– El amo ha creído que os gustaría tener a una joven doncella para que os haga compañía -declaró Zeno, sonriente. -Aquí todos somos muy viejos, pero vos, señora, sois como la primavera y necesitáis alguien que os distraiga. No habla ninguna lengua que yo comprenda, pero parece agradable y sumisa.

Cailin sonrió a la muchacha y preguntó:

– ¿Dé dónde es, Zeno? Tal vez pueda encontrar un lenguaje para comunicarnos. Si no puedo hablar con ella, las buenas intenciones del amo no servirán de nada.

– El mercader de esclavos ha dicho que era de Britania -anunció Zeno triunfante. -Seguro que podréis comunicaros con ella, mi señora.

– Pero no habla latín. -Se volvió a la joven: -¿Cómo te llamas? -preguntó en su lengua celta nativa. Si no hablaba latín, debía hablar celta.

– Nellwyn, señora -respondió la muchacha.

– ¿Eres celta?

– No. Sajona, señora, pero entiendo la lengua que habláis. Provengo de la costa sajona, donde hay muchos celtas.

– ¿Cómo has llegado a Bizancio? -siguió preguntando Cailin.

– ¿Bizancio? -Nellwyn pareció confundida. -¿Qué es Bizancio, señora?

– Este lugar, esta tierra. Se llama Bizancio. La ciudad en la que estabas es su capital, de nombre Constantinopla -explicó Cailin.

– Los hombres del norte saquearon nuestra aldea -informó Nellwyn. -Mataron a mis padres y hermanos. Mis hermanas y yo y las otras mujeres que no pudieron escapar fueron raptadas. Primero nos llevaron a Galia y después viajamos por mar hasta aquí. Muchas murieron por el camino. ¡El mar es terrible!

– Sí, lo sé -dijo Cailin. -Yo vine a Bizancio hace casi dos años, procedente de Britania, de una manera similar. Mi hogar estaba cerca de Corinio.

Los ojos de la muchacha se abrieron de par en par.

– ¿También sois una esclava?

– Ya no.

– ¿Ésta es vuestra casa, señora?

Nellwyn sabía reconocer la calidad, y aquella hermosa mujer sin duda pertenecía a la nobleza.

– No -dijo Cailin. -Es la casa de Flavio Aspar, el militar más célebre de Bizancio y un gran noble. -No había necesidad de explicar nada más. Nellwyn pronto imaginaría la situación, si no lo había hecho ya. -Mi señor te ha traído para que me hagas compañía, Nellwyn. Ahora estás a salvo y no tienes nada que temer. ¿Lo entiendes?

– Sí, señora -respondió la chica, arrodillándose ante Cailin. -Os serviré lealmente. ¡Lo juro por Odín!

– Me alegra oírlo. Ahora levántate, muchacha, y ve con Zeno, que es el jefe de los criados en esta casa. El te enseñará dónde dormirás. Tendrás que aprender la lengua que se habla en esta tierra, o te resultará difícil vivir aquí. Esta lengua se llama latín. En Britania muchos lo hablaban.

– He oído algunas palabras -comentó Nellwyn. -Tengo buen oído, según decía mi padre, y aprendí celta enseguida. Estoy segura de que también aprenderé latín, señora, y os sentiréis orgullosa de mí.

– ¡Bien! Ahora debes obedecer a Zeno en todo lo que te indique -explicó Cailin. Luego se volvió hacia el anciano: -Conoce algunas palabras de latín y dice que puede aprender de prisa. Ocúpate de que tome un baño; huele a establo. Después dale ropa limpia y un sitio para dormir. Que venga a verme por la mañana y le asignaré sus tareas, y yo misma empezaré a enseñarle.

El sirviente volvió a inclinarse y salió de la estancia, seguido por la muchacha. Poco después, sin embargo, regresó y dijo bruscamente:

– No se deja bañar, mi señora. Chilla como un conejo atrapado en una trampa.

– Iré a ver -dijo Cailin.

Le siguió a los alojamientos de los criados, donde Nellwyn, desnuda, sollozaba lastimosamente.

– Vamos, muchacha, tienes que lavarte -le regañó Cailin. -En esta tierra nos bañamos con regularidad. Tu pelo debe de estar lleno de piojos, no me cabe duda, y también hay que lavarlo. Ve con Tamar a bañarte ahora mismo.

– ¡Me ahogarán, señora! -sollozó Nellwyn. -Sé lavarme, pero con una palangana, no con tanta agua.

Cailin sofocó la risa.

– En Bizancio nos lavamos con mucha agua -explicó. -Confía en mí y obedéceme, pues soy tu nueva ama. Ve con Tamar.

