– Le mimas demasiado -gruñó Aspar, -pero a pesar de ello parece un buen muchacho. Ahora tiene siete años, ¿no? Él y Patricio se llevarán bien. -Suspiró. -Aunque detesto tener que ver a Flacila, iré ahora mismo a buscar a Patricio. Vete a casa, Ardiburio, y dile a Zoé que al caer la noche iré a llevaros al niño.
El general abandonó el senado y, tras montar su caballo, cabalgó sin escolta por las calles de la ciudad hasta el hogar de su esposa. No necesitaba que ningún guardia le protegiera, y muchos viandantes, al reconocerle, le saludaban y le deseaban bien. El portero de la mansión de Flacila le saludó con agrado, y el sirviente, tras apresurarse a darle la bienvenida, envió un esclavo a su dueña para anunciar la llegada de su esposo.
Flacila Estrabo era una mujer hermosa. Menuda y delicada, poseía un espléndido cabello rubio y ojos verde mar. Se hallaba divirtiéndose con su amante cuando le llegó la noticia de la inesperada visita de su esposo.
– ¡Maldita sea! -exclamó con irritación. -Qué raro que Aspar venga sin avisarme. ¡Dios mío! ¿Y si ha oído algo de nosotros? ¡Me amenazó con meterme en Santa Bárbara si provocaba algún escándalo, y mi familia le apoyará si lo hace!
Justino Gabras le sonrió perezosamente desde el diván donde estaba reclinado. Un rizo negro le caía directamente en el centro de la frente. Era un hombre alto y esbelto, y sus ojos oscuros parecían no conocer el miedo.
– Lamentaría perderte, Flacila -observó con voz lenta.
– ¡Debes irte ahora mismo! -dijo ella asustada mientras el silencioso esclavo esperaba sus órdenes para transmitírselas al sirviente.
Justino alargó el brazo e hizo caer a Flacila sobre su regazo, le bajó el escote de la túnica todo lo que pudo y empezó a sobarle un seno.
– Dile a tu esposo que entre, Flacila. Tengo ganas de conocerle. Su fama como general del Imperio le precede.
No creo que jamás haya conocido a un hombre verdaderamente valiente, pero dicen que Aspar lo es.
Ella forcejeó para librarse.
– ¿Estás loco? -dijo ahogando un grito mientras bajaba la cabeza y él empezaba a chuparle un pezón.
Como respuesta, Justino Gabras dio un mordisco en el seno de Flacila, quien dejó escapar un leve grito. Se miraron a los ojos y Flacila dijo débilmente al esclavo:
– Que mi esposo se reúna con nosotros en la terraza, Marco.
Luego ahogó otro grito cuando su amante deslizó una mano por debajo de la túnica, le acarició la pierna y empezó a toquetearle su pequeña joya. Ella gemía con nerviosismo, sabiendo que no pararía hasta que le diera completa satisfacción, y no le importaría que Aspar entrara y les encontrara en una postura comprometedora. Justino Gabras era el hombre más perverso que Flacila había conocido jamás, y aunque a veces la asustaba, no podía resistirse a él.
– ¡Aaaahhhh…! -gimió mientras él la excitaba.
Él se echó a reír, la soltó y observó cómo rápidamente se arreglaba la ropa y trataba de recuperar la compostura.
– Probablemente estaba ya en la escalera cuando te he obligado a obedecerme -se burló él. -¿Pensabas en que se estaba acercando mientras yo jugaba contigo, cariño?
– Eres perverso -espetó ella, ahora enfadada por haberla asustado tanto. -Te encanta el peligro, pero también me has metido a mí en ello.
– Y a ti te ha encantado, Flacila -se burló él. -Eres la mujer perfecta para mí. Tienes educación y eres una puta muy hábil. Cuando tu esposo se marche, te daré otra pequeña sorpresa, cielito. ¿Te excita pensar en ello?
Sin embargo, antes de que pudiera responder, Aspar apareció en la terraza. Flacila se levantó para saludarle.
– Mi señor, ¿por qué no me has avisado que ibas a venir? Patricio estará encantado de verte. Últimamente va muy bien en sus estudios, según dicen los tutores.
– Disculpad que os interrumpa, a ti y a tu invitado -dijo Aspar con un leve tono de reproche en la voz.
Ella replicó al instante.
– Éste es Justino Gabras, un caballero de Trebisonda. Ahora se está instalando en la ciudad. El patriarca me ha pedido que le ayude en un proyecto para socorrer a los pobres. Estábamos hablando de ello cuando has llegado. ¿Quieres unirte a nosotros?
Una leve sonrisa divertida asomó a los labios de Aspar, pero al punto desapareció.
– He venido a buscar a Patricio -dijo. -He decidido enviarle a vivir con Ardiburio y Zoé. Has sido una buena madre para él, Flacila, pero por su edad necesita la compañía de otros niños. Mi nieto David sólo es un poco más joven que Patricio y también se beneficiará de su compañía. Como mi hijo mayor y mi nuera siguen la fe ortodoxa, Patricio, por supuesto, seguirá esa instrucción. ¿Quieres enviar a buscarle?
Flacila estaba atónita y sentía curiosidad ante aquella repentina decisión, pero hizo un gesto de asentimiento. Llamó a un criado y le dio instrucciones de que fuera a buscar al muchacho.
– ¿Podré ver a Patricio de vez en cuando, mi señor? -preguntó a su esposo. -Me he encariñado con él.
– Por supuesto -respondió él sonriendo. -Serás siempre bien recibida en casa de mi hijo mayor para visitar a Patricio. También él se ha encariñado contigo, lo sé.
Justino Gabras estaba fascinado. Nunca había visto a dos personas que encajaran peor una con otra. También él lamentaría ver partir al niño. Hasta hacía poco no había empezado a pensar en lo apetitoso que sería. Como Patricio poseía un talante dulce y siempre deseaba agradar, seducirle habría sido sencillo. Y después le habría enseñado a complacer a su lasciva madrastra. Mala suerte, pensó, una oportunidad perdida, pero ya surgiría otra.
El general y su esposa se habían quedado callados, pues poco tenían que decirse. Aspar parecía un tipo aburrido, pensó Justino Gabras. Brillante en el campo de batalla pero aburrido en el dormitorio. Flacila le ofreció vino, y luego por fin llegó el niño.
– ¡Padre! -El hijo menor de Aspar entró corriendo en la terraza y el rostro se le iluminó. -¡Qué sorpresa, padre!
Aspar estrechó al chiquillo entre sus brazos y luego dio un paso atrás y dijo:
– ¡Has vuelto a crecer, muchacho! Y Flacila dice que tus tutores han dado buenos informes de tus estudios. Me siento orgulloso de ti y he venido a darte una sorpresa. Irás a vivir con tu hermano y su esposa. Tu primo David está ansioso de que llegues.
– ¡Oh, padre! ¡Qué maravillosa noticia! -exclamó Patricio. -¿Cuándo voy a ir? -De pronto bajó el rostro y, volviéndose hacia Flacila, dijo casi con tono de disculpa: -Os echaré de menos, señora. Habéis sido buena conmigo.
Flacila sonrió sin afecto.
– Creo que tu padre ha tomado una sabia decisión, Patricio. Tienes que estar con otros niños, y en mi casa no hay ninguno.
– ¿Te agradaría que nos fuéramos ahora? -preguntó Aspar a su hijo. El muchacho asintió vigorosamente y Aspar dijo a su esposa: -Ordena que la vieja Marie prepare las cosas de mi hijo. Puedes enviarla a ella y los tutores a casa de Ardiburio mañana. Ahora nos despediremos para que vuelvas a tus asuntos con este caballero.
Saludó a Flacila con una leve inclinación de la cabeza y después a Justino. Cogió a Patricio de la mano y salió de la terraza.
Cuando se hallaron fuera del alcance del oído, Patricio dijo a su padre:
– Me alegro de ir a casa de mi hermano, padre. Flacila recibe a demasiados caballeros y este último me asusta. Siempre me estaba mirando.
– Pero no te ha tocado ni hecho nada, ¿verdad, hijo mío?
– ¡Oh, no, padre! -aseguró el muchacho. -Nunca le he dejado acercarse tanto a mí. Marie dice que es un hombre muy malo.
– Atiende los consejos de tu vieja niñera, Patricio. Ella te quiere de verdad. Tu madre la eligió especialmente para que cuidara de ti.
En la terraza, Flacila observó partir a su esposo y a su hijastro a través de la celosía del muro bajo. Justino Gabras, de pie y con las manos en sus caderas la follaba rítmicamente por atrás mientras ella se hallaba inclinada sobre el parapeto.
– Ha sido tan repentino… -jadeó ella. -Es típico… aaah… de Aspar hacerme… una visita sorpresa con un final sorprendente.
Su amante la penetró hasta el fondo y se inclinó para susurrarle al oído:
– Cree que ya no eres adecuada para cuidar del niño, cielito. Sí, ha disimulado su intención con palabras dulces, pero para mí ha sido evidente lo que realmente pensaba. Me pregunto qué habladurías correrán, pues seguro que eso avivará el fuego.
De pronto ella notó que se aproximaba al orgasmo y gimió con avidez, echando las caderas hacia atrás.
