Cailin hizo un gesto de asentimiento.

– Cuando Antonio Porcio me devolvió las tierras de mi familia, incluyó la villa junto al río que mi padre regaló a Quinto Druso. Tú y Bodvoc podríais quedaros con aquellas tierras. Wulf y yo os la daremos como regalo de boda. Tendréis que construiros vuestra casa, pero las tierras son fértiles, y hay agua en abundancia y un buen huerto. Sería bueno para nosotros que estuvierais cerca.

– Nuestros hijos crecerán juntos -dijo Nuala con una sonrisa.

Cailin fue a buscar a su esposo y se lo contó.

– ¡Bien! -dijo él con una sonrisa. -Bodvoc será un buen vecino. Le ayudaremos a construir su hogar para que cuando nazca el niño ya tengan un lugar de su propiedad.

Con la puesta de sol, las hogueras de Beltane cobraron vida y la comida, la bebida y la danza prosiguieron. Durante el día, Cailin había estado ocupada con sus parientes y la boda, pero ahora una profunda tristeza se apoderó de ella. Justo un año antes su familia había sido asesinada. Vagó entre los juerguistas y de pronto se encontró junto a Berikos. «Bueno -pensó, -es un buen momento para intentar hacer las paces con este viejo reprobó.» El anciano se hallaba sentado en un banco con respaldo. Ella se sentó en el suelo a su lado.

– Una vez -empezó- mi madre me contó que, cuando era una niña, nadie podía saltar más alto las hogueras de Beltane que vos, Berikos. Creo que fue la única vez que le oí hablar de vos. Me parece que os echaba de menos, en especial en esta época del año. Yo no soy como ella, ¿verdad? Bueno, no puedo ser más que yo misma.

Con sorpresa, Cailin sintió que la mano de su abuelo había caído pesadamente sobre su cabeza y se volvió a mirarle. Una lágrima le resbalaba por el rostro envejecido. Por un instante, Cailin notó que volvía a crecer su ira. El anciano no tenía derecho a hacerle eso después de lo cruel que se había mostrado con ella; no sólo con ella, sino con Brenna y Kyna. Entonces, algo en su interior hizo que su rabia desapareciera. Sonrió a su abuelo.

– Nos parecemos, ¿verdad, Berikos? No sólo es a Brenna a quien debo ser como soy. A vos también.

Tenemos la lengua rápida y un exceso de orgullo. -Se dio unas palmaditas en el abultado vientre. -Sólo los dioses saben cómo será este biznieto vuestro.

Él emitió un ruido extraño al oír esta observación.

– ¿Bueno? -preguntó ella, y él asintió vigorosamente, soltando una especie de risa ahogada. -Eso crees, ¿no? Bien, lo sabremos después de la festividad de Lug -añadió Cailin con una leve sonrisa.

Antes de que Cailin y Wulf partieran a la mañana siguiente, Ceara se acercó a ella y le dijo:

– Has hecho muy feliz a Berikos, hija mía. Tu madre estaría orgullosa de ti y de lo que has hecho. Creo que le has ayudado a hacer las paces consigo mismo y con Kyna.

Cailin hizo un gesto de asentimiento.

– ¿Por qué no? -dijo. -Anoche, las puertas entre los mundos estaban abiertas. Quizá no tanto como en Samain, pero no obstante abiertas. Me pareció que mi madre quería que fuera generosa con Berikos. Es extraño, ¿no, Ceara? Hace sólo unas semanas Berikos estaba fuerte y lleno de vida, era el señor de su mundo. Ahora no es más que un anciano débil y triste. Qué deprisa emiten su juicio los dioses cuando deciden que ha llegado el momento.

– La vida es frágil, hija mía, y asombrosamente veloz, como pronto sabrás. Un día estás llena de juventud y nada es imposible. Y de pronto eres una vieja cáscara seca con los mismos deseos pero sin voluntad para realizarlos. -Rió. -Todavía te queda tiempo. Ahora ve con tu hombre. Envía a buscarme cuando vaya a nacer el niño. Maeve y yo te ayudaremos.

Cailin se detuvo junto al banco donde su abuelo permanecía al sol de la mañana de mayo. Se inclinó para besarle su blanca cabeza y le dio un apretón en la mano.

– Adiós, abuelo -dijo con voz suave. -Os traeré el niño cuando haya nacido.

Ella y Wulf regresaron a su hogar y Cailin, más fuerte de lo que creía, ayudó a sellar las paredes del nuevo granero con adobe y cañas mientras Wulf trabajaba en sus campos con los sirvientes. Era un buen verano, ni demasiado seco ni demasiado húmedo. En los huertos la fruta crecía y colgaba de las ramas de los árboles. El grano maduraba lentamente mientras el heno se cortaba, secaba y finalmente almacenaba en cobertizos para el invierno siguiente.

