tomó sus manos. -El juego ha terminado, ¿y qué? Eso no cambia lo que siento por ti.
– Tú no me quieres a mí, Pete, la quieres a ella.
– No hay ninguna diferencia, Nora, ya no. Tú eres ella. Sois la misma persona. Tú deseas esto tanto como yo.
– No lo comprendes, yo no soy excitante, ni misteriosa, ni apasionada -lo miró a los ojos con expresión desafiante y vulnerable a la vez. -Yo soy Prudence Trueheart, una mujer sencilla y vulgar. Y algún día te darás cuenta de que lo que hemos compartido es solo una ilusión, una fantasía.
– Las fantasías pueden llegar a hacerse realidad. La nuestra ya lo ha hecho.
Nora miró nerviosa hacia la puerta.
– Será mejor que te vayas. Pronto tendrán que interrogarme.
Pete sacudió la cabeza.
– No te van a interrogar. Le he explicado todo al policía que te detuvo y me ha dicho que puedes irte a casa. Aunque será mejor que salgamos por la puerta trasera. Cuando he llegado, había algunos periodistas fuera.
– No estaría bien que me vieran contigo – respondió inmediatamente Nora. -Se consideraría poco profesional que hubiera algo entre nosotros.
– ¡Maldita sea Nora! No voy a renunciar a ti solo porque trabajemos juntos. Esa es la excusa más pobre que he oído en toda mi vida. Diablos, mira a Sam y a Ellie.
– Yo no soy Ellie. Y, desde luego, tú no eres Sam.
– ¿Qué se supone que significa eso?
– Sam quiere a Ellie exactamente por lo que es. Y tú, sin embargo, quieres una fantasía, buscas el misterio de una mujer desconocida. Si continuamos, dentro de una semana ya te habrás aburrido.
– Podemos probar-la desafió Pete.
– No -replicó Nora. -No quiero confiar en ti. Y no puedo confiar en mí cuando estoy cerca de ti. Creo que… creo que lo mejor será que nos mantengamos lejos el uno del otro. Necesito tiempo para pensar, para deshacer todo este lío.
Pete suspiró.
– De acuerdo. Tómate algún tiempo. Pero eso no va a cambiar lo que sientes. Sé que me deseas tanto como yo -tomó la chaqueta de Nora y se la colocó por los hombros. -Vamos, te llevaré a casa. Quizá después de una noche de sueño veas las cosas de manera diferente.
– Esto ha sido un error que he cometido yo -respondió ella, mientras terminaba de ponerse la chaqueta- y lo solucionaré sola también. Así que volveré por mis propios medios a mi casa.
Pete la tomó por los hombros y la obligó a volverse hacia él.
– ¡Estoy cansado de que te refieras a los momentos que hemos pasado juntos como un error!
– El sexo no es amor -le espetó Nora. -Se lo digo constantemente a mis lectoras. Y tú deberías saberlo mejor que nadie. ¿O acaso amas a todas las mujeres con las que te acuestas? – Nora inclinó la cabeza. -Vete, Y déjame sola.
Pete permaneció en silencio durante lo que a Nora le pareció una eternidad. A continuación, se volvió lentamente y se dirigió hacia la puerta. Nora estuvo a punto de gritar su nombre, pero luchó con fuerza para contener aquel impulso. Era demasiado fácil olvidar todo lo que Pete era y representaba…
¿Cómo podía haber dejado que la pasión y el deseo dominaran al sentido común? Nora no había hecho nada para proteger su corazón. Su intuición le decía que terminara, que Pete podía hacerla sufrir. Pero él no le había hecho ningún daño, había sido ella la responsable de su propio sufrimiento.
Aun así, ni siquiera a través del dolor y el remordimiento, podía dejar de desearlo, de amarlo. Día tras día, había aconsejado a sus lectoras que se mantuvieran fieles a ellas mismas. Y ella había hecho exactamente lo contrario: convertirse en otra mujer para poder seducir a un hombre.
– Yo no soy ella -repitió, mientras la puerta se cerraba detrás de Pete. -Y nunca lo seré.
Esperó algunos minutos antes de abandonar aquella sala. Mientras caminaba por la comisaría, nadie pareció advertir su presencia. Si hubiera sido una delincuente, le habría resultado fácil escapar. Cuando llegó a la puerta, la empujó para salir y, desde luego, no estaba en absoluto preparada para el recibimiento con el que se encontró.
Aparecieron frente a ella decenas de micrófonos y flashes. Muy cerca de ella, giró una cámara de televisión. Nora pestañeó, intentando ver a través de las luces que cegaban sus ojos. En un primer momento, pensó que la presencia de los periodistas se debía a otra persona. Pero entonces le lanzaron la primera pregunta:
– Señora Pierce, ¿qué buscaba en el apartamento de Pete Beckett?
– Eh, Prudence, ¿es cierto que Beckett y tú tenéis un romance secreto?
– ¡Nora! ¿Te acusan de allanamiento de morada?
Nora alzó las manos para proteger su rostro de las cámaras e intentó abrirse camino entre la multitud. Pero los periodistas no la dejaban moverse. Empezó a gritar, asustada y frustrada, frenética por escapar.
