Rápido e inmisericorde, el Sajón clavó su espada en el corazón del otro gladiador. Luego cruzó la arena, aclamado por la multitud, hasta situarse delante del palco del emperador, donde saludó a éste con el arma ensangrentada.
– Quítate el casco, Sajón -pidió Justino Gabras, -para que el emperador pueda verte la cara cuando te felicite por tu victoria.
El Sajón lo hizo y dijo:
– No existe la victoria cuando se lucha contra un hombre más débil, señor. Sin embargo, dentro de dos días pelearé con el Huno. Os traeré su cabeza en una bandeja de plata, y entonces aceptaré vuestras felicitaciones por un combate bien disputado.
– ¿No temes a la muerte? -preguntó con aire majestuoso el emperador.
– No, majestad -respondió el Sajón. -He perdido todo lo que resultaba querido para mí. ¿Qué es la muerte sino una huida? Sin embargo los dioses quieren que siga viviendo.
– ¿No eres cristiano, Sajón?
– No, majestad. Adoro a Odín y a Tor. Ellos son mis dioses. Pero los dioses no se preocupan por los hombres insignificantes como yo, de lo contrario se habría cumplido el deseo de mi corazón.
Cailin contemplaba al sajón como hipnotizada. No oía lo que decía pero sabía que estaba hablando. «No puede ser», pensó. Se parecía a Wulf, pero simplemente no podía ser. Wulf se encontraba en Britania, en sus tierras, con una nueva esposa e hijos. Ese hombre no podía ser Wulf Puño de Hierro, y sin embargo… Tenía que oír su voz, verle de cerca.
– Ya te dije que el Sajón era una criatura gloriosa -murmuró Casia. -Incluso sudoroso y cubierto de polvo es hermoso, ¿verdad? ¡Cailin! ¡Cailin!
Casia tiró de la manga de su amiga.
– ¿Qué? ¿Qué dices, Casia? ¿Qué pasa? No te escuchaba, lo siento. Estaba distraída. Casia rió entre dientes.
– Ya lo veo, y sé el porqué.
Cailin sonrió.
– Sí, es muy guapo -dijo, recuperando el control de sí misma, -pero aun así no me gustan estos combates.
– General Aspar -les interrumpió un guardia que entró en el palco, -el emperador quiere hablar con vos un momento.
Aspar se apresuró a salir del palco. Cuando regresó varios minutos después, dijo a Cailin:
– Han llegado unos emisarios de Adrianópolis. Al parecer existe la amenaza de que vuelva a estallar la guerra entre las facciones religiosas. Voy a tratar de encontrar una solución aquí, en palacio, con León esta noche. ¿Te importa regresar sola a casa, mi amor?
Cailin hizo un gesto de negación. En realidad sintió alivio. Necesitaba tiempo para pensar. El parecido entre el Sajón y Wulf era asombroso, aunque el pelo del primero era más claro que los rizos de Wulf.
– Quédate la litera -dijo a Aspar. -A la hora de regresar necesitarás transporte. Yo iré con Casia a su casa y después su litera me llevará a Villa Mare.
– Claro que sí -accedió Casia. -Cailin siempre es práctica, mi señor. Basilico, ¿cenarás conmigo?
– No puedo -respondió apesadumbrado. -Mi hermana insiste en que esta noche le haga compañía, pues recibe en su casa al patriarca. Quizá me reuniré contigo más tarde, mi amor. ¿Te gustaría?
– No -dijo Casia. -Creo que no, mi señor. Si no puedes venir a cenar conmigo, me dedicaré a recuperar sueño. No duermo mucho cuando estás conmigo -añadió con aire sugerente, suavizando así su negativa. Se levantó y le dio un breve beso en la boca. -Vamos, Cailin. Será difícil abrirse paso entre la multitud ahora que todo el mundo se marcha.
– Buena suerte, mi señor -deseó Cailin a Aspar.
Él se inclinó, le cogió el rostro entre las manos y le rozó los labios con los suyos.
– Cuando te miro, mi amor -le dijo, -mi sentido del deber flaquea.
– No me engañes -dijo Cailin con una sonrisa. -El Imperio es tu primer amor, lo sé bien. Pero estoy dispuesta a compartirte con Bizancio, mi amadísimo esposo.
