Juntos salieron del atrio de la villa, seguidos de Corio.

– Un nuevo comienzo -dijo Wulf. -Me gusta cómo suena.

– Sí -coincidió Cailin, y sonrió a ambos hombres. -Un nuevo comienzo para todos. Para Britania y para los britanos.

CAPÍTULO 06

Cumpliendo su palabra, Antonio Porcio regresó a Corinio y borró el nombre de Cailin de la lista de muertos y le devolvió legalmente sus propiedades. Luego cerró su casa y regresó al hogar de su hija. El instinto le decía que necesitaría la presencia de un hombre en su casa. Aparte de él Antonia no tenía más familia. Sabía que su hija sentiría una profunda pena, pues había amado verdaderamente a Quinto Druso y se había negado a reconocer sus defectos.

Para su sorpresa, Antonio Porcio no encontró a su hija postrada de dolor, sino amargada y enfadada. Peor, se había vuelto demasiado protectora de su hijo pequeño, Quinto. Antonia había querido a todos sus hijos, pero nunca se había ocupado mucho de ellos, prefiriendo dejarlos al cuidado de la servidumbre, práctica que su padre censuraba pero no podía impedir. Ahora, de pronto, Antonia apenas podía soportar no tener a su hijo ante su vista.

– No debes permitirle que haga todo lo que quiera, hija -la reprendió Antonio Porcio la tarde de su regreso.

El pequeño Quinto acababa de coger una rabieta y, tras haberlo calmado, Antonia le recompensó con un juguete nuevo.

– Está solo en el mundo, padre, sólo nos tiene a nosotros dos -respondió ella con tristeza. -Gracias a Cailin Druso, mi pequeño Quinto y el hijo que llevo en mi vientre no tendrán padre. Ahora yo tengo que ser padre y madre de mis hijos. ¡Y todo por culpa de Cailin Druso!

– Antonia, querida hija -razonó su padre, -debes afrontar la verdad. No puedes vivir con el corazón lleno de amargo veneno. Cailin Druso no es responsable de la muerte de tu esposo. ¿No comprendiste nada de lo que se dijo el día en que murió? Quinto Druso hizo asesinar a la familia de Cailin y luego incendiar su villa para encubrir su crimen, con el fin de adueñarse de sus tierras. Lo admitió. ¿No lo entiendes?

– ¡No lo creo! -exclamó Antonia con terquedad.

– ¿Por qué Cailin iba a inventarse esa historia, Antonia? -insistió su padre. -¿Con qué finalidad lo habría hecho? Si no hubiera sido cierto, ¿por qué ella y Brenna habrían huido y acudido a Berikos? Si el incendio hubiera sido un accidente, ¿por qué no decir sencillamente que se habían salvado?

– Quizá porque ella fue la que mató a su familia, padre. ¿Has pensado en esa posibilidad? ¡No, claro que no! -gritó Antonia.

– ¡Antonia! -El anciano se horrorizó al oír aquellas palabras, pues eran completamente disparatadas. -¿Qué razón habría tenido Cailin para cometer semejante crimen?

La apesadumbrada viuda le miró en silencio en actitud inexpresiva.

– Antonia -prosiguió su padre, -¿cómo puedes llorar a un hombre que encargó el asesinato de tus dos hijos?

– ¡No es cierto! -chilló Antonia. -¡No puede serlo!

– A mí me horroriza tanto como a ti, pero hay en ello cierta lógica. Antonia, ¿Quinto Druso era un hombre tan bueno y perfecto que no hubo ningún momento en que le tuvieras miedo?

– Hubo una ocasión -confesó Antonia con voz baja. -Justo después de que Lucio y Paulo fueran hallados muertos, cuando nuestro hijo no tenía más que un día de vida. Yo estaba muy apesadumbrada, pero Quinto se puso duro conmigo pues temía que mi tristeza me impidiera tener leche. Se enfadó mucho conmigo, padre. Dijo que su hijo debía ser alimentado por su madre, no por una esclava angustiada. En aquel momento tuve miedo de él, pero se me pasó.

«Así que éste fue el motivo por el que Antonia amamantó a su hijo», pensó Antonio Porcio. A sus anteriores hijos no los había amamantado.

– No pudo haber ordenado matar a mis hijos -siguió protestando Antonia. -¡Les quería! Además, las dos niñeras fueron halladas en posturas lascivas y comprometedoras, apestando a vino.

– ¿Esas mujeres alguna vez habían estado borrachas o se las había hallado culpables de una conducta licenciosa? Las recuerdo. Eran mujeres leales y querían a mis nietos. Las elegiste escrupulosamente tú misma cuando nacieron Lucio y Paulo. Ellas alimentaron a los niños con devoción. Sin embargo, aun antes de que pudieran defenderse, se las consideró culpables y fueron estranguladas. ¿Quién lo hizo?

