– Creía que no te importaba mucho la paz -observó el príncipe.

Aspar rió.

– Hace treinta años no había suficiente guerra para mí, pero ahora ya he llenado el cupo. Estoy en el ocaso de mi vida. No deseo nada más que vivir aquí en paz con Cailin.

– Que Dios te conceda ese deseo, Aspar, amigo mío. Me parece un deseo muy insignificante -confió Basilico al general. -Bueno, ¿vas a presentarme a esa exquisita muchacha, o he de regresar con la noticia de que ni he visto ni he hablado con la divina criatura que te ha hecho abandonar tu casa de Constantinopla?

CAPÍTULO 10

– ¿Es guapa? -preguntó la emperatriz a su hermano.

– Escandalosamente guapa -respondió Basilico sonriendo.

Había partido de Villa Mare a primera hora de la tarde el mismo día en que había llegado, apresurándose a regresar a la ciudad para informar a su hermana, que esperaba ansiosa sus noticias.

– ¿Tiene piel blanca? -siguió preguntando Verina.

– Tiene piel blanca y suave como una estatua de mármol, querida.

– ¿De qué color son sus ojos?

– Depende de la luz -dijo Basilico. -En ocasiones son como amatistas y en otras parecen violetas tempranas -respondió poéticamente.

– ¿Y el pelo?

Verina estaba cada vez más intrigada. Basilico no era un hombre que hiciera halagos fácilmente.

– Tiene el pelo castaño rojizo, una masa de pequeños rizos que le llega hasta las caderas. Lo lleva suelto y resulta muy atractivo.

– No me lo digas -repuso la emperatriz. -Sus rizos son naturales, estoy segura. Qué suerte tiene, pero ¿quién es?

– Una joven viuda, patricia de ascendencia romana, que procede de Britania -respondió él. -Es encantadora, Verina, y ama a Aspar. Si les vieras juntos, dirías que son una pareja felizmente casada.

– ¿Cómo llegó a Bizancio? ¿Una viuda, dices? ¿Su esposo era bizantino? ¿Tiene hijos? Vamos, Basilico, no me estás diciendo todo lo que sabes.

La emperatriz miró severamente a su hermano.

– Su esposo era sajón, según me han dicho. Perdieron a su hijo. No tengo ni idea de cómo llegó a Bizancio. De veras, Verina, ya fue bastante vergonzoso interrogar a Aspar para satisfacer tu curiosidad infantil. He hecho todo lo que he podido y no haré nada más -añadió irritado.

– ¿Cuántos años tiene la pequeña amante de Aspar y cómo se llama? -presionó la emperatriz. -Eso seguro que lo sabes.

– Tiene diecinueve años y se llama Cailin.

– ¿Diecinueve? -Verina dio un respingo. -¡Pobre Flacila!

– Flacila se merece lo que le pasa -espetó Basilico, ansioso por escapar del interrogatorio de su hermana antes de decir algo inconveniente. Por alguna razón, Verina le estaba poniendo nervioso.

Verina captó la intranquilidad de su hermano.

– Esta mañana he tenido visita -dijo con demasiada dulzura. -Probablemente no debería confiarte esto. Los hombres sois muy tontos en estas cosas, pero como es evidente que tú me ocultas algo, debo decírtelo para que hables libremente. Sabes que últimamente León raras veces visita mi cama. Escucha a sus clérigos, que declaran que las mujeres somos impuras, un mal necesario para la reproducción que, de no ser por eso, deberían ser evitadas. No sé cómo cree que le daré un hijo si no copulamos. Está muy bien que los sacerdotes le digan que rece para tener un heredero, pero para tener un hijo hay que hacer algo más que rezar. -La emperatriz enrojeció de ira, pero luego prosiguió con suavidad. -No me atrevo a coger un amante para satisfacer mis necesidades. La Iglesia considera malas las necesidades naturales de la mujer. No tengo auténtica intimidad, y como sabes se me vigila constantemente. He estado pensando en ello, y al final se me ha ocurrido. Si tengo que seducir a mi esposo para que regrese a mi cama, he de emprender una acción drástica. Comprendo que se supone que no debería saber de estas cosas, pero resulta que sí, y según me han dicho hay burdeles muy elegantes en Constantinopla. Decidí contratar a una cortesana para que me enseñara las artes eróticas que podrían tentar a León a cumplir con su deber como marido.

– ¿Que has hecho qué? -preguntó Basilico, atónito por la revelación de su hermana.

La buena esposa bizantina no debía conocer esas cosas. No sabía si consternarse o reír.

