»Es costumbre que la novia sea asistida por tres jóvenes cuyos padres vivan. Dos caminarían junto a mí y me cogerían de la mano, mientras el tercero iría delante con una rama de espino. Detrás de mí se llevaría un huso y una rueca. Yo tendría tres monedas de plata: una la ofrecería a los dioses de las encrucijadas, la segunda te la daría a ti, en representación de mi dote, y la tercera la ofrecería a los dioses de tu hogar.

– ¿Y yo no haría nada más que caminar a tu lado con orgullo? -preguntó él.

– Oh, no. Tú repartirías pastelillos de sésamo, nueces y otras golosinas entre los espectadores. Cuando llegáramos a tu casa, yo decoraría los postes de la puerta con lana de colores y untaría la puerta con aceites preciosos. Entonces tú me cogerías en brazos para cruzar el umbral. Se considera que trae mala suerte que la novia resbale cuando entra en su nuevo hogar.

– Yo no te dejaría resbalar -observó él, y alzando la cabeza la besó en los labios. -¿Eso es todo?

– No -respondió ella con una risita. -Hay más. Al entrar en la casa, yo repetiría las mismas palabras pronunciadas en la ceremonia. Entonces se cerraría la puerta a la multitud.

– ¡Y por fin estaríamos solos! -exclamó Wulf.

– ¡No! -exclamó Cailin riendo. -Algunos invitados nos harían compañía. Tú me dejarías en el suelo y me ofrecerías fuego y agua como prenda de la vida que compartiríamos y como símbolos de mi deber en nuestro hogar. Habría leña puesta ya en la chimenea, que yo encendería con la antorcha nupcial. Después arrojaría la antorcha a los invitados. Se considera un buen augurio conseguir una antorcha nupcial.

– Luego nuestros invitados se irían a casa y nosotros por fin estaríamos solos -dijo él. -¿Es así o no?

Ella contuvo la risa.

– No.

– ¿No? -preguntó él con exagerado tono de indignación.

– Antes yo tendría que recitar una plegaria.

– ¿Una plegaria larga? -Fingió apesadumbro.

– No, no demasiado -respondió ella. -Y pues la prónuba me conduciría a nuestro diván nupcial que estaría colocado en el centro del atrio la primera noche de boda. Siempre permanecería en ese como símbolo de nuestra unión.

– Es un día largo para los novios -comentó.

– ¿Cómo celebran las bodas los sajones? – preguntó ella.

– El hombre compra a su mujer. Claro que suele asegurarse de que la doncella esté más o menos de acuerdo. Entonces se aproxima a la familia de ella, a través de un intermediario, por supuesto, para ver qué y cuánto quieren por la chica. Luego se hace la oferta formal. Tal vez sea aceptada o tal vez sea necesario regatear un poco más. Una vez acordado el precio de la novia y realizado el intercambio, se celebra un banquete y después la feliz pareja se va a casa, sin sus invitados, debo añadir -concluyó. Entonces cogió la barbilla de Cailin y dijo: -Pronuncia las palabras, Cailin Druso. -Su voz era suave, y su masculinidad empezó a excitarse otra vez. -Dime las palabras, ovejita. Seré un buen esposo para ti, lo juro por todos los dioses, los tuyos y los míos.

– Cuando y donde eres Gayo, yo entonces soy Gaya -recitó Cailin.

«Qué extraño -pensó. -Sabía que alguna vez tendría que pronunciar estas palabras, pero jamás pensé que las diría completamente desnuda, en una cama en una aldea dobunia, a un sajón.» Aun así, Cailin se consideró afortunada. Había percibido que Wulf Puño Hierro era un hombre bueno y honorable. Ella necesitaba su protección, pues fuera de su familia no te nadie. Ceara y Maeve hacían todo lo que podían por ella, pero se habían marchado y ella se encontraba merced de Berikos y su perversa esposa catuvellauna.

No volvería a suceder. De pronto oyó la voz del sajón, fuerte y segura, y le miró a los ojos.

– Yo, Wulf Puño de Hierro, hijo de Orm, te tomo, Cailin Druso, por esposa. Te cuidaré y protegeré. Lo juro por el gran dios Woden, y por el dios Tor, mi patrón.

– Seré una buena esposa para ti -prometió Cailin.

– Lo sé -dijo él, y contuvo la risa. -Me pregunto qué pensarán tu abuelo y esa bruja de Brigit de este giro de los acontecimientos.

– El te pedirá un pago por mí, estoy segura. ¡No le des nada! No se merece nada.

– Lo que no se paga no vale nada, ovejita. Para mí vales más que todas las mujeres. Le daré un precio justo del que no tendrás que avergonzarte.

– Eres demasiado bueno. ¿Cómo podré pagarte tu bondad conmigo? Tenías que haber disfrutado conmigo esta noche y luego abandonarme. Sin embargo, si lo hubieras hecho, aunque no habría debido avergonzarme pues es la costumbre dobunia, en el fondo de mi corazón sí lo habría hecho.

Una lenta sonrisa maliciosa iluminó las fuertes y hermosas facciones de Wulf.

– Sé cómo puedes empezar a pagármelo, ovejita -dijo, y le cogió la mano y se la llevó a su sexo, que volvía a estar ansiosamente preparado. -Tengo intención de que me lo pagues en su totalidad, ovejita, no sólo esta noche sino en todas las venideras.

El joven rostro de Cailin adoptó una expresión seductora que él no le había visto antes.

– Me parece justo, esposo mío -coincidió ella. -No oirás ninguna queja por mi parte en este aspecto. Mi familia siempre me enseñó a pagar mis deudas.

Entonces atrajo el rostro de Wulf hacia el suyo, ansiosos sus labios de recibir los besos de él.

CAPÍTULO 05

Berikos miró a su invitado.

– ¿Has dormido bien? -preguntó. -¿Has reconsiderado nuestra conversación de ayer?

– Tu nieta es una compañera encantadora -respondió Wulf, y tomó un trago de cerveza negra. -Me honra haber tenido derecho a su primera noche, Berikos. Has dejado claro cuánto deseas mi ayuda, pero yo aún creo que tu idea está condenada al fracaso. No puedes hacer que vuelvan los tiempos pasados. Nadie ha podido hacerlo, amigo mío.

– Aceptaré tu precio -dijo Berikos, desesperado.

– Tierras. -El sajón alzó una ceja con aire interrogador.

Berikos asintió.

– Serías un mal vecino, con los sentimientos que albergas -replicó Wulf al anciano. -En realidad nunca podría confiar en ti… a menos que…

– ¿A menos que qué? -preguntó Berikos asiéndose a un hilo de esperanza.

– Me asignes ahora una porción de tierra de seguridad. Cuando haya entrenado a tus hombres, la intercambiaré con otro celta que viva en la costa sajona -explicó Wulf. -Tendré mis tierras y la tierra que me des pertenecerá a otro de tu raza. Quizá de tu propia tribu, pero los celtas podéis arreglar eso entre nosotros.

Berikos asintió.

– Sí, podemos, y cuando llegue el día en que devolvamos vuestro pueblo a la tierra del Rin no podrás venir a quejarte a mí. Habré cumplido mi parte del trato. ¡Bien! ¡Acepto!

– No tan deprisa, amigo -dijo Wulf. -Quiero otra cosa de ti. Creo que serás más apto para mantener tu trato conmigo si estamos emparentados. Tu nieta me gusta y yo necesito una esposa. Su sangre mezclada te inquieta, pero a mí no. Te pagaré un precio justo por ella si das tu consentimiento.

– Según nuestras leyes, ella también debe dar su consentimiento. Si lo hace, estaré encantado de aceptar un precio por ella -respondió Berikos, -aunque no debería hacerlo. Me harás un favor llevándote a Cailin. Mi esposa Ceara me ha estado insistiendo en que le encuentre un marido. ¿Qué me darás por ella?

El sajón arrojó una moneda a su compañero. La moneda relució mientras surcaba el aire. La mano de Berikos la atrapó. Sus ojos se abrieron de par en par. Mordió la moneda y compuso una expresión de sorpresa.

– ¿Oro? Es una moneda de oro. Una chica no vale una moneda de oro -dijo Berikos. Quería el oro del sajón, pero su conciencia nunca le dejaría en paz si no era honrado. -Además, ella aún no ha dado su consentimiento a la unión.

– Sí lo ha dado -replicó Wulf. -Es un precio justo, pues asegurará que tú no me quitarás la vida cuando ya no te sea útil, Berikos de los dobunios.

El anciano rió.

– No te fías de nadie, ¿eh, sajón? Bueno, es de sabios no hacerlo. En este mundo no se puede confiar en nadie por completo. Muy bien, acepto tus condiciones. La chica es tuya. Puede que lo consideres un mal negocio cuando ella te muestre el látigo de su lengua, pero no aceptaré que me la devuelvas. -Escupió en la mano derecha y la tendió al sajón, quien a su vez escupió en la suya y se la tendió al anciano, estrechándola con fuerza.

– De acuerdo, Berikos, pero no lamentaré el trato, te lo aseguro. Cailin será una buena esposa para mí. Su madre le enseñó bien los deberes de una mujer hacia su esposo y su hogar.

– Sí -respondió el hombre con voz aguda. -Kyna era una buena chica.

– Buenos días, ¿habéis disfrutado de una noche llena de placeres? -preguntó Brigit al entrar en el comedor, sonriendo con falsedad.

Su túnica azul con bordados plateados ondeaba en torno a su cuerpo con elegancia.

– Pues sí, señora, ha sido una noche estupenda -respondió el sajón.

