– Jordan, no entiendo por qué tenemos que… que insistir -dijo Kasey, sacudiendo la cabeza-. ¿No podemos olvidarlo simplemente?

Se hizo un tenso silencio en el que casi se podían oír los latidos de sus corazones. Después, Jordan la agarró del brazo con firmeza y la hizo volverse hacia él.

– ¡Olvidarlo? ¿Tú podrías, Kasey? ¿Eres capaz de olvidar lo que ha ocurrido?

Kasey se encogió de hombros.

– Por supuesto -susurró con una voz que sonó extraña a sus propios oídos.

– ¿Estás tomando precauciones? -preguntó de repente Jordan sin ambages y Kasey lo miró asustada.

Fue incapaz de pronunciar palabra, así que se limitó a negar con la cabeza.

Algo brilló en la fría expresión de los ojos de Jordan.

– Bien, pues me temo que yo tampoco venía preparado.

– Eso no… no significa que… que yo me haya quedado…

Jordan sonrió, fue una sonrisa tensa, fría, casi una mueca.

– Te aseguro que no eres la primera que pronuncia esas palabras.

Un millón de ideas absurdas bulleron en la mente de la joven. Incluso se atrevió a desear que… Pero estaba siendo ridícula. No quería atrapar así a su esposo. Quería más. Mucho más.

– Jordan, esto es… ¡Oh, por todos los santos, no quiero hablar de ello! Tienes mi palabra de que no voy a chantajearte o a oponerme a tu demanda de divorcio. Lo de anoche fue un error.

Jordan seguía agarrándola del brazo.

– Mi error -dijo con acritud y lanzó una carcajada, áspera y amarga-. El error más grande de mi vida -repitió con suavidad.

Y aquellas palabras hirieron a Kasey en lo más profundo de su ser. Jordan estaba admitiendo que lo de la noche anterior sólo había sido un desliz que nunca se volvería a permitir. Todo un error. Como su matrimonio.

Kasey se obligó a apartarse de él, a alejarse del inquietante influjo de su cercanía e intentó hacer acopio del poco orgullo y aplomo que le quedaban.

– No tienes que seguir culpándote. El error fue mío. Soy yo la que… -tragó saliva-, quien te incitó… tú estabas dormido, soñando y yo te seduje.

Jordan esbozó una sonrisa desdeñosa, amarga.

– Eres muy magnánima al hacer semejante declaración, pero me temo que no me habría podido seducir si yo no hubiera querido.

Antes de que Kasey pudiera replicar, Billy Saturday apareció con dos caballos ensillados.

– ¿Va al estanque, señorita Kasey? -preguntó el mozo de cuadra-. Nade por mí, que tengo bastante calor.

Kasey había comenzado a bajar los escalones cuando Jessie salió de la casa.

– Ah, menos mal que no te has ido, Jordan. Te llaman por teléfono. Es un tal Terry Joseph.

– Gracias, Jessie -dijo con tono de fastidio y entró en la casa.

– Espero que no sean malas noticias -deseó el ama de llaves-. El joven que ha llamado parecía un poco consternado.

Kasey subió por la escalera otra vez.

– Espero que no le haya pasado nada al hermano de Jordan.

Jessie asintió y ambas entraron en la casa. Jordan estaba colgando el auricular cuando llegaron a la sala. Su marido seguía parado allí, de espaldas a ellas.

– Jordan -dijo Kasey con suavidad-. ¿Le ha ocurrido algo a David?

Él se volvió y sacudió la cabeza.

– No. David está bien -suspiró-. Terry me ha comentado que hay un problema en la sucursal de Adelaide -miró con aire pensativo a Jessie-. ¿Puede llevar pasajeros esa avioneta que ha traído los repuestos para el tractor de Mike?

– Supongo que sí -respondió Jessie-. ¿Pero tienes que irte? Creíamos que te ibas a quedar hasta el fin de semana, hasta la boda de Greg.

Jordan miró a Kasey y luego bajó la mirada.

– Pero supongo que ese asunto es importante -continuó Jessie-. Iré a ver a Norma Main para ver si todavía no se ha ido el avión.

Jordan salió al pasillo y Kasey lo siguió.

Hubiera deseado suplicarle que no se fuera, pero el orgullo se lo impidió.

– ¿Es grave el problema? -preguntó con voz pausada.

Jordan se detuvo y se volvió a mirarla.

– Quiero decir, ¿podrás volver… -Kasey hizo una pausa-, este fin de semana?

– No estoy seguro -se pasó una mano por la nuca-. Terry podría resolver el problema de negocios, pero hay algo más. Desiree ha aparecido en la oficina esta mañana buscándome. Le ha dicho a Terry que piensa dejar a David.