Él ganado engordaba; sus rebaños habían aumentado considerablemente aquella primavera con el nacimiento de muchos terneros. En los prados las ovejas también se habían multiplicado y se acercaba la época del esquileo. Un cálido día, Cailin, sentada fuera de la casa, miró con satisfacción al otro lado de los campos. Por un momento le pareció que nada había cambiado, y sin embargo todo había cambiado. Era una época diferente y empezaba a percibir la diferencia con más fuerza.

Una noche, ella y Wulf yacían de espaldas en la ladera de la colina, contemplando las estrellas.

– ¿Por qué nunca mencionas a tu familia? -le preguntó ella. -Voy a tener un hijo tuyo y sin embargo no sé nada de ti.

– Tú eres mi familia -respondió él cogiéndole la mano.

– ¡No! -exclamó ella. -Háblame de tus padres. ¿Tenías hermanos? ¿Qué les sucedió? ¿Están en Britania?

– Mi padre murió antes de que yo naciera -contó él. -Mi madre murió cuando yo tenía poco más de dos años. No recuerdo nada de ellos. Eran jóvenes y yo era su único hijo.

– Pero ¿quién te crió? -preguntó Cailin.

Lamentaba que no tuviera parientes cercanos, pero por otra parte eso significaba que Wulf era sólo para ella.

– Los parientes, en la aldea junto a un río de Germania. Fui pasando de un pariente a otro como un animalillo adorable pero no deseado. No se portaban mal conmigo, pero la vida era dura. Nadie necesitaba otra boca que alimentar. Me marché cuando cumplí trece años e ingresé en las legiones. Jamás regresé. Ahora ésta es mi tierra, mi hogar. Tú y nuestro hijo sois mi familia, Cailin. Hasta que te conocí estaba solo.

– Hasta que me conociste -dijo ella- yo también estaba sola. Los dioses han sido bondadosos con nosotros, Wulf.

– Sí -coincidió él.

Ambos levantaron la mirada y vieron una estrella fugaz cruzar el firmamento.


Un día llegó un esclavo de Antonio Porcio con un mensaje. Antonia había empezado a tener dolores de parto y el magistrado no sabía qué hacer. Según decía, las criadas de Antonia parecían confundidas, aunque no deberían estarlo, pensó Cailin. El anciano rogaba que Cailin acudiera a la villa para ayudarles. A Wulf Puño de Hierro no le gustó la idea, pero Cailin consideró, a la luz de la bondad que el magistrado había mostrado hacia ellos, que no podía negarse.

– Acolcharemos la carreta y así viajaré con comodidad -dijo a su esposo. -Nuestro hijo no tiene que nacer hasta dentro de unas semanas. Aunque vayamos despacio, estaré de vuelta antes de que acabe el día.

Antonio Porcio agradeció la llegada de Cailin. Antonia seguía con dolores y tenía grandes dificultades.

– Echó a todas las mujeres que siempre habían estado con ella después de la muerte de Quinto y las sustituyó por un grupo de jovencitas. No sé por qué -explicó a Cailin, respondiendo a la pregunta que ella no formuló.

– Probablemente quería empezar de nuevo -sugirió Cailin. -Quizá las otras mujeres que vivían con ella cuando estaba casada con Sexto Escipión y luego con mi primo la entristecían. Sólo le recordaban todo lo que había perdido, los tiempos mejores que se habían ido.

– Puede que tengas razón, Cailin -respondió el anciano.

– Me habéis pedido que venga y he venido -dijo Cailin, -pero ¿qué le parecerá mi presencia a Antonia? Yo la ayudaré, por supuesto, pero no soy experta. ¿Por qué no tenía a una comadrona entre su servidumbre?

Él se encogió de hombros.

– No lo sé.

– Nunca he ayudado a parir, pero sé lo que hay que hacer. Antonia podrá ayudarme, ya que es su cuarto hijo. Llevadme junto a ella.

Cuando llegaron a los aposentos de Antonia, la encontraron sola, pues sus doncellas habían huido. Al ver quién acompañaba a su padre, los ojos azules de Antonia destellaron por un momento, pero reprimiendo su ira preguntó:

– ¿A qué has venido, Cailin Druso?

– Tu padre me ha pedido que te ayude, aunque la verdad es que tú entiendes más que yo de parir un hijo. Pero haré lo que pueda, Antonia. Al parecer tus jóvenes mujeres no saben hacer nada.

Antonia gimió al sentir una contracción, pero hizo un gesto de asentimiento.

– Has sido bondadosa al venir -admitió de mala gana.

