Esta vez el beso de Wulf fue más firme, y ella sintió que sus labios cedían ligeramente bajo los de él. Cailin ahogó un débil grito cuando la punta de la lengua de Wulf le rozó la boca suave y sensualmente. La cabeza empezó a darle vueltas. Cailin rodeó a Wulf con los brazos para mantenerse firme, pues tenía la sensación de que se estaba cayendo.

Él se apartó de sus labios y hundió la cabeza en su pelo.

– Tienes un gusto delicioso, ovejita, y hueles de maravilla. Nunca había conocido a una chica que oliera tan bien. ¿A qué se debe? -Bajó la mirada a los ojos de Cailin y ésta se sonrojó una vez más. -¿Siempre te sonrojarás cuando te mire? -le preguntó con voz suave. -¡Eres tan hermosa!

– Me parece que exageráis, señor.

Entonces se dio cuenta de que le estaba rodeando con los brazos y protestó.

– Me gusta que me abraces, ovejita. Creo que a pesar de todos tus temores, sabes que soy un hombre en quien se puede confiar. No soy un hombre que suelte cumplidos como gotas de lluvia. Cuando te alabo, es porque lo mereces. Eres muy guapa. Nunca había conocido a ninguna mujer tan hermosa. Estaré orgulloso de tenerte por esposa, y estaré celoso de cualquier hombre que te mire. Juntos haremos niños guapos y fuertes.

– ¿Cómo? -se atrevió a preguntar ella. Él sonrió.

– Tienes curiosidad, ¿eh? Entonces debemos proseguir nuestras lecciones.

Empezó a retirar la colcha de pieles. Cailin soltó un gritito, tratando de detenerle, pero él no se detuvo. La expresión sobrecogida del bello rostro de Wulf cuando contempló su desnudez permitió a Cailin vislumbrar el poder que una mujer tiene sobre un hombre. Al principio no la tocó. Sus ojos absorbieron la suavidad y palidez de su cuerpo: sus pequeños senos redondeados, la elegante curva de su cintura, sus muslos esbeltos y bien torneados, el vello rizado de su monte de Venus.

Él sonrió, casi para sí, y la tocó allí con un solo dedo.

– Estos rizos hacen juego con los de tu cabeza -dijo.

Ella le observaba con los ojos abiertos de par en par, en silencio.

Entonces él dijo:

– Retira mis pieles, ovejita.

Ella lo hizo y contuvo el aliento. Él la había llamado hermosa, y sin embargo el hermoso era él. Tenía el cuerpo de un dios, sin duda. Todo era proporcionado y perfecto. Lo que más le sorprendió fue el apéndice que tenía entre las piernas. Lo miró con curiosidad, y lo tocó con cautela y suavidad.

– ¿Qué es esto? -preguntó. -¿Para qué sirve? Yo no lo tengo.

Wulf tragó saliva. La curiosidad de Cailin parecía la de una niña.

– No, tú no lo tienes, pero tus hermanos lo tenían. ¿Nunca se lo viste?

– ¿Qué es? -repitió Cailin.

– Se llama raíz del hombre.

– ¿Y mis hermanos también lo tenían? No, nunca se lo vi. Mis padres creían en el recato. Decían que muchos problemas de Roma derivan de la falta de moral. No creían que debamos avergonzarnos de nuestro cuerpo, pero tampoco creían que debamos exhibirlo. ¿Para qué sirve la raíz del hombre?

– Es el conducto por el que mi semilla entrará en tu vientre. Cuando se excita aumenta de tamaño y se pone duro. Te lo meteré dentro y soltaré mi semilla. Ese acto nos proporcionará placer a los dos.

– ¿Dónde me lo meterás? Enséñamelo -pidió. El se inclinó y volvió a besarla, y al hacerlo introdujo con suavidad un dedo entre los labios vaginales de Cailin y tocó la entrada del conducto. -Aquí -dijo.

– ¡Ooooh! -exclamó ella.

Aquel sencillo roce no sólo la sobresaltó, sino que pareció estallar en el interior de su cuerpo. Pequeños temblores recorrieron todo su ser.

– Tenemos cosas que hacer antes que eso -dijo él, retirando el dedo. -Responderé a todas tus preguntas más tarde, pero quizá ahora sería mejor no hablar tanto.

– ¿Por qué me llamas «ovejita»? -preguntó ella nerviosa.

– Porque eres una inocente ovejita, con tus grandes ojos color púrpura y tus rebeldes rizos rojizos, y yo soy el lobo que va a comerte.

Entonces la besó en la boca. Quería ser gentil y paciente, pero la proximidad de Cailin le estaba volviendo loco de deseo. Necesitaba desfogarse y, a decir verdad, cuanto más esperara más difícil sería para Cailin. Los labios de ésta se ablandaron bajo los suyos y él le introdujo la lengua en la boca. Ella trató de apartarse, pero él la sujetaba con firmeza.

Al principio ella intentó esquivar la lengua que buscaba la suya, pero él no la dejaba. Cailin notaba el sabor a hidromiel en su aliento y eso la excitó. Con cautela su lengua buscó la de él y se unieron en una danza que gratificó a los sentidos de ambos. Le rodeó de nuevo con sus brazos, atrayéndole hacia sí, elevando sus jóvenes pechos para rozar el suave torso de Wulf.

De pronto él se apartó, le cogió el rostro entre las manos y lo cubrió de besos. Sus labios descendieron de nuevo hasta la garganta y pasaron al valle que formaban sus senos. Cuando ella exhaló un suave grito, él la tranquilizó:

– No, ovejita, no tengas miedo.

Cailin tenía la impresión de que sus senos se hinchaban bajo los besos de Wulf. Cuando él le cogió uno con la mano y lo acarició con ternura, el gemido que exhaló fue de alivio. Ella deseaba que la tocara allí. Quería que siguiera tocándola allí. El corazón le latía con tanta violencia que creyó que se le saldría del pecho, pero las caricias de él ahora eran más exigentes que sus temores.

Wulf se inclinó y besó los jóvenes senos. Su lengua empezó a lamer los pezones con cautela, primero uno y después el otro, convirtiendo la suave carne en duros y tensos puntos de hormigueo. La respiración de Cailin era agitada cuando él por fin cerró su boca en torno al pezón izquierdo y empezó a chuparlo con avidez.

– Placer… -le oyó decir a Cailin cuando pasó al otro pezón, al que ofreció el mismo homenaje que había ofrecido al otro.

Cailin le observaba con los ojos entrecerrados adorar su cuerpo. Sentía un deseo desconocido que la excitaba. De pronto se dio cuenta de que él se había colocado sobre ella, mientras le besaba y acariciaba el torso. Observó que de su cuerpo sobresalía la raíz de hombre Pero ahora era enorme. No era posible que encajara en su joven cuerpo. ¡La desgarraría!

– ¡Eres demasiado grande! -exclamó ella con vez asustada, manteniéndole apartado con las manos contra el pecho. -¡Por favor, no lo hagas! ¡No quiero que me hagas eso ahora!

Se arqueó, luchando contra él.

El gimió. Fue un sonido desesperado.

– Déjame poner sólo la punta en tu conducto, ovejita, y verás que no pasa nada.

– ¿Sólo la punta? -preguntó ella temblando.

Él asintió y la guió con la mano suavemente. Ella estaba maravillosamente húmeda de excitación y no le resultó difícil penetrarla unos centímetros. El calor le recibió cuando ella encerró con fuerza la punta de su raíz de hombre. Wulf se preguntó cuánto podría mantener el control. Ella era sencillamente deliciosa. ¿Qué sinrazón le había hecho proponer aquella locura? Deseaba hundirse dentro de ella. Respiró hondo.

– ¿Lo ves? -dijo. -No es tan terrible, ¿verdad ovejita?

Era una penetración tierna. La punta de su miembro la forzaba, pero en realidad no le dolía.

Él le besó los labios suavemente y murmuró:

– Si me dejas entrar un poquito más, te produciría mucho placer.

Como ella no respondió, empezó a presionar con delicadeza, mientras seguía besándola en la boca, la cara y el cuello.

Cailin cerró los ojos y le dejó hacer. Aunque la sensación que experimentaba era nueva para ella, no le resultaba completamente desagradable. En realidad empezaba a sentir calor y cuando su cuerpo se acopló al ritmo de Wulf, se sorprendió pero no pudo evitarlo. En realidad, mientras se movía con él sintió que la embargaba una sensación de abrumadora dulzura. Era como si un centenar de mariposas le recorrieran el cuerpo. Cailin de pronto le cogió el rostro y le besó apasionadamente por primera vez.

Él había observado sus expresiones cambiantes.

Era como observar la formación de una tormenta en un cielo despejado.

– ¿Empiezas a sentir placer, ovejita? -preguntó- ¿Te gusta? Déjame terminar lo que hemos empezado ¡Deseo poseerte por completo!

– ¡Sí, hazlo! -respondió ella sin vacilar.

Sintió que los firmes muslos de Wulf la inmovilizaban con firmeza y que él empezaba a embestirla con movimientos cada vez más rápidos. De pronto sintió un dolor punzante cuando su virginidad cedió ante la apremiantes embestidas. El dolor le subió por el torso y le inundó el cuerpo cuando él penetró por completo en ella con un grito triunfante. Cailin jadeó al sentir el fuego estallarle en el vientre. Tenía las uñas clavadas en la espalda tensa de Wulf. Habría gritado en su aterrada agonía de no haberle tapado él la boca con la suya en el preciso momento en que la desfloraba.

