– Serás una esposa perfecta para mí -observó él con admiración.

– ¿Por qué? -repuso ella con picardía. -¿Porque comparto tu pasión, o porque no me quejo cuando debes marcharte?

– Por las dos cosas -respondió él con una sonrisa. -Tienes una habilidad innata para entender a la gente. Sabes cuan delgada es la línea por la que debo caminar entre esas facciones fanáticas de Adrianópolis y no me distraes de mi deber. Los que se han opuesto a nuestro matrimonio pronto reconocerán que estaban equivocados y que Cailin Druso es la esposa adecuada para Aspar.

– ¿No puedo distraerte de tus obligaciones? -Fingió sentirse ofendida y se colocó sobre él y le miró con ojos encendidos. Se pasó la lengua por los labios en gesto seductor, lentamente. Sus ojos se oscurecieron con la pasión y se acarició los pechos hasta que los pezones se pusieron erectos. -¿No puedo distraeros unos minutos, mi señor?

Él la observó con los ojos entrecerrados y una leve sonrisa en los labios. Sabía que su amor por ella era lo que la hacía descarada, y sin duda eso redundaba en beneficio de él. Cailin era tan joven y tan hermosa, pensó, acariciándole la espalda. A veces, cuando la miraba, se preguntaba si cuando se hiciera viejo ella le amaría aún, v el miedo le atenazaba las entrañas. Entonces ella le sonreía y le besaba dulcemente y, tranquilizado, Aspar se convencía de que Cailin siempre le amaría, pues era honrada y leal por naturaleza. La cogió por la cintura y la levantó ligeramente para permitir que su miembro endurecido se irguiera.

– Me distraes continuamente, mi amor -graznó mientras bajaba a Cailin lentamente sobre su sexo. Luego la penetró casi con rudeza y la besó apasionadamente, y a continuación le hizo dar la vuelta para penetrarla por atrás. -Estás condenada a pasar el resto de tus días distrayéndome, Cailin -gimió él al oído de la joven mientras la embestía con lentitud una y otra vez. -Te adoro, amor mío, y pronto serás mía para toda la eternidad! ¡Mi esposa! ¡Mi vida misma! ¡La dulce y luminosa mitad de mi alma oscura!

– Te amo, Flavio Aspar… -dijo ella medio sollozando, y luego se abandonó al mundo de cálidas sensaciones que él le provocaba.

Sentía frío y calor al mismo tiempo, y era tanto su amor que el corazón le palpitaba y parecía elevarse. Pero si su lugar estaba en el corazón y los brazos de él, ¿por qué tenía miedo? Luego llegó a la cima del placer y Cailin exhaló un leve grito y sus temores pronto se disiparon en la seguridad de los amantes brazos de Aspar. Ella se acurrucó feliz contra él y se quedó dormida.


Cuando despertó por la mañana, él ya había partido. Nellwyn le llevó una bandeja con yogur recién hecho, albaricoques maduros, pan recién preparado y una jarrita de miel.

– El maestro Arcadio pregunta si hoy posaréis para él. Dice que casi ha terminado y podrá marcharse el fin de semana si vos cooperáis. Creo que está ansioso por regresar a Constantinopla. El verano ha terminado y habla todo el rato de los juegos de otoño.

– Dile que le veré dentro de una hora -indicó Cailin a la criada. -Quiero que la estatua esté terminada y montada en su pedestal en el jardín antes de que regrese mi señor. Será mi regalo de boda para él.

– Jamás he visto nada igual -admitió Nellwyn. -Es tan hermosa, señora. Creía que sólo los dioses eran retratados así.

– La estatua representa a Venus, la antigua diosa del amor. Yo simplemente he posado en lugar de la diosa para Arcadio.

Cailin desayunó y, después de bañarse, se reunió con el escultor en el estudio de éste. Nellwyn le quitó la túnica y Cailin ocupó su lugar. El escultor trabajó un rato, pasando los ojos de la estatua de arcilla que había modelado a la propia Cailin. Cuando vio que ella empezaba a cansarse, paró. Cailin se puso la túnica antes de salir ambos a sentarse al sol y tomar zumo de naranja recién exprimido y un poco de pastel de sésamo que Zeno había servido.

– Echaré de menos vuestra compañía -dijo Cailin a Arcadio. -Me gustan vuestros perversos chismes y he aprendido mucho de las personas con las que me relacionaré cuando esté casada con Aspar.