De mala gana la joven obedeció, mirando por encima del hombro con los ojos anegados en lágrimas mientras seguía a la anciana hacia el baño de la servidumbre.

– Me has regalado un juguete muy bonito, mi señor -dijo Cailin a Aspar aquella noche mientras cenaban. -No habla latín y he de enseñarle; le da miedo bañarse, pero parece tener un carácter dulce y ganas de aprender.

– Dijiste que te sentías sola. Ella es joven como tú. Te distraerá cuando yo esté fuera -respondió él sonriendo.

– Tiene trece años, y creía que iban a ahogarla en la piscina de los criados -explicó Cailin y rió. -¿Dónde la encontraste?

– Pedí a un mercader de esclavos que me buscara una joven britana -respondió.

– Es sajona, de la costa sajona de Britania.

– Entonces, ¿no es de los tuyos? -observó él, irritado consigo mismo. -Debí ser más específico con el mercader de esclavos.

– Suele ser difícil atrapar a los celtas -dijo Cailin con un destello en los ojos, -y no se adaptan bien al servicio. Nellwyn me servirá muy bien. Las chicas sajonas suelen tener buen carácter.

– Entonces te he complacido -sonrió él.

– Siempre me complaces, mi señor -ronroneó ella.

– No siempre -dijo con tristeza. -Ojalá pudiera.

– La culpa es mía, Aspar. ¡Sabes que lo es! Me rompe el corazón no poder sentir pasión cuando estoy con un hombre -dijo Cailin con lágrimas en los ojos. -Sin embargo obtengo un tipo de placer diferente cuando yacemos juntos. Tu roce rebosa de amor por mí y se transmite a mi corazón, lo que me provoca paz y felicidad. Para mí es suficiente. Ojalá también lo fuera para ti. Me duele saber que te he fallado en este aspecto, pero no sé cómo cambiar las cosas. No tengo tanta sabiduría, mi amado señor.

Apoyó la cabeza en el hombro de Aspar y suspiró con tristeza. ¿Cómo era posible que le gustara aquel hombre bueno, se preguntó, y fuera incapaz de devolverle su pasión completamente?

– Te amo por muchas razones -declaró él, -pero tu sinceridad en todo me satisface sobremanera. No aceptaría que fingieras como una prostituta, Cailin; no quiero grititos simulados en mis oídos. Algún día lo harás, pero de corazón. Esperaré hasta ese momento. Quizá no siempre con paciencia, pero esperaré. -Se levantó de la mesa y le tendió la mano. -La noche es apacible y hay luna. Vayamos a dar un paseo, amor mío.

Caminaron primero por los cercanos campos de almendros, melocotoneros y albaricoqueros con sus perfumados capullos rosados y blancos, algunos de los cuales ya empezaban a caer y se enredaban en los abundantes rizos de Cailin.

– Estos árboles son más bonitos que los olivares -observó ella. -No me gustan las flores amarillentas de esos árboles.

– Pero la aceituna es un fruto más práctico -señaló él. -Los melocotones y albaricoques se pasan pronto. Las aceitunas, si se preparan como es debido, duran todo el año. Lo hermoso no siempre resulta práctico.

– Las almendras son hermosas, y duran tanto como las aceitunas, incluso más, y no hay que salarlas.

Él rió.

– Eres demasiado inteligente -bromeó. -Demasiado inteligente para ser mujer. No me extraña que asustes al padre Miguel.

– Todo lo que es de este mundo asusta al padre Miguel -dijo Cailin.

Dejaron atrás los árboles frutales y llegaron a un pequeño campo junto a la playa. Cailin exclamó con voz suave:

– ¡Oh, Aspar! ¡Mira la luna sobre el mar! ¿No es lo más hermoso que jamás hayas visto?

Era uno de los raros momentos en que las inquietas olas permanecían en absoluta calma. La plana superficie oscura del agua que se extendía ante ellos parecía plateada y relucía como la mejor seda. Permanecieron en silencio, admirando la belleza del paisaje. Era como si el mundo entero estuviera en paz consigo mismo y con las únicas dos criaturas que habitaran en él. Aspar cogió la mano de Cailin y se dirigieron hacia la playa por el pequeño terraplén.

Aspar se quitó la capa y la extendió sobre la arena ante ellos. Luego cogió a Cailin en sus brazos y la besó suavemente. Cuando por fin la soltó, ella, sin decir palabra, se pasó la prenda por la cabeza y dejó que cayera de sus manos. Desnuda, permaneció erguida con orgullo ante él. Aspar respondió sacándose la larga y confortable túnica que llevaba en casa y de una patada se deshizo de las sandalias. Después se arrodilló delante de Cailin y la atrajo hacia sí, apretando la mejilla contra su vientre.

