– Entonces, ¿no se me permite llorar su muerte? -preguntó Cailin con amargura.

– Puedes llorar la manera en que han llegado a su final -dijo Ceara, -pero no les llores a ellos. Ellos han ido a un lugar mejor. Ahora tómate el desayuno, Cailin Druso. Necesitas recuperarte si quieres cuidar de Brenna.

– Señora, no me tratéis como a una niña estúpida.

– Pues no te comportes como una niña -replicó Ceara con una leve sonrisa, levantándose de la silla. -Por tu aspecto eres una muchacha adulta, y nosotros no somos gente ociosa. Tendrás que ganarte el pan, con lo cual dispondrás de poco tiempo para compadecerte de ti misma.

Se volvió y empezó a servir el desayuno a los demás, que ahora entraban en la sala.

– No dejes que mi abuela te avasalle -le aconsejó Corio con una sonrisa cuando vio que Cailin miraba con furia a Ceara, que estaba vuelta de espaldas. -Es famosa por su corazón bondadoso. Sólo pretende impedir que te perjudiques a ti misma.

– Tiene una manera extraña de demostrarlo -masculló Cailin.

– ¿Quieres que te cuente cosas de la familia? -preguntó Corio en un intento por distraerla. Ella asintió y él comenzó: -Aunque nuestro abuelo tuvo diez hijos, sólo tres viven en esta aldea: mi padre Epilo y mis tíos Lugotorix y Segovax, hijos de Bryna. Los otros y sus familias están repartidos en las otras aldeas de la fortificación de los dobunios. Nuestro abuelo tiene cinco esposas.

– Creía que sólo eran cuatro.

– Cuatro vivas, pero tuvo un total de cinco. Bryna se marchó a las Islas de los Bienaventurados hace unos años. Después, hace dos años, Berikos se casó con una mujer llamada Brigit. No es una dobunia, sino una catuvellaunia. Nuestro abuelo se pone en ridículo con ella. No es mucho mayor que tú, Cailin, pero es increíblemente malvada. Mi abuela es la esposa principal de Berikos, pero si Brigit decide oponerse a las decisiones de Ceara, Berikos apoya a Brigit. Eso está muy mal, pero le divierte alentarla en contra de sus otras mujeres. Afortunadamente Brigit es feliz dejando a mi abuela y Maeve sus responsabilidades domésticas. No son su fuerte. Prefiere pasar los días en su propia casa, perfumándose y preparándose para el placer de mi abuelo. Cuando se aventura a salir, la acompañan dos criadas que se anticipan a todos sus deseos. Dicen que conserva a nuestro abuelo gracias a un encantamiento y a pociones secretas.

Tres hombres altos, uno de ellos de cabello oscuro y los otros dos de pelo como el de Cailin, se sentaron junto a ellos.

– Madre dice que eres la hija de Kyna -dijo el de pelo oscuro. -¿Eres la hija de nuestra hermana, hermosa muchacha? Yo soy Epilo, el padre de este apuesto joven e hijo menor de Ceara y Berikos.

– Sí, soy la hija de Kyna y de Gayo Druso. Me llamo Cailin -respondió ella.

– Yo me llamo Lugotorix -se presentó uno de los de pelo castaño- y éste es mi hermano gemelo Segovax. Somos hijos de Bryna y Berikos.

– Mis hermanos, Tito y Flavio, también eran gemelos -dijo Cailin, y entonces, para su mortificación, las lágrimas empezaron a resbalarle por las mejillas. Desesperadamente intentó enjugárselas.

Los tres hombres de más edad desviaron la mirada, dando a la muchacha tiempo para recobrarse mientras Corio pasaba un tímido brazo por los hombros de su prima y le daba consuelo. Aquello fue una desdicha para Cailin, pero logró encontrar humor en la situación. El pobre Corio estaba tratando de consolarla, pero en realidad su bondad estaba a punto de provocarle un ataque de histeria. Ella necesitaba llorar y sentir dolor por su familia, pero no ahora. No allí. Tendría que ser más tarde, en un lugar privado donde nadie viera sus lágrimas. Cailin respiró hondo y se tranquilizó.

– Estoy bien -dijo, apartando el brazo protector de Corio.

Sus tres tíos la miraron y Epilo dijo:

– Veo que todavía llevas tu medallón.

– No estoy casada -les dijo.

– Dentro de tu medallón hay un trocito de cuerno de ciervo y una gotita plana de ámbar dentro de la cual hay una diminuta flor perfectamente conservada -explicó Epilo. -¿Tengo razón, Cailin?

– ¿Cómo sabéis lo que contiene mi amuleto? -preguntó ella, sorprendida. -Creía que mi madre y yo éramos las únicas que lo sabíamos. Ni siquiera mi abuela sabe lo que hay dentro. Está bendecido.

– Sí, pero no por ninguna de tus falsas deidades romanas -respondió él. -El cuerno de ciervo está consagrado a Cernunnos, nuestro dios de la caza. El ámbar es un pedazo de Dana, la Madre Tierra, tocada por Lug, el sol; la flor atrapada en su interior significa fertilidad, o Macha, que es nuestra diosa de la vida y la muerte. -Sonrió a Cailin. -Los hermanos de tu madre te enviaron esta protección incluso antes de que nacieras. Creo que te ha mantenido a salvo para que algún día pudieras venir a nosotros.

– No lo sabía -admitió Cailin con voz suave. -Mi madre hablaba poco de su vida anterior a su matrimonio. Creo que la única manera de no echar de menos a los que amaba fue apartarlos de su mente por completo.

Epilo sonrió.

– Cuánto la conocías, Cailin. Tanta sabiduría en una persona tan joven es de admirar. Te doy la bienvenida a la familia de tu madre. Imagino que mi padre no lo ha hecho. Nunca ha podido perdonar a Kyna el haberse casado con Gayo Druso, y esa actitud orgullosa le ha costado un alto precio. Amaba muchísimo a madre. Ella era su alegría.

– ¿Por qué odia a los romanos o a todo lo que tiene alguna relación con su cultura? Hace muchos años que en estas tierras no hay ningún romano auténtico La familia de mi padre se ha casado con britanos durante tanto tiempo que queda poca sangre romana nosotros. Sólo mi primer antepasado era romano puro. Sus hijos se casaron con chicas dobunias igual que padre.

– Nuestro padre es un hombre atrapado en el pasado -dijo Lugotorix. -Las glorias pasadas de los dobunios. Un pasado que empezó a desvanecerse y cambiar con la llegada de los romanos siglos atrás. Nuestra historia no está escrita, Cailin Druso. Es una historia oral, y Berikos puede recitar esa historia como un bardo. Ceara, que está más próxima a él en edad, cuerda a Berikos cuando era joven. Siempre estuvo entregado a nuestro pueblo y su pasado. Sabía que algún día nos gobernaría y en secreto ansiaba restaurar la antigua gloria de los dobunios. Cuando las legiones marcharon, Ceara dijo que lloró de alegría, pero desde entonces pocos cambios se han producido en Britania

»Aun así, vio la desintegración de las ciudades construidas por los romanos y de su forma de gobernar Vortigern, que se hace llamar rey de los britanos, jamás ha consolidado realmente las tribus. Ahora es viejo y tiene auténtico poder sobre los dobunios ni sobre ningún otro celta. Para Berikos, la boda de tu madre con padre fue una gran traición. Él tenía previsto casa con un guerrero llamado Carvilio. Nuestro padre esperaba que Carvilio le ayudara a recuperar todo el territorio dobunio perdido con los romanos en el transcurso de los años, pero no pudo ser así. Kyna amaba a Gayo Druso y el sueño de nuestro padre murió.

– No sé nada del pueblo de mi madre. Tendré que aprender muchas cosas si quiero comprenderlo -dijo Cailin. -Mi abuela dice que no podemos regresar a mi hogar. Dice que mi primo Quinto Druso me matará para quedarse con las tierras de mi padre. He de convertirme en una dobunia, tíos. ¿Será posible?

– Eres hija de Kyna -respondió Epilo. -Ya eres una dobunia.

CAPÍTULO 03

La aldea donde Cailin se encontraba era la principal aldea de la colina de los celtas dobunios. Era una fortificación típica de los poblados célticos en Britania. Había quince casas en el interior de las murallas, y la de su abuelo era la más grande. Todas las moradas salvo la de Berikos estaban construidas con madera, paredes de barro y zarzos y techo de paja. Había otras diez aldeas que pertenecían a la colina de los dobunios, pero cada una sólo tenía ocho casas.

Aunque las casas eran confortables, distaban mucho de la villa en que Cailin había crecido. Los suelos de la villa eran de mármol o mosaico. El suelo de la casa de su abuelo era de piedra, y en las otras casas era de tierra dura. Las paredes de la villa eran de escayola, pintadas y decoradas. Cailin tuvo que admitir que las paredes de barro y zarzo, aunque no eran bonitas, protegían de la lluvia y el frío. Al fin y al cabo, éste era el verdadero fin de una pared. En la villa de su padre disponía de un pequeño dormitorio para ella sola. En la casa de su abuelo compartía un confortable espacio para dormir con Brenna. Estaba construido en la pared y a Cailin le parecía bastante acogedor.

– No estás nada mimada -observó Ceara mientras Cailin desenvainaba guisantes para ella una tarde. -Habría dicho que al haber sido educada como lo fuiste, rodeada de esclavos, sabrías poco y te quejarías mucho.

– Me enseñaron que en los primeros días de Ron las mujeres, incluso las del orden social más elevado eran laboriosas y conocían las artes domésticas. Se encargaban personalmente de sus hogares. Aunque la familia de mi padre ha vivido en Britania centenares años, esos valores se conservaron. Mi madre me enseño a tejer y cocinar, entre otras cosas. Algún día seré una buena esposa, Ceara.

Ceara sonrió.

– Sí, creo que sí. Pero ¿quién será tu esposo, Cailin Druso? Me sorprende que todavía no te hayas casado.

– No había nadie que me gustara, Ceara -dijo Cailin. -Mi padre intentó emparejarme una vez, pero no quise. Elegiré a mi esposo cuando llegue el momento. Por ahora, necesito ser libre para cuidar de mi abuela y ganarme el pan. Hay muchas cosas que no sé.

Ceara guardó silencio. En el festival de Lug, después de la cosecha, se celebraría una gran reunión de todos los habitantes de la colina de los dobunios. Quizá a habría algún joven que agradara a Cailin. Tenía quince años, empezaba a superar la edad casadera. Sin embargo Ceara conocía a todos los jóvenes de las diversas aldeas No se le ocurría ninguno que pudiera ser adecuado.

Cailin necesitaría un marido antes de que finalizara el año. Brenna no viviría mucho más tiempo. Aunque no parecía haber resultado herida de gravedad en el incendio de la villa, sus pulmones probablemente se habían abrasado con el calor y el humo. No había recuperado su fuerza. Pasaba casi todo el tiempo sentada durmiendo. Caminar, aunque sólo fuera una corta distancia, la agotaba, de modo que Corio la llevaba de lado a otro para que pudiera participar en la vida familiar. Si Cailin no veía a su abuela extinguirse poco a poco, Ceara y Maeve sí.

La vida cotidiana en la aldea de Berikos giraba en torno al cultivo de los campos y el cuidado del ganado. La tierra pertenecía a la tribu en común, pero la propiedad del ganado separaba las clases sociales. Berikos poseía un nutrido rebaño de animales de cuernos cortos que se empleaban para obtener leche, carne y a veces se vendían, y también poseía ovejas que daban una lana de excelente calidad. Cada hombre de su familia tenía al menos dos caballos, pero Berikos tenía una manada. Poseía también gallinas, gansos y patos, y criaba cerdos. El cerdo celta era famoso en todo el mundo occidental, y los dobunios lo exportaban de manera regular. Berikos también criaba perros de caza de los que se sentía muy orgulloso.

Cailin aprendió a trabajar en el huerto de Ceara. Era un tipo de tarea que su familia dejaba para los esclavos, pero aunque le disgustó el estado de sus manos después de varios días de trabajo, Cailin se enteró a través de su prima Nuala, la hermana pequeña de Corio, de que una crema de grasa de oveja derretida le curaría las manos enrojecidas o cualquier parte de su piel que requiriese cuidados.

Nuala, que tenía casi catorce años, se llevaba a Cailin consigo cuando iba a vigilar las ovejas. A Cailin le gustaban esas horas que pasaba en las verdes colinas. Nuala le contó todo lo que necesitaba saber acerca de su familia dobunia, y Cailin a su vez le relató su vida antes de que su familia fuera asesinada. Era la primera verdadera amiga de Cailin. Se comportaba de un modo mucho más amable que las chicas britano-romanas con las que se había criado, y era más aficionada a las diversiones. Era más alta que Cailin y tenía un magnífico pelo oscuro que llevaba largo y unos vivos ojos azules.

Cailin raras veces veía a su abuelo y consideraba este hecho una bendición. Él pasaba las noches con su joven esposa Brigit, en la casa de ella. Sin embargo, Brigit no cocinaba al gusto del anciano, por lo que éste tomaba sus comidas en el comedor de su casa. Cailin evitaba a Berikos por Brenna, pero él no la había olvidado.

– ¿Es inútil como todas las mujeres romanas? -preguntó a Ceara un día.

– Kyna le enseñó a cocinar, a tejer y coser -le respondió Ceara. -Lo hace bien. Esa costilla que roes con tanta fruición la ha preparado Cailin.