– Vuestra vida no será fácil -respondió él. -Los que están en la corte os evitarán hasta que os conozcan, e incluso cuando conozcan vuestro verdadero valor algunos os seguirán dando la espalda. Sólo estarán ansioso por cultivar vuestra amistad debido a la influencia que tenéis sobre Aspar o porque esperan seduciros como han hecho con otras tantas, y debéis ir con cuidado con ellos. Vuestra virtud, a la luz de las murmuraciones que os rodean, verdaderamente les hará enloquecer.

– Qué paradójicos son los bizantinos -dijo Cailin. -Abrazáis una religión que predica la bondad y sin embargo el mal abunda entre vosotros. La verdad es que no entiendo a vuestra gente.

– Nuestra sociedad es simple -observó Arcadio. -Los ricos desean el poder y más riquezas para sentirse invencibles, y por eso se comportan como otras personas no se atreverían a hacerlo. Son más crueles, y más carnales, y como su fe les promete el perdón si se arrepienten, lo hacen de vez en cuando, deshaciéndose de sus pecados para seguir pecando.

»Esto no ocurre sólo en Bizancio, Cailin. Todas las civilizaciones alcanzan su apogeo en algún punto de su desarrollo. Los menos ricos imitan a los ricos; y los pobres se mantienen en su lugar gracias a una fuerte burocracia y un dirigente benéfico que les permite entrar gratis en los juegos. El pan y el circo, mi querida niña, mantienen a los pobres controlados, salvo en los raros tiempos en que la plaga, el hambre o la guerra interfieren con la actividad de los gobernantes. Cuando eso sucede, ni siquiera los emperadores están a salvo en su trono. -Rió entre dientes. -Como veis, soy un cínico.

– Lo único que deseo -dijo Cailin- es casarme con mi amado señor, y si los dioses lo quieren, darle un hijo. Viviré aquí, en el campo, educaré a mis hijos y seré feliz. No quiero participar en las intrigas de Bizancio.

– No podréis escapar a ellas, querida. Aspar no es un noble sin importancia que pueda retirarse a una finca en el campo. Este idilio que habéis vivido no podrá seguir una vez estéis casados. Tendréis que aceptar vuestro lugar en la corte como esposa del primer patricio del Imperio. Seguid mi consejo, querida muchacha, y no os aliéis con ninguna facción por muy seductoramente que os inciten a ello; y lo harán, estad segura. Debéis permanecer neutral, como hace Aspar. Él sólo es leal a la propia Bizancio.

– Mi lealtad es para Aspar -declaró ella con firmeza.

– Eso está bien. Sí, querida niña, veo que no os dejaréis seducir por los cantos de sirena de la corte. Sois demasiado inteligente. Ahora volvamos al asunto de inmortalizaros -añadió con una risita. -Sois escandalosamente sensual para ser tan práctica.

– Habladme de esos juegos que te incitan a regresar a la ciudad, Arcadio -pidió Cailin tras retomar su pose. -Creía que sólo había juegos en mayo, el día de la conmemoración. No sabía que también se celebraban en otras épocas. ¿Habrá carreras de carros?

– Durante el año se celebran juegos varias veces -respondió él, -pero éstos en particular están patrocinados por Justino Gabras para celebrar su boda con la ex esposa de Aspar, Flacila Estrabo. No pudo organizados antes porque en primavera todo se centra en los juegos de mayo. Luego hacía demasiado calor. Así que Justino Gabras pensó que sus juegos podían coincidir con el aniversario del sexto mes de su boda con Flacila. Habrá carreras por la mañana y gladiadores por la tarde. Me han dicho que Gabras ha pagado para que haya luchas a muerte.

– Nunca he visto gladiadores. Luchan con espadas y escudos, ¿no? ¿Qué son luchas a muerte?

– Bueno, querida, veo que hay otra área de vuestra educación que tendré que cumplimentar. Las luchas de gladiadores empezaron en la antigua Campania y Etruria, de donde proceden nuestros antepasados. Los primeros gladiadores eran esclavos a los que se obligaba a pelear hasta la muerte para diversión de sus amos. Estos combates al final llegaron a Roma, pero durante muchos años sólo se celebraban en los funerales de hombres distinguidos. Poco a poco empezaron a ser patrocinados por particulares, y el emperador Augusto financió algunos de los llamados «espectáculos extraordinarios». A la larga se programaron luchas de gladiadores con regularidad en los juegos públicos de diciembre, en las Saturnalias, mientras los políticos y otros que deseaban el apoyo público ofrecían combates de gladiadores gratis en otras épocas. Al pueblo le encantaba la excitación y la sangre de estos juegos.

»Al principio, los gladiadores eran cautivos tomados en la guerra que preferían la muerte a convertirse en esclavos. Eran luchadores entrenados. Sin embargo, cuando la paz romana se impuso en casi todo el mundo, el número de cautivos disminuyó y se hizo necesario entrenar a hombres que no eran soldados. Muchos criminales eran sentenciados a convertirse en gladiadores, pero aun así, no había suficientes para satisfacer la gran demanda que entonces existía. Muchos hombres inocentes fueron acusados de pequeñas ofensas y condenados a la arena. Los primeros cristianos fueron sacrificados porque no había bastantes criminales o cautivos. Cuando no había suficientes hombres, se enviaba a mujeres e incluso a niños para que pelearan.

– ¡Qué horrible! -exclamó Cailin, pero Arcadio prosiguió, impasible.

– Había escuelas de gladiadores en Capua, Prenesta, Roma y Pompeya, así como en otras ciudades. Algunas eran propiedad de ricos nobles que de esa manera entrenaban a sus propios luchadores, pero otras eran propiedad de hombres que comerciaban con gladiadores. Las escuelas eran dirigidas muy estrictamente, porque su fin era asegurar un suministro regular de luchadores competentes y preparados. Los profesores eran duros, pero entrenaban bien a sus alumnos, y con esmero. Se controlaba la dieta. Cada día hacían gimnasia y recibían lecciones de expertos en armas.

»A la larga, sin embargo, resultó imposible conseguir suficientes hombres para entrenar, incluso entre cautivos y criminales. Los gladiadores de hoy en día son hombres libres que han elegido esa vida.

– No puedo imaginar el motivo de tal elección -observó. -Parece terrible. Pero ¿qué armas utilizan? ¿Y cómo pelean?

– Normalmente se enfrentan por parejas, aunque en el pasado los combates eran entre un grupo de hombres contra otro grupo. Normalmente quedaban pocos. Los gladiadores profesionales se dividen en tres grupos: samnitas, que van muy armados; tracios, que van poco armados; y los luchadores con red. Las armas de éstos son su gran red, sus dagas y una lanza.

– Todavía no me habéis explicado qué es un combate a muerte -señaló Cailin.

– Los combatientes pelearán hasta la muerte, a menos, claro está, de que Gabras conceda clemencia al perdedor de cada combate. Conociendo a Justino, dudo que lo haga. Será más popular si le da al pueblo un espectáculo sangriento.

– Qué terrible -dijo Cailin con un estremecimiento. -No creo que me gusten esos combates de gladiadores, sabiendo que uno morirá.

– Eso añade sal al espectáculo -explicó Arcadio. -En esas circunstancias los combatientes siempre resultan magníficos luchadores.

– Me sorprende que haya hombres libres que accedan a pelear en esas condiciones -observó Cailin. -Saber que podrías morir es una perspectiva espantosa. -Se estremeció otra vez.

– Pero siempre existe la posibilidad de que no le maten a uno. Además, los honorarios para un combate a muerte son más elevados que para un combate corriente. Me han dicho que el actual campeón, invencible, un hombre conocido como el Sajón, tiene que pelear en los juegos de Gabras.

– Lo lamento por él -dijo Cailin. -Si es invencible, todos los demás se esforzarán por derribarle. Se enfrenta a un gran peligro.

– Es cierto, pero será un combate más emocionante. Podéis bajar, Cailin, y vestiros. He terminado. -Dio un paso atrás para admirar su obra. -Ya está; creo que es una de mis mejores obras -dijo con fingida modestia. -Aspar debería estar complacido y pagarme a tiempo por mis esfuerzos.

– ¿Qué hay de la base? -preguntó Cailin. -Quiero que la coloquen en el jardín, delante del mar, antes de que Aspar regrese de Adrianópolis.

– Tengo un aprendiz en la ciudad trabajando en el pedestal, querida mía. El mármol es único, una mezcla de rosa y blanco. Desconozco su lugar de procedencia. Lo encontramos tirado bajo unas viejas prendas en la parte trasera de mi estudio, pero cuando lo vi supe que era la pieza perfecta para nuestra Venus. Venid a ver esto.

Cailin se había puesto la túnica y se acercó a contemplar su estatua. La joven Venus, como a Arcadio le gustaba llamarla, se alzaba con el cuerpo ligeramente curvado, un brazo al lado y el otro levantado, la palma extendida como si se protegiera los ojos del sol. El pelo estaba recogido en lo alto de la cabeza, pero aquí y allá algunos rizos se curvaban en torno al esbelto cuello y delicadas orejas. Había una débil sonrisa en el rostro. Su cara y forma eran prístinas y serenas.