– Pero eso es lo más maravilloso de la cirugía con láser. Hay muy poca sangre.
Nora se devanaba los sesos intentando encontrar un tema de conversación alternativo. Miró hacia la tienda, donde los camareros estaban disponiendo ya las mesas para el primer plato. Si la fiesta de su madre seguía su horario habitual, tenía solamente cinco minutos para correr hasta la mesa y cambiar los letreros, de modo que Elliot terminara sentado al otro extremo de la mesa en vez de a su lado.
Había llegado a la fiesta sin ganas, pero deseando complacer a su madre. Y tenía que admitir que se había sentido muy bien al maquillarse y ponerse un vestido nuevo. Curiosamente, nadie parecía interesado en su escandalosa conducta. El marido de Buffy Sinclair había sido descubierto en la cama con su nueva peluquera y los comentarios sobre la noticia habían acallado los rumores sobre el arresto de Nora.
Aun así, a medida que iban pasando los minutos al lado de Elliot, más ganas tenía de estar al lado de Pete Beckett, viendo un partido de béisbol y disfrutando de un perrito con chile. O paseando por las calles de San Francisco. O rodando en su cama, en un maravilloso lío de sábanas y piernas.
Hasta que no había comprendido lo incompatible que era con Elliot, no se había dado cuenta de lo que Pete y ella habían compartido. Había una conexión invisible entre ellos, un lazo irrompible de pasión, afecto y respeto. Un lazo que ella había estirado hasta tal punto que estaba a punto de romperse.
Aunque Pete tenía la capacidad de convertirla en una tonta despreocupada y hambrienta de sexo, también le hacía sentirse a salvo y querida. Se estremeció al pensar en la exquisita sensación de su cuerpo sobre el suyo, en el placer de sentirlo en su interior, en el puro éxtasis que habían compartido. Jamás se había sentido tan amada, tan necesitada.
– Damas y caballeros, la cena está servida.
Arrancada bruscamente ele sus sueños por la llamada de Courtland, Nora intentó apartar de su mente los pensamientos sobre Pete y se excusó, decidida a cambiar la disposición de los asientos. Corrió hacia la tienda, pero Elliot demostró ser más tenaz de lo que ella esperaba. La siguió de cerca y encontró sus asientos antes de que ella lo hiciera.
– Este es tu sitio -le dijo mientras los invitados comenzaban a sentarse.
Gruñendo para sí, Nora permitió que le colocara la silla. Se sentó y extendió la servilleta sobre su regazo, mientras Elliot se sentaba a su izquierda. La silla de su derecha permaneció vacía hasta que casi estuvo todo el mundo sentado. Elliot había comenzado ya a contar otra de sus aventuras médicas cuando se sentó un caballero al lacio de Nora. Esta se volvió para saludarlo educadamente, pero las palabras se le quedaron atragantadas en la garganta.
– ¿Qué… qué estás haciendo aquí? -apenas podía creer lo que veían sus ojos. Era como si sus fantasías de pronto se hubieran hecho realidad.
Pete se inclinó y le susurró al oído:
– Me he enterado de que había una fiesta al aire libre y he decidido venir a poner en práctica todo lo que me enseñaste.
Pete se sentó, alargó el brazo por encima de Nora y le tendió la mano a Elliot Alexander.
– Hola, soy Pete Beckett, amigo de Nora. Bueno, en realidad estoy saliendo con ella.
– Eso es mentira -replicó Nora entre dientes.
– Bueno sí, soy algo más que el chico que sale con ella. En realidad somos…
– Compañeros de trabajo -lo interrumpió Nora. -Ex compañeros de trabajo, para ser más exactos.
Elliot estrechó vacilante la mano que Pete le ofrecía.
– Soy el doctor Elliot Alexander. ¿Es usted Pete Beckett, el columnista de deportes de El Herald?
Pete asintió y extendió la servilleta en su regazo.
– Caramba, leo tu columna todos los días.
– ¿Ah sí? ¿Y qué te pareció las que escribí sobre Candlestick?
– Ah, todo un clásico. Todavía me acuerdo de cuando jugabas al béisbol, eras genial.
A Nora comenzaba a dolerle el cuello al intentar seguir la conversación.
– ¿Queréis sentaros el uno al lado del otro? De hecho, si queréis, puedo irme a cenar a la cocina.
Pete le pasó el brazo por los hombros.
– Cariño, ¿por qué vamos a querer una cosa así? -deslizó la mirada por sus hombros desnudo. -¿Te he dicho ya lo hermosa que estás esta noche? Ese vestido es… increíble. ¿No te parece que Nora está preciosa esta noche, Elliot?
