– Yo no… no había pensado… -farfulló Kasey, desconcertada. ¿Un divorcio al mes de matrimonio? Sin duda sería el más corto de la historia.

– Sin duda debes haber pensado en esa posibilidad -había un deje de sarcasmo en la voz de Jordan.

Kasey tuvo que admitir que había vuelto a la granja para alejarse de él. Pero en ningún momento había pensado en el divorcio. Tenía una enfermiza necesidad de escapar provocada por el miedo.

Kasey apretó los labios de manera involuntaria. Ella era la única culpable de que se hubieran casado. En muchas ocasiones había deseado cancelar el absurdo compromiso, pero no lo había hecho. Ni siquiera después de oír la conversación de Jordan con Desiree… Se mordió el labio, procurando apartar esa escena de su mente.

Y luego en la noche de bodas… Ni siquiera se atrevía a pensar en ello. Cómo había deseado no estar en la cama de Jordan. Y después…

Jordan se movió, sacándola con sobresalto de sus tristes recuerdos. Se alejó de ella y se apoyó en el tronco de un árbol.

– En realidad, no puede decirse que nuestro matrimonio haya sido un acierto, ¿verdad? -preguntó con aparente desenfado, como si estuviera hablando del tiempo.

– Supongo que no -musitó Kasey-. Pero… -¿por qué titubeaba? ¿No debería alegrarse de la sugerencia de su esposo?

– ¿Pero? -la instó Jordan.

– Mi padre se llevaría un disgusto tremendo -murmuró.

Jordan se volvió a mirarla, pero sus oscuras pestañas ocultaron la expresión de sus ojos.

– ¿Tú crees? -había incredulidad en su voz y Kasey se sonrojó ligeramente.

– Por supuesto.

– Es posible -convino Jordan-. Es un padre responsable. Pero también fue un contratiempo para él que nos casáramos.

– Porque hacía poco tiempo que nos conocíamos. Mi padre pensaba que debíamos esperar algún tiempo para conocernos mejor.

– Y parece que tenía razón.

Kasey no contestó a aquel comentario.

En efecto, debían haber esperado. ¡Esperado! Kasey tuvo que reprimir una risa histérica. Aquel era el momento menos oportuno para reír.

– Supongo que puedo entender lo que sentía -dijo Jordan y cuando advirtió la expresión de extrañeza de su esposa, explicó-: Tú eres su única hija. No es difícil imaginar que hubiera preferido que te casaras con un hombre del campo, con alguien como él. Al menos esa es la impresión que yo tuve. Yo soy un hombre de ciudad. Y a tu padre no le cae bien ese tipo de gente.

– Mi padre te aprecia sinceramente; incluso te admira, como te habrás dado cuenta. Lo único que le molestaba era que todo hubiera sido tan rápido.

Jordan rió.

– En realidad, no tuvimos un compromiso muy largo que digamos. Cuando tu hermano vino a verme un día antes de la boda, me hizo la pregunta acostumbrada.

– ¿Qué pregunta? -Kasey frunció el ceño.

– ¿Te has aprovechado de mi hermana y la has dejado embarazada?

Kasey se mordió el labio para evitar que temblara.

– Vaya ironía, cuando apenas habíamos llegado a besarnos -Jordan posó los ojos en su boca-. Aunque como te dije entonces, querida, yo también me preguntaba si el embarazo sería la causa de tu ferviente proposición.

– No lo era. Y siento que te molestara lo que Peter y…

– Me sentí halagado, Doncella de Hielo -murmuró con suavidad y Kasey lo miró a la cara, con un extraño dolor en el corazón-. Simplemente halagado.

– Yo… no… no sabré qué decirle a mi padre.

– Lo aceptará, Kasey. Y además seguro que le alegra poder decirte que él ya te lo había advertido.

– ¡Mi padre no es así! -protestó Kasey.

– Tendría todo el derecho del mundo, ¿sabes? -dijo-. En realidad, prácticamente no nos conocíamos -hizo una pausa-. Y desde luego, nos conocíamos mucho menos de lo que conoces a Parker, por ejemplo.

Kasey lo miró sinceramente asombrada y al comprender lo que había querido decir, enrojeció de vergüenza.

– Tengo entendido que crecisteis juntos.

– Mi padre trataba a Greg como a otro hijo.

– Pero no lo es.

Kasey lo miró extrañada.

– Tu padre nunca lo adoptó.

– No, por supuesto. Greg tiene a sus padres en Australia Occidental, pero… -se encogió de hombros -no se lleva bien con ellos. Se fue de su casa cuando tenía quince años y un año después apareció en Akoonah Downs buscando trabajo. Mi padre lo contrató y le dio la oportunidad que todos le habían negado.

