La emperatriz asintió.
– Sí, y el patriarca accedió a apoyarle llegado el caso. La familia Estrabo no está sólo un poco irritada por la conducta indiscreta de Flacila, y su paciencia tiene un límite. Mmmm, me pregunto qué uso puedo dar a esta información, pero por supuesto el rompecabezas estará incompleto hasta que sepa exactamente qué está sucediendo en la villa de Aspar. -Sus ojos ambarinos lanzaron un destello de maldad. -Te irás por la mañana, hermano.
Él se levantó con un gemido y besó la mano de su hermana.
– Los deseos de la emperatriz son órdenes para mí, pero Verina, espero que me hagas un favor a cambio de esta empresa que emprendo en tu nombre. ¡Recuérdalo!
– Siempre que sea razonable, Basilico -ronroneó ella sonriendo.
Era un buen hermano, pensó la emperatriz mientras le observaba partir con expresión afectuosa. Fuera lo que fuese lo que sucedía en casa del general, Basilico se enteraría de la historia completa, la analizaría y regresaría para contársela. Si ella no sabía decidir cómo utilizar esta información, él podría aconsejarla. Estaban muy unidos, siempre lo habían estado.
Basilico abandonó la ciudad al día siguiente temprano. Viajó en una cómoda litera, pues prefirió no montar a caballo a causa del calor. Para su sorpresa, pasó casi todo el viaje durmiendo y despertó cuando cruzaban las puertas de la villa. Zeno, el sirviente, le saludó cortésmente, reconociendo al príncipe de los días en que servía en la casa del general en Constantinopla.
– ¿Dónde está tu amo? -preguntó Basilico.
– Está paseando junto al mar, señor.
Basilico estuvo a punto de pedirle que enviara a un criado a buscar a Aspar, pero decidió que podría enterarse de algo de valor si cogía desprevenido a su amigo.
– Gracias, Zeno -dijo. -Indícame el camino.
Siguió al mayordomo por el atrio de la villa y por el jardín interior hasta salir a un gran jardín exterior que daba al Propontis y, más allá, a Asia.
– Hay un sendero, señor -señaló Zeno.
Basilico enfiló el camino de grava. Hacía un día maravilloso, con un cielo azul brillante y sin una sola nube. El sol de otoño era cálido, y alrededor los rosales exhibían una mezcla de capullos tardíos y grandes rosas rojas. Entonces les vio: Aspar y una mujer, riendo juntos en la playa. La mujer llevaba una túnica blanca e iba descalza, igual que su amigo, que iba vestido con una corta túnica roja. El mar estaba apacible, una mezcla de azul, aguamarina y verde que se extendía como un tejido iridiscente hasta las colinas de la otra orilla. Sobre ellos las gaviotas chillaban, lanzándose al agua y luego ascendiendo perpendicularmente en el aire inmóvil.
Basilico les observó un largo momento, y luego llamó a la pareja, alzando la mano y agitándola:
– ¡Aspar, amigo mío!
Avanzó sobre la arena de la playa y se aproximó a ellos.
– ¡Dios mío! -masculló Aspar. -Es Basilico.
– ¿El hermano de la emperatriz? -preguntó Cailin. -¿Le habéis invitado?
– Claro que no. Seguramente ha oído algo, amor mío. Es listo y astuto como un zorro. Ha venido con algún propósito, puedes estar segura.
– Es muy apuesto -observó ella.
Aspar sintió una punzada de celos. No tenía motivos para dudar de ella, que simplemente había hecho una observación y sin embargo a él le dolió. No quería compartir a Cailin con nadie, pensó mientras Basilico llegaba hasta ellos.
– ¿Se ha producido alguna emergencia para que interrumpas mi intimidad? -preguntó a su amigo.
Basilico se sorprendió al oír el tono poco amistoso del general. ¡Dios santo! Estaba atrapado entre la curiosidad insaciable de su hermana y la irritación del hombre más poderoso del imperio. Nadie envidiaría su posición en esos momentos.
– No hay ninguna emergencia -respondió. -Simplemente me ha apetecido pasar un día en el campo. Aspar. No creí que mi llegada te hiciera comportarte como un oso herido -añadió, decidido a quedarse.
– Vuestro invitado tendrá sed y hambre, mi señor -dijo Cailin con voz suave. -Iré a ocuparme de que Zeno prepare algún refresco.
Hizo un educado gesto de asentimiento al príncipe y dejó a los dos hombres solos.
– ¡Qué criatura tan magnífica! -exclamó Basilico. -¿Quién es y dónde, afortunado de ti, la encontraste?