– ¡Iré… a ver… a la emperatriz! -dijo entre jadeos. -¡Oooh…!
Justino Gabras disfrutó del grito sorprendido que dejó escapar ella cuando él salió de su templo de Venus y se metió en su templo de Sodoma. Justino la sujetaba con firmeza, dominando el débil forcejeo de Flacila, y se inclinó para darle un pequeño mordisco en el cuello.
– Serás el hazmerreír de Constantinopla, cielo. Todo el mundo te tiene por una puta, pero ahora te tendrán por una mala madre también. ¿Nunca te has preguntado por qué tus hijas no te visitan, Flacila? La familia de su esposo no les deja tener tratos contigo, según me han dicho… Aaahh…
Su lujuria estalló en el dolorido cuerpo de ella y, por fin, con un gemido de satisfacción, se retiró.
Flacila prorrumpió en llanto.
– ¿Por qué me cuentas estas mentiras? -le preguntó.
– Porque tienes un talento delicioso para la perversión que encaja con el mío, cielo. Apenas has arañado la superficie de tu perversidad, pero bajo mi tutela te convertirás en una maestra del mal. No llores. Eres demasiado vieja para hacerlo en público, y se te hincha la cara. No te miento, Flacila, cuando te digo que eres la mujer perfecta para mí. Quiero casarme contigo. Tienes relaciones familiares poderosas y yo he de quedarme en Constantinopla, por eso quiero una esposa como tú, querida. Una chica joven me aburriría. Se quejaría y lamentaría de mis gustos. Tú, por el contrario, no lo harás, ¿verdad?
– ¿Me dejarías tener amantes? -le preguntó ella.
– Claro que sí -respondió él, riendo, -porque yo también lo haré. -Le cogió la mano y se tumbaron en el diván. -¡Piénsalo, Flacila! Piensa en todo lo que podríamos compartir, y sin recriminaciones de ninguna clase. Incluso podríamos compartir amantes. Sabes que me gustan las mujeres y los hombres como a ti. ¿Vamos esta noche a Villa Máxima y elegimos un amante para los dos? ¿Qué me dices de uno de esos maravillosos norteños mudos de los que Joviano tanto alardea? ¿O quizá prefieres a Casia? ¿Qué respondes?
– Déjame pensar -dijo ella. -Oh, ojalá aquella chica que Joviano presentó en la primera de sus obras aún estuviera allí. Era tan hermosa, pero desapareció enseguida. Tú no viste la representación, porque todavía no estabas en Constantinopla, pero esa chica tenía a los tres norteños dentro de su cuerpo al mismo tiempo. Joviano nunca permitió que nadie disfrutara de ella, y luego de pronto desapareció. Nunca ha explicado qué sucedió. Quizá se suicidó. No parecía una prostituta.
– Entonces cojamos a los tres norteños, Flacila. Tú harás el papel de la chica para mí y también compartiremos a Casia -dijo, besándola. -Celebraremos así nuestro compromiso.
Flacila se incorporó.
– Mi familia jamás me permitiría divorciarme de Aspar y casarme contigo -dijo. -Valoran demasiado la influencia de Aspar. Aunque le obligaron a casarse conmigo para que apoyaran a León, han logrado muchas cosas por medio de su influencia, Justino. No renunciarán fácilmente.
– No preguntes nada a tu familia y pídele el divorcio a tu marido. Sospecho que él quiere pedírtelo, y quitarte al niño es el primer paso para deshacerse de ti. Una vez más Aspar te arrastrará al ridículo. ¡Golpea primero, cielo! Dudo que a él le importe nada mientras pueda librarse de ti.
– ¿Y si me lo niega? -preguntó. -Con Aspar nunca se sabe.
– Entonces acude a tu familia -respondió Justino. -Tu esposo no es un dios, Flacila. Seguro que tiene alguna debilidad que puedes aprovechar. ¿No te enteraste de nada durante el tiempo en que estuviste casada con él?
– En realidad le conozco muy poco. Nunca hemos vivido juntos, y mucho menos dormido. Es un enigma para mí.
– Entonces debes espiarle para enterarte de lo que necesitamos saber, porque he de tenerte yo o no te tendrá nadie.
Le dio un apasionado beso.
Tras una noche de depravación particularmente salvaje, Flacila despertó con la cabeza despejada y decidida.
– Envía un mensajero al palacio de mi esposo -indicó al sirviente- y dile que deseo visitarle esta mañana. Llegaré antes de mediodía.
– El general no está en su palacio, mi señora -informó el sirviente. -Lo cerró hace unos meses y ahora vive en Villa Mare. ¿Envío el mensajero al campo para informarle de que vais a ir, mi señora? La villa sólo está a ocho kilómetros de las puertas de la ciudad.
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