– ¿Bailar? -Ella arqueó las cejas-. ¿Por qué no? Supongo que es lo que se espera de nosotros.

– No, no lo digo por eso. Simplemente he pensado que te apetecería bailar conmigo después de haber estado hablando con un montón de gente que no conocemos ni te interesa -replicó Jordan y Kasey se dejó conducir hacia el salón de baile.

Media hora después la tensión se había disipado y Kasey comenzaba a disfrutar del baile con su marido. Sabía que formaban una pareja perfecta y se dio cuenta de que eran el centro de todas las miradas.

– Jordan, estoy un poco cansada -murmuró.

– Tranquilízate, Kasey -le susurró al oído y deslizó la mano por su espalda.

Kasey se estremeció.

– ¿Qué perfume te has puesto? -preguntó él con voz enronquecida por el deseo-. Podría volver loco a un hombre -le besó el lóbulo de la oreja de una forma increíblemente excitante.

A Kasey le flaquearon las rodillas y se apoyó contra su esposo, deslizando las manos alrededor de su cuello.

– Hmmm -le murmuró Jordan al oído-. Eres deliciosa, mi amor.

Sus manos, una en el trasero y la otra todavía acariciándole con sensualidad la espalda, combinadas con la seductora cercanía y la tortuosa delicia de sus labios en el lóbulo de la oreja, tendían una red de sensualidad alrededor de Kasey.

Kasey hundió los dedos en la espesa negrura del cabello de Jordan. Después trazó el contorno de la oreja. Abrumada por el deseo, se estremeció contra él.

La evidente excitación de Jordan avivó los sentidos de Kasey. Todo vestigio de sentido común la abandonó. Se entregó al placer del momento. Mientras se deslizaba al ritmo lánguido de la música perdió toda inhibición y deseó que ese momento se perpetuara.

Jordan dejó escapar un gemido gutural y deslizó los labios a lo largo de la barbilla de su esposa hasta llegar a la boca, besándola con suavidad en una comisura y luego en la otra con besos ligeros, provocativos, que la hicieron gemir de placer.

Las puertas del balcón estaban abiertas y Jordan la llevó con un elegante giro, hacia la semioscuridad. Ya en la terraza, se apoyó contra un pilar blanco, se estrechó todavía más contra ella y la besó como nunca la había besado. Cuando se separaron, los dos respiraban entrecortadamente.

– Creo, señora Caine, que deberíamos irnos a casa -dijo Jordan con voz enronquecida por la creciente pasión.

Kasey asintió, sus ojos resplandecían de deseo.

– Todo el mundo está pendiente de nosotros. Y en este momento, te juro que no soy responsable de mis actos.

Kasey ahogó una pícara risilla.

– Sólo necesito un minuto o dos para controlarme -dijo él con una sonrisa. Aspirando profundamente apretó la mano de su esposa-. ¿Lista?

Volvieron al salón y se abrieron paso entre las parejas que allí bailaban. Acababan de despedirse de sus anfitriones cuando una voz chillona les hizo darse la vuelta.

– ¡Jordan! ¿Ya te vas? -le preguntó Desiree a su cuñado.

– Ya es tarde, Desiree. Y Kasey y yo hemos tenido un día muy cansado -dijo Jordan con frialdad.

– Tienes que llevarme a casa y no me quiero ir todavía.

– Pues entonces coge un taxi -sugirió, lacónico-. ¿Dónde está David? No debería estar despierto tan tarde.

Desiree hizo un gesto desdeñoso con una mano.

– Se ha ido a casa hace horas. Le he dicho que tú me llevarías.

– Pues nosotros nos vamos ya.

Desiree vaciló y luego se encogió de hombros.

– Está bien. Supongo que yo también tendré que irme. Puedes llevarme a casa después de dejar a Kasey. Tiene aspecto de estar agotada.

Jordan miró a Kasey con el ceño fruncido.

– Vámonos -dijo y los tres bajaron juntos los escalones de la puerta de entrada.

Pronto estuvieron en el coche y en la dirección a casa. Y Kasey tuvo que admirar la habilidad de Desiree. Había conseguido maniobrar de manera que Kasey se sentara en el asiento de atrás del coche mientras ella se acomodaba al lado de Jordan. Kasey tuvo que controlar su enfado. ¡Un general en campaña no habría podido planear mejor su estrategia!

Kasey posó la mirada en la nuca de su esposo y la joven reprimió el impulso de inclinarse y besarle la cabeza.