Él le sonrió.
– Eres la mejor de todas las mujeres que jamás he conocido, Cailin. Soy un hombre afortunado por tener tu amor.
– Tienes suerte de tener su amor -dijo Casia a Cailin cuando salieron del Hipódromo en su amplia y cómoda litera.
– ¿Por qué has rehusado que el príncipe fuera a tu casa más tarde? -preguntó Cailin a su amiga. -Me parece que te ama de verdad.
– No quiero pegarme a Basilico como una babosa -respondió Casia. -Y tampoco quiero que confíe siempre en mi amor por él. Soy su amante, no su esposa. No aceptaré sólo una parte de la velada. La quiero completa. Seguro que sabía de antemano que esta noche tendría que estar con su hermana, pero no me lo dijo. Supuso que estaría disponible para él, pero no lo estoy.
Al ver que Cailin no respondía, Casia dijo:
– ¿Has oído lo que te he dicho? ¿Qué te ocurre, Cailin? Llevas un buen rato distraída.
Cailin exhaló un suspiro. Necesitaba confiar en alguien y Casia era su única amiga.
– Es el Sajón -dijo.
– ¡Ah, sí, es una bestia espléndida! -exclamó Casia.
– No es eso.
– Entonces ¿qué es?
– Creo que el sajón es Wulf Puño de Hierro.
– ¿El que era tu esposo en Britania? ¿Estás segura? ¡Por todos los dioses!
– No estoy segura, Casia -repuso Cailin nerviosa, -pero he de saberlo. Nos casamos porque él estaba cansado de luchar y quería instalarse. Mis tierras le atrajeron a mí. Siempre he pensado que Wulf estaba en Britania, en esas tierras. Incluso supuse que había tomado otra esposa y tenía un hijo. Tengo que saber si el Sajón es él. ¡Tengo que averiguarlo como sea!
– Oh, Cailin, estás abriendo una caja de Pandora -advirtió Casia. -¿Y si es Wulf Puño de Hierro? ¿Qué harás? ¿Todavía le amas? ¿Y Aspar?
– No lo sé, Casia. No tengo respuestas. Sólo sé que tengo que averiguar si lo es o si mis ojos me han jugado una mala pasada. -Parecía tan intranquila que Casia sintió compasión por ella. -Oh, ¿qué voy a hacer? -musitó Cailin y se echó a llorar.
– Bueno -dijo Casia, -tendremos que satisfacer tu curiosidad, ¿no? -Abrió las cortinas de la litera, se asomó y llamó al porteador principal: -¡Ve a Villa Maxima, Pedro!
Cailin contuvo un grito.
– ¡Oh, no, Casia! ¡Es una locura! ¿Y si alguien me ve? Recuerda que voy a casarme con Aspar.
– ¿Quién nos verá? -replicó Casia. -Joviano y Focas han cerrado Villa Maxima a su clientela regular. Yo entraré y tú te quedas en la litera con las cortinas corridas. Buscaré a Joviano y él sabrá cómo enterarse de si el sajón es tu Wulf Puño de Hierro. Seremos discretos y tú estarás más a salvo que en tu propia casa -le aseguró Casia. -Luego podrás regresar a Villa Mare y sentirte como una tonta, pues es muy improbable que ese gladiador sea tu hombre.
– Pero ¿y si lo es? -insistió Cailin ansiosa.
Casia se puso seria.
– En ese caso, amiga mía, tendrás que decidir qué es lo que quieres: un bello y salvaje sajón que, como es obvio, no tiene una moneda y está dispuesto a arriesgar su vida en la arena, o un hombre rico y culto, el primer patricio del Imperio. Yo de ti, Cailin Druso, regresaría a Villa Mare al instante. Si un hombre como Flavio Aspar me amara, daría gracias a Dios cada mañana al despertar por el resto de mis días. Creo que estás loca al tentar así el Destino. Le diré a Pedro que dé la vuelta. Iré contigo y te haré compañía esta noche. Ese sajón no puede ser Wulf Puño de Hierro.
