– Es hermosa -opinó Cailin, francamente cautivada por la habilidad del escultor. Casi podía ver latir el pulso en la base de la garganta de la joven Venus. Cada uña de las manos y los pies era perfecta en su detalle, y había más.

– Vuestro sencillo homenaje es alabanza más que suficiente -dijo él. Veía la admiración por su talento y su arte en los ojos de Cailin. La sencillez de aquella joven resultaba estimulante, pensó Arcadio. De haber sido una mujer de la corte, se habría quejado de que no había captado su verdadera esencia y luego habría tratado de escatimarle los honorarios. Bueno, había sido un trabajo más que agradable. Al día siguiente regresaría a la ciudad y empezaría una serie de seis figuras para el altar de una nueva iglesia que se construía en Constantinopla. -Cuando el pedestal esté terminado, querida, vendré yo mismo a instalar la estatua. Creo que Flavio Aspar estará muy satisfecho con lo que hemos conseguido.

Tras su partida al día siguiente, Cailin descubrió que echaba de menos la compañía del escultor, que había resultado un compañero encantador y muy divertido. Nellwyn era una muchacha dulce pero simple. Cailin no podía hablar de temas profundos con ella. Sencillamente no los entendía. Aun así, resultaba agradable y Cailin se alegraba de su presencia.

La cosecha fue buena en la hacienda de Flavio Aspar, y mientras Cailin caminaba por los campos con Nellwyn, saludando a los obreros, volvió a considerar la posibilidad de que Aspar criara caballos para las carreras de carros. Los arrendatarios de la finca ya cultivaban heno y grano para el ganado. Gran parte de los pastos eran igualmente adecuados para los caballos. Si Aspar necesitaba aún más tierras, quizá podría obtenerlas de los propietarios, cargados de impuestos, cuyas propiedades limitaban con la suya. Se lo plantearía de nuevo cuando regresara.

Casia fue a visitarla para quedarse unos días y le llevó noticias de la ciudad.

– Basilico me ha jurado que León dará su consentimiento a tu boda cuando Aspar regrese. Los esfuerzos del general en Adrianópolis al parecer están resultando satisfactorios. León no tendrá que mermar su tesoro imperial para recompensarle -dijo riendo. -¿Arcadio ya terminó tu estatua?

– Hace unas semanas. Pronto volverá para instalar el pedestal en el jardín. Quiero que esté terminado antes de que Aspar regrese. ¿Te gustaría verla?

– ¡Claro que sí! -respondió la hermosa cortesana, riendo. -¿Crees que lo he mencionado sólo de paso? Me muero de curiosidad.

– Arcadio la llama la joven Venus -explicó Cailin al descubrir la estatua en el estudio del artista. -¿Qué te parece?

Casia quedó fascinada y por fin dijo: -Te ha reflejado perfectamente, Cailin. Tu juventud, tu belleza, esa dulce inocencia que asoma en tu rostro a pesar de todo lo que has sufrido. Sí, Arcadio ha captado tu esencia y si no fuera amiga tuya me sentiría muy celosa. -Cogió las manos de Cailin y, dándole un fuerte apretón, añadió: -Pronto no podremos continuar nuestra amistad.

– ¿Por qué? ¿Porque voy a ser la esposa de Aspar y tú eres la amante de Basilico? No, Casia, no seguiré sus crueles juegos. Continuaremos siendo amigas a pesar de mi cambio de posición social.

Los adorables ojos de Casia se llenaron de lágrimas y luego dijo:

– Jamás había tenido una amiga hasta que te conocí, Cailin. Espero que sea como tú dices.

– Yo tampoco he tenido nunca una amiga, Casia. Antonia Porcio fingía serlo, aunque siempre supe que no lo era. Las amigas no se traicionan. Sé que nosotras nunca lo haremos. Ahora cuéntame las últimas habladurías de la ciudad. Echo de menos la charla de Arcadio.


Salieron del estudio y se dirigieron a la playa, donde se sentaron en la arena y Casia le contó las últimas noticias de la ciudad.

– La esposa de Basilico, Eudoxia, por fin ha seducido a su joven guardia. Es el mismo que trajo a la emperatriz aquí. Su semilla es muy potente y la pobre Eudoxia se quedó embarazada prácticamente enseguida, a pesar de sus esfuerzos para evitarlo, según me han dicho. Basilico se puso furioso. Ella quería abortar, pero él no lo permitió. La ha enviado a casa de sus padres, en las afueras de Éfeso.

– No sé cómo se atreve a ser tan exigente, considerando la relación que tiene contigo -comentó Cailin con una leve sonrisa.