– ¿Por qué has venido? -preguntó bruscamente el militar. -Detestas el campo, Basilico. Hay otra razón lo sé.
– Verina me ha hecho venir -admitió Basilico.
La sinceridad siempre funcionaba con Aspar, y el príncipe lo sabía. Además, Aspar no era un hombre al que se podía engañar, en especial cuando se hallaba de mal humor como en aquel momento.
– ¿Qué quiere de mí tu hermana para que te envíe al campo a verme, Basilico? ¡Dime! No entraremos en la casa hasta que me lo digas. Tu pobre cuerpo pronto sufrirá una conmoción, amigo mío. No creo que lo haya rozado el calor del sol en años.
– Verina ha oído decir que has cerrado tu casa de la ciudad y que te has trasladado aquí. También ha oído decir que tienes una amante. Ya sabes que su curiosidad no tiene límites. Y, por supuesto, es amiga de Flacila.
– Y ella espera que contraiga una deuda con ella -observó Aspar.
– Conoces muy bien a mi hermana -dijo Basilico con tono burlón.
– También conozco el reciente escándalo en el que estuvo involucrada mi esposa y que el patriarca acalló. Vivo en el campo, Basilico, pero sigo teniendo mis canales de información. Pocas cosas suceden en la ciudad de las que no me entere. Como soy feliz, y como los parientes de mi esposa han acallado los chismes respecto a ella y a sus recientes amantes, me contento con dejar correr el asunto, a menos que mi situación sea divulgada. Tú sabes tan bien como yo que Flacila es perfectamente capaz de montar un escándalo por esta villa y sus habitantes sólo para desviar la atención de su propia conducta indigna. Como no es una mujer feliz, la idea de que yo lo sea la mortifica. Por eso vivo aquí y no en la ciudad. Mi conducta está sometida a menos escrutinio en Villa Mare, o eso creía hasta hoy.
– No pareces vivir una vida muy disoluta, Aspar -observó Basilico mientras se dirigían de la playa a la villa. -En realidad, si no te conociera habría supuesto que eras un simple caballero acomodado con su esposa. Ahora dime, antes de que me muera de curiosidad, ¿quién es esa chica y dónde la encontraste?
– ¿No la reconoces, Basilico?
El príncipe meneó su oscura cabeza.
– No, la verdad.
– Recuerda, amigo, una noche hace varios meses en que tú y yo visitamos Villa Máxima para ver una obrita notoria y particularmente salaz que estaba de moda en la ciudad -explicó Aspar.
Basilico pensó un momento y luego abrió de par en par sus ojos oscuros.
– ¡No! -exclamó. -¡No puede ser! ¿Lo es? ¿Compraste aquella chica? ¡No lo creo! Esta criatura exquisita que estaba contigo sin duda es patricia de nacimiento. ¡No puede ser aquella muchacha!
– Lo es -insistió Aspar, y refirió a su amigo una breve historia de Cailin y de cómo había llegado a Villa Máxima.
– O sea que la rescataste de una vida vergonzosa -señaló Basilico. -¡Qué ternura demuestras, Aspar! Será mejor que otros, entre ellos mi hermana y tu esposa, no lo sepan, supongo.
– Sólo soy blando de corazón en lo referente a Cailin -dijo el general a su amigo. -Ella me hace feliz, y para mí es más como una esposa de lo que Flacila ha sido jamás. A Ana también le habría gustado.
– Estás enamorado -repuso Basilico, casi con envidia.
Aspar no contestó, pero tampoco lo negó.
– ¿Qué harás, viejo amigo? -preguntó Basilico. -No te contentarás con vivir en las sombras con tu Cailin mucho tiempo, lo sé.
– Quizá me divorcie de Flacila. El patriarca no puede negarse, en particular después del reciente escándalo provocado por ella. Ya hace tiempo que debería estar encerrada en un convento. Es una constante vergüenza para su familia. Al final cometerá una locura de tal calibre que no podrán ocultarla.
Cruzaron el pórtico que daba al mar y entraron en el jardín interior de la villa, donde les esperaba vino fresco y pastelillos de miel. Cailin no se encontraba a la vista y fueron servidos por una silenciosa esclava que, a una señal de su amo, se retiró para respetar su intimidad.
– Aunque te concedan el divorcio de Flacila Estrabo -observó Basilico, -jamás te permitirán casarte con una mujer que ha iniciado su vida en Constantinopla en el burdel más famoso de la ciudad. Supongo que te das cuenta de ello.