Nora intentó ignorar su cumplido, pero no podía negar que se alegraba de que se hubiera fijado en ella. Él tampoco estaba nada mal, el esmoquin le sentaba como un guante. Fijó la mirada en los botones de su camisa y se imaginó desabrochándoselos uno a uno para poder besar su pecho. Tragó saliva. Eso era exactamente contra lo que había estado intentando luchar tan duramente, contra la irritante facilidad de Pete para convertir su sangre en fuego.
– Tú también estás muy atractivo -musitó.
Los camareros comenzaron a servir el primer plato y el vino. Nora tomó su copa y la giró nerviosa entre sus dedos.
– ¿Cómo has conseguido entrar? -le preguntó a Pete, volviéndose para que Elliot no pudiera oírla.
– Stuart me dio su invitación. Se presentó con Ellie en mi apartamento hace unas horas. Al parecer Stuart tenía un compromiso y no querían dejarte aquí sola… Aunque ya he visto que Elliot te estaba haciendo compañía…
Los celos se reflejaban en su voz y Nora sintió que su resolución se desvanecía una vez más.
– ¿Y de dónde has sacado el esmoquin?
– De mi armario. Cuando se va a tantos banquetes como yo, es conveniente tenerlo. En cuanto a la donación que he hecho para la ópera de San Francisco, tu madre parecía bastante contenta. Creo que le gusto, y también mi cuenta bancaria.
– ¿Cuánto has tenido que pagar?
– Cinco mil. Pero con la condición de que me sentara a tu lado.
Nora abrió los ojos de par en par y comenzó a toser. Tomó la copa de agua y dio un largo sorbo.
– ¿Que le has pagado a mi madre cinco mil dólares para sentarte a mi lado? Pero si el cubierto de esta cena cuesta solo mil dólares.
– En ese caso tengo derecho a cenar cinco veces, ¿no? O quizá pueda rentabilizar mi dinero de otro modo…
Nora empujó su silla y se levantó.
– Elliot, ¿nos perdonas un momento, por favor? -agarró a Pete del brazo y lo obligó a levantarse. -Tengo que ir comentarle una cosa a mi madre -Pete dobló cuidadosamente su servilleta, la dejó al lado de su plato y la siguió al interior de la casa. Una vez allí, Nora soltó el brazo y le espetó-; ¿Qué estás haciendo aquí?
Pete la empujó hasta las sombras de un rincón y la tomó por la cintura.
– Estás preciosa esta noche. Cuando te he visto con ese vestido, me he sentido como si acabara de atropellarme un autobús. Dios mío, te he echado mucho de menos, Nora.
Nora le apartó las manos rápidamente.
– ¡No puedes presentarte aquí de improviso! ¿Y cómo diablos se te ha ocurrido darle a mi madre cinco mil dólares?
Pete retrocedió y deslizó la mirada a lo largo de su cuerpo. Una tímida sonrisa de admiración asomó a sus labios. De pronto, Nora se sintió desnuda, como si Pete pudiera ver lo que había debajo de la tela del vestido.
– Merece la pena verte con ese vestido – musitó.
Nora tomó aire y suspiró.
– Deja de decirme cosas así.
– ¿Por qué? ¿Tienes miedo de oír la verdad, Nora? Llevas evitándola tanto tiempo, que no me extraña que te asuste.
– No sé cuál es la verdad, por lo menos en lo que se refiere a… nosotros.
– Nora, aquí está la verdad: te he echado de menos durante la semana pasada. He intentado olvidarte, pero me he dado cuenta de que no puedo ser feliz a menos que vea tu rostro cada mañana y cada noche, y al menos cien veces al día entre la noche y la mañana. Soñar contigo no es suficiente.
– Por favor, Pete, no…
Pete alargó el brazo para acariciarle la mejilla.
– ¿Quieres saber la verdad? Jamás había sentido lo que ahora siento. No sé cómo lo sé, pero lo sé. Te amo, Nora, y esto no se me va a pasar solo porque tú quieras que se pase.
– Tú no me amas -respondió Nora, intentando silenciado posando un dedo en sus labios. -Tú estás enamorado de una fantasía, de una mujer que no existe.
– Claro que existe, Nora. Y puedo demostrártelo -la agarró del brazo y continuó adentrándose por la casa, abriendo puertas y asomándose al interior de habitaciones vacías. Cuando llegó a la habitación en la que se guardaban los productos de limpieza, condujo a Nora a su interior y cerró la puerta tras ellos.