– Contraté a una cortesana para que me enseñara a ser más sensual -repitió Verina. -Flacila me ayudó. A veces visita un lugar llamado Villa Máxima. Allí ofrecen diversiones maravillosas y fantásticos jóvenes que se alquilan como amantes. ¿Lo sabías, Basilico? -Y mientras él la miraba boquiabierto, ella misma se respondió: -Claro que conoces Villa Máxima, querido hermano. En ocasiones eres uno de sus distinguidos parroquianos.

»Una de esas ocasiones fue varios meses atrás, cuando visitaste ese lugar en compañía de nuestro general. Representaban una obrita, peculiar y de lo más lasciva, dos veces a la semana, de cuya perversidad toda la ciudad hablaba. ¡Flacila dice que era fantástica! Ojalá yo hubiera podido verla, pero ¿cómo podía asistir a un lugar así, aunque fuera disfrazada? Seguro que alguien me habría reconocido. Él asintió.

– Habría sido imprudente, es cierto, Verina.

Ella le sonrió y retomó el hilo de su historia.

– La cortesana que me han enviado es una criatura adorable llamada Casia. Ella es quien me ha dicho que Aspar compró a los propietarios del burdel al miembro femenino de ese depravado espectáculo. ¿Una joven viuda, patricia, de antepasados romanos, procedente de Britania? ¿De veras, Basilico?

– Ella es exactamente como te la ha descrito, Verina. No me ha parecido necesario revelarte los desdichados meses que vivió como esclava, estado al que llegó no por su culpa. Aspar la liberó inmediatamente después de comprarla. Reconoció su sangre patricia y se compadeció de ella. Y ahora está enamorado de Cailin.

– No puedo creer que me hayas mentido, hermano -dijo la emperatriz poniendo mala cara.

– No te he mentido -replicó el príncipe con irritación.

– No me has contado todo lo que sabes. No puedo perdonártelo.

– No te lo conté porque no quería avergonzar a Cailin. Aspar no me lo habría dicho, pero la reconocí. Es un episodio que los dos querrían olvidar. Lo único que desean es vivir en paz en Villa Mare. -Se puso serio. -León nunca estará tan a salvo como para que no necesite a Aspar, hermanita. Si le ofendes, sabe Dios qué podría sucederos a ti y a tu familia. El Imperio ahora disfruta de una relativa estabilidad, pero nunca se sabe cuándo podría estallar la rebelión y el descontento entre las masas.

»Le diré a Aspar que conoces su secreto y cómo te enteraste. Mantendrás el secreto y así el general estará en deuda contigo, Verina. Eso te beneficiará más que cualquier satisfacción momentánea que pudieras obtener revelándole todo esto a Flacila Estrabo.

La emperatriz consideró las palabras de su hermano y luego asintió.

– Sí, tienes razón. La buena voluntad de Aspar es más importante para nosotros que su zorra esposa. Ahora tiene un nuevo amante, ¿lo sabías?, y esta vez lo ha elegido entre los de nuestra clase.

– ¿Ella te lo ha dicho? ¿Quién es, Verina?

– Justino Gabras. Vástago de la gran familia patricia de Trebisonda. Tiene veinticinco años y dicen que es muy guapo.

– ¿Qué está haciendo en Constantinopla, y qué ha hecho Flacila para seducirle? -se preguntó Basilico en voz alta, pero al ver el brillo en los ojos de su hermana supo que se lo contaría todo.

– Se dice -comenzó Verina- que Justino Gabras tiene un genio muy vivo. Ha matado a varias personas que consideró que le habían ofendido. Su última víctima, sin embargo, era primo del obispo de Trebisonda. Según me han contado fue necesario retirar de la escena al asesino lo antes posible. Dicen que la familia Gabras se vio obligada a pagar a la del obispo una buena compensación por la vida de su pariente. Justino Gabras fue expulsado de Trebisonda por un período de cinco años.

»En Constantinopla su crueldad ya se ha hecho conocida. Ha comprado una enorme mansión que da al Cuerno Dorado y una finca en el campo. Dicen que sus fiestas y diversiones rivalizan con las de los mejores burdeles de la ciudad. ¿Te sorprende que Flacila le haya conocido?

– Me sorprende que la Iglesia no interfiera -dijo el príncipe.

– Gracias a su generosidad hacia el favorito del patriarca, la Iglesia hace la vista gorda -declaró la emperatriz.

– Si Justino Gabras es todo lo que dices que es, creo que Flacila esta vez se ha enamorado -observó Basilico.

