En la arena, media docena de luchadores divertía a la incansable multitud desfilando haciendo malabarismos con varias pelotas de colores. Iban seguidos por una procesión maravillosa de animales exóticos. Aspar regresó al palco y se sentó junto a Cailin, rodeándola con un brazo. Casia miró a Arcadio con una leve sonrisa y él sonrió a su vez.

– ¡Oooohhh! -chilló Cailin. -¡Nunca había visto bestias como ésas! ¿Qué son? ¿Y las que tienen rayas?

– Las grandes bestias grises con la nariz larga se llaman elefantes -respondió Aspar. -La historia cuenta que el gran general cartaginés Aníbal cruzó los Alpes a lomos de elefante y ganó muchas batallas. Los gatos a rayas son tigres. Proceden de la India, una tierra lejana al este de Bizancio. Los caballos a rayas son cebras.

– Esas criaturas altas y con manchas, mi señor, y esas graciosas bestias con jorobas, ¿qué son?

– Las primeras son jirafas. Proceden de África, pero todas éstas ahora viven en el zoo imperial. Los países extranjeros siempre nos regalan bestias raras para nuestro zoo. Los otros animales son camellos.

– Son magníficos -exclamó ella, con ojos relucientes de infantil excitación. -Nunca había visto bestias así. En Britania tenemos ciervos, conejos, lobos, zorros, tejones, erizos y otras criaturas corrientes, pero ninguna como los elefantes.

– Ah -suspiró Arcadio exageradamente. -Ver Bizancio de nuevo a través de los maravillosos ojos violetas de Cailin Druso.

– ¿Ojos violentos? ¿Quién tiene ojos violentos? -preguntó Apolodoro, el comediante.

– ¡Violeta, cómico desvergonzado! -espetó Arcadio. -Cailin Druso tiene los ojos de color violeta. ¡Míralos! Son muy hermosos.

– Los ojos de las mujeres nunca dicen la verdad -observó Apolodoro perversamente.

– ¡No es cierto! -negó Casia.

– ¿Tú dices la verdad cuando miras a los ojos de un hombre? -preguntó el comediante. -Las cortesanas son famosas por su sinceridad.

– ¿Y los actores sí? -replicó Casia con mordacidad.

Anastasio, el cantante, ahogó la risa al oír esta respuesta. Era el primer sonido que Cailin creía haberle oído desde que había entrado en el palco.

– El emperador ya vuelve -anunció Juan Andronico, el tallador de marfil. También él había hablado poco desde que se había reunido con ellos.

Cailin aprovechó la oportunidad para hablar con él.

– En la villa hay una de vuestras encantadoras piezas -le dijo. -Una Venus rodeada por un grupo de Cupidos alados.

– Se trata de una de mis primeras piezas -admitió el tallador, sonriendo con timidez. -Ahora me dedico principalmente a obras religiosas para las iglesias. Es un mercado muy lucrativo, y es mi manera de devolver el don que Dios tan generosamente me ha dado, señora. Ahora estoy haciendo una natividad para el emperador.

– ¿Puedo entrar? -preguntó el príncipe Basilico, deslizándose discretamente en el palco del general. -¡Casia, mi amor! ¡Estás para comerte! Y lo haré, más tarde.

Le lanzó un beso.

– ¿Y tu esposa Eudoxia, amigo mío? No deberías avergonzarla -le recriminó Aspar con seriedad.

– Su amiguito está de guardia en el palco imperial -explicó Basilico con una sonrisa. -Quiere tener tiempo para coquetear con él, y si yo estoy a su lado no puede hacerlo. Además, Flacila y Justino Gabras también están en el palco del emperador. Mira. Están en el fondo. No sé por qué León les permite su presencia, aunque probablemente les ha invitado mi hermana. En verdad son una pareja temible, Aspar. Me han contado que sus fiestas son tan depravadas que los habitantes de Sodoma y Gomorra se sonrojarían. Y lo peor es que son muy felices. Flacila ha encontrado un compañero digno de ella. Son la pareja perfecta.

– Muy bien, quédate, pero sé discreto -advirtió Aspar.

– Me alegro de veros, mi señor -saludó Cailin, sonriendo.

– Señora, cada minuto que pasa sois más hermosa -respondió galante el príncipe. -Adivino que sois feliz y él también. -Entonces Basilico se volvió hacia Casia. -Qué encantadora estás, cielito. El escarlata y dorado te sienta bien. Tendremos que ver cómo quedan los rubíes con oro sobre tu suave y blanca piel, ¿eh?

Las carreras volvieron a empezar. Por la mañana, los Verdes habían ganado dos carreras, los Azules una y los Rojos la última. Ahora el equipo de los Blancos ganó la primera carrera de la tarde y luego los Azules obtuvieron una segunda victoria, con lo que empataron con el equipo Verde. Pero el día iba a ser para los Verdes. Ganaron las dos últimas carreras y recibieron de manos del propio León un aurigarión (un emblema de oro), un casco de plata y un cinturón de plata. La multitud, que ya estaba ronca de tanto gritar, renovó sus aclamaciones y los juegos concluyeron formalmente cuando el palco imperial quedó vacío.

De pronto, los que estaban en los asientos más próximos a Aspar distinguieron las cintas verdes que éste llevaba se pusieron a corear:

– ¡Aspar! ¡Aspar! ¡Aspar!

Una expresión de enojo cruzó fugazmente el rostro de Aspar. Se volvió y saludó con un gesto de la mano, a la multitud que le aclamaba, suficiente para satisfacerles pero no lo bastante para alentar mayores muestras de admiración.

– Qué político eres -se burló Basilico. -Este pequeño incidente será comunicado a León, por supuesto adornado con exageraciones, y el pobre hombre se sentirá dividido entre la gratitud que siente hacia ti y el temor de que algún día le desplaces.

El príncipe rió.

– León sabe que prefiero ser un ciudadano corriente antes que emperador -dijo Aspar. -Si alguna vez lo dudara, le tranquilizaría enseguida. Francamente, si me lo permitiera me retiraría.

– Tú no -dijo Basilico con una amplia sonrisa. -Tú morirás al servicio de Bizancio. Casia, ángel mío, ¿tienes alguna deliciosa cena preparada para mí? Iré contigo.

– ¿No vas a palacio para asistir al banquete? -preguntó Aspar a su amigo. -Sé que antes has dicho que no, pero ¿no es obligatoria tu presencia?

– No me echarán de menos, te lo aseguro, amigo mío -replicó el príncipe. -Además, el patriarca está invitado. Rezará tanto rato antes de comer, que cuando lo hagan la comida se habrá estropeado -terminó con una carcajada.

– Yo me ocuparé mejor de él, mi señor -dijo Casia, -y su cena será de su gusto, ¿verdad, príncipe mío?

Los ojos de Basilico brillaron con malicia. Casia se volvió hacia Cailin.

– ¿Puedo visitarte algún día? Estoy muy contenta de que me hayáis incluido en vuestro grupo de hoy. Las dos hemos recorrido un largo camino desde nuestros días en Villa Máxima.

– Claro que puedes -contestó Cailin sinceramente. -He estado muy sola desde que dejé Villa Máxima, aunque ahora tengo una joven esclava sajona que me hace compañía. Me encanta escuchar tus chismorreos, Casia. Pareces saber todo lo que ocurre en Constantinopla. Pero en realidad soy más feliz en el campo.

– El campo es agradable para ir a visitarlo -dijo Casia, -pero yo nací en Atenas y prefiero la ciudad. A Basilico le gusta hablar en griego conmigo. Está muy helenizado para ser bizantino.

Cailin despidió a todos los invitados y Arcadio prometió que iría pronto a Villa Mare para iniciar su trabajo. Casia montó en su litera junto con Basilico y se alejaron entre la multitud que salía del Hipódromo. Cailin subió a su litera.

– Tengo que acudir a palacio a ver al emperador -dijo Aspar, inclinándose para hablarle al oído. -Enviaré a la caballería para que te escolte hasta casa y me reuniré contigo en cuanto pueda.

– No necesito soldados después de cruzar las puertas de la ciudad, mi señor. El camino está libre de peligros y muy concurrido, y es de día. Me ayudarían a abrirme paso entre el gentío, pero no quiero que sigan, te lo ruego.

– Muy bien, mi amor. Enviaré un mensajero si he de retrasarme. Espérame si puedes, Cailin.

– ¿Qué quería antes el emperador, mi señor? -le preguntó ella.

– Mi presencia, nada más. Es su manera de ejercer su autoridad, y yo le obedezco porque eso le tranquiliza -dijo Aspar. -La invitación al banquete, cuando sabe que me desagradan los banquetes, no es más que otra prueba. La Iglesia siempre está arrojando veneno al oído de León porque mis creencias no son ortodoxas. Obedeciéndole puntualmente, las mentiras del patriarca parecen necias. León no es estúpido. Tiene miedo, sí, pero es inteligente. La emperatriz es quien mi preocupa.

– ¿Por qué?

– Es ambiciosa. Mucho más que León. A Verina le gustaría tener un hijo que siguiera los pasos de León No tienen más que dos hijas. No sé si conseguirá tener ese hijo varón. León prefiere la oración al placer, seguí parece.

– Si eso es una virtud, mi señor, y es necesaria par; un emperador, en verdad tú jamás serás emperador -dijo Cailin riendo. -Tú prefieres el placer a la oración. Me parece que nunca te he visto rezar al dios cristiano ni a ningún otro dios.

Como respuesta, él la besó en los labios lenta y ardorosamente. Ella le correspondió moviendo la lengua pícaramente dentro de su boca mientras él deslizaba una mano bajo su túnica para acariciarle un seno. El pezón se endureció de inmediato y Cailin gimió suavemente.

Aspar apartó los labios y sonrió con malicia a Cailin -Iré en cuanto pueda, amor mío -prometió, retirando la mano no sin antes darle un leve pellizco en el pezón.

Ella contuvo el aliento y lo dejó escapar lentamente, y le dijo:

– Esperaré, mi señor, y estaré preparada para cumplir tus órdenes.

CAPÍTULO 12

– ¿Has visto cómo la miraba? -preguntó Flacila Estrabo a su esposo, Justino Gabras. -¡La ama! ¡Realmente la ama! -Su rostro reflejaba el enfado que sentía.

– ¿Y a ti qué te importa? -replicó él. -Tú nunca le amaste. No debería importarte que la ame.

– ¡No se trata de eso! ¡No seas estúpido, Justino! ¿No ves lo embarazosa que resulta su descarada pasión? ¡A mí no me dio su amor, pero se lo ha dado a esa zorrita! Seré el hazmerreír de todos mis conocidos. ¿Cómo se atreve a llevar a esa mujerzuela a los juegos y a sentarse con ella en su palco para que todos les vean? Aunque nadie supiera quién es ella, prácticamente todo Constantinopla conoce a Casia, especialmente ahora que es amante del príncipe Basilico. ¡Muy propio de Aspar rodearse de artesanos, actores y prostitutas!

– No estás particularmente atractiva cuando te enfadas, mi querida esposa -bromeó Justino Gabras. -Te salen manchas en la piel. Sería mejor que controlaras tu genio, sobre todo cuando estamos en público. -Se inclinó por delante de la joven esclava que se hallaba entre los dos, acercó el rostro de Flacila y la besó. -No quiero hablar más de este asunto, mi amor, y si vuelves a mencionar a tu ex esposo desatarás mi peor ira. Y ya sabes lo que ocurre cuando exploto. -Pasó una mano por el cuerpo de la esclava. -Concentrémonos en diversiones más agradables, como nuestra pequeña y encantadora Leah. ¿No es encantadora, querida?, y está tan ansiosa por recibir nuestras tiernas atenciones… ¿Verdad que sí, Leah?

– Oh, sí, mi señor -respondió la muchacha, arqueándose hacia él. -Anhelo vuestras caricias.

Justino Gabras sonrió perezosamente a aquella bonita y sumisa criatura. Entonces, al ver que su esposa aún no estaba satisfecha, dijo con aspereza:

– Tendrás tu venganza, Flacila. ¿Qué prefieres? ¿Un golpe rápido que permita a Aspar devolvérnoslo? ¿O esperar el momento oportuno y entonces destruirles a los dos? Quiero que te sientas satisfecha, querida. Elige ahora y zanjemos este asunto que ya empieza a aburrirme.

– ¿Sufrirá? Quiero que sufra por haberme rechazado.

– Si esperas el momento oportuno y me dejas planearlo debidamente, sí, sufrirá. La vida de Aspar se convertirá en un infierno, te lo prometo, pero has de tener paciencia, Flacila.

– Bien -accedió ella. -Esperaré el momento propicio, Justino. Aunque estoy impaciente por destruir a Aspar, tu habilidad para el mal es infinita. Confío en ese dominio de la perversidad que posees. Ahora, dime, ¿quién de los dos poseerá a Leah primero? -Flacila miró a la muchacha y sonrió. -Realmente es encantadora, mi señor. No es virgen, ¿verdad?

– No, no lo es. Me agradaría que la tomaras tú primero, Flacila. Me gusta verte con otra mujer. Lo hacemos muy bien, debo admitirlo, y eres más tierna con una de tu propio sexo que con los hombres jóvenes que tanto te gustan y a los que sin embargo maltratas.

Ella sonrió con picardía.

– Los hombres -dijo- tienen que ser castigados por las mujeres, pero las mujeres deben ser mimadas por sus amantes de ambos sexos. Una mujer mimada se entrega más que una maltratada, Justino.

– Entonces Aspar debe de mimar mucho a esa Cailin -respondió él con crueldad. -Él la miraba con ojos de amor, y su mirada le era correspondida por esa adorable y bella jovencita. Si la ama como tú crees, te aseguro que ella también le ama.