– Cailin es patricia, nacida en una de las familias más antiguas y más distinguidas de Roma -argumentó Aspar. -Su conducta en Villa Máxima no se debía a su voluntad. No fue utilizada como una prostituta común, y sólo actuó en aquella obscena obra una docena de veces. Dios mío, Basilico, la primera noche que la vi había entre el público mujeres copulando con esclavos, y todos eran de buena familia. El príncipe suspiró.
– No puedo discutir con tu lógica, pero tú tampoco puedes discutir con los hechos. Sí, había mujeres de familias distinguidas buscando diversiones ilícitas, pero ella actuaba para deleite de cientos de personas dos veces a la semana. Incluso mi hermano podría conmoverse con la historia de Cailin, pero aun así no aprobaría que te casaras con ella. Además, la chica es pagana.
– El propio patriarca podría bautizarla, Basilico, y así aseguraría que mi esposa es ortodoxa, y también mis hijos.
– Estás viviendo en el paraíso de los necios, viejo amigo -observó el príncipe. -Eres demasiado importante para Bizancio para que se te permita esta locura romántica, y no se te permitirá, te lo aseguro. Mantén a esa chica como amante y sé discreto. Es todo lo que se te permitirá, pero al menos estaréis juntos. No le contaré a mi hermana tus deseos. La asustarían, pues no son propios de ti.
– Soy el hombre más poderoso de Bizancio, el que corona a los reyes, y sin embargo no puedo disfrutar de mi propia felicidad -dijo Aspar amargamente. Bebió un trago de vino. -Debo seguir casado con una zorra de alta cuna que se prostituye con las clases más bajas, pero yo no debo casarme con mi amante de alta cuna porque se vio forzada a una breve esclavitud carnal.
– ¿La has hecho libre?
– Por supuesto. Le dije a Cailin que sería libre legalmente cuando yo muriera, pero en realidad ya lo es. Temía que se marchara si conocía la verdad, aunque la verdad es que está bastante indefensa. Quiere regresar a su Britania natal para vengarse de la mujer que la vendió como esclava, pero ¿cómo podrá hacerlo sin ayuda? ¿Y quién la ayudará? Sólo los que quieran aprovecharse de ella.
– Y además -dijo Basilico con voz suave, -tú la amas. No lamentes lo que no puedes tener. Coge lo que puedes tener. Tienes a Cailin y ella será tuya mientras la desees. Nadie te negará una amante, aunque Flacila proteste por ello. La corte sabe cómo es realmente tu esposa y nadie desea verte infeliz. ¿Comprendes, Aspar?
El general asintió con rostro inexpresivo.
– Lo comprendo. ¿Qué le dirás a tu hermana, Basilico? Tienes que contarle algo que la satisfaga.
Basilico rió.
– Sí. Verina es más curiosa que un gato. Bueno, le diré que te has llevado a la cama a una encantadora y bella amante, y que vives satisfecho con ella en Villa Mare para evitar el escándalo o cualquier altercado público con Flacila. Ella considerará que es justo a pesar de su «amistad» con tu esposa y ahí se acabará todo, supongo. Verina cree que no le miento, aunque a veces tengo que hacerlo para protegerla o para protegerme a mí. -El príncipe rió entre dientes. -Además, no mentiré, simplemente le diré la verdad. Pero ella no necesita conocer toda la historia. -Sonrió.
– No sé por qué León no te utiliza en el servicio diplomático -repuso Aspar con un destello en sus ojos grises.
– Mi cuñado no confía en mí -replicó Basilico. -Tampoco le gusto, me temo. Su alto cargo le ha hecho dejar de ser un hombrecillo meramente aburrido para convertirle en un hombrecillo aburrido que cada día se vuelve más recto y piadoso. Los sacerdotes le adoran. Tendrías que vigilar ese terreno o convencerán a León de su propia infalibilidad y de que los generales son innecesarios para el gran plan que Dios ha trazado para Bizancio.
– Puede que no te guste León, o que tú no le gustes a él -dijo Aspar, -pero es el hombre perfecto para ser emperador, y posee más sentido común del que supones. Por ahora carece de ego, aunque a la larga, como todos los hombres que están en el poder, el ego surgirá y le causará dificultades. Adora Bizancio, y es un buen administrador. Elegí al hombre adecuado, y los sacerdotes lo saben. Aunque me obligaron a hacer aquel pequeño trato para conseguir su apoyo, están satisfechos con León y también lo está el pueblo. Marciano nos dio prosperidad, y más paz de la que habíamos gozado en muchos años. León es su más digno heredero.
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