Desiree movió en ese momento la mano y la posó en el brazo de su cuñado. La visión de esos dedos blancos y finos acariciando el brazo de Jordan hizo que Kasey volviera bruscamente a la realidad.

Desiree y Jordan… ¡qué rápido había olvidado! Había permitido que la atracción puramente física que sentía por su marido nublara su razón. Su cuerpo la había traicionado. Lo que sentía por Jordan era puro y simple deseo sexual. En ese momento, tuvo la sensación de que algo empezaba a morir lentamente en su interior.

Cuando Jordan detuvo el coche en la puerta del edificio en el que vivía con Kasey, la joven salió del coche sin mirar a su esposo. La había decepcionado.

Jordan dejó encendido el motor y acompañó a su esposa a la puerta.

– Estás preciosa.

Alzó una mano para apartarle un rizo de la frente y Kasey no pudo controlar el impulso de replegarse. Jordan se tensó y la miró extrañado.

– No tardaré más de media hora -dijo y volvió al coche.

Capítulo 8

Kasey tiró de las riendas de su caballo cuando llegó a la cima de la colina; desde allí se divisaba Akoonah Downs. Hacía una semana que estaba allí. Una semana sin Jordan.

Cuando Jordan había vuelto la noche de la fiesta después de dejar a Desiree, casi una hora después, Kasey estaba ya acostada. Lo había oído acercarse a la puerta, llamar con suavidad y pronunciar su nombre en un murmullo.

Cuánto había deseado Kasey en aquel momento correr hacia la puerta, abrirla de par en par y lanzarse a los brazos de su marido. Pero haciendo un enorme esfuerzo había conseguido reprimir aquel impulso.

Jordan había dado la vuelta al picaporte, pero la puerta había permanecido cerrada. Kasey había echado el cerrojo.

Una parte de ella ansiaba que Jordan echara la puerta abajo. Pero Jordan se había marchado. De modo que Kasey había permanecido acostada en la cama, sola y temblando por el deseo insatisfecho.

El día siguiente había sido de enorme tensión. Jordan se había encerrado en su estudio y había estado trabajando hasta muy tarde. Y el lunes por la mañana, cuando Kasey se había despertado, después de pasar una noche terrible, su esposo ya se había ido. Le había dejado una nota en la que decía que a causa de un problema surgido en la sucursal de Adelaide, tenía que ausentarse durante una semana.

Y Kasey había pasado aquel día sintiéndose todavía más abatida que la noche anterior. Incluso había cancelado una cita de trabajo porque se sentía incapaz de enfrentarse a la cámara y fingir alegría estando tan deprimida.

Cuando Jessie la había llamado aquella noche para decirle que su padre había sufrido un pequeño accidente, Kasey había decidido inmediatamente que debía ir a cuidarle. Jessie le había asegurado que su padre estaba bien, que sólo habían tenido que ponerle una escayola. Pero Kasey había insistido en ir allí. En huir de la casa de Jordan.

Kasey se quitó el sombrero para abanicarse; estaba acalorada. El sol de la mañana brillaba con fuerza y Jessie debía estar gruñendo porque había salido a galopar antes de desayunar.

Mike Beazleigh estaba sentado en la terraza, en su mecedora apoyando la pierna escayolada en un taburete. Jessie le había puesto sobre la mesita una taza de té.

Mike saludó a su hija cuando ésta pasó de camino al establo; dejó allí al caballo y fue a reunirse con su padre en la terraza.

– Llegas un poco tarde esta mañana -dijo Mike, mientras la joven subía por los escalones de madera-. Te han llamado por teléfono.

– ¿Quién? -Kasey se detuvo, y colocó de manera instintiva una mano sobre el poste de la terraza en busca de apoyo.

– Tu esposo.

– Oh -Kasey tragó saliva.

– Llegará mañana -dijo su padre con tranquilidad, incapaz darse cuenta de lo que aquellas palabras significaban para de Kasey.

Kasey bajó la mirada para que no descubriera su angustia, ¿para qué iría Jordan a Akoonah Downs?

Una fina capa de sudor humedeció la frente de la joven, y cuando Jessie se reunió con ellos para llevarles una tarta hecha en casa, Kasey se excusó, se sentía incapaz de comer un solo bocado.

¿Por qué la seguiría Jordan?


Kasey pasó su primera noche de insomnio desde que había llegado a la granja y ni siquiera fue a montar a caballo nada mas despertar, como le gustaba hacer todas las mañanas.

Estaba sentada frente al espejo del tocador, cepillándose con aire ausente su preciosa melena.

