– Ninguna cortesana, por muy bien preparada que esté puede hacernos ganar mucho oro -replicó su hermano mayor.

– Esta sí, y no tendrá que distraer personalmente a ninguno de nuestros clientes. Al menos no durante cierto tiempo, hermano querido -terminó Joviano.

Frotándose las manos con aire alegre, se sentó al lado de Focas.

Aquellos dos hermanos eran un estudio de contrastes. Aunque casi iguales de estatura -Focas era un pelín más alto, -nadie que no los conociera habría dicho que eran hermanos, nacidos de los mismos padres. Su padre había sido cortesano y su madre su amante. Villa Máxima era el hogar de ella. Focas había heredado el lado paterno de su familia. Era esbelto, de rostro largo y aristocrático formado por una nariz delgada, labios estrechos y profundos ojos oscuros. Tenía el pelo negro y lacio que llevaba peinado hacia atrás. Su ropaje era caro y sencillo. Focas Máxima era la clase de hombre que podía desaparecer fácilmente entre una multitud. Las mujeres de su propiedad decían que era un amante de proporciones épicas que podía hacer llorar de felicidad a la cortesana más endurecida. Su perspicacia para los negocios era admirada en toda la ciudad, y sus generosas obras de caridad le mantenían en buenas relaciones con la Iglesia.

Su hermano menor, Joviano, era lo contrario. Elegante, educado clásicamente, aficionado a la moda, estaba considerado una de las mayores inteligencias de su tiempo. Adoraba las cosas hermosas: la ropa, las mujeres, las obras de arte y en particular a los jóvenes apuestos, de los cuales mantenía a varios para que se ocuparan de sus necesidades. Con sus rizos oscuros despeinados de modo deliberado, se le reconocía con facilidad en las carreras, los juegos, el circo. El éxito de Villa Máxima se debía en gran medida a él, pues aunque Focas sabía llevar la contabilidad y ocuparse del presupuesto necesario para llevar un burdel, era la imaginación de Joviano lo que situaba a Villa Máxima por encima de los demás burdeles caros de la ciudad. Su difunta madre, famosa cortesana en su tiempo, habría estado muy orgullosa de ellos.

– ¿Qué se te ha ocurrido? -le preguntó Focas, despertada su curiosidad por el estado particularmente excitado de su hermano con respecto a Cailin.

– ¿No somos famosos a todo lo largo y lo ancho del imperio por nuestras diversiones? -dijo Joviano.

– ¡Claro que sí!

– Nuestros cuadros vivos no tienen igual. ¿Tengo razón?

– Tienes razón, querido hermano -respondió Focas.

– ¿Y si lleváramos un cuadro vivo un paso más allá? ¿Y si en lugar de un cuadro presentáramos una obrita de deliciosa depravación, tan decadente que todo Constantinopla quiera verla… y pague bien por gozar de ese privilegio? Al principio, querido hermano, nadie salvo nuestros clientes habituales podría verlo. Estos, por supuesto, hablarían de ello e intrigarían a sus amigos y a los amigos de sus amigos.

»Sólo se permitiría la entrada a los que vinieran recomendados personalmente por nuestros clientes. Pronto tendríamos tantas solicitudes de entrada que podríamos poner el precio que quisiéramos, y así nos haríamos ricos. Nadie ha hecho jamás una cosa así. Naturalmente, habrá otros que nos imitarán, pero no podrán mantener nuestro nivel de genio e imaginación. Cailin será la pieza central de la función.

Focas comprendió el plan de su hermano. Era sin duda muy brillante.

– ¿Cómo llamarás a tu obrita y cómo se representará? -preguntó, fascinado.

– «La virgen y los bárbaros». ¿No es magnífico? -Joviano estaba más que satisfecho de sí mismo y de su ingenio. -La escena comenzará con nuestra pequeña Cailin sentada ante un telar, vestida de blanco, modesta e inocente, el pelo suelto, tejiendo. ¡De pronto se abre bruscamente la puerta de su cámara! Entran tres magníficos bárbaros desnudos, espada en mano, con intenciones bastante evidentes. ¡La asustada doncella da un salto pero…! Los hombres se echan sobre ella y la desnudan a pesar de sus gritos. La violan y baja el telón ante las aclamaciones del público.

– Aburrido -dijo Focas secamente.

– ¿Aburrido? -Joviano pareció ofendido. -No puedo creer que me digas eso. No hay nada aburrido en la escena que acabo de describirte.

– La violación de una virgen es un tema corriente de cuadro vivo -respondió Focas decepcionado. -Si eso es todo, Joviano, es aburrido.

