– ¡Es una brillante idea! -exclamó Arcadio con entusiasmo.

– Tendríamos que encontrar un semental excelente, o dos, para crianza, y necesitaríamos al menos una docena de yeguas para empezar -pensó Aspar en voz alta. -Tendría que ir a Siria para elegir los animales. No permitiríamos que nadie de allí se enterara de nuestros proyectos. Los sirios se enorgullecen de sus buenos caballos y su ventajoso mercado de exportación. Probablemente podría obtener yeguas jóvenes en diferentes sitios fingiendo que las quiero para las damas de mi familia, que se divierten cabalgando cuando están en el campo. Normalmente -observó Aspar, -las mujeres no montan a caballo.

– Los Verdes han ganado la segunda carrera mientras vosotros charlabais -informó Casia. -Los Azules se quejan de que ha habido trampas, pues los Rojos y los Blancos se esforzaron en interceptar el carro del equipo Azul en cada giro y ha acabado el último.

Entre cada una de las cuatro carreras de la mañana había un pequeño entretenimiento con mimos, acróbatas y, finalmente, un hombre con un grupo de divertidos perritos que saltaban a través de aros, daban volteretas y bailaban sobre las patas traseras al son de una flauta. Estos intervalos eran breves, pero hubo otro más largo entre las carreras de la mañana y las de la tarde. Entonces el palco del emperador se vació, y también el del patriarca.

– ¿Adonde van? -preguntó Cailin.

– A un pequeño banquete que se ofrecerá para León y sus invitados -respondió Aspar. -Mira alrededor, mi amor. Todo el mundo ha traído comida; y ahí está Zeno con el almuerzo para nuestros invitados. Como siempre, viejo amigo, eres puntual.

– Es evidente que le gustas mucho a Aspar -dijo Casia en voz baja a Cailin mientras preparaban el almuerzo. -Fuiste muy afortunada, joven amiga, al encontrar a ese hombre. Se rumorea que se casaría contigo si pudiera, pero no cuentes con ello.

– No lo hago -dijo Cailin. -No me atrevo. He llegado a amar a Aspar, pero algo en lo más hondo de mí me advierte del peligro. A veces puedo pasar por alto esa vocecilla interna, pero en otras ocasiones me martillea y me asustan tanto que no puedo dormir. Aspar no lo sabe. De todos modos no quiero inquietarle. Él me ama, Casia, y es muy bueno conmigo.

– Tienes miedo porque la última vez que amaste a un hombre fuiste cruelmente separada de él, Cailin. Pero eso no volverá a ocurrir. -Aceptó la copa de vino que Zeno le ofrecía y bebió un sorbo. -¡Ah, de Chipre! ¡Delicioso!

Un guardia imperial entró en el palco.

– Mi señor general -saludó. -El emperador solicita que os unáis a su mesa.

– Dale las gracias al emperador -dijo Aspar, irritado. León sabía que tenía invitados. -Dile que sería descortés por mi parte abandonar a mis invitados, pero que si me necesita luego le atenderé.

El guardia se inclinó y se había vuelto para marcharse cuando Cailin dijo:

– ¡Espera! -Cogió las manos de Aspar y le miró. -Ve, mi señor, por favor, aunque sólo sea por mí. Por muy amable que sea tu negativa, insultarás al emperador. Yo me ocuparé de los invitados hasta que vuelvas. -Le dio un beso en la mejilla. -Ahora vete, y muéstrate educado y complaciente.

Aspar se levantó de mala gana.

– Iré sólo por ti, mi amor. No quieres que ofenda a León, sin embargo su invitación me ofende porque no te tiene en cuenta a ti ni a quienes nos acompañan.

– Yo no existo para el emperador, y tampoco Casia. En cuanto a los demás, son artesanos y actores. A veces se invitan, a veces no -dijo Cailin con una leve sonrisa. Había aprendido bastante sobre las costumbres de la sociedad bizantina. -Ahora ve, que cuanto antes te marches antes regresarás.

– Tienes más educación que la mayoría de los que están en la corte -dijo Arcadio, arqueando una oscura ceja. -¿Acaso no eres lo que pareces?

Cailin sonrió son serenidad.

– Soy lo que soy -respondió.

Arcadio rió entre dientes, y al ver que no le sonsacaría nada volvió su atención al excelente jamón que tenía en su plato. Se enteraría de lo que le interesaba en verano, cuando ella posara para él.


Poco después de que Aspar hubiera abandonado el palco, entró otro guardia imperial, que hizo una inclinación de cabeza a Cailin y anunció:

– Señora, debéis venir conmigo, tened la bondad.