– ¿Qué edad tenías entonces?

– Ocho años.

Jordan la miraba con ojos fríos, penetrantes.

– Entonces tu padre lo contrató y le enseñó todo lo que sabía.

– Supongo que sí. Greg aprendió con mi hermano. Eran muy buenos amigos, Greg y Peter. Bueno… los tres lo éramos.

– Sólo buenos amigos.

– Sí, sólo buenos amigos.

Jordan sonrió, los labios le temblaban de forma escalofriante mientras miraba a su esposa con ojos penetrantes.

– No lo creo, querida.

– ¿Qué quieres decir?

– Vi cómo te miraba Greg el día de nuestra boda. Si no hubiera sabido que está comprometido con otra mujer, habría dicho que está perdidamente enamorado de ti.

– Pues te equivocas -replicó Kasey, sofocada por la fuerza de sus sentimientos.

Una fría sonrisa curvó los labios de Jordan.

– ¿Qué ocurrió entre tú y Parker? ¿Tuvisteis una riña amorosa? Y luego, tú te fuiste a la ciudad con la esperanza de que él te siguiera y te suplicara que volvieras.

Kasey tenía la sensación de estar viviendo una pesadilla.

– No, por supuesto que no. ¿Por qué iba a hacer eso?

– Para doblegarlo. Para obligarlo a que te pidiera que volvieras a casa.

– ¡Eso es ridículo! No sabes nada de mí, de mi vida.

– No, ¿verdad? Pero sí sé que había algo más que amistad entre tú y Parker. Lo noté en sus ojos cuando te acercabas al altar por el pasillo de la iglesia. Así que… -se frotó la barbilla -me pregunto: ¿por qué un hombre enamorado de una chica, decide casarse con otra? Todo un dilema.

– Dilema en el que has estado pensando desde el día de nuestra boda, ¿no es cierto? -Le espetó Kasey-. Escucha, eres tú el que ha convertido en dilema algo inexistente. Además, eso no tiene nada que ver con lo nuestro. Desde que nos casamos no he visto ni una vez a Greg. De modo que tu teoría puede irse al cubo de la basura.

Jordan rió con amargura.

– Y en cuanto me he ido unos días, has vuelto aquí.

– Greg está en Perth visitando a sus padres -replicó Kasey-. Ya te he dicho que he venido a ver a mi padre.

– Sí -contestó Jordan con aparente tranquilidad y Kasey permaneció con los labios apretados y echando chispas por los ojos.

Ninguno de los dos habló; sólo el ruido de los cascos de los caballos perturbaba el pesado silencio.

Jordan fue el primero en romperlo.

– Quizá deberías considerar mi propuesta de divorcio con seriedad -dijo-. A menos que quieras intentar la anulación. Después de todo, creo que es lo más honesto que podemos hacer, ¿no te parece?

Kasey resistió el impulso de darle una bofetada.

– Piénsalo, querida -insistió con cierto aire burlón-. Ahora creo que lo mejor será que volvamos a casa.

Desató las riendas del caballo de Kasey se las pasó, y luego montó en su caballo.

Descendieron por la colina a paso lento, sin hablar. ¿Cómo se habría enterado Jordan de lo que sentía por Greg?, se preguntaba Kasey. Miró a su marido por el rabillo del ojo cabalgando perfectamente y la joven se preguntó dónde y cuándo había adquirido esa habilidad.

¡Qué poco sabía de su marido! Kasey sofocó una súbita oleada de autocompasión. Estaba segura de que su misma secretaria particular sabía más sobre él que ella.

Invadida por una profunda sensación de tristeza tuvo que hacer un enorme esfuerzo para no echarse a llorar, para no dar rienda suelta a su dolor. ¡Hacía tanto tiempo que el dolor parecía formar parte de su vida! Sobre todo desde que había oído sin querer la conversación de Jordan y Desiree… ¡No! Desde que Greg le había dicho que se iba a casar con Paula.

Comprendió, de repente, que el dolor que había sentido por la traición de Greg era una mera sombra en comparación con la angustia de imaginar a Jordan en brazos de su cuñada. Pero eso era ridículo. ¿Qué le estaba ocurriendo?

La verdad la golpeó como un relámpago inesperado. En aquel momento lo vio todo con una increíble claridad. Comprendía la razón por la que había dejado que la boda se celebrara, por qué había escapado de Jordan en cuanto había tenido una oportunidad… ¡Estaba enamorada de él! Y la profundidad de su amor convertía en un juego de niños lo que había sentido por Greg.

Desmontaron en el establo y luego se dirigieron a la casa.