– ¡Por todos los dioses! Lo veo tan claro que no te he explicado los detalles. Nuestra virgen es violada por tres bárbaros, Focas. ¡Tres!

– Aunque sean tres, y no uno, es aburrido.

– ¿Los tres al mismo tiempo?

Focas abrió los ojos de par en par.

– ¡Imposible! -dijo.

– En absoluto -replicó su hermano, -pero la coreografía debe estar muy bien hecha, como si fuera una danza del templo. Pero no es imposible, querido hermano, ¡en absoluto! Y aquí en Bizancio no se ha presentado nunca nada igual. ¿No está censurando la Iglesia constantemente la perversidad de la naturaleza del hombre? Habrá tumultos ante nuestras puertas para ver la función. Esta muchacha nos hará ganar una fortuna. Nos retiraremos a esa isla del mar Negro que compramos hace varios años y que no hemos visto desde entonces.

– Pero ¿la muchacha cooperará? -preguntó Focas. -Al fin y al cabo, esperas mucho de una pequeña provinciana.

– Cooperará, hermano. Es muy inteligente para ser mujer, y como es pagana no tiene escrúpulos. Al no ser virgen, no tiene respetabilidad que perder. ¿Sabes qué me ha preguntado? Qué futuro tendrá cuando su juventud y belleza hayan desaparecido. Por supuesto, le he dicho que podría comprar su libertad si era lista, y creo que lo es. Con las debidas enseñanzas, Cailin será la mayor cortesana que esta ciudad haya conocido.

– ¿Has decidido quiénes serán los hombres? -preguntó Focas. -¿Y con qué frecuencia daremos el espectáculo?

– Sólo dos veces a la semana. Hay que proteger el bienestar físico de la muchacha y tener en cuenta la naturaleza única de la función. Es mejor que nuestra clientela se quede rogando antes que nuestra obrita se vuelva demasiado ordinaria. En cuanto a los hombres, hace dos días vi al trío que necesitaremos en el mercado de esclavos privado de Isaac Stauracius.

– ¿Y si ya están vendidos?

– No lo estarán -afirmó Joviano. -Cuando los vi creí que los quería, pero no estaba seguro. Le di a Isaac cinco solidi de oro para que me los reservara. Mañana tenía que decirle algo, pero iré hoy. Son magníficos, querido Focas. Hermanos, idénticos de cara y cuerpo hasta en el último detalle. Hombres del norte, fornidos y rubios. Sólo tienen un pequeño defecto. No es visible, pero Isaac quiso que lo supiera. Son mudos. El imbécil que les capturó les arrancó la lengua. Una verdadera lástima. Parecen inteligentes y oyen bien.

– Ve a buscarlos -dijo Focas, -y no dejes que Isaac te engañe. Al fin y al cabo, él no sabe qué vamos a hacer con esos jóvenes. Su defecto físico ha de rebajar el precio considerablemente. ¡Pero espera! ¿Y sus órganos sexuales? ¿Son grandes? Por muy apuestos que sean han de tener buenos genitales. ¿Cómo puedes asegurarte de ello sin que Isaac sospeche algo del uso que daremos a ese trío?

Joviano miró divertido a su hermano mayor.

– Focas, querido hermano, me hieres profundamente. ¿Cuándo he comprado un esclavo para esta casa sin haberle inspeccionado sus atributos antes? En reposo, la virilidad de esos tres cuelga al menos quince centímetros. Excitada llegará a veinte, si no me equivoco, y raras veces me equivoco.

– Perdona, hermano -se disculpó Focas con una leve sonrisa.

Joviano le devolvió la sonrisa e hizo una leve inclinación de cabeza antes de marcharse. Llamó a su esclava favorita y actual amante para que se reuniera con él y, con paso ágil, cruzó las puertas de Villa Máxima rumbo a la calle.

CAPÍTULO 08

Cailin siempre había considerado lujoso el hogar en que había crecido, pero la vida en Villa Máxima fue toda una revelación para ella. En las paredes exteriores del edificio que daba a la calle no había ventanas. Se entraba por unas puertas de bronce que conducían por un estrecho pasillo a un patio grande y soleado. El suelo del patio era un diseño de bloques cuadrados de mármol blanco y negro. Había grandes tiestos colocados alrededor del patio. También había plantados pequeños árboles y rosales. Siempre había atractivas esclavas trabajando en el patio para dar la bienvenida a los visitantes y para acompañarles por las dos grandes escalinatas de mármol blanco hasta el pórtico con columnas y, a través de éste, al atrio de la villa.