Capítulo 11

Kasey se sentía como si le hubieran asestado una puñalada. ¡Desiree! No era un problema en la oficina el que impulsaba a Jordan a volver a la ciudad, sino su cuñada. Desiree tiraba de las cuerdas y Jordan se movía. Siempre sería así. Kasey había sido una estúpida al pensar que las cosas podían cambiar.

Posiblemente, después de aquello Desiree dejaría a su esposo, se convertiría en una mujer libre y Kasey volvería a quedarse sola, terriblemente sola.

– Tendré que ir a hablar con ella -señaló Jordan.

La historia se repetía. ¿No era algo parecido lo que le había dicho en su noche de bodas?

– Sólo Dios sabe en qué embrollo se habrá metido -Jordan seguía frotándose la nuca para calmar la tensión de sus músculos.

– Desiree está lo bastante crecidita para salir por sí misma de su embrollo -se oyó decir Kasey, y Jordan la miró con los ojos entrecerrados. La joven soltó una carcajada histérica-. Pero no, el buenazo de Jordan está siempre dispuesto a ir en su ayuda.

– ¿Kasey?

Ella no entendió ni quiso entender el tono interrogante de la voz de su esposo. Lo único que sabía era que debía escapar, huir de él antes de derrumbarse y traicionarse a sí misma suplicándole que no se fuera, que se quedara con ella, que la amara tanto como ella a él. Pero eso sería como aullar a la luna. Jordan amaba a Desiree y siempre la había amado. No sin esfuerzo, consiguió controlarse.

– Bien, como suele decirse, si tienes que irte… vete -dijo intentando no demostrar su angustia-. Y más vale que te des prisa; me parece que ya se acerca la avioneta.

Kasey volvió sobre sus talones y corrió hacia el pasillo, bajó rápidamente la escalera y arrancó las riendas de las manos del azorado Billy; montó en su caballo y se alejó de allí a galope.

Las lágrimas le bañaban el rostro, nublando su vista mientras dejaba que el caballo siguiera su curso. Un momento después el animal se detuvo, para pastar a su antojo.

Kasey se estremecía mientras los sollozos sacudían su cuerpo, hasta que por fin enjugó sus lágrimas con el dorso de la mano. Miró a su alrededor, y se dio cuenta de que no había ido muy lejos. Se volvió a mirar la casa a tiempo de ver el jeep detenerse al lado de la avioneta. Una figura alta, con camisa blanca, descendió del jeep para subir al aeroplano y un momento después el jeep volvió a la granja.

Jordan acudía a la llamada de Desiree. Kasey oyó el ruido de los motores de la avioneta cobrar vida. Así que Desiree tenía razón el día que le advirtió que terminaría arrebatándole a Jordan; Jordan siempre volvía a ella.

La avioneta avanzó y Kasey se enjugó las lágrimas. Ya era demasiado tarde. La pequeña avioneta estaba al final de la pista.

El tren de aterrizaje de la avioneta dejó la pista y luego, para horror de Kasey, la aeronave se precipitó contra la tierra rojiza y seca.

Todo ocurrió en unos segundos, pero para Kasey, que estaba montada en su caballo y mirando con aterrada incredulidad, todo pareció acontecer a cámara lenta. La avioneta se había estrellado ante sus ojos. No podía recordar el sonido, pero la imagen había quedado impresa de manera indeleble en su memoria.

El humo comenzó a ascender en espiral. ¡Fuego! ¡No, no!

Espoleó el azorado caballo.

¡No! ¿Estaba gritando realmente o la palabra resonaba tan sólo en su mente? ¡No! ¡No! ¡Jordan no! ¡Por favor… Jordan no!

Galopó colina abajo durante lo que le pareció una eternidad, y al llegar a la llanura, enfiló hacia el lugar del accidente. Cuando llegó allí, oyó que el jeep frenaba detrás de ella. Kasey desmontó con presteza y el caballo se espantó.

Oyó que alguien la llamaba por su nombre, pero no hizo caso mientras corría hacia el aeroplano. Y hacia Jordan.

– ¡Jordan! -gritaba histéricamente mientras se acercaba, repitiendo el nombre de su esposo una y otra vez.

Una figura en camisa blanca salió del aeroplano, trastabilló y cayó inmóvil al suelo.

– ¡Jordan!

Oyó pasos cerca de ella y un momento después alguien la cogió por las piernas y la tiró al suelo.

– ¡No te muevas! -le susurró alguien al oído, aprisionándola con su cuerpo.

Kasey intentó soltarse, pero la empujaron otra vez hacia el suelo. Antes de que pudiera balbucear algo, una espantosa explosión la ensordeció.

