– Tu modestia me conmueve -dijo con ironía el príncipe. -¡Dios mío! ¿No es la esposa del senador romano esa que va con ese tipo musculoso? ¡Claro que lo es!
Aspar contuvo la risa.
– Probablemente conocemos a la mitad de la gente que ha venido, Basilico. Mira allí. Es el obispo Andrónico, y observa con quién está. Es Casia, una de las mejores cortesanas que Villa Máxima puede ofrecer. He disfrutado de su compañía varias veladas. Es encantadora y tiene mucho talento. ¿Te gustaría conocerla? Pero no creo que esta noche me atreva a entrometerme con el obispo.
La sala estaba abarrotada. Jóvenes de ambos sexos desnudos empezaron a ir de un lado a otro, apagando las lámparas hasta que el recinto quedó en total oscuridad. Aspar sonrió al oír los gemidos bajos y respiraciones fuertes alrededor. Algunos de entre el público ya aprovechaban la oscuridad para hacer el amor. Entonces el grueso telón que ocultaba el escenario fue retirado y dejó al descubierto un segundo telón transparente. El escenario estaba muy bien iluminado, con lámparas colocadas a lo largo del suelo y otras colgadas de las vigas del escenario.
La cortina transparente fue corrida lentamente y tras ella apareció una hermosa joven sentada ante un telar. Su rostro era sereno, pero lo que Aspar encontró delicioso fueron sus largos rizos castaño rojizos. La muchacha iba vestida con una modesta túnica blanca; sus esbeltos pies estaban desnudos. Trabajaba expertamente en el telar. Su actitud era de pureza e inocencia.
Se oía una música suave de fondo procedente de unos músicos invisibles. El general miró alrededor. Entre el público, los amantes empezaban a entrelazarse. La esposa del senador romano estaba sentada frente al escenario, encima del regazo de su amante. Tenía el vestido recogido igual que la túnica del joven sobre el que se sentaba. Lo que hacían era obvio. Aspar sonrió, divertido, y se volvió hacia el escenario. La muchacha levantó la mirada y Aspar vio que sus ojos eran absolutamente inexpresivos. Por un momento se preguntó si era ciega. Aquella mirada vacía le conmovió de una forma extraña y le hizo sentir lástima por aquella hermosa joven.
Entonces, de pronto, la puerta que daba al pequeño escenario se abrió. El público ahogó una exclamación al ver a tres guerreros desnudos, untados de aceite, entrar a grandes pasos. Los tres tenían idénticos rasgos faciales. Vestían casco con coleta y llevaban una espada y un escudo decorado; pero sus grandes órganos masculinos era lo que más llamaba la atención del público.
– ¡Dios de los cielos! -exclamó Basilico en voz baja. -¿De dónde vienen ésos? Supongo que no… ¡ah, sí, sí lo van a hacer!
Se inclinó hacia adelante, fascinado, mientras los tres bárbaros empezaron a violar a la indefensa virgen.
La pequeña prenda de vestir transparente que llevaba Cailin le fue arrancada con violencia de su voluptuoso cuerpo. Ella levantó el brazo derecho y se llevó la mano a la frente mientras bajaba el izquierdo y lo colocaba ligeramente hacia atrás. Esta postura ensayada permitió al público contemplar con claridad su hermoso cuerpo desnudo. Por un instante los tres bárbaros permanecieron inmóviles, como si también ellos admiraran a su víctima. Entonces, de pronto, uno de ellos cogió a la muchacha y la besó con fiereza, acariciando con sus grandes manos aquel apetecible cuerpo. Un segundo bárbaro cogió a la doncella y empezó a explorar sus labios, mientras el tercer hombre exigía su parte también. Durante unos minutos, los tres bárbaros besaron y acariciaron a Cailin ante el suspirante público.
– ¡Oh, por todos los dioses! -casi gimió una voz femenina sin rostro en la oscuridad cuando los tres dorados bárbaros de pronto se volvieron hacia el público, exhibiendo sus miembros viriles erectos al máximo.
Se oyeron más suspiros de lujuria y gemidos mientras proseguía la obra. Los tres bárbaros agarraron a la muchacha para impedir que escapara y se jugaron a los dados quién se llevaría la virginidad contenida en su templo de Venus. El público no lo sabía, pero esta parte era la única que quedaba al azar en cada representación.
Joviano creía que si los actores masculinos interpretaban siempre exactamente el mismo papel acabarían aburridos.
