No era el aspecto mental de la farsa lo que le estaba resultando más difícil, sino las reacciones físicas que estaba teniendo. La impresión de encontrarse a Pete Beckett sentado a su lado le había robado temporalmente el aire de los pulmones. Y después, cuando la había tocado, el corazón le había dado un vuelco en el pecho y había comenzado a latir a un ritmo de locura. Cada uno de sus pensamientos estaba fijo en el mágico contacto de su mano sobre su piel. Estaba al mismo tiempo asustada y emocionada, y aunque intentaba mantener en todo momento un pie en la realidad, sabía que acababa de adentrarse en un reino en el que todo era pura fantasía.

¿Por qué no la habría reconocido Pete? ¿Tan bueno sería su disfraz? Aquel mismo día habían hablado frente a frente en su despacho y, seguramente, no era una mujer tan fácil de olvidar, ¿o sí? Nora descartó inmediatamente aquella idea. Pete había bebido demasiada cerveza, eso era. O quizá no se había fijado en el moratón de su ojo, que había conseguido disimular casi por completo con el maquillaje. O quizá la idea de que Prudence Trueheart se dejara caer por un lugar como aquel con una peluca negra y ganas de ser seducida le resultara casi inconcebible.

Fuera cual fuera la causa, Nora no quería que aquellas maravillosas y al mismo tiempo alarmantes sensaciones terminaran. Una secreta emoción la atravesaba y cada vez estaba más decidida a disfrutar de cuanto placer pudiera encontrar en las sugerentes miradas de Pete y en su desinhibida reacción.

– ¿Y bien? ¿No quieres decírmelo? ¿Prefieres que me lo imagine?

Nora conocía las normas de etiqueta a la hora de una presentación en todos los casos, salvo cuando una estaba intentando ocultar su identidad bajo un provocativo disfraz al tiempo que compartía una botella de champán con un atractivo compañero de trabajo.

Un antiguo consejo acudió a su mente: cuando una dama se encontraba en una situación incómoda, siempre podía retirarse educadamente al lavabo. Tomó su bolso y forzó una sonrisa.

– Ha sido un placer conocerlo, señor Beckett, pero tengo que irme. Mi amiga debe de estar esperándome.

– Tu amiga puede esperar. ¿Por qué no quieres decirme cómo te llamas? -le preguntó con una seductora sonrisa y acariciándole la barbilla con el pulgar. -¿Estás casada?

Nora jadeó y le retiró la mano. ¿Cómo se atrevía a pensar que era capaz de tener una aventura extramarital?

– Por supuesto que no -contestó con enfado.

– ¿Comprometida entonces? Nora sacudió la cabeza. -¿Sales con alguien?

Aquella era la ocasión perfecta para salir de aquella situación sin que ninguno de ellos hiciera el ridículo.

– ¿Si te dijera que sí me dejarías sola?

Pete se lo pensó un momento y se encogió de hombros.

– Supongo que no me quedaría otra opción.

Nora abrió la boca, dispuesta a mentirle. Pero las palabras se negaban a salir de su boca. No quería que Pete se fuera. Quería que se quedara donde estaba, tocándola y tentándola hasta que se hartara de él.

– No -susurró, -no estoy saliendo con nadie.

Pete se inclinó hasta que sus labios quedaron a solo unos centímetros de su boca.

– Yo tampoco -dijo. -Así que supongo que los dos estamos libres para…

Nora fijó la mirada en su boca.

– Libres para… -sentía el aliento de Pete en los labios, tentándola con la promesa de un beso.

– Libres para terminar nuestro champán – dijo Pete.

Se apartó, dejándola sin respiración y bamboleándose al borde del deseo. Se alargaba el silencio entre ellos y el cerebro de Nora buscaba rápidamente un tema de conversación con el que disimular su embarazo. Pero lo único de lo que realmente le apetecía hablar era de la posibilidad de que sus labios se fundieran en un futuro cercano. Nora tomó la copa de champán y bebió lo que quedaba de ella.

– ¿Y a qué te dedicas? -le preguntó a Pete, sosteniendo su copa en la mano para que se la volviera a llenar. Era una pregunta demasiado típica y además, ya conocía la respuesta. Pero cuando miraba a aquel hombre a la cara, no se le ocurría nada inteligente.

– Tienes unos ojos increíbles -susurró Pete, apartándole un mechón de pelo de la frente. -Creo que nunca había visto unos ojos tan azules.

Nora tragó saliva, intentando contener a su agitado corazón. Qué rápidamente olvidaban los hombres, reflexionó con un ligero enfado.

