Cailin le contó lo que recordaba, mientras las encargadas de los baños les desvestían y les llevaban al tepidario, una antesala cálida donde esperarían hasta que empezaran a transpirar. El hecho de estar desnuda, igual que Joviano, no preocupaba a Cailin. No sentía ningún peligro ante aquel hombre. En realidad le parecía que podrían ser amigos. Cuando vieron que empezaban a transpirar, las encargadas de los baños les quitaron la suciedad y el sudor con rascadores de plata mientras hablaban.

– Es evidente que fuiste traicionada por esa tal Antonia Porcio -observó Joviano. -Una mujer que se considera agraviada es un enemigo muy peligroso, querida. Venderte como esclava fue su venganza contra ti y contra tu pobre esposo. No cabe duda de que le dijo que habías muerto. Si no, él la habría obligado a revelar tu paradero y habría ido a buscarte, supongo. Sin embargo, la noticia de tu muerte le causaría el mismo dolor que a ella le había producido la ejecución de su esposo por parte del tuyo. Ha sido muy hábil esa Antonia. Es una intriga digna de un bizantino. Tú sobrevives y sufres siendo esclava, sin saber qué ha ocurrido con tu hijo, mientras tu esposo sufre angustiado por tu presunta muerte.

Cailin permanecía en silencio. Cuan claramente lo expresaba Joviano, y quizá era así. Lo peor era que ella no podía hacer nada. Se hallaba indefensa, y tan lejos de su querida Britania que jamás podría regresar. Hasta ese momento ni siquiera había pensado en ello, pero ahora no le quedaba más remedio que afrontar la realidad. Estaba viva y era probable que siguiera estándolo. Tenía que pensar en su futuro.

– ¿Por qué me comprasteis? -preguntó a Joviano cuando entraron en el caldario para ser bañados.

– Vi que debajo de la suciedad eras hermosa, y las mujeres hermosas son mi negocio -dijo él; luego se volvió y dijo a las encargadas de los baños: -Primero lavadle la cabeza, queridas. Quiero ver el verdadero color de su cabello.

– Mi pelo es castaño rojizo -informó Cailin. -Heredé este color de mi madre, una celta dobunia. -Pero no pudo decir nada más, pues las dos chicas que la bañaban empezaron a frotarle la cabeza con gran vigor. -¡Ay! -exclamó Cailin mientras los dedos de las dos muchachas se abrían paso por la maraña de nudos en que se había convertido su cabello durante los últimos meses. Por fin se lo enjuagaron con agua caliente que olía a una sustancia acre. -¿Qué hay en el agua?

– Limón -respondió Joviano. -¡Por todos los dioses! ¡Tienes un pelo maravilloso!

– ¿Qué es «limón»? -preguntó Cailin.

– Más tarde te lo enseñaré -dijo él. -Ahora ven, deja que las chicas te bañen, belleza mía. No. -Hizo una seña a las encargadas de los baños. -Yo mismo me bañaré. Dedicaos a Cailin.

La lavaron con un jabón suave que acabó de quitarle la suciedad. Cailin sintió una inmensa satisfacción por volver a estar limpia. A continuación pasaron al frigidario para darse un rápido baño frío y luego al untorio, donde se tumbaron uno junto a otro en sendos bancos para recibir masaje con aceites aromáticos.

– ¿De qué manera las mujeres hermosas son vuestro trabajo, señor? -preguntó Cailin.

Las dos encargadas de los baños soltaron una risita.

– Esto es Villa Máxima, Cailin -explicó Joviano, -el burdel más elegante de Constantinopla. Servimos a damas y a caballeros que buscan diversiones refinadas y excitantes.

– ¿Qué es un burdel? -preguntó ella, molesta porque las dos muchachas volvían a mostrarse divertidas.

Joviano alzó la cabeza sorprendido y miró a Cailin, que yacía cómodamente a su lado, disfrutando del masaje.

– ¿No sabes qué es un burdel? -preguntó atónito. -No lo habría preguntado si lo supiera, señor -respondió ella.

– Dices que eres de Corinio -comenzó él, pero ella le interrumpió.

– La rama familiar de Druso Corinio llegó a Corinio en tiempos del emperador Claudio, pero yo fui educada fuera de la ciudad. Sólo la he visitado tres veces en mi vida, la última cuando tenía seis años. Soy la única hija de una buena familia patricia. Y no sé qué es un burdel. ¿Debería saberlo?

– ¡Oh, querida! -exclamó Joviano, casi para sí, -termina tu masaje, Cailin, y después te explicaré lo que necesitas saber.