Apolo ganó la primera vez y sonrió con placer. En las tres últimas representaciones había quedado relegado al papel que su hermano Castor interpretaría aquella noche. Gimió de auténtico placer cuando se tendió debajo de Cailin, que fue obligada a dejarse penetrar por la vagina. Por su parte, Pólux se arrodilló detrás de la muchacha, la sujetó con fuerza por las caderas mientras ella guardaba el equilibrio apoyándose en las manos, y lentamente penetró en el templo de Sodoma de Cailin. La audiencia estalló en risas cuando Castor, aparentemente descartado de la diversión, se mostró abatido. Entonces una sonrisa perversa le cruzó el rostro. Se acercó al grupo, apoyó un pie a cada lado de Apolo y obligó a Cailin a levantar la cabeza. Se frotó contra los labios de ella hasta que, con aparente recato, ella abrió la boca y atrapó el miembro viril, al principio con timidez y luego chupando con avidez. Con cuidado los otros dos hombres empezaron a moverse también dentro de la chica. Los violadores aullaban de placer.
Era hábil, pensó el general. La muchacha parecía inocente como un corderito. Sin embargo, sus ojos inexpresivos le indicaban que hacía aquello para sobrevivir. Era evidente que no disfrutaba con aquellos tres hombres que la habían penetrado por tres orificios de su adorable cuerpo. Aspar vio alrededor de él hombres y mujeres boquiabiertos y con los ojos desorbitados de lujuria. Varias parejas, unidas físicamente, gemían de placer mientras los actores llevaban a término aquella pequeña pieza de depravación. Cuando el cuarteto se desplomó formando un montón de miembros entrelazados, se corrió el telón.
Joviano apareció, ante los vítores y gritos de aprobación del público.
– ¿Habéis disfrutado con nuestro pequeño entretenimiento? -preguntó con un brillo pícaro en los ojos.
El público rugió de aprobación y él se sintió radiante.
– ¿Hay alguna dama presente que quisiera disfrutar de las atenciones especiales de alguno de nuestros jóvenes y bellos bárbaros? -preguntó Joviano con cierto recato.
De inmediato fue bombardeado con ávidas peticiones. Los tres hermanos salieron rápidamente de detrás del telón para reunirse con sus felices compañeras de aquella noche. Para asombro de Basilico, la lasciva esposa del senador romano se apoderó de uno de los actores y desapareció con él y su joven amante.
– ¿Y la chica? -preguntó alguien a gritos.
– ¡Ah, no! -respondió Joviano con una sonrisa. -Nuestra virgen no es para nadie… de momento… Quizá algún día, caballeros, pero no ahora. Mi hermano y yo nos alegramos de que os hayáis divertido con nuestra obra. Habrá otra representación dentro de tres noches. Decidlo a vuestros amigos.
Y acto seguido desapareció tras el telón como una pequeña zorra saltando a su madriguera.
Aspar se puso en pie.
– Tengo que ocuparme de cierto asunto -dijo a su compañero. -¿Me esperas, Basilico?
– Creo que sí -respondió el príncipe. -Al fin y al cabo, ya estoy aquí.
Sonriendo para sí, Flavio Aspar salió del pequeño teatro. Llevaba varios años buscando diversión en Villa Máxima y sabía muy bien a dónde iba. Encontró a los dos hermanos Máxima en una pequeña habitación interior, contento con satisfacción los ingresos de aquella noche.
– ¡Mi señor, me alegro de veros! -Joviano se apresuró a saludarle mientras Focas levantaba la vista lo suficiente para hacer un gesto de asentimiento al general. -¿Os ha gustado la obrita? He visto que el príncipe Basilico estaba con vos.
– Nada escapa a tus agudos ojos, ¿verdad, Joviano? -dijo el general riendo. -La actuación ha sido brillante. Un poco dura para la chica, diría. ¿Eso es lo que limita sus apariciones a dos veces a la semana?
– Claro. Cailin es muy valiosa para nosotros. No queremos causarle ningún daño -dijo Joviano.
– Quiero comprarla -respondió Aspar con voz tranquila.
Joviano sintió que el corazón le daba un vuelco. Sus ojos se posaron en los de su hermano, nervioso. Sin duda no habían pensado en esa posibilidad.
– Mi señor -dijo despacio, -no está en venta. Al menos por ahora. Quizá más adelante…
Notó una gota de sudor resbalarle por la espalda. Aquél era el hombre más poderoso del imperio bizantino. Más que el propio emperador.
– Mil solidi de oro -ofreció Aspar, y sonrió para demostrar que la negativa de Joviano no le ofendía.
– Tres mil -respondió Focas.