– Si es así, podría resolver muchos problemas. La familia Estrabo ya no tendría que preocuparse por la conducta de Flacila, ni Aspar tendría que cargar con ella.

– Y entonces podría casarse con su querida Cailin -dijo Basilico con indiferencia, observando la reacción de su hermana.

– ¿Casarse con la chica que conoció en un burdel? No, querido hermano, no se le permitiría. No tiene que volver a casarse, no sería apropiado que el primer patricio del Imperio, el mayor general de Bizancio, se casara con una muchacha que trabajaba en un burdel, por muy de sangre azul que fuera. El Imperio sería el hazmerreír y no podemos permitirlo -manifestó Verina.

Por supuesto, pensó Basilico con tristeza, jamás permitirían a Aspar que se casara con Cailin. ¿No se lo había dicho él mismo a su amigo? Aun así, cuando había oído lo del último amante de Flacila y su mala fama, había pensado que quizá el Imperio recompensaría a su hijo favorito con el permiso para casarse con la mujer a la que amaba, que le cuidaba con devoción y le amaba en su vejez. Basilico se consideraba mundano, pero a veces deseaba llevar una vida más sencilla.


El otoño dio paso al invierno. Los vientos soplaban del norte y en Villa Mare las contraventanas del pórtico estaban cerradas, mientras los braseros llenos de carbón caldeaban las habitaciones. Cailin y Aspar llevaban una vida tranquila. Parecía que sólo se necesitaban el uno al otro. No hubo más visitas a la villa después de la de Basilico aquel día de otoño. Ellos lo preferían así.

Aspar pasaba varios días cada semana en la ciudad, atendiendo sus obligaciones. Veía a menudo a su hijo mayor, Ardiburio, y un día, en el senado, éste le preguntó abiertamente a su padre:

– ¿Por qué cerraste nuestro palacio?

– Porque prefiero vivir en el campo -respondió Aspar.

– Dicen que tienes a una amante joven contigo.

Una leve sonrisa acudió a los labios de Aspar pero desapareció enseguida.

– Tienen razón -admitió a su hijo. -A diferencia de tu madrastra, yo prefiero llevar mi asunto con discreción. Cailin es una muchacha tranquila y prefiere el campo a la ciudad. Y a mí me gusta complacerla.

Ardiburio tragó saliva.

– ¿Te gusta, padre?

Aspar miró fijamente a su hijo, preguntándose adonde quería llegar. Por fin respondió:

– Sí, y a tu madre también le habría gustado.

– ¿No amas a Flacila?

– No, Ardiburio, no la amo. Creía que lo sabías desde el principio. Nuestro matrimonio fue por motivos políticos. Necesitaba que el patriarca aprobara a León y lo conseguí llevándome a Flacila del seno de su familia -explicó Aspar. -¿Qué quieres decirme, hijo? Nunca has sido hombre de muchas palabras. Eres un soldado, como yo. ¡Habla!

– Debes quitar a Patricio del cuidado de Flacila, padre. No debería seguir en su casa más tiempo.

– ¿Por qué?

– Tiene un amante perverso, padre. Un hombre rico y de una gran familia. Sé de buena tinta que ha corrompido a niños de sólo ocho años. Patricio tiene casi diez y cada día es más guapo. Es un niño encantador, como sabes, y siempre está dispuesto a caer bien. El amante de tu esposa todavía no le ha violado, pero últimamente ha mostrado un interés que no es sano. Mi fuente es de absoluta confianza, padre. Hay que proteger a mi hermano pequeño.

– Entonces debéis llevároslo tú y Zoé -dijo Aspar. -Sofía no está acostumbrada a los niños pequeños y él no le tiene ningún respeto. Patricio te adora, Ardiburio, y tu esposa sabe bien cómo tratar a los críos traviesos. Le diré a Flacila que Patricio necesita la compañía de otros niños y que he decidido entregároslo a ti y Zoé. Si lo digo así no parecerá una crítica. Supongo que su nueva distracción la mantendrá ocupada, así que no se ofenderá. Ya sabes que no puedo llevarme a Patricio a Villa Mare. Cailin le adoraría, pues tiene cualidades para ser madre, pero eso causaría la reacción que precisamente quiero evitar: un escándalo. ¿Lo comprendes, hijo mío?

– Sí, padre. ¿Te llevarás hoy mismo a Patricio? Hay que hacerlo lo antes posible. Ya he discutido con mi familia la posibilidad de que viniera con nosotros. Tu nieto David está encantado con la idea de tener a su tío en casa. Como es el mayor y tiene dos hermanas pequeñas, y el niño aún es un bebé, le resulta penoso.