– Fue Quinto -respondió Antonia.

– Quinto -repitió su padre con voz suave. -Ah, sí, Quinto. Muy interesante, querida. Las esclavas del hogar son competencia tuya, Antonia. ¿No tendría que haber esperado tu decisión al respecto? Quizá no lo hizo porque sabía que, si lo hacía, esas pobres mujeres habrían denunciado a sus galos asesinos y ellos, a su vez, para salvar el pellejo, le habrían acusado a él. Creo que mi razonamiento es lógico.

Antonia meneó la cabeza con terquedad.

– ¡Es culpa de Cailin!

– ¿De qué modo es culpa de Cailin, Antonia? -preguntó.

– Oh, padre, ¿no lo ves? Si Cailin Druso no hubiera regresado nada de esto habría ocurrido. Quinto ahora estaría vivo y mis hijos tendrían un padre. Pero ella regresó con sus acusaciones y su esposo mató al mío.

– ¿Qué me dices de tus dos hijos mayores, Antonia? ¿Y de la familia Druso? -insistió el magistrado. -Todos fueron brutalmente asesinados; la villa incendiada; los huesos de la familia Druso abandonados al viento y la lluvia. ¿No sientes piedad por nadie más que por ti misma, hija mía? ¡Por todos los dioses! ¡Me avergüenzo de ti! ¡No te eduqué para que fueras tan egoísta!

Antonio Porcio se alejó de su hija, enfadado y decepcionado.

– ¿Soy egoísta por haber amado a mi esposo, padre? Si es así, no me importa lo que pienses de mí. Quinto Druso era el hombre al que amaba y Cailin me lo ha arrebatado. Nada más me interesa. Si estoy equivocada, ¿qué importa? Estoy condenada a vivir el resto de mis días sin amor, y mis hijos a crecer sin su padre, y de éste y otros crímenes hago responsable a Cailin Druso. ¡La odio! Sólo espero que algún día sepa el dolor y sufrimiento que me ha infligido. ¡Jamás la perdonaré! No es justo, padre, que ella ahora tenga por marido al hombre más apuesto de la provincia y yo no. Ella me arrebató a Quinto Druso y sin embargo tiene a ese magnífico sajón para que la consuele. ¡Yo no tengo a nadie que me consuele!

El desequilibrado pensamiento de su hija inquietó a Antonio Porcio. Comprendía en parte la ira de la muchacha, pero esa repentina e irracional envidia del esposo de Cailin le hizo sentirse muy incómodo. Quizá con el tiempo Antonia aprendería a aceptar la realidad de lo sucedido. Se conformaría y todo volvería a ir bien. La muerte de Quinto Druso era reciente y Antonio Porcio conocía a su hija. Le lloraría exageradamente un tiempo y luego otro hombre apuesto llamaría su atención y Quinto Druso caería en el olvido. Antonia siempre se comportaba así cuando perdía a un hombre. Pronto otro ocupaba su lugar.

Después de pasar varios días con su hija, el magistrado se encaminó a la finca de Druso Corinio. Los escombros de la villa incendiada habían sido retirados y se estaba construyendo un muro de madera y piedra sobre el suelo de mármol. Las alas de la villa donde habían estado ubicados los dormitorios, baños y cocina no iban a restaurarse. Cailin tendría que acostumbrarse a un estilo de vida más sencillo y práctico, comprendió Antonio Porcio.

En toda Britania otros se veían obligados a hacer lo mismo para sobrevivir. La edad de la buena vida representada por la elegancia y el estilo de vida exuberante de sus antepasados romanos habían terminado. Para seguir adelante, la gente tendría que aprender a arreglárselas. Aunque a algunos les iría mejor que a otros. El anciano sonrió para sí. Realmente no estaba tan mal. Cailin y Wulf tenían buenas tierras y la esperanza de muchos hijos. A fin de cuentas, aquello era lo importante.

La joven pareja le recibió cortésmente y le mostraron las tumbas de la familia de Cailin. Desde Corinio habían enviado un artefacto para cortar mármol que sacarían de los aleros de la villa para construir un monumento a la familia. La nueva casa no sería muy grande al principio, pero con el tiempo, informó Wulf a su invitado, construirían otra mayor y más espléndida. Habría una habitación, llamada buhardilla, situada sobre parte de la sala principal, que les ofrecería un poco de intimidad. Los hoyos para el fuego se forrarían de ladrillo; el techo se cubriría expertamente con agujeros para el humo.

– Hemos podido salvar algunos objetos de la antigua cocina -dijo con orgullo Cailin. -Las cacerolas y la vajilla no se quemaron. Limpias creo que podrán utilizarse de nuevo.

– Pero ¿cómo te las arreglarás para conseguir otros artículos para la casa y muebles? -preguntó él. -Tal vez Antonia tenga algunas cosas que no necesite y te las pueda enviar -dijo pensativo.