De pronto apareció Pete, le rodeó los hombros con el brazo y la llevó hasta la otra acera. Los periodistas empezaron a seguirlos, pero Pete la agarró de la mano y corrió hacia su Mustang. En cuanto Nora estuvo dentro, cerró de un portazo y se sentó al volante.
– Lo siento -dijo mientras ponía el coche en marcha. -Había visto a los periodistas del Chronicle, pero no me imaginé que estaban esperándote a ti.
– Gracias… por salvarme -musitó Nora. Pete alargó el brazo y le apartó un mechón de pelo de la frente.
– Sé que no tienes ningún motivo para creerme, especialmente considerando mi dudosa reputación con las mujeres. Tienes razón, no he amado a ninguna de las mujeres con las que me he acostado. Hasta que te conocí a ti -suspiró. -Tengo que ser sincero, Nora. Si tuviera oportunidad, no habría querido que las cosas fueran diferentes. Hemos empezado de una forma poco convencional, ¿y qué? Eso no significa que todo lo que ahora siga tenga que ser igual.
Nora se aferró a la manilla de la puerta.
– Tengo que irme. Iré andando desde aquí.
Pete le tomó la mano.
– Por favor, yo… -se llevó la mano a los labios. -Escucha, es posible que este no sea ni el momento ni el lugar más adecuado. Y quizá ni siquiera me creas, pero es cierto -tomó aire-; estoy enamorado de ti, Nora. No sé cómo ni por qué ha sucedido tan rápidamente, pero ha ocurrido. Cuando he visto a todos esos periodistas rodeándote, en lo único en lo que he pensado ha sido en ponerte a salvo. Quiero estar siempre a tu lado, cuidarte y hacerte feliz…
– Pete, yo…
– En realidad no me importa lo que sientas por mí -continuó. -Bueno, quizá sí, pero eso no cambia lo que siento yo por ti. Lo creas o no, te amo: amo a la mujer que tengo a mi lado, y también a la de la peluca negra. Y a Prudence Trueheart. Para mí, las tres son las mismas. Las tres juntas son la mujer que necesito.
Nora sintió que las lágrimas comenzaban a rodar por sus ojos. Quería creerle, quería rendir se a sus sentimientos, pero ya no era capaz cié fiarse siquiera de sí misma. Necesitaba estar sola, necesitaba tiempo para ver las cosas con cierta perspectiva.
– Yo… tengo que irme, de verdad.
Y sin más, abrió la puerta del coche y se marchó corriendo por la acera. Mientras se alejaba llorando, pensaba en las veces que había advertido a sus lectoras de las trágicas consecuencias de una noche de placer. En las esperanzas rotas y en las duras recriminaciones. Jamás había sospechado que podía verse inmersa en medio de un drama como aquel. Pero lo estaba. Y aquella experiencia la había convertido en un amasijo de dudas e inseguridades, la había hecho incapaz de distinguir el deseo de los verdaderos sentimientos. ¿De verdad amaba a Pete, o simplemente lo deseaba? ¿Cómo podría llegar a creer que Pete Beckett la amaba?
Y lo más importante, ¿cómo podría soportarlo cuando él finalmente comprendiera que en realidad no la quería?
CAPÍTULO 08
– Sencillamente, no me lo puedo creer. ¡Mi hija detenida! Y la noticia aparece en primera plana -Celeste caminaba nerviosa por el pequeño salón de Nora. Esta la observaba desde el sofá. Estaba todavía en bata y zapatillas y sostenía una taza de manzanilla entre las manos.
No había dormido nada la noche anterior y había llamado a la oficina a primera hora de la mañana para decir que se quedaría trabajando en casa. Nora se frotó los ojos y tomó la edición de la mañana del Chronicle.
– No sale en primera plana, mamá. Sale en la página doce, son solo tres párrafos y una foto diminuta. Nadie se dará cuenta.
Al menos no hasta que la prensa amarilla llegara a los quioscos. Al fin y al cabo, no había nada más divertido que la caída de una mujer tan santurrona como Prudence Trueheart. La única buena noticia era que El Herald no había cubierto su desgracia.
Miró fijamente la foto. Era una instantánea hecha en el momento que Pete había aparecido a su lado para ayudarla a salir. Este le pasaba un brazo por los hombros con gesto protector y miraba a su alrededor con expresión fiera. Nora tenía la cara parcialmente escondida en su pecho, pero era evidente que era ella la protagonista de la foto.
Nora deslizó un dedo por la imagen de Pete y sonrió sin darse cuenta. Se había pasado la noche pensando en lo que le había dicho, intentando creer que era verdad. Pete Beckett enamorado de ella. Cada vez que aquella idea se le pasaba por la cabeza, sentía resurgir tímidamente la esperanza. Pero el sentido común ahogaba rápidamente la emoción y se decía que Pete todavía no podía saber lo que realmente sentía.
Todavía continuaba atrapado en el misterio, en los placeres prohibidos compartidos con una desconocida. Una desconocida apasionada y sin prejuicios. Nora frunció el ceño, una idea comenzaba a cobrar forma en su agotado cerebro: Pete había dicho que había sabido quién era ella desde que la había visto en el Vic. En ese caso, en realidad no había hecho el amor con una desconocida. Simplemente, había fingido que estaba haciendo el amor con una desconocida. Rápidamente, descartó aquel pensamiento.
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