Tras un corto y silencioso paseo, llegaron a su casa. Nora vaciló en los escalones del edificio y Pete esperó, pensando que quizá entonces revelara su identidad… y rezando para que no lo hiciera. Metió la llave en la cerradura, giró el picaporte y se apartó para que pasara Nora. Se detuvo justo en el marco de la puerta y, por un instante, Pete pensó que iba a dar media vuelta y a salir corriendo.

– Es… muy bonita -musitó, recorriendo la habitación con la mirada mientras se quitaba la chaqueta que Pete le había prestado.

Pete cerró la puerta suavemente tras él y se apoyó contra ella, temiendo que cualquier movimiento pudiera asustarla.

– Esto es lo que conseguí jugando durante cuatro años en la liga. Esto y una rodilla inútil.

Nora no hizo ningún comentario. Ni siquiera se volvió. Diablos, ella sabía todo sobre su carrera de jugador. Pero, si se suponía que eran dos desconocidos, lo menos que podía hacer era mostrar un poco de curiosidad. Aquella fue la primera grieta de su engaño y Pete se preguntó si estaría ya dispuesta a decirle quién era. Decidió presionar un poco.

– Todavía no me has dicho tu nombre.

Nora se tensó. Pete se acercó a ella y posó las manos en sus hombros, acariciándole suavemente la nuca. Nora soltó un largo suspiro y se apoyó contra él. Incapaz de contenerse, Pete inclinó la cabeza hasta su cuello y le dio un delicado beso en la oreja.

Sintió que se agitaba la respiración de Nora y buscó con los labios su hombro desnudo. Lentamente, la hizo volverse, esperando la gran revelación, el momento en el que escapara corriendo como un conejo asustado o descubriera su identidad. Pero el momento no llegó.

– Nada de nombres -dijo Nora en voz baja. -De momento, olvidaremos los buenos modales. Seamos solo dos extraños.

– Estoy seguro de que te llamas de alguna manera -insistió, deslizando el pulgar por su labio inferior.

Pete sabía que estaba presionando demasiado, pero no esperaba que Nora presionara también. Con un suave gemido, Nora le rodeó el cuello con los brazos, se puso de puntillas y presionó sus labios. Al principio, fue un beso fiero, con el que pretendía acallar sus preguntas y la respuesta de Pete fue tan intensa como instantánea. Nora deslizó la lengua entre sus dientes y Pete dejó que fuera ella la que controlara la situación, permitiendo al mismo tiempo que creciera el calor que nacía en su vientre e irradiaba todo su cuerpo.

¿De dónde habría salido todo aquel deseo? Esa misma mañana, habían estado a punto de discutir por culpa de una pelota de béisbol y un ojo morado. Y en ese momento, en lo único en lo que podía pensar era en la sensación de la piel de Nora bajo sus manos y en el cuerpo desnudo que aquel vestido ocultaba.

Con un grave gemido, Pete la rodeó por la cintura, la apoyó contra la pared y cubrió su boca con un beso. Nora se retorcía sensualmente contra él, deslizando frenéticamente las manos por sus hombros y su pecho. Aquellas caricias amenazaban con hacer olvidar a Pete toda posibilidad de resistencia. La agarró por las muñecas y le levantó las manos por encima de la cabeza.

Tenía que detenerla; tenía que darle una oportunidad de pensar en lo que estaba haciendo. Él no iba a arrepentirse de lo que estaba a punto de ocurrir y quería asegurarse de que ella tampoco lo hiciera. Pete escrutó con la mirada su rostro sonrojado y sus húmedos labios. Aquellos labios tan cálidos, tan dulces… Ansiaba su sabor con la desesperación de un hombre hambriento.

Sin poder contenerse, liberó sus manos y se abrazó a ella para darle un largo y profundo beso. Ella no se apartó. Al contrario, se arqueó contra él con una pasión que igualaba la de él. No estaba preparado para sentirse tan bien, para disfrutar tan intensamente de sus caderas meciéndose contra él.

Lenta, deliciosamente, continuó su labor de seducción deslizando la lengua por su cuello hasta alcanzar el valle de sus senos. Con dedos temblorosos, le bajó el escote hasta que asomó el encaje del sujetador y pudo distinguir las rosadas cumbres de sus senos. Seguramente lo detendría entonces, pensó, antes de que se tomara la libertad de acariciarla. Pero Nora no dijo nada… Se aceleró su respiración y sus suaves gemidos lo urgían a continuar avanzando.

Tenía un cuerpo perfecto, pensó Pete, hecho para sus manos. Quería detenerse un instante y memorizar aquel momento. Grabar en su mente el modo en el que su mano se acoplaba a su seno, la forma en la que se erguía su pezón bajo sus dedos. Todo en ella le hacía desear poseerla completamente, pero solo continuaban siendo dos desconocidos…

Nora contuvo la respiración cuando Pete acarició sus pezones con los labios. Pero en vez de apartarlo, se arqueó suavemente contra él, sin ofrecerle resistencia. Pete se deleitaba en su duro pezón; cada uno de sus pensamientos estaba concentrado en darle placer. Quería que Nora lo deseara, que necesitara su cuerpo como él necesitaba el suyo, quería convertirse en el único hombre capaz de satisfacerla por completo.

Pero Nora no tardó en mostrarse impaciente con aquella lenta seducción. Con un suave gemido, estiró la mano, le deshizo el nudo de la corbata y la tiró al suelo. Pete sintió que su deseo crecía. Pero cuando Nora comenzó a desabrocharle la camisa, le agarró la mano para impedírselo. Aquello estaba yendo demasiado lejos, él ya estaba a punto de perder el control y estaba seguro de que Nora iba a detenerse en algún momento.

– Dime lo que quieres -le dijo con voz tensa. -Dímelo.

– A ti -musitó Nora. Aquella súplica salió desde lo más profundo de su garganta mientras se acurrucaba contra él. Pete le soltó las manos y ella le desabrochó lentamente los botones de la camisa para hundir al final la cabeza en su pecho.

Debería sentirse incómodo, se dijo Pete mientras inclinaba la cabeza hacia atrás, disfrutando de las cálidas caricias de su lengua. Pero se sentía maravillosamente bien, como si aquello fuera exactamente lo que tenía que ocurrir entre ellos. Nora le mordisqueó el pezón y lo succionó tentadoramente.

– ¿Hasta dónde pretendes llegar? -preguntó Pete en voz baja. -Porque, como sigas así, puedo garantizarte que no seré capaz de detenerme.

Nora posó la mano en su pecho.

– Sé lo que estoy haciendo -dijo en tono firme y confiado. -Y no quiero detenerme.

Pete la tomó por la barbilla y le hizo alzar la cabeza hasta que sus ojos se encontraron. De pronto, deseaba que todo aquello fuera real. La fantasía no era suficiente… la pasión compartida entre dos extraños no significaba nada para él. Quería mirarla a los ojos y saber que era Nora la que estaba allí. Quería decir su nombre con toda la pasión que lo inundaba. Pero solo podía tomar lo que Nora le ofrecía. Tendría que dejar las preguntas para más adelante.

Con un gemido, se quitó la camisa, enmarcó el rostro de Nora con las manos y volvió a besarla otra vez. Fue un beso duro, demandante, inflexible. Si Nora lo deseaba, tendría que aceptarlo en sus propios términos. Y el único requisito que él iba a poner, era el de asegurarse de que aquella no fuera la última vez que hicieran el amor.

Quería llevarla a su dormitorio y seducirla lenta y completamente. Pero mientras la besaba y la acariciaba, la razón pareció desaparecer. Era como si se hubieran subido en un tren en marcha al que era imposible detener a pesar de que se dirigía hacia futuros problemas. Las caricias se sucedían cada vez más frenéticas, más ansiosas, y Pete sabía que no podría esperar mucho más. Buscó el dobladillo del vestido y alzó la mano por su muslo hasta encontrar el encaje de su ropa interior.

Alentada por su caricia, Nora hizo descender la mano por su pecho hasta alcanzar su vientre. No le temblaron las manos al bajarle la cremallera del pantalón y tampoco cuando rozó el borde de sus calzoncillos. Se tocaron el uno al otro al mismo tiempo. Nora cerró la mano sobre su rígido miembro mientras Pete hundía la suya en el húmedo calor que se ocultaba entre sus piernas.

– Dime cómo te llamas -exigió Pete, sin dejar de acariciar lentamente su sexo. -Necesito decir tu nombre cuando me hunda en ti.

Pero Nora no contestó. Tenía serias dificultades para respirar y su cuerpo estaba en completa tensión. Pete sabía que podría hacerle alcanzar el orgasmo con solo sus dedos, pero quería mucho más. Apartó la mano y sacó un preservativo de su cartera. Se lo puso rápidamente, consciente de que en cuanto volviera a tocarla estaría perdido. A continuación, la levantó en brazos, haciéndole apoyar la espalda contra la puerta.

– Dime que esto es lo que quieres -musitó al borde de la desesperación. -Dímelo.

Nora apretaba las piernas alrededor de su cintura al tiempo que arqueaba la espalda para permitir con aquella postura que su erección rozara el húmedo calor que le ofrecía.

– Sí -dijo, descendiendo hasta que Pete estuvo a punto de penetrarla. -Quiero esto. Te deseo, Pete -tomó aire. -Ahora.

A Pete le costaba creer que hubieran llegado hasta aquel punto, pero ya no podía dar marcha atrás. Con ausencia completa de control, se hundió en ella sintiendo cómo fluía una dulce languidez por todo su cuerpo. Casi inmediatamente, la sintió henchirse y temblar alrededor de su sexo, mostrando los primeros signos de estar alcanzando el orgasmo.

Pete cerró los ojos y comenzó a moverse, hundiéndose más profundamente con cada una ele sus embestidas. Jamás había sentido algo así con una mujer, aquella necesidad innegable de poseer no solo su cuerpo, sino también su alma. Le hacía enfadarse y sentirse vivo al mismo tiempo.

Tomó aire, dejó de moverse y la miró a la cara. Y mientras Nora se mecía al borde del éxtasis con los ojos cerrados y los labios entreabiertos, Pete comprendió que no había conocido a una mujer más hermosa y deseable en toda su vida. Y quiso llegar entonces hasta el instante final, hasta aquel momento en el que ambos serían un solo cuerpo, aquel instante en el que podría ver hasta el fondo de su alma. Pero entonces la sintió convulsionarse a su alrededor y toda su capacidad de control se hizo añicos.

Pete pronunció su nombre en el momento de llegar al clímax. Pero Nora estaba en medio de su propio orgasmo y Pete comprendió que no lo había oído. El tiempo pareció detenerse, arrullándolos en un capullo de deseo satisfecho. Pete le acarició el pelo y le besó el cuello mientras ambos descendían lentamente a la realidad; en ese instante, habría dado cinco años de su vida para que el tiempo se detuviera de verdad, para impedir la intrusión de la vida real.

– Me faltan palabras -murmuró con una suave risa. -Es curioso, normalmente sé exactamente lo que decir.

Nora no se movió, no dijo nada mientras Pete se desprendía del preservativo. Cuando volvió a mirarla otra vez, Pete advirtió que la pasión ya había comenzado a desaparecer de su expresión. Volvió a besarla, esperando detener aquel proceso, pero no podía hacer nada para alterar la verdad de lo que acababan de hacer.

Estaban allí, en sus ojos: el miedo, el arrepentimiento, la culpa. Era evidente que Nora estaba deseando escapar. Pete sentía cómo se le encogía el corazón en el pecho mientras buscaba algo que decir, una forma de convencerla para que se quedara. Pero conocía perfectamente las consecuencias de lo que habían compartido y tenía que obligarse a dejarla marchar.

– Yo… Tengo que irme -musitó Nora, bajándose el vestido.

– No -la contradijo Pete mientras acariciaba su rostro, -quiero que te quedes.

– No. De verdad, tengo que irme.

Pete debería haberse enfadado, pero lo único que podía sentir era resignación.

– Te llevaré a casa -le dijo, sabiendo de antemano que Nora se negaría. Se subió los pantalones y miró a su alrededor, buscando la camisa que se había quitado.

– Mañana tengo que madrugar -dijo Nora, a modo de excusa. -Y tengo que hacer las maletas.

Pete la miró con recelo. Aquella era una nueva táctica. Hasta entonces Nora no le había mentido, se había limitado a eludir la verdad. Pete sabía condenadamente bien que Prudence Trueheart no viajaba. No se había tomado unas vacaciones desde hacía años.

– ¿Te vas a alguna parte?

– Eh… A Pakistán -contestó, nombrando el primer país que se le ocurrió. -A un importante viaje de negocios. Un viaje muy largo, por cierto. No volveré hasta… Bueno, la verdad es que no estoy segura de cuándo regresaré.

– Pakistán -musitó Pete, incapaz apenas de contener la risa. -No pretenderás que…

– Claro que no pretendo que me esperes – lo interrumpió Nora mientras se agachaba a recoger su bolso. -Pero te llamaré cuando vuelva -le dio un rápido beso en la mejilla, se detuvo un instante y se dirigió hacia la puerta.

Pete se la abrió caballerosamente.

– No sabes mi número de teléfono.

Nora volvió la cabeza por encima del hombro, pestañeó y soltó una risa suave.