– Ve a ponerte guapa, mi niña -le había dicho Jessie-. Tu marido debe estar a punto de llegar, si la avioneta no llega con retraso.

Ponerse guapa. ¡Si Jessie supiera! Allí no había necesidad de exhibirse como la modelo Katherine Beazleigh o la envidiada señora de Jordan Caine. No había periodistas de las revistas del corazón en Akoonah Downs. Además, para Jordan ella era sólo un símbolo conyugal. Y una dudosa cortina de humo para encubrir la aventura que sostenía con la esposa de su hermano.

Por eso se había casado con ella. Por supuesto, sabía que sentía atracción física por ella, incluso aunque su primer encuentro sexual hubiera sido un fracaso. Kasey gimió con suavidad, asaltada por una desagradable combinación de sentimientos: nervios, temor, dolor, humillación… todo unido por el amargo sabor del fracaso.

Recordó la noche de la fiesta. Había estado en brazos de Jordan, ardiendo de deseo.

Kasey dejó el cepillo en el tocador y se puso de pie casi de un salto. Jordan estaba a punto de llegar a Akoonah Downs. ¿Para qué? Necesitaba estar sola, lejos del magnífico ático de su esposo, de su farsa matrimonial. Lejos de él. Quería analizar su vida sin distracciones. ¿Cómo podría hacerlo con la perturbadora presencia de Jordan?

Cogió su sombrero y decidió salir a dar una vuelta. No estaba preparada para enfrentarse a Jordan.

– ¿Adónde vas, criatura? -le preguntó Jessie, preocupada.

– A dar un paseo a caballo. Sólo hasta la cima de la colina.

– Pero Jordan llegará en cualquier momento -dijo el ama de llaves, secándose las manos en el delantal.

– Lo sé, no tardaré nada, lo prometo. Desde allí veré aterrizar la avioneta.

Kasey corrió al establo y ensilló a Minty. Minutos después, trotaba por la pendiente de la colina. Se detuvo a la sombra de un grupo de árboles, desmontó y escudriñó el cielo en busca de la avioneta.

La oyó antes de verla y observó las maniobras del piloto antes de descender a la pista, en medio de una nube de polvo.

Billy Saturday detuvo el jeep de la granja y esperó a que el pasajero bajara del avión.

Kasey contuvo el aliento mientras observaba a Jordan caminar hacia el coche y echar una bolsa de viaje en la parte trasera antes de sentarse al lado del granjero. Billy dejó al recién llegado a la puerta de la casa y éste desapareció bajo el techo del porche. En ese momento Mike y Jessie le estarían dando la bienvenida.

El instinto de Kasey la instaba a escapar, a galopar hacia las praderas, pero se quedó allí, paralizada, sabiendo que Jordan debía haberla visto.

E incluso cuando vio a Jordan dirigirse hacia el establo, salir luego montando en uno de los caballos y galopar hacia donde estaba ella, Kasey permaneció inmóvil.

Cuando la alcanzó, Jordan soltó la rienda del caballo y descendió de la montura para acercarse a su esposa.

– Hola, Kasey -su profunda voz estremeció a la joven-. Jessie me ha dicho que te encontraría aquí.

– Yo estaba… he salido a galopar un poco -dijo con voz trémula-. No deberías haber venido. Estaba a punto de volver.

– He pensado que necesitábamos hablar en privado -Jordan se detuvo a unos pasos de ella.

– Siento no haber podido llamarte al hotel de Adelaide…

Jordan sacudió una mano, un poco irritado.

– No he venido por eso -susurró con los ojos entrecerrados-. ¿Quieres que nos divorciemos? -preguntó sin más preliminares.

– ¿El divorcio? -repitió con un hilo de voz y alzó la mirada al severo perfil de su esposo. A pesar de lo absurdo de su matrimonio, era lo último que se esperaba.

– El divorcio -repitió Jordan y se volvió a mirarla-. La disolución de nuestro contrato matrimonial. ¿No es ésa la razón de que hayas venido a la granja?

Era evidente que le estaba costando controlar la ira y Kasey lo miró asustada.

– He venido aquí porque mi padre me necesitaba -consiguió decir con firmeza.

– De acuerdo -Jordan inclinó la cabeza-. Entiendo. Pero tengo la corazonada de que el accidente de tu padre sólo ha sido un pretexto para alejarte de mí. Así que… -puso los brazos en jarras-. ¿Quieres responder a mi pregunta? ¿Quieres el divorcio?