– Oh, estoy segura de que sí -respondió coqueta.

Pete sacudió la cabeza.

– Estoy seguro de que, en ese caso, lo recordaría -acarició sus labios con el pulgar. -Te gustan los juegos, ¿verdad?

– ¿Qué-qué? -tartamudeó ligeramente ante el repentino giro que estaba tomando la conversación. Oh, Dios, Pete estaba jugando con ella. Durante todo ese tiempo, había sabido exactamente quién era y lo que se proponía. La indignación bullía en su interior haciéndole desear borrar de un bofetón la estúpida sonrisa de Pete de su rostro.

– Los juegos -Pete alzó la mirada hacia la televisión que había tras ella. -Los deportes… Este es un bar deportivo. La gente que viene aquí suele acercarse para ver partidos. ¿Eres aficionada al béisbol o prefieres el fútbol?

Nora tosió, intentando disimular su incomodidad.

– Oh, no -contestó, forzando una sonrisa. -No soy aficionada a los deportes.

– Si quieres -dijo Pete, deslizando las manos por su cintura, -yo podría cambiar eso – le presionó delicadamente la espalda, instándola a acercarse a él. -Mira, en la mayor parte de los deportes hay un equipo que ataca y otro que se defiende -su voz era apenas un susurro. -El equipo que ataca hace todo lo posible por romper las defensas del otro y… marcar un tanto.

De pronto, la conversación había adquirido un tono diferente. Un innegable desafío sexual palpitaba bajo aquellas inocentes palabras. Nora acarició con dedos temblorosos la nuca de Pete y hundió los dedos en su pelo, asustada de su propia audacia. Pete cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás. Nora lo miraba fijamente, observando el placer que reflejaban sus facciones: su caricia había conseguido alterar a un hombre con tanta experiencia como Pete.

– Bonito juego -musitó él, contemplándola a través de sus ojos entrecerrados. -Ya veo que has entendido el significado del ataque.

Sin decir una sola palabra más, le hizo bajarse del taburete y colocarse entre sus piernas. Nora advirtió una ráfaga de pasión en sus ojos antes de que cubriera sus labios. Sabía que debería haberle avergonzado ser besada tan descaradamente en un lugar público, pero se sentía salvaje y desinhibida, completamente libre de Prudence Trueheart y sus estiradas actitudes. Volvía a ser Nora Pierce otra vez, una mujer que podía ser apasionada y espontánea.

Pete hundió la lengua en su boca y los últimos jirones de resistencia de Nora se disolvieron entre sus brazos. Aquella era la mejor parte del juego, se dijo la joven mientras deslizaba las manos por el cuerpo de su reciente conquista. Besos tentadores, una actitud completamente sensual, sin pensar en quiénes eran ni en cómo deberían comportarse.

Delicada, pero insistentemente, Pete continuó besándola hasta que ella le devolvió el beso con idéntico deseo. Entonces, enmarcó su rostro con las manos y continuó fusionando sus labios hasta que Nora conoció el sabor de su boca tan íntimamente como conocía la sensación de sus manos sobre ella.

La joven posó las manos en los muslos de Pete y comenzó a acariciárselos. ¿De dónde habría sacado el valor para igualar su pasión, para provocarlo como él la provocaba a ella? El resto del mundo parecía haber desaparecido, el estrépito del bar se había transformado en un susurro distante. Al final, cuando Nora pensaba que ya no iba a poder aguantar ni un segundo más, Pete retrocedió y le dirigió una perezosa sonrisa.

– Esa defensa no ha estado muy bien -bromeó. -Pero de todas formas el partido ha estado interesante. ¿Por qué no salimos de aquí?

Nora sonrió y le rodeó el cuello con los brazos. Le gustaba el juego, estaba disfrutando de aquel toma y daca.

– Debería ir a buscar a mi amiga -dijo suavemente, con los labios henchidos por el tierno asalto de Pete. Se había olvidado completamente de Ellie, aunque no la sorprendía. Pete había absorbido toda su capacidad de atención. Se inclinó hacia delante y le dio otro beso, deslizando intrépidamente la lengua por los pliegues de su boca.

– Ahora mismo vuelvo y después nos iremos -tragó saliva. -Juntos.

Pete la estrechó contra él, hundió la cara en su cuello y le susurró al oído.

– Aquí estaré. No me dejes esperándote.

Mientras se dirigía hacia el lavabo, Nora se pasó la mano por los labios, todavía húmedos por los besos. Sentía su boca curvarse en una traviesa sonrisa mientras una suave risa escapaba de su garganta.

– ¿Qué diría de esto Prudence? -musitó, pero la verdad era que le importaba muy poco.


– ¡No puedo creer que todavía estés aquí! – Nora permanecía frente a uno de los cubículos del cuarto de baño mirando fijamente a Ellie. Esta estaba sentada sobre un inodoro, con el vestido subido hasta las caderas y pintándose cuidadosamente las uñas de los pies. -¿Llevas todo este tiempo esperándome?

Ellie tomó una toallita de papel y se colocó un pedacito entre cada uno de los dedos del pie antes de salir del cubículo.

– Me he pintado dos veces las uñas, me he depilado las cejas y he sacado brillo a todos los grifos. Estaba a punto de ponerme a arreglar las cañerías cuando has entrado.

Nora la miró con gesto contrito.

– ¿Por qué no te has ido? Podrías haberte ido sin que Pete te viera.

– ¿Y por qué voy a tener que escapar? -preguntó Ellie. -Pete ya me ha viso. Solo quería dejaros solos durante un rato antes de reunirme con vosotros.

Nora frunció el ceño. Si Pete había visto a Ellie, era muy probable que hubiera imaginado que ella era Nora. No, Ellie debería estar confundida. Pete jamás se habría tomado tantas libertades si hubiera sabido que era Prudence Trueheart la que se escondía debajo de esa peluca negra.

– He estado fuera un rato mirándoos. Estabais muy entretenidos -dijo Ellie. -En cualquier caso, me imaginé que con todo el champán que estabas bebiendo, antes o después querríais venir al baño. ¿Cómo iba a imaginarme que tenías una vejiga del tamaño de un lago? ¿Qué te ha dicho cuando te ha reconocido? ¿Se ha reído de la peluca?

– La peluca es imprescindible -comentó Nora, pasándose la mano por el pelo. -Prudence Trueheart jamás se metería en un bar con intención de seducir a un hombre, ni siquiera por el bien de sus lectoras. Además, ha funcionado. Nadie me ha reconocido.

– Excepto Pete -le aclaró Ellie.

Nora se quedó mirando su reflejo en el espejo, intentando observarlo con objetividad. Realmente, no se parecía nada a sí misma. Parecía una mujer exótica, lujuriosa. Además, el pelo oscuro hacía que su piel pareciera más pálida. Aun así, su nariz no había cambiado. Ni tampoco sus ojos. Y aunque llevara los labios pintados de rojo, su boca continuaba siendo su boca. Miró a su amiga de reojo.

– De verdad, él tampoco me ha reconocido.

Ellie abrió los ojos de par en par.

– ¿Qué? ¿Todavía no le has dicho quién eres?

– No veo por qué tendría que hacerlo -dijo Nora. Se estiró el escote del vestido, revelando parte de su hombro. -Quizá le haya despistado mi busto -se ajustó el sujetador con una mueca. -¿Crees que si llevo este sujetador durante una semana mi pecho se quedará así?

Cuando se volvió hacia su amiga, descubrió que esta estaba mirándola fijamente.

– ¿Qué estás diciendo? Claro que te ha reconocido. Tendría que ser tonto para no haber descubierto quién eras. No estás tan distinta, Nora.

– Pues bien, no me ha reconocido. ¿Cómo iba a reconocerme? Ni siquiera me mira en el trabajo. Si incluso me ha dicho que nunca había visto unos ojos como los míos. Supongo que se ha olvidado de que esta misma mañana ha estado mirándolos -sacó un botecito de perfume del bolso y se echó unas gotas en el cuello y el pecho. -De acuerdo, quizá solo me esté siguiendo el juego, pero no me importa, me estoy divirtiendo.

Estaba disfrutando siendo objeto de su deseo, jugando a ser la presa de un depredador.

Con un bufido de disgusto, Ellie se colocó tras ella y le colocó el escote del vestido.

– Este no es un desconocido que te has encontrado en un bar. Es Pete Beckett. Trabajas con él. Y al menos hasta hace muy poco, lo odiabas -Ellie tomó el bolso de Nora y se lo colocó bajo el brazo. -Venga. Tú y yo nos vamos a ir de aquí antes de que cometas una estupidez.

Pero Nora se negaba a moverse.

– Por una vez en mi vida, me gustaría hacer una estupidez. He vivido correctamente durante veintiocho años y mira lo que he conseguido.

Puedo decirte cómo organizar una boda, como escribir una invitación, cómo disponer una mesa… Pero no sé lo que se siente al ser arrastrada por la pasión, quiero abandonar el sentido común y dejarme llevar por el deseo.