– Parece injusto -coincidió Casia, -pero has de recordar que existen reglas diferentes para los hombres y las mujeres. Basilico ha sido muy benévolo con Eudoxia porque ella es una buena esposa y buena madre. No es como Flacila. Por eso le ha permitido disfrutar de esa pequeña diversión. Sin embargo, quedar embarazada ha sido un descuido por parte de Eudoxia y ha provocado una gran vergüenza a Basilico. Eudoxia tenía que haber pensado en las consecuencias cuando actuó tan a la ligera. El niño tiene que nacer a principios de verano y será dado en adopción a una buena familia. La pobre Eudoxia se quedará en Éfeso hasta que nazca. No me importa. Basilico ahora es libre de pasar más tiempo conmigo. Sus hijos prácticamente son mayores y no le necesitan.

– Me pregunto qué piensan de su madre. -El hijo de Basilico conoce la verdad y quería matar al pobre guardia. Basilico le explicó que no se puede matar a un hombre por aceptar lo que se le ofrece libremente. En cuanto a las hijas del príncipe, no lo saben, o al menos él espera que no lo sepan. Les han dicho que su madre ha ido a Éfeso para cuidar de los abuelos, que están enfermos, y Basilico las envió al convento de Santa Bárbara para que estén a salvo hasta que regrese su madre. Solas, quién sabe qué travesuras podrían hacer. Las niñas tienen mucha inventiva.

– ¿De dónde eres? -preguntó Cailin mientras contemplaban el agua. -De Atenas, creo que oí decir en una ocasión. ¿Dónde está eso?

– Es una ciudad junto al mar Egeo, al sur de Constantinopla. Nací en un burdel que era propiedad de mi madre. Mi padre era oficial del gobierno destacado en esa ciudad. Recuerdo que no era muy apreciado por allí. Cuando murió, cerraron el negocio de mi madre. Yo sólo tenía diez años pero me vendieron como esclava. No sé qué les sucedió a mi madre y mi hermano pequeño. A mí me trajeron a Constantinopla y me compró Joviano para Villa Máxima. Tuve mucha suerte. Ya sabes lo bien que tratan a los niños en Villa Máxima. Les enseñan a leer y escribir y a hacer sumas sencillas. Aprenden modales y a complacer a los hombres y mujeres que frecuentan el establecimiento. Cuando tuve trece años mi virginidad fue subastada al mejor postor. Joviano y Focas nunca habían recibido, ni la han recibido después, una oferta tan elevada por una virginidad -dijo con orgullo. -Como me habían enseñado muy bien a complacer a los hombres, y como al parecer poseo un talento innato para eso, me hice muy popular. Joviano me advirtió que seleccionara a quién daba placer, pues tenía el derecho de rechazar a cualquier hombre. Resultó un excelente consejo. Cuanto más exigente parecía, más desesperaban los hombres por poseerme y más predispuestos a pagar el precio más elevado. Conseguí reunir algunos regalos magníficos de mis agradecidos amantes. -Sonrió. -Entonces llegó Basilico, y al cabo de poco tiempo quería de él más que una visita ocasional a mi cama. Le insinué si eso sería posible. Se ofreció a regalarme una casa en un buen distrito, y así compré mi libertad de Villa Máxima.

– ¿Cuántos años tienes? -le preguntó Cailin.

– Uno más que tú.

Cailin se quedó sorprendida. Parecía mayor, pero no era de extrañar.

– ¿Cuánto tiempo mantendrás al príncipe como amante? -preguntó. -Quiero decir… bueno… estás acostumbrada a tener varios amantes. ¿No te aburre tener sólo uno?

Casia se echó a reír. Si esa pregunta se la hubiera hecho otra persona se habría ofendido, pero sabía que Cailin, sólo tenía curiosidad.

– Con un amante ya es suficiente -respondió. -En cuanto a tu otra pregunta, estaré con Basilico mientras eso nos satisfaga a los dos. Él y yo nunca nos casaremos como tú y Aspar. Yo no soy patricia.

– Ser patricia no me ha protegido del mal -replicó Cailin con voz suave. -Aunque en otro tiempo me quejaba de que la fortuna no me sonreía, me equivocaba. Perdí a mi esposo y mi hijo, pero he encontrado a Aspar. ¡Oh, Casia! ¡Él quiere tener hijos, a su edad! Casia se estremeció ligeramente. -Mejor tú, querida amiga, que yo. No soy muy maternal. Afortunadamente mi príncipe está satisfecho con los esfuerzos de su esposa para producir vástagos… cuando son suyos.

Se alejaron de la playa y fueron a sentarse junto al estanque del atrio, donde tomaron vino dulce y disfrutaron de los pasteles de miel que la esposa de Zeno, Ana, había preparado para ellas.

– La ciudad -dijo Casia- rebosa de excitación por los juegos que Justino Gabras organiza en el Hipódromo dentro de unos días. Ha hecho venir gladiadores para celebrar combates a muerte. ¡Apenas puedo esperar!

– Arcadio me lo contó -respondió Cailin. -Me alegro de no tener que verlo. ¡Me parece algo terrible!

– No lo es -dijo Casia. -Te acostumbrarías a ello. Es magnífico ver a los buenos gladiadores, pero en la actualidad escasean. La Iglesia no los aprueba, pero apuesto a que el patriarca y sus secuaces estarán allí, en su palco, con la misma sed de sangre que todos los demás. -Rió. -¡Son tan hipócritas! Lamento que no acudas. Tendré que sentarme en las gradas, pero no me perdería esos juegos por nada del mundo.

«Peleará el Sajón. Dicen que nunca ha perdido un combate. Al parecer no teme a la muerte, y sus otros apetitos son igualmente insaciables, según me han dicho.

Casia se quedó en Villa Mare tres días. El día antes de marcharse, llegó Arcadio con una carreta en la que traía el pedestal para la joven Venus y varios fornidos ayudantes que trasladarían la estatua del estudio a su sitio en el jardín. Las dos mujeres contemplaron, fascinadas, cómo acarreaban la obra de arte, haciendo esfuerzos por no reír al ver al escultor ir de un lado a otro dando órdenes airadas a los trabajadores. Por fin la joven Venus estuvo colocada sobre su base de mármol rosa y blanco, de cara al mar. Arcadio exhaló un suspiro de alivio.

– Bueno -dijo, -¿qué os parece? Casia estaba visiblemente impresionada y así lo expresó. Cailin se limitó a besar al escultor en la mejilla, lo que le hizo sonrojar de placer.

– Es maravillosa -coincidió con ellas. -Quedaos con nosotras esta noche -invitó Cailin. -Sí -dijo Casia. -Puedes volver a la ciudad por la mañana en mi litera, conmigo. Será un viaje más agradable que volver en la carreta con tus obreros, que huelen a cebolla y sudor.

Arcadio sintió un escalofrío al oír esta descripción tan gráfica y exacta.

– Me quedaré -dijo, y dio órdenes a su capataz de que se llevara a los hombres y regresara a Constantinopla. Luego volvió con las mujeres y dijo: -Los gladiadores llegaron ayer. Desfilaron por la ciudad con toda pompa, como si eso fuera necesario para estimular el interés por los juegos. El pueblo ya hervía de excitación. No puedo deciros cuántas mujeres se desmayaron al ver al campeón. Francamente, es la pieza masculina más magnífica que jamás he visto. Sería una lástima que le mataran, pero hasta ahora nadie lo ha conseguido.

Casia y Arcadio, gente de ciudad hasta la médula, conversaron animadamente toda la velada, llenando los oídos de Cailin con toda clase de cotilleos. Aunque era divertido, Cailin se sintió aliviada cuando por fin pudo acostarse. Por la mañana despidió a sus invitados. Se preguntó si tendría que involucrarse en los asuntos de la corte una vez ella y Aspar estuvieran casados. Tal vez Arcadio se equivocaba.

Por la tarde, nadó en el cálido y tranquilo mar y se tumbó desnuda en la playa, secándose al sol otoñal. La paz que reinaba era maravillosa y Cailin disfrutó de ella. Se quedó dormida y cuando despertó se sentía llena de renovadas energías y deseando que Aspar estuviera en casa de nuevo.

CAPÍTULO 13

Aspar regresó a Villa Mare a última hora de la noche siguiente y se llevó a Cailin a la cama de inmediato. Al amanecer, cuando hubieron saciado su deseo, se relajaron y él le contó el resultado de su misión.

– Llegué a Constantinopla ayer por la tarde -le dijo- e inmediatamente me presenté ante León. Las dificultades en Adrianópolis han sido superadas. En esa ciudad vuelve a reinar la paz, aunque no sé por cuánto tiempo. Tengo poca paciencia con los que discuten sobre el credo y el clan. ¡Qué tontos son!

– Son la mayoría -señaló Cailin, -pero estoy de acuerdo contigo, mi amor. La gente cree que la vida es un rompecabezas profundo y difícil, pero no lo es. Nos une un hilo: nuestra humanidad. Si dejáramos a un lado nuestras diferencias y tejiéramos nuestro destino con ese hilo, no existirían más enfrentamientos.

– Eres demasiado joven para ser tan sensata -bromeó él, besándola levemente. -¿Te gustaría saber cuál es mi recompensa por este reciente servicio a Bizancio?