– Wulf ha accedido a ayudarnos -dijo Berikos, complacido. Explicó a su joven esposa la transacción de tierras que habían acordado. -Y le he dado a Cailin como esposa.

– ¿Que has hecho qué? -Los ojos de Brigit se abrieron de asombro. Eso no era lo que ella había planeado. Sólo quería que el sajón violara brutalmente a Cailin y le destrozara el alma. Quería que la muchacha quedara avergonzada y dolida.

– Wulf me ha pedido la mano de Cailin -explicó Berikos. -Su sangre mixta no le importa. Mi nieta está de acuerdo. -Le mostró la moneda. -Wulf me ha dado esto como pago por ella. Es oro. Tu padre se contentó con aceptar una pieza de plata y una pareja de perros de caza por ti, Brigit.

Los ojos de Brigit brillaron al ver el oro y Wulf pensó que Berikos no conservaría por mucho tiempo el precio que había recibido por su nieta. La mujer puso gesto malhumorado y al fin dijo:

– ¿No hay nada para comer aquí? Cailin es negligente con sus obligaciones, ¿o es que el matrimonio se le ha subido a la cabeza? Una buena esposa debería tener la comida de la mañana a punto a una hora razonable. Espero que Ceara regrese pronto.

– Quizá si no durmierais media mañana, Brigit -dijo Cailin entrando en el comedor, -encontraríais la comida preparada. Berikos y mi esposo han comido hace horas. Si vais a la cocina, sin embargo, puede que os den algo si les decís que yo he ordenado que lo hagan. -Esbozó una amplia sonrisa. -Debo cumplir con mis deberes. Esta mañana ha llegado un mensajero procedente del fuerte de la colina de Carvilio. Ceara y Maeve llegarán antes de ponerse el sol. Comeremos en cuanto lleguen. Procurad ser puntual, señora. -Se volvió hacia su abuelo. -¿Habéis hecho un trato con mi esposo, Berikos?

– Sí -masculló él. Aquella muchacha era fuerte y no se dejaba vencer, lo admitía. -En el futuro, mestiza, habla con más respeto a mi esposa -le advirtió. -Merece ser respetada.

– Sólo si se lo gana, Berikos -espetó Cailin y, volviendo sobre sus talones, abandonó la sala.

– ¡Mira! -exclamó Berikos. -Ya has visto el látigo de su lengua, pero es demasiado tarde. Es tu esposa.

– La puya no iba dirigida a mí, Berikos. Me gustan las mujeres que dicen lo que piensan. Sólo la escarmentaré si me desafía.

Ceara, Maeve y Nuala llegaron cuando el sol invernal de media tarde teñía el cielo de bellos tonos rojizos, anaranjados, dorados y purpúreos. Una estrella brillante flotaba sobre el fuerte de la colina de Berikos como si las guiara hacia la cálida seguridad de su interior. Nuala estaba excitada por el regreso a casa, y corrió a abrazar a su prima.

Antes de que se enteraran por otro, Berikos contó a sus dos esposas de mayor edad la boda de Cailin. Ambas quedaron anonadadas e igualmente furiosas por la participación que Brigit había tenido en el asunto.

– ¡Lo hizo por crueldad! -Exclamó Maeve en una rara demostración de ira ante su esposo. -¡Tú estabas lleno de vino e hidromiel, no lo dudo, y seguiste el juego a esa zorra! ¡Qué vergüenza, Berikos!

– No tienes que aceptarle por esposo, mi niña -dijo Ceara a Cailin tratando de mantener la calma. -No es ninguna vergüenza en nuestro pueblo que una mujer pruebe el placer con varios hombres. Si aprende a dar placer, ello aumenta su reputación como buena esposa. Puedes retirar tu consentimiento, Cailin, si lo deseas. Berikos puede devolver la pieza de oro al sajón. Se puede hacer con honor.

– No deseo retirar mi consentimiento, Ceara -dijo Cailin con serenidad. -Wulf Puño de Hierro es un buen hombre. Estoy contenta de ser su esposa. No me siento atraída hacia ningún otro hombre. ¿No habéis insistido en que me casara, señora? -bromeó.

– Pero cuando haya terminado su trabajo aquí -gimió Ceara, -te llevará a la costa sajona y no volveremos a verte.

– ¡Buen viaje! -exclamó Brigit.

– ¡Cierra la boca, zorra! -le espetó Ceara. -Debería haberte matado cuando te vi por primera vez. ¡No haces más que causar problemas! -Se volvió hacia su esposo. -Te he honrado toda mi vida, Berikos. He defendido tus decisiones incluso cuando sabía que eran equivocadas. Permanecí callada cuando repudiaste a tu única hija y jamás dije una palabra en defensa de Kyna cuando debí hacerlo. Apretaba los dientes cuando no nos permitías compartir la alegría de los nacimientos de los nietos de Brenna y permanecí de nuevo callada cuando Brenna nos abandonó para ir a vivir con Kyna y su familia.