– No quiero nada de vuestra hija -replicó Cailin. -Los dobunios nos darán lo que necesitamos. Berikos me debe mi dote y Ceara se ocupará de que me la dé.

– Y yo aprendí carpintería cuando era soldado -intervino Wulf. -Y también algunos de nuestros esclavos pueden realizar trabajos similares. Tardaremos algún tiempo, pero tiempo es lo único de que disponemos en abundancia, Antonio Porcio.

– No podréis hacer gran cosa más con la casa hasta que la cosecha esté recogida -dijo el anciano. -Los próximos meses de verano deberéis atender los campos, que ya están sembrados y reverdeciendo. La cosecha será vuestro capital más importante. Necesitaréis uno o dos graneros.

– Sí -coincidió Wulf, -pero algunos hombres no podrán trabajar en los campos y habrá días de lluvia en que no se pueda hacer nada allí. Nos las arreglaremos para terminar lo que tenga que estar terminado antes del invierno.

Regresaron a la fortaleza de Berikos para la festividad de Beltane y la boda de Nuala y Bodvoc. Epilo ya era jefe de la colonia dobunia. Sin embargo, no había sido necesario deponer a Berikos. Le habían ahorrado esa indignidad. Varios días después de que Cailin, Wulf y sus hombres hubieran partido para vengar a la familia de la joven, el abuelo de ésta sufrió una serie de ataques que lo dejaron paralizado de cintura para abajo. El habla también le quedó afectada. Sólo Ceara y Maeve entendían lo que el anciano trataba de comunicar.

En consecuencia, los hombres dobunios no habían tenido que obligarle a abandonar su puesto. Un hombre físicamente impedido no podía gobernar a su pueblo. En lo que se refería a todos, los dioses se habían ocupado del asunto y Berikos se había retirado con honor. Sin embargo, el anciano albergaba resentimiento, principalmente contra Brigit.

– Ella le ha abandonado -informó Ceara a Cailin. -En cuanto se enteró de su estado y de que no se recuperaría completamente, desapareció. -Ceara sonrió con tristeza. -Se llevó a sus servidoras, sus joyas y todos los objetos de valor que él le había regalado. Una mañana despertamos y ya había desaparecido, junto con un muchachito necio cuyo nombre no mencionaré. El muchacho regresó con el rabo entre las piernas varios días después. Brigit regresó a casa de sus parientes catuvellaunios y tomó un nuevo esposo. Esto no se lo hemos dicho a Berikos. No es necesario herirle más.

– Casi siento lástima por él -dijo Cailin, -pero no puedo olvidar que repudió a mi madre y que se portó tan mal con mi abuela cuando vinimos aquí en busca de ayuda. No puedo perdonarle que me enviara a la cama de Wulf cuando sabía que yo era virgen y que no estaba acostumbrada a esa conducta.

– Pero eres feliz con Wulf, ¿no? -preguntó Ceara.

– Sí, pero ¿y si Wulf no hubiera sido bondadoso cómo es?

Ceara asintió.

– Sí, tienes motivos de queja, pero trata de perdonarle, Cailin. Es un anciano necio y terco. No puede cambiar, pero tú sí puedes. Él amaba a tu madre y sospecho que a ti también te quiere, pues eres la hija de Kyna, aunque es demasiado orgulloso para admitirlo.

– En mí ve demasiado a Brenna -dijo Cailin. -Y nunca me lo perdonará. No ve a mi madre cuando me mira. Ve a Brenna hablando por mi boca. -Sonrió. -Pero lo intentaré; lo haré por ti, Ceara. Has sido buena conmigo.

Nuala y Bodvoc se casaron durante la celebración de Beltane. El vientre de la novia ya estaba bastante redondeado y mientras Bodvoc era felicitado, a Nuala le gastaban bromas, pero a ella no le importaba.

– Quizá nos marchemos de aquí y nos establezcamos cerca de ti y de Wulf -dijo Nuala a su prima.

– ¿Abandonar a los dobunios? -preguntó Cailin sorprendida por las palabras de Nuala.

La vida céltica era una vida comunal de parientes y buenos amigos. Le sobresaltó pensar que Nuala y Bodvoc abandonaran todo aquello.

– ¿Por qué no? -replicó Nuala. -Los tiempos están cambiando. La vida aquí es demasiado limitada para Bodvoc y para mí. No hay oportunidades para hacer nada excepto lo que siempre se ha hecho. Queremos a nuestra familia, pero quizá nos gustaría vivir un poco lejos de ella. Tú y Wulf no os tenéis más que el uno al otro. Si nosotros fuéramos a vivir cerca, nos tendríais a nosotros, y estaríamos lo bastante cerca de las aldeas dobunias para visitar a nuestra familia cuando quisiéramos, o si nos necesitaran, o nosotros a ellos. Allí hay tierra más que suficiente para nosotros, ¿no?