Miró con inusual irritación a las dos encargadas de los baños, que no paraban de reír entre dientes y que callaron al instante. Era raro que el amo Joviano se encolerizara, pero cuando lo hacía era temible.

Cuando las encargadas de los baños terminaron su trabajo, acompañaron a Cailin y Joviano a un cálido vestidor, donde Joviano se puso una dalmática limpia, de seda azul cielo. A Cailin le entregaron una túnica de seda blanca que se ataba a la cintura con un cordón dorado.

– Ven, querida -dijo él cogiéndola de la mano. -Tomaremos pasteles de miel y vino en mi jardín privado y te contaré todo lo que has de saber.

El jardín era exquisito; pequeño y rodeado por un muro cubierto de hiedra. En el centro había una pequeña fuente de mármol en forma de concha, de la que caía el agua a una taza redonda. Había media docena de rosales que ya empezaban a florecer, perfumando el ambiente con su exuberante perfume.

– Ven y siéntate aquí -indicó Joviano, sentándose en un banco de mármol. -Ah, el vino está frío. ¡Excelente! -dijo con una sonrisa a la esclava que lo servía. -Bien, Cailin, para responder a tu pregunta… Un burdel es un lugar donde las mujeres venden su cuerpo para diversión de los hombres. ¿Entiendes?

Ella asintió, los ojos como platos, y Joviano observó el maravilloso color violeta de éstos.

– Nunca había oído hablar de algo así -respondió. -Sé que los hombres yacen con otras mujeres aparte de sus esposas, pero no sabía que las mujeres cobraran por ello.

– Bueno, no hay nada extraño en ello -dijo él. -Se hace continuamente y se ha hecho desde el principio de los tiempos. Sin embargo, existen diferentes grados en este asunto. Algunas mujeres se venden en las calles.

Se las llama prostitutas, o putas. Copulan con sus clientes contra la pared, en los callejones. No pueden elegir con quién tiene tratos. En consecuencia, acaban enfermas y a menudo mueren jóvenes, lo cual probablemente es una bendición para ellas. No es fácil ser una mujer de la calle. Pueden caer presa de un hombre que las obliga a ir con otros hombres pero se lleva todos los beneficios. Es una vida muy dura.

»Las mujeres de los burdeles suelen estar mejor, aunque hay diferentes clases de burdeles. Los que son para las clases inferiores tienden a tratar a sus mujeres poco mejor que las desdichadas que hacen su trabajo en la calle. Estos burdeles existen porque siempre hay muchas pobres muchachitas deseosas de hacer fortuna en el interior de sus muros, pero pocas, si acaso alguna, escapan para envejecer con comodidad.

– ¿Por qué lo hacen, pues? -preguntó Cailin.

– Porque no tienen alternativa -respondió él con franqueza. -Sin embargo, Villa Máxima no es como la mayoría de burdeles. Nosotros mimamos a nuestras mujeres y las rodeamos de lujo. No son prostitutas corrientes sino cortesanas, muy bien preparadas y con habilidad para ofrecer a los clientes el máximo placer. También tenemos jóvenes y apuestos cortesanos muy solicitados entre ciertas mujeres adineradas de la ciudad y la corte. Entre nuestros clientes se encuentran hombres que disfrutan con la compañía de otros hombres o la prefieren; y mujeres que prefieren tener a una mujer por amante. Nosotros complacemos todos los caprichos.

– Todo me resulta muy extraño -manifestó Cailin.

Él hizo un gesto de asentimiento.

– Sí, imagino que sí, teniendo en cuenta la vida que llevabas en Britania. Sé que será difícil para ti, pero te adaptarás a esta nueva vida si mantienes la mente abierta. ¿Por casualidad eres cristiana?

Cailin negó con la cabeza.

– No. ¿Y vos?

Él rió.

– Ahora es la religión oficial del imperio -dijo. -Como buen ciudadano, obedezco al emperador en todo.

Cailin rió por primera vez en muchos meses.

– ¡Qué prevaricado sois, señor! Me temo que no os creo.

Joviano se encogió de hombros.

– Hago lo necesario para evitarme problemas -dijo. -En esta nueva iglesia hay luchas internas respecto a qué es la doctrina correcta y qué no lo es. Cuando se hayan puesto de acuerdo, tal vez yo encuentre mi fe. Hasta entonces…

– Guardáis las apariencias -terminó ella. -Sé muy poco de los cristianos, señor. Sin embargo, creo que prefiero a mis dioses: Sanu, la madre, y Lug, nuestro padre. Están representados por la tierra y el sol. Luego está Macha, Epona, Sulis, Cernunos, Dagda, Taranis y mi favorita, Nodens, la diosa del bosque. Mi madre adoraba en particular a Nodens. Los cristianos, según me han dicho, no tienen más que un dios. Me parece una religión muy pobre, si sólo tiene un dios.