¡Le había hecho daño! ¡Él no la había advertido de esta tortura! Claro que no. Sabía que no le habría ofrecido su cuerpo de haber conocido el horror de este dolor. ¡Le odiaba! Jamás se lo perdonaría. Pero de pronto fue consciente de una nueva sensación absolutamente deliciosa: el dolor había desaparecido con la misma rapidez con que había venido. Sólo quedaba un placer dulce y cálido. Wulf se movía sobre ella y el fuego que vertía en sus venas no se parecía a nada que hubiese experimentado.

– ¡Ooooh! -medio sollozó cuando él se apartó de sus labios. -¡Oh! -En su interior se iba formando una ardiente dureza. -¿Qué me está sucediendo? -gimió desesperada cuando sintió que su cuerpo empezaba a elevarse hacia un éxtasis maravilloso. ¡Estaba elevándose! ¡Era glorioso! ¡No quería parar! Podría seguir así eternamente. La sensación llegó entonces a la cumbre y estalló como un millar de estrellas en su interior. -¡Oooooh…! -exclamó, abrumada por el placer y decepcionada cuando notó que aquel delicioso placer se derretía con la misma rapidez con que se había apoderado de ella. -¡No! -exclamó, y abrió los ojos y miró a Wulf. -¡Quiero más!

Wulf prorrumpió en carcajadas, la risa de un hombre feliz y aliviado. Le retiró el pelo del rostro y se apartó de ella, besándole la punta de la nariz. Luego se apoyó contra la pared, miró a Cailin y dijo:

– Espero que hayas obtenido tanto placer como yo, ovejita.

La atrajo a la seguridad de sus fuertes brazos.

Cailin asintió y volvió la cabeza para mirarle a la cara. Su euforia empezaba a calmarse, pero no se sentía desdichada.

– Después de sentir dolor ha sido maravilloso -dijo con timidez.

– Sólo duele la primera vez -aseguró él. -Haremos buenos niños. Los dioses han sido bondadosos con nosotros, Cailin Druso. Creo que hacemos una buena pareja.

– Tu semilla quema -dijo, sonrojándose al recordar cómo la había sentido inundarla con bruscas explosiones. -Quizá ya hemos hecho nuestro primer hijo, Wulf -agregó mientras volvía a deslizarse bajo las pieles.

Él apoyó la cabeza sobre sus senos y le gustó que la acunara en actitud protectora como él había hecho con ella. Había llegado a la aldea dobunia en busca de tierras. Los dioses, en su sabiduría, le habían dado a Cailin y un inesperado futuro.

– Si estuviéramos en tu mundo -dijo- y te hubiera pedido a tu padre, y él hubiera consentido, ¿cómo se habría celebrado nuestro matrimonio?

– La ceremonia empezaría en la villa de mi padre -explicó Cailin. -La casa estaría decorada con flores y ramas verdes, con tapicerías de lana de vivos colores. Los presagios se harían a la hora del falso amanecer si fueran favorables los invitados empezarían a 1legar incluso antes de que saliera el sol. Acudirían de todas las villas vecinas y también de Corinio.

»La novia y el novio se acercarían al atrio y comenzaría la ceremonia. Una matrona felizmente casada que sería nuestra prónuba, nos uniría. Juntaría nuestras manos ante diez testigos formales, aunque en realidad todos nuestros invitados estarían presentes.

– ¿Por qué diez? -preguntó Wulf.

– Por las diez primeras familias patricias de Roma -respondió, y prosiguió: -Entonces yo recitaría antiguas palabras de mi consentimiento al matrimonio «Cuando y donde eres Gayo, yo entonces y allí Gaya.» Luego pasaríamos a la izquierda del altar familiar y lo encararíamos, sentados en taburetes cubiertos con la piel de ovejas sacrificadas para la ocasión. Mi madre ofrecería un pastel de espelta a Júpiter. Nosotros comeríamos el pastel, mientras mi familia oraría en alta a Juno, que es la diosa del matrimonio. El rezaría Nodens y a otros dioses de la tierra, romanos y célticos. Después se nos consideraría verdaderamente casados. Hay otras formas de ceremonia matrimonial, pero en mi familia siempre se empleaba ésta.

»Mis padres ofrecerían luego un gran festín que duraría un día entero. Al final se distribuirían trozos de nuestro pastel de boda entre los invitados para que tuvieran suerte. Después yo sería escoltada formalmente al hogar de mi esposo. Tú me cogerías de los brazos de madre y yo ocuparía mi lugar en la procesión. Nos apañarían portadores de antorchas y músicos y cualquiera que durante el trayecto quisiera unirse al cortejo. En realidad, en los viejos tiempos se consideraba que esta procesión era el sello final de la validez de un matrimonio.