Focas Máxima carecía de sentimientos. Joviano podría protestar, pero enseñarían a otra muchacha para que ocupara el lugar de Cailin. Además, la obra ya no era una auténtica novedad.
– Mil quinientos -replico el general sin vacilar.
– Dos mil -replicó a su vez Focas.
– Mil quinientos -insistió con firmeza el general, indicando que el regateo había terminado. -Que me entreguen a la chica en mi villa privada de la costa. Queda a sólo ocho kilómetros de la puerta Dorada. Cuando lleguéis mañana, el mayordomo os dará el oro. Confío en que lo consideraréis un trato satisfactorio, caballeros.
Ni por un instante creyó que pudiera serle negado.
– Preferiríamos, mi señor, que el oro nos fuera entregado aquí. No creo que a ninguno de los dos le gustara regresar de más allá de las murallas de la ciudad cargado con semejante tesoro -explicó Focas. -Cuando nos hayan traído el dinero, nos complacerá enviaros la chica.
Hizo una cortés inclinación de cabeza.
– Muy bien -respondió Flavio Aspar, y al ver la expresión abatida de Joviano, añadió: -No estés triste, mi viejo amigo. «La virgen y los bárbaros» se estaba volviendo muy popular. Pronto nadie creerá que tu pequeña protegida… ¿cómo la llamáis?… es virgen. Crea una nueva obra para tu público, Joviano. No perderás nada con ello. Los que no han visto ésta estarán doblemente ansiosos por ver la próxima, y los que la han visto estarán igualmente ansiosos por ver la siguiente.
– Cailin. Se llama Cailin. Es britana -respondió Joviano. -¿Seréis amable con ella, mi señor? Es una buena chica nacida en tiempos difíciles. Si le preguntáis, os contará su historia. Es de lo más fascinante.
– No la he comprado para hacerle daño, Joviano -espetó el general. Luego añadió: -Caballeros, no quiero habladurías respecto a esta transacción, ni siquiera con mi amigo Basilico. No quiero que nadie conozca mi compra.
– Lo comprendemos perfectamente, mi señor -dijo Joviano con suavidad, empezando a recuperar su aplomo. Conociendo la historia de Sexto Escipión, siempre se había sentido un poco culpable por convertirla en la protagonista de su obra. Comprendió que como amante del general Aspar estaría más a salvo y, posiblemente, incluso sería más feliz. -Supongo que ahora os veremos menos -dijo.
– Quizá -respondió Aspar.
Con un gesto de asentimiento a los dos hombres, abandonó la estancia y cerró la puerta tras de sí.
– ¡Por todos los dioses! -exclamó Focas. -Hemos tenido a esa chica en nuestro poder menos de tres meses, querido hermano. Sus actuaciones nos han hecho ganar mil quinientos solidi y su venta nos ha aportado otros mil quinientos. Un excelente beneficio con una esclava que sólo nos costó cuatro folies, aun considerando el coste de mantenerla, el cual realmente ha sido mínimo. Te felicito, Joviano. ¡Tenías razón!
Joviano esbozó una amplia sonrisa. Un cumplido de Focas era tan raro como encontrar una perla perfecta en una ostra.
– Gracias, hermano -dijo. -¿Se lo dirás a la chica?
– Hablaré con ella por la mañana. Las noches que tiene función se baña y se va a la cama inmediatamente después. Ahora debe de estar dormida, y siempre duerme como un tronco.
Dormir. Era la única manera que tenía Cailin de escapar. Creía que era una mujer fuerte. Casi se había convencido de que podría hacer todo lo que le pidieran. Pero no creía que pudiera soportarlo mucho más tiempo. No es que nadie la maltratara, ya que todos se esforzaban para que se sintiera cómoda. Todos en Villa Máxima la mimaban y complacían. Joviano se dedicaba casi por completo a ella. Apolo, Castor y Polux la adoraban abiertamente. Incluso habían llegado a mostrarle un león dibujado en un mosaico, señalándola a ella, para indicar, a su manera, que era valiente como un león. Eso la halagó, pero no era suficiente. Recientemente había oído a Joviano hablar de un nuevo espectáculo que estaba ideando para ella. Sin duda no podría ser peor del que ya estaba representando.
Para su sorpresa, Joviano se reunió con ella a la mañana siguiente para tomar la primera comida del día.
– No podía dormir -dijo él, -y por eso he ido temprano al mercado. Mira qué estupendo melón te he traído. Lo tomaremos juntos mientras te cuento la increíble suerte que has tenido, Cailin.
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