– Deberías aprender más cosas sobre ellos, si has de vivir en Constantinopla -le dijo Joviano. -Haré que un sacerdote te introduzca en la religión. Tenemos a varios clérigos importantes entre nuestros clientes.

– Entonces, señor, ¿seré cortesana? -preguntó Cailin.

– No inmediatamente, querida. Para empezar, te faltan conocimientos, y además, debo asegurarme de que no tienes ninguna enfermedad. Las mujeres que viven en esta casa están sanas. No les permito acostarse con hombres que no lo están. Algunos propietarios de burdeles tienen mujeres de una salud penosa. Mi burdel no. Por un solo solidus se puede comprar en el mercado un buen médico griego. Nosotros tenemos uno que vive aquí y cuida la salud de todas las residentes de Villa Máxima.

– Entonces, cuando él haya decidido que estoy sana -dijo Cailin, -me enseñaréis a ser cortesana.

– A la larga, sí -respondió él. -¿Te inquieta saber que con el tiempo tendrás que tener varios amantes, querida?

Cailin sopesó la respuesta. En otra época y en otro lugar, la simple idea la habría horrorizado, pero no estaba en Britania. Se hallaba tan lejos de su casa que ni siquiera podía saber la distancia. Su esposo probablemente la creía muerta. Quizá ya había tomado otra esposa. Wulf… Por un momento vio ante ella su bello rostro y su fuerte cuerpo, y las lágrimas asomaron a sus ojos. Pero parpadeó y las reprimió rápidamente. Al principio no sería fácil recibir a otro hombre entre los muslos, pero suponía que con el tiempo se acostumbraría.

– ¿Qué futuro me espera después de mi juventud? -preguntó a Joviano.

Por un momento la sorpresa se reflejó en su rostro; luego dijo con tono admirativo:

– Eres prudente, querida, al pensar en tu futuro. Muchas chicas no lo hacen. Creen que serán jóvenes y deseables eternamente. Claro que éste no es tu caso. Bien, te diré qué futuro te puede esperar si confías en mí. Aprende bien tus lecciones, Cailin, y te prometo que atraerás a los mejores amantes de Constantinopla.

»No aprendas sólo las artes de la sensualidad, querida. Muchos no comprenden que para ser verdaderamente fascinante una mujer debe saber conversar con amenidad tanto como ser deseable. Los amantes inundarán a esta mujer de regalos valiosos, oro, joyas y otros objetos preciosos. Al final podrás comprar tu libertad.

»Al comenzar cada año ponemos valor a cada mujer de la casa. Si durante ese año decide que desea comprar su libertad, no discutimos el precio, pues ya está fijado. Hoy te he comprado a ti por cuatro folies, pero tu valor ya ha aumentado ahora que tu belleza es visible. Vales al menos diez solidus.

– ¿Cuántos folies es eso, señor? -preguntó Cailin.

– Hay ciento ochenta folies de cobre en cada solidus de oro. Mil ochocientos folies de cobre son diez solidi de oro, querida -respondió con una sonrisa. -Estoy casi tentado de devolverte ahora que ese necio mercader te ha dejado marchar por tan poco dinero sólo porque necesitabas un poco de agua y jabón. No, no puedo. Se pondrá a aullar y a llorar diciendo que le han engañado, a pesar de que yo se lo he advertido. Todos son iguales. -Se puso de pie. -Vamos a ver a mi hermano Focas y demostrarle que no he perdido mi habilidad para ver una gema perfecta bajo el barro de la calle. Isis -llamó a una esclava. -Acompáñanos. -Se volvió hacia Cailin. -Te dirigirás a los caballeros que vienen a esta casa tratándoles de «mi señor». También a mi hermano y a mí.

– Sí, mi señor -respondió Cailin, siguiendo a Joviano a través de la casa hasta donde Focas les esperaba.

Cuando se desnudó, el mayor de los hermanos Máxima expresó su sorpresa y aprobación. Ella permaneció en silencio mientras ellos hablaban, hasta que por fin volvieron a vestirla.

– Isis -dijo su nuevo amo a la esclava, -lleva a Cailin a los alojamientos que he ordenado prepararan para ella. -Cuando las dos mujeres hubieron partido, Joviano se volvió hacia su hermano, lleno de excitación. -Tengo planes maravillosos para esa chica – dijo. -Nos hará ganar una fortuna, Focas, y nos asegurará la vejez.