El atrio era magnífico. El techo era alto y abovedado y estaba dividido en paneles hundidos tallados y adornados en tonos rojos, azules y dorados. Las paredes estaban decoradas con paneles de mármol blanco y rodapiés revestidos de plata. La entrada al atrio tenía dos columnas cuadradas y cuatro pilares redondos en mármol rojo y blanco, todo ello coronado con cornisas. Sobre la entrada había tres ventanas largas y estrechas con rejas.

Las puertas del atrio eran de bronce y los marcos estaban revestidos de mármol verde, tallado y decorado con marfil y oro. El suelo era de baldosas de mármol de diversos tonos de verde y blanco que formaban dibujos geométricos. En los nichos de la pared se exhibían maravillosas esculturas de hombres y mujeres desnudos, en solitario o en parejas o grupos, todos ellos en posturas eróticas calculadas para excitar al espectador. Había tinas de mármol llenas de flores de brillantes colores y varios bancos de mármol donde los clientes esperaban a que se comprobara su identidad antes de ser admitidos.

Lo poco del resto de la villa que Cailin vio en sus primeras semanas en Constantinopla era igualmente magnífico. Todas las paredes estaban paneladas y adornadas con cuadros enmarcados. El tema de casi todos los cuadros era de naturaleza erótica. Los lechos también estaban panelados y decorados con relieves dorados o trabajos en marfil. Las puertas eran o de mármol de diversos tonos o de pinturas en mosaico confeccionadas con piezas tan pequeñas que parecían pintadas. El suelo de la cámara principal, donde tenían lugar los encuentros eróticos, tenía la historia de Leda y Júpiter ilustrada en piezas de mosaico de exquisitos colores refulgentes.

El mobiliario de Villa Máxima era típico de un hogar acaudalado. Había divanes por todas partes, de estilo ornamental. Para las patas y los brazos, que a menudo estaban tallados, se utilizaban maderas de magnífica fibra. Para decorarlos se empleaba carey, marfil, ébano, joyas y metales preciosos. Las cubiertas de los divanes eran de los mejores tejidos, bordados en oro y plata y adornados con joyas.

Las mesas eran igualmente bellas, siendo las mejores de cedro africano. Algunas tenían la base de mármol, otras de oro o plata y otras de madera recubierta con oro. Había arcas para guardar cosas, algunas sencillas y otras de elegante diseño. Los candelabros eran de bronce, plata y oro, así como las lámparas, tanto las que se hallaban sobre las mesas como las que colgaban. No había nada que pudiera calificarse de carente de elegancia o belleza en la villa y su mobiliario.

A Cailin le habían asignado una bonita habitación pequeña con un suelo de mosaico cuya decoración central era Júpiter seduciendo a Europa. En las paredes se exhibían frescos de jóvenes amantes alentados y acosados por una multitud de graciosos Cupidos alados. Había una sola cama, una deliciosa y pequeña arca de madera decorada y una pequeña mesa redonda; sólo había una ventana, que daba a las colinas de la ciudad y más allá el mar. La habitación recibía sol casi todo el día, y la luz le proporcionaba un aspecto alegre que hacía que Cailin se sintiera cómoda por primera vez en casi un año. No. era un mal lugar donde comenzar su nueva vida.

Durante casi dos semanas esa vida transcurrió sin complicaciones y con mimos. Le daban más comida de la que jamás había recibido. La bañaban y le daban masaje tres veces al día. También le cuidaban los pies y las manos, le limaban las uñas y le aplicaban crema para suavizar la piel. La hacían descansar continuamente, hasta que creyó que se moriría de aburrimiento pues no estaba acostumbrada a la vida ociosa. No veía a nadie más que a Joviano y a los pocos siervos que se ocupaban de ella. Por las noches oía risas, música y alegría en otra parte de Villa Máxima, pero su cámara se hallaba muy aislada del resto de la casa.

Un día Joviano fue a buscarla y la llevó en una litera muy decorada y extravagante a dar un paseo por la ciudad. Él fue una fuente de datos fascinantes e información general. Cailin se enteró de que mil años atrás los griegos habían fundado una ciudad en aquel lugar. Situada en la unión de las rutas comerciales entre el este y el oeste, la ciudad siempre había florecido, aunque no era particularmente distinguida. Hasta que, unos cien años atrás, el emperador Constantino el Grande decidió abandonar Roma y eligió como nueva capital la ciudad de Bizancio. Constantino, el primer emperador que abrazó el cristianismo, consagró la ciudad el 4 de noviembre del año 328. La ciudad, rebautizada con el nombre de Constantinopla en su honor, fue consagrada formalmente el 11 de mayo de 330, con gran pompa y ceremonia. A la sazón ya estaban en marcha la construcción y la renovación de la ciudad.