Cuando Kasey volvió en sí estaba tumbada en el suelo de madera de la terraza. ¿Por qué estaba allí? ¿Se había desmayado? Trató de moverse. Le dolía todo el cuerpo. Abrió la boca y sintió la aspereza del polvo entre los dientes. Debía haberse caído… ¡No! La habían tirado.

Recordó todo de repente. La avioneta que se estrellaba. El fuego. ¡Jordan! ¡Oh, Jordan! ¡No! Jordan en el suelo y luego la explosión.

Las lágrimas corrieron por sus mejillas, dejando huellas en el polvo, mientras intentaba incorporarse.

– ¡Jordan!

– ¡Shh! Tranquilízate, mi niña -la apaciguó Jessie, mientras le limpiaba el rostro con un paño húmedo. Sostuvo un vaso ante los labios de la joven, instándola a que se enjuagara la boca.

– Oh, Jessie -exclamó Kasey con desesperación-. Jordan… ¿está…?

Alguien deslizó un brazo por sus hombros y la atrajo contra su pecho.

– No puede estar muerto -sollozó desconsolada Kasey.

– Kasey, no llores, mi amor. No llores.

Estaba segura de que podía oír su voz, percibir su almizclado perfume, sentir el vigor de sus consoladores brazos. Tragó saliva, se puso tensa y levantó lentamente la cabeza, parpadeando para disipar las lágrimas.

– ¿Jordan? -balbuceó y alzó una mano hacia el rostro masculino, le acarició la barbilla, la mejilla, la nariz, la boca-. ¡Oh, Jordan! -susurró-. Creía que estabas…

Jordan la silenció poniéndole un dedo en los labios. Kasey lo miró entonces a los ojos y al verlos inflamados de amor sintió que el corazón le iba a estallar en el pecho. Luego Jordan inclinó lentamente la cabeza hacia ella. Su beso fue tierno y suave al principio; luego, intenso y apasionado.

– Había oído hablar de la respiración boca a boca, pero esto es exagerado -oyeron decir a Jessie con tono divertido.

– Pero entonces… ¿quién…? Oh, Jordan, estaba segura de que… he visto el humo…

– Ha sido algo lamentable -dijo Jessie-. Tu padre está dentro llamando por radio al médico. El piloto tiene algunas quemaduras y creemos que se ha roto el peroné. Ha tenido mucha suerte. Y ahora, ya basta. Hay que lavarte, criatura. Llévala dentro, Jordan.

Jordan iba a cogerla en brazos, pero ella se esforzó por poner se de pie.

– Puedo andar -dijo, apoyándose en su marido-. Creo -añadió mirándose la ropa y tratando de quitarse el polvo que la cubría.

– Los dos necesitáis una buena ducha y luego tú deberías meterte en la cama.

– Oh, Jessie, estoy bien -protestó Kasey.

– He dicho que te acuestes. Te has llevado un susto tremendo -le dijo el ama de llaves con firmeza-. Le pediré a Jordan que te suba una taza de té cuando estés lista.

En medio de una bruma de aturdimiento, Kasey se duchó, se puso un camisón y se metió en la cama. En esa cama que había sido testigo de su febril abrazo amoroso con Jordan.

¿Realmente la había besado su esposo de manera tan apasionada delante de Jessie? ¿O había soñado? Se tocó los labios y se estremeció.

Oyó un golpecito en la puerta y luego Jordan entró. Después de cerrar, fue a dejar una taza de té en la mesilla de noche, a la cabecera de la cama. Olía a jabón y llevaba puesta una bata negra, la misma que llevaba la mañana que Kasey se había despertado en su apartamento.

Era increíblemente atractivo. ¿Sería la febril imaginación de Kasey la que le hacía recordar un encuentro apasionado en sus brazos?

Jordan se sentó a su lado al borde de la cama, sin despegar los ojos de los de ella. Apoyó una mano a cada lado de la joven, luego sacudió la cabeza lentamente y la estrechó en sus brazos.

Kasey le pasó las manos por la espalda, firme, musculosa.

– Creía que habías muerto -murmuró y un sollozo se le ahogó en la garganta-. Cuando te he visto bajar del avión y caerte en el suelo, he pensado que… -sacudió la cabeza.

Jordan se apartó de ella, para volver a mirarla a los ojos. Le enmarcó el rostro con las manos, acariciándole con los pulgares los temblorosos labios.

– Ese no era yo, Kasey -dijo con suavidad.

– Pero yo he visto…

– Era el piloto -dijo él-. Cuando te has ido, me he quedado parado en el pasillo tratando de convencerme de que no estabas celosa de Desiree, que sólo eran imaginaciones mías. Porque si estabas celosa eso significaba que me querías. ¡Ah, cómo deseaba creerlo, Kasey! -suspiró-. Nunca sabrás cuánto quería creer eso.