– ¿Qué quieres? -preguntó ella. -¿Y quién te envía?

El guardia era joven y se sonrojó ante las preguntas de Cailin.

– Señora -dijo con esfuerzo, -no puedo decirlo. Se trata de un asunto privado.

Antes de que Cailin pudiera volver a hablar Casia se inclinó hacia adelante, permitiendo al joven una buena visión de su pecho.

– ¿Me conoces, joven? -le preguntó con un ronroneo. -¿Sabes que eres muy atractivo?

Arcadio reprimió una sonrisa. Casia tendría la información que quería al cabo de poco rato, a juzgar por la expresión del joven guardia.

– No, señora, no os conozco -respondió, nervioso, incapaz de apartar los ojos de los blancos senos de la mujer. -¿Debería conoceros?

– Soy la amiga especial del príncipe Basilico, joven, y si no le dices a la señora quién te ha enviado, le contaré a mi príncipe tu grosería y le diré que me has violado con tus perversos ojos castaños. ¡Y ahora habla!

El joven guardia alzó la mirada con expresión culpable. Enrojeció y murmuró:

– La emperatriz, señora. -Luego miró ansioso a Cailin y añadió: -No pretende haceros ningún daño, señora. Es una buena mujer.

Casia y Arcadio se echaron a reír, con lo que los demás invitados del palco levantaron la vista de su comida con curiosidad.

Cailin se puso en pie.

– Como todos sabéis con quién estaré, no hay nada que temer. Iré contigo.

Se alisó las arrugas de su estola y siguió al guardia.

A los pies de la escalera había una pequeña puerta, oculta tan hábilmente que Cailin antes no la había visto. El guardia presionó la pared en un punto determinado y la puerta se abrió y dejó al descubierto un segundo tramo de escaleras que descendían. Cailin las bajó presurosa, detrás del joven soldado. Entraron en lo que Cailin intuyó era el corredor principal que conducía al palco imperial. El túnel estaba bien iluminado con antorchas y varios metros más adelante el guardia se detuvo, presionó de nuevo la pared y otra puerta se abrió. Ante ellos apareció una habitación y dentro de ella una mujer, que se volvió.

– Adelante -dijo con voz baja y bien modulada. -Espéranos fuera, Juan -ordenó al guardia. -Lo has hecho bien.

La puerta se cerró tras Cailin, quien se inclinó reverencialmente ante Verina.

– No pareces una prostituta -dijo la emperatriz.

– No lo soy -respondió Cailin.

– Sin embargo viviste varios meses en Villa Máxima y participaste en lo que, según me han dicho, era uno de los espectáculos más libertinos jamás vistos en ésta o cualquier otra ciudad. Si no eres una prostituta, ¿qué eres exactamente?

– Me llamo Cailin Druso y soy britana. Mi familia desciende de la gran familia romana. Mi antepasado Flavio Druso era tribuno de la Decimocuarta Legión Gemina y llegó a Britania con el emperador Claudio. Mi padre era Gayo Druso Corinio. Hace casi dos años, siendo esposa y madre, fui raptada y vendida como esclava. Fui traída a esta ciudad con un cargamento de esclavos. Joviano Máxima me compró por cuatro folies, señora. Lo que hizo conmigo ya lo sabéis. Mi señor Aspar me rescató de esa vergonzosa cautividad y me liberó -acabó Cailin con orgullo.

Verina estaba fascinada.

– Tienes aspecto de patricia y hablas bien -dijo. -Vives como amante de Aspar, ¿verdad, Cailin Druso? Dicen que él te ama no sólo con su cuerpo sino también con su corazón. No le creo capaz de semejante debilidad.

– ¿El amor es una debilidad, majestad? -preguntó Cailin.

– Para los que están en el poder sí -respondió la emperatriz. -Los que están en el poder nunca han de tener ninguna debilidad que pueda ser utilizada en su contra. Sí, el amor por una mujer, por los hijos, por cualquier cosa, es una debilidad.

– Sin embargo vuestros sacerdotes enseñan que el amor lo conquista todo -replicó Cailin.

– Así pues, ¿no eres cristiana? -preguntó Verina.

– El padre Miguel, que me fue enviado por el patriarca, dice que aún no estoy preparada para convertirme al cristianismo. Dice que hago demasiadas preguntas y no tengo la humildad que corresponde a una mujer. El apóstol Pablo, según me han dicho, declaró que las mujeres debían humillarse ante los hombres. Me temo que yo no soy lo bastante humilde.

Verina se echó a reír.