Se abrazaron en silencio un largo momento. Luego él empezó a besarla con suavidad por todo el cuerpo. Cailin suspiró quedamente. La paciencia y gentileza de aquel hombre siempre la sorprendían. Cuánto deseaba responder a este amor, pero la pasión al parecer estaba dormida en ella. La única ocasión en que sentía algo era cuando él le acariciaba con la lengua su pequeña joya, pero cuando el miembro viril de Aspar la penetraba sólo sentía su presencia física dentro de ella. En un esfuerzo por despertar su pasión, Cailin había tratado de recordar todas las veces en que lo había hecho con Wulf; pero pronto se dio cuenta de que evocar a su esposo sajón sólo parecía enfriar su cuerpo y su alma. Varias veces había estado a punto de gritar de frustración y de apartar a Aspar porque no era Wulf y no podía darle la felicidad que en otro tiempo había conocido en sus fuertes brazos. Si conseguía alejar a su esposo de su mente mientras su amo bizantino le hacía el amor, le resultaba más fácil.

Aspar frotó su cara entre los senos de Cailin y levantó una mano para acariciarla.

– Son como perfectas manzanitas de marfil -dijo.

Con suavidad, con la otra mano la apretó por detrás y cuando ella se inclinó un poco, él levantó la cabeza para chuparle el pezón.

– Aaaahhh… -exclamó ella, clavando los dedos en los musculosos hombros de Aspar.

Él dedicó su atención al otro seno y se lo acarició hasta que a ella le pareció que le iban a estallar de placer.

Entonces Aspar apretó la mano contra el monte de Venus y empezó a explorarle lentamente el cuerpo con los labios y la lengua. Cada beso que depositaba sobre la delicada piel de Cailin era distinto. Con la otra mano le aferraba las nalgas y la acariciaba con los dedos. Metió la lengua en el ombligo y Cailin murmuró en voz baja, como si aquello simulara lo que seguiría. Como para realzar el momento, él le metió un dedo en la vagina y lo empujó dentro del conducto.

A Cailin la cabeza le daba vueltas y las rodillas empezaron a flaquearle. Él percibió su debilidad y, retirando el dedo, la hizo arrodillarse. Los ojos oscuros de Aspar miraron fijamente los de ella cuando le ofreció su dedo, pasándolo sensualmente por los labios hasta que ella abrió la boca y lo chupó, aferrándose a su mano hasta que él retiró el dedo y le acarició la garganta. Ella bajó la cabeza y dio un leve mordisco a la mano de Aspar, lo que le sorprendió, y luego le besó los nudillos.

«Esta noche hay algo diferente», pensó Cailin, y al levantar la mirada hacia él se dio cuenta de que él también lo percibía. No se atrevió a hablar por miedo a romper el hechizo que parecía envolverles. Él la cogió por los hombros y le rozó los labios con los suyos en un beso tierno. Sin embargo, este beso pronto se hizo más ardoroso y Cailin abrió la boca para que él introdujera su lengua, donde danzó primitiva y apasionadamente con la suya. Luego él volvió a cubrirle el rostro de besos y Cailin echó la cabeza hacia atrás, tensando el cuello casi con desesperación mientras los labios de Aspar descendían apasionados por la perfumada columna de su garganta.

Ella acarició aquel cuerpo firme. Sus dedos se entrelazaron con el espeso pelo negro y se dejó caer de espaldas sobre la capa extendida. El movió la boca lentamente por el cuerpo de Cailin hasta que su lengua encontró la delicada y sensible joya de su feminidad, despertando en ella una dulzura y una intensidad que jamás había sentido. Entonces el cuerpo de Aspar la cubrió y su tenso miembro la penetró. Cailin ahogó un grito de sorpresa cuando se dio cuenta de que por primera vez en dos años su cuerpo ansiaba ser poseído por un hombre.

Se estremeció de auténtico placer cuando él la penetró. Sus brazos le rodearon con fuerza y le apretaron contra ella, feliz de sentirle en su interior. Se miraron a los ojos incluso cuando él empezó a moverse lentamente.

Cailin no podía desviar la mirada, y él tampoco. Sus almas parecieron fundirse mientras el rítmico movimiento sensual de Aspar empezó a transmitir la creciente pasión que sentían. Él no dijo nada, pero ella percibió su deseo de que le envolviera con sus piernas y así lo hizo. Luego empezó a seguir el ritmo de sus embestidas con movimientos voluptuosos para obtener placer. La cadencia de su profundo deseo se fue haciendo casi salvaje, hasta que ambos, Aspar y Cailin, fueron vencidos por la tierna violencia de ese deseo.