El bebé, que llegó poco después, nació muerto, con el cordón umbilical enrollado en el cuello. Era un niño, con el rostro azulado. Cailin lloró abiertamente con pesar. Aunque había detestado a su primo Quinto, sabía que Antonia le había amado. Amando a Wulf como le amaba, Cailin pudo imaginar la profunda tristeza de Antonia al perder al hijo póstumo de Quinto Druso.

Sin embargo, Antonia tenía los ojos secos.

– Es mejor así -dijo con tono fatalista. -Mi pequeño Mario ahora está con los dioses y con su padre.

Exhaló un exagerado suspiro.

«Es difícil que Quinto esté con los dioses», pensó Cailin con amargura mientras Antonio Porcio trataba de consolar a su hija.

– Me quedaré a pasar la noche y regresaré a casa mañana -les dijo Cailin, dando un pequeño respiro cuando sintió una leve contracción en el vientre.

– ¿Qué ocurre? -preguntó Antonia.

– Sólo ha sido una punzada -respondió Cailin aparentando más seguridad de la que sentía.

Le desagradaba encontrarse allí y le parecía que la mañana no llegaría nunca.

– No me dejes tan pronto, Cailin -suplicó Antonia. -Quédate conmigo unos días, al menos hasta que se me haya pasado la pena de los primeros momentos. No le sirves de nada a tu apuesto esposo en tu estado actual. Quédate conmigo. Estoy segura de que te gustará disfrutar de mis baños. En tu casa no tienes tantas comodidades.

Cailin consideró la tentadora oferta de Antonia. Realmente quería irse a casa, pues Antonia le hacía sentirse incómoda. Si en verdad sentía pena por la pérdida de su pequeño hijo, Cailin no lo veía. ¿Qué clase de mujer era? Con todo, su tono de súplica parecía auténtico y la oferta de los baños era seductora. A Cailin no le importaba la vida más sencilla que llevaba, salvo por una cosa: verdaderamente echaba de menos los baños, con su sistema de calentamiento hipocaustito, que había en la antigua villa de su familia. Hacía más de un año que había disfrutado del lujo de un largo baño caliente. Sería agradable quedarse unos días para volver a hacerlo.

– Bueno -dijo. -Me quedaré, Antonia, pero sólo dos o tres días.

Luego envolvió el cuerpo del bebé en una pequeña sábana y se lo llevó para que recibiera sepultura y envió a las necias doncellas de Antonia junto a su ama para que atendieran a sus necesidades.

Su ama apenas se fijó en ellas. Estaba demasiado ocupada trazando planes. Había visto el espasmo que había cruzado el rostro de Cailin. ¿Era posible que el parto se le adelantara? ¿O quizá había calculado mal el momento de la llegada de su hijo? Antonia Porcio sabía que nunca volvería a tener una oportunidad así para vengarse, y ansiaba hacerlo. Si Cailin tuviera a su hijo allí, sola y sin su esposo sajón, la esposa y el hijo de Wulf Puño de Hierro se hallarían a su merced. «Oh, Quinto -pensó. -Ayúdame a vengar tu injusta muerte a manos de ese bárbaro. ¡Déjame hacerle sufrir como yo he sufrido! ¿Por qué él ha de ser feliz cuando yo no lo soy?»

– Eres buena al quedarte con Antonia -dijo Antonio Porcio a Cailin aquella noche, mientras cenaban. -Esta tragedia no podía haber sucedido en peor momento para mí. He encontrado comprador para mi casa de Corinio. Tengo intención de vivir aquí con Antonia, ya que se ha quedado viuda. Por estos alrededores hay pocos hombres jóvenes y es posible que ya no tenga ocasión de volver a casarse. Mi nieto necesitará la influencia de un hombre. Si Antonia vuelve a casarse, ningún yerno se negará a darme cobijo en esta casa. Y aunque ella no lo admitirá nunca, creo que mi hija me necesita.

– ¿Tenéis necesidad de viajar a Corinio dentro de poco? -adivinó Cailin.

– Sí, querida. Desde que Antonia se casó con Sexto Escipión he dejado un poco abandonada mi casa. Estaba solo y realmente entonces no me importaba. Ahora, sin embargo, debo efectuar algunas reparaciones antes de que los nuevos propietarios acepten mi precio. Desean tomar posesión lo antes posible. Tengo suerte de haber encontrado compradores en estos tiempos difíciles. Quiero supervisar el trabajo personalmente, o sea que tendré que estar fuera varias semanas. Sé que no puedes quedarte con Antonia tanto tiempo, pero si le haces compañía unos días le resultará más fácil superar la tristeza. -Sonrió con afecto, viendo a su hija como nadie más la veía. -Mima demasiado al pequeño Quinto, y en mi ausencia no hay disciplina en absoluto.