Kasey se sentía como si la hubieran golpeado con una maza. ¿Enamorada de Jordan Caine? ¡No era posible! El amor era algo dulce… ¡No! ¡Aquella había sido su fantasía infantil! Lo que sentía por Jordan no era dulce ni infantil. ¿Qué pensaría él si descubriera el sentimiento que había despertado en ella?

Aquello era una locura. Había descubierto la profundidad de sus sentimientos hacia Jordan el mismo día que éste le había pedido el divorcio. ¿Cambiaría de idea si ella le confesaba que se había enamorado de él? Pero Kasey tenía demasiado orgullo para confiarle sus sentimientos.

Jordan procuraba no acercarse a ella y Kasey apresuró el paso hacia su casa.

Mike y Jessie estaban en la terraza, observándolos acercarse. El padre de Kasey sonreía bonachonamente, mientras los astutos ojos de Jessie parecían adivinar que las cosas no andaban bien.

– Veo que la has encontrado -dijo Mike, con una sonrisa luminosa-. Siempre ha sido muy inquieta. Espero que no le sueltes demasiado las riendas.

Kasey se puso tensa y dirigió a su padre una mirada de reproche. Jordan sonrió, pero no comentó nada.

– Iré a cambiarme -dijo Kasey, pero Jessie la detuvo.

– ¡Nada de eso! Estás muy bien. Siéntate y toma este té que acabo de preparar -Kasey vaciló antes de sentarse, obediente, en una silla-. Jordan acaba de llegar, así que no creo que le guste que desaparezcas tan pronto -añadió la buena mujer-. ¿No es cierto, Jordan?

– Definitivamente.

Kasey lo miró y notó el irónico humor que curvaba sus labios.

– Y así debe ser -continuó Jessie, mientras servía el té y entregaba las tazas humeantes a Kasey y a Jordan-. Toma un panecillo, Jordan. Acaban de salir del horno -Jessie se volvió hacia Kasey y, cuando la joven rechazó el panecillo que le ofrecía, la mujer frunció el ceño-. Come algo, criatura. No has comido en todo el día. ¡Con razón estás tan flacucha! Media tostada para el desayuno, poco más de un hoja de lechuga para el almuerzo. ¡Uf! -sacudió la cabeza.

– Nunca he comido mucho, lo sabes, Jessie -Kasey se descubrió cogiendo un panecillo y dándole un mordisco.

– Estás demasiado delgada -Jessie se sentó.

– Cenaré bien esta noche -se justificó Kasey con tono enfurruñado, percibiendo el frío escrutinio de Jordan y deseando encontrar algo que decir para apartar de sí misma el tema de conversación.

– ¿No crees que ha adelgazado, Jordan? -insistió Jessie, volviéndose hacia él.

Jordan arqueó las cejas y recorrió con una fría mirada a su esposa. Por fin la miró a los ojos. Su expresión era imperturbable, enigmática.

Kasey seguía atenta a cualquier cambio que se produjera en la actitud de su esposo.

– Mirándolo bien, es verdad, has adelgazado -intervino Mike-. Pero sigues estando guapísima -añadió con una amplia sonrisa.

– Estás pálida y demacrada -continuó Jessie, implacable-. ¿No te lo he estado diciendo esta última semana? Y mira las ojeras que tienes.

Mike frunció el ceño.

– Es cierto, estás pálida, hija. ¿Estás segura de que no estás enferma?

– Quizá sea sólo el cambio de clima -sugirió Jordan y Kasey se encogió de hombros.

– Es probable -no lo miró.

– No estarás embarazada, supongo -dijo Jessie con su habitual franqueza y a Kasey estuvo a punto de caérsele la taza de té.

El ama de llaves la miraba fijamente. Kasey no podía soportar aquellos penetrantes ojos que parecían leer sus pensamientos desde que era niña.

– ¡No! -exclamó la joven, y sacudió la cabeza enfáticamente-. ¡Sólo llevamos casados un mes!

– Eso no cuenta mucho en estos tiempos.

– ¡Jessie! -Kasey no se había sentido tan abochornada en su vida.

– Bien, pues suele suceder, ¿sabes?

– Jessie, por favor…

– ¿Le bastaría saber que estamos trabajando en ello? -intervino Jordan, asombrando a Kasey y acrecentando su incomodidad.

¿Qué estaba diciendo Jordan? ¿Por qué alardear de una intimidad que no existía cuando media hora antes hablaba de divorcio? Aquello haría más difícil decirle a su familia que pensaba separarse.

Mike se echó a reír e incluso Jessie sonrió.

– Soy una vieja entrometida, ¿verdad? Pero he estado muy preocupada por esta muchacha desde que vino a casa. La conozco desde que es una niña y en cuanto llegó, me di cuenta de que había algo que la preocupaba. Pero ahora que estás aquí, Jordan, estoy segura de que se animará. Seguro que te echaba de menos.