– Si la mayoría no fuéramos bautizados de niños, nunca lo haríamos, también por falta de humildad, Cailin Druso, pero debes bautizarte si quieres ser la esposa de Aspar. El general de los ejércitos orientales no puede tener una esposa pagana. No se lo tolerarán. Seguro que puedes engañar a este padre Miguel y hacerle creer que has aprendido a ser humilde.

¿La esposa de Aspar? Cailin no podía haber oído bien a la emperatriz.

Verina vio su expresión de sorpresa y adivinó su causa.

– Sí -dijo a la perpleja muchacha. -Me has oído bien. He dicho: «la esposa de Aspar», Cailin Druso.

– Me han dicho que es imposible que yo alcance esa posición, majestad -repuso Cailin despacio. Tenía que pensar. -Me han dicho que en Bizancio existe una ley que prohíbe los matrimonios entre la nobleza y los actores. Y que el tiempo que pasé en Villa Máxima negaría mi nacimiento patricio.

– Para mí es importante -respondió Verina- conservar la buena disposición y el apoyo del general Aspar. Es cierto que llegaste aquí como esclava y serviste de entretenimiento en un burdel, Cailin Druso, pero eres patricia. No albergo ninguna duda respecto a tu linaje. Te he observado esta mañana. Tu actitud es culta y no cabe duda de que has recibido una buena educación. Creo que lo que me has dicho de tu familia es cierto. El tiempo que pasaste en Villa Máxima fue breve. Los que conocen ese hecho permanecerán callados o yo me encargaré de que lo hagan cuando te conviertas en esposa de Aspar. ¿Quieres ser su esposa?

Cailin asintió lentamente y preguntó:

– ¿Qué queréis de mí, majestad? Semejante favor tendrá un precio, lo sé.

Verina sonrió con malicia.

– Eres lista, Cailin Druso, al pensar eso. Muy bien. Yo ayudaré a acallar las objeciones que se expresen contra tu boda con Aspar si tú, a cambio, me garantizas que él me ayudará en todo. Y ha de jurarlo sobre la reliquia de la cruz que estará conmigo en caso de que le necesite. Sé que puedes convencerle para que lo haga a cambio de mi ayuda.

El corazón de Cailin latía con violencia.

– No es fácil hablar con él de ese asunto -dijo. -Lo intentaré dentro de unos días, majestad, pero ¿cómo podré comunicaros mi éxito o mi fracaso? Pues ahora ni siquiera existo en lo que se refiere a vuestro mundo; de lo contrario me habríais invitado a vuestro banquete, no sólo a Aspar, quien ha sido separado de mí para que vos y yo pudiéramos reunimos en secreto bajo las murallas del Hipódromo.

– Es muy estimulante tener a alguien que hable franca y sinceramente -dijo la emperatriz. -Aquí, en la corte de Bizancio, todo el mundo habla con doble sentido; y los motivos a menudo son tan complejos que resultan incomprensibles. Habla con tu señor, y dentro de unos días iré una tarde, por mar, a visitar al general en su villa de verano. Si alguien se entera de mi visita, creerá que simplemente tengo curiosidad y no provocará ningún escándalo. León es un hombre muy honrado y yo le soy muy leal. Si se entera de mi excursión, supondrá naturalmente que me han arrastrado mis compañías, suposición que yo no corregiré. Ya han sucedido antes cosas así.

Sonrió con aire significativo.

– Haré todo lo que pueda por vos, majestad -dijo Cailin.

La emperatriz rió.

– No me cabe duda de que lo harás, querida. Al fin y al cabo, la futura felicidad de ambas depende de tu éxito, y yo soy un mal enemigo, te lo aseguro; pero hemos de regresar. Si permanezco demasiado rato ausente del banquete notarán mi ausencia. -Verina se acercó a la puerta y la abrió, diciendo: -Juan, acompaña a la señora a su palco, y luego ocupa tu puesto como antes. Adiós, Cailin Druso.

Cailin inclinó la cabeza y salió de la habitación. Mientras seguía al guardia por el túnel y la escalera, en su mente se arremolinaban los acontecimientos de los últimos minutos. Al entrar en el palco fue acosada por una Casia ansiosa.

– ¿Qué quería? -le preguntó en un susurro, y Arcadio se inclinó para oír la respuesta de Cailin.

– Tenía curiosidad -dijo con una sonrisa. -Su vida ha de ser muy aburrida para tener tanta curiosidad por conocer a la amante de Aspar.

– Oh -exclamó Casia decepcionada, pero Arcadio se dio cuenta de que Cailin no lo había contado todo. Era evidente que iba a disfrutar de un verano muy interesante.