– ¿Quieres una prueba? Pues la tendrás -la abrazó con fuerza y se apoderó de sus labios, besándola tan profundamente, que Nora apenas podía respirar. Nora sentía cómo le daba vueltas la cabeza; su cuerpo temblaba, cada uno de sus nervios vibraba de anticipación. Una sensación de dulzura fluía en su interior y se sentía débil e indefensa.
Nora había soñado con aquel momento, con los maravillosos sentimientos que Pete despertaba con sus caricias, con aquel deseo que no podría ser satisfecho con una simple fantasía.
– Dime lo que quieres -susurró Pete con voz ardiente, mientras presionaba los labios contra su cuello.
Nora posó los dedos en su pecho y, sin pensarlo siquiera, comenzó a desabrocharle los botones de la camisa. Cuando hubo desabrochado el último, abrió la camisa y posó los labios contra su cálida piel. Sentía el corazón de Pete latiendo con fuerza bajo sus palmas. El ritmo que marcaba la alejaba del mundo real, de todas sus dudas e inseguridades.
Aquello era exactamente lo que quería: aquel hombre tan fuerte y seguro de sí mismo. Y sus caricias, tan delicadas y conmovedoras.
– ¿Aquí? -preguntó Pete. -¿Ahora?
Nora asintió, presionando los labios contra su cuello. Pete la agarró por la barbilla y la obligó a mirarlo a los ojos.
– Ya no tengo nada más que decir.
– ¿Qué?
– Creo que esa es la prueba que necesitabas, cariño. Estabas deseando hacer el amor aquí, en casa de tu madre y en medio de una fiesta. Creo que ya ha llegado la hora de que admitas que tú eres esa mujer. La misma mujer de la peluca negra.
Nora pestañeó, intentando centrar sus pensamientos en aquella declaración. Bajó la mirada hacia su vestido y después giró, buscando su reflejo en el espejo. Vio entonces su rostro sonrojado y sus labios húmedos a causa de sus besos. Y no tuvo ningún tipo de duda: estaba mirando a Nora Pierce.
– Soy yo -musitó. -Yo soy ella.
Pete se colocó tras ellas.
– Siempre lo has sido, aunque no querías admitirlo -la hizo girar lentamente entre sus brazos y le enmarcó el rostro entre las manos. -Sé que no debimos comenzar de aquella forma, pero podemos empezar desde el principio. Comenzaremos a salir y haremos las cosas lentamente. Saldremos unos cuantos días antes de que te vuelva a besar.
Nora fijó la mirada en su pecho desnudo.
– Va a ser terriblemente difícil empezar desde el principio, ¿no crees? -le preguntó, deslizando el dedo por su cuello.
– Supongo que podríamos tener ya alguna intimidad, puesto que no somos exactamente dos desconocidos -posó los labios sobre su hombro desnudo. -Y cuando llegue el momento adecuado, haremos el amor lenta y delicadamente -la hizo inclinarse contra la pared mientras le mordisqueaba el lóbulo de la oreja. -Y quizá el mes que viene, podamos casarnos.
– ¿Casarnos? -jadeó Nora, estremecida de placer a causa de sus besos.
– Podemos celebrar una preciosa boda y disfrutar de una agotadora luna de miel. Después, llegará el momento de formar una familia y…
– ¡Espera! Yo todavía me he quedado en la parte de la boda.
– Sé que ya no podemos dar marcha atrás en el tiempo -continuó explicándole Pete, -pero hablé ayer con Arthur Sterling. Mi contrato termina a finales de este año y le he dicho que, si no te vuelve a contratar, no volveré a trabajar para él.
– Yo no quiero volver a ese trabajo -respondió Nora. -Conseguir que me echaran ha sido una de las mejores cosas que me podía haber sucedido. O quizá la segunda -tomó aire. -Pídemelo otra vez.
– ¿Qué? ¿Crees que no he hecho la proposición correctamente? -suspiró dramáticamente y posó en el suelo una rodilla. -Nora Pierce, te amo en este momento y pretendo seguir amándote durante el resto de mi vida. Cásate conmigo y…
– ¡Dios mío…! -susurró Celeste desde el marco de la puerta. La indignación transformaba sus facciones. Pete la miró por encima del hombro, pero no se molestó en levantarse.
– ¿Qué estáis haciendo aquí? -preguntó Celeste. -No, no, mejor no me lo digáis. Oh, no puedo soportarlo. Simplemente no puedo. ¿Cómo puede pasar una cosa así, en medio de mi propia fiesta?
Nora le dirigió a Pete una sonrisa de complicidad y le hizo levantarse.
– No te preocupes, mamá. Me aseguraré de que no tengas que organizar nada de la boda.
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