– Tengo que saberlo, Casia. Verle desde lejos me ha llenado de dudas. Si no las disipo, ¿cómo podré jurar lealtad a Aspar? ¿Y si el Sajón no es Wulf, pero algún día Wulf aparece en el umbral de mi puerta? ¿Y si todavía le amo?
– ¡Que los dioses no lo permitan, necia criatura! -exclamó Casia.
La litera avanzó por la Mese y luego por una serie de calles secundarías. Las dos mujeres guardaron silencio. Casia retorcía el tejido de su vestido con sus delgados dedos. Siempre lamentaba ser tan impulsiva. Cailin no era la única que abría la caja de Pandora. Respiró hondo. De aquello no iba a salir nada. Cailin, aquejada de una crisis prenupcial, veía fantasmas. El Sajón resultaría un perfecto desconocido. Aun así, Casia dio un brinco nervioso cuando la litera fue depositada en el suelo y Pedro, el porteador principal, apartó las cortinas para anunciar que estaban en el patio de Villa Máxima. Cailin dio un apretón a Casia en el brazo para darle ánimos. Ésta hizo un gesto de asentimiento.
– Iré a buscar a Joviano. Quédate aquí y no abras las cortinas para nada. Deja que piensen que la litera está vacía. -Bajó del elegante vehículo. -Pedro, no menciones a nadie que tengo compañía. No tardaré mucho.
– Muy bien, señora -respondió él. Casia cruzó presurosa el magnífico atrio de la villa. Un criado se adelantó y sus ojos se abrieron de par en par cuando reconoció a la joven.
– Buenas tardes, Miguel -saludó Casia. -Avisa al amo Joviano de mi presencia. Le esperaré aquí. ¿Has estado en los juegos? -preguntó en tono jovial. -¿No te ha parecido maravilloso el Sajón?
Miguel esbozó una leve sonrisa. Casia tenía buen ojo para los caballeros, y era evidente que no lo había perdido. Él inclinó la cabeza respetuosamente.
– Enseguida, señora. ¿Hago que os envíen un refresco mientras esperáis? Hace calor para ser otoño. ¿Un poco de vino frío, quizá?
– No, gracias -declinó Casia. -Sólo puedo quedarme el tiempo justo de hablar con el amo Joviano.
Se sentó en un banco de mármol, viendo marcharse al criado y rogando que Joviano no tardara en aparecer. ¡Por todos los dioses! ¿Por qué había sugerido ir allí?
Joviano salió al atrio al cabo de un minuto pero, para inquietud de Casia, no iba solo. Se maldijo a sí misma en silencio.
– ¡Casia, mi cielo! -La besó en ambas mejillas. -¿Qué te trae por aquí? Me sorprende verte.
– También yo estoy sorprendido -intervino Justino Gabras. -¿El príncipe Basilico ha venido contigo?
– No -respondió Casia con dulzura, recuperando la compostura. -Concedo ciertos favores al príncipe, señor, pero no soy de su propiedad. Tampoco él interfiere en mis amistades, muchas de las cuales son de muchos años. -Se volvió hacia Joviano. -¿Podemos hablar a solas?
Antes de que Joviano pudiera responder, Gabras dijo:
– ¿Secretos, cariño? Me sorprende. ¿Qué secretos puede tener una prostituta? Creí que todo lo relacionado contigo era ya de conocimiento público.
Casia sintió crecer la ira en su interior.
– Me pregunto cuánto tardaréis, mi señor, en morderos la lengua y morir envenenado -espetó. -Joviano, ¿dónde podemos hablar?
– No tan deprisa -terció Gabras, riendo. -Quiero conocer tus secretos. No te dejaré a solas con Joviano.
Joviano miró vacilante a Casia y ella se encogió de hombros.
– Muy bien. Si queréis saberlo, mi señor, he venido a echar un vistazo más de cerca a los gladiadores. ¿Satisfecho?
Justino Gabras soltó una carcajada.
– Todas las mujeres sois iguales -dijo. -¿Un vistazo, dices? ¿Eso es todo, Casia? Creo que lo que realmente quieres es probar sus espadas. ¿Cuál de ellos te gusta? ¿El Sajón? ¿El Huno? Si fueras residente de esta casa, esta noche podrías elegir entre ellos.
– Los hombres fornidos y sudorosos con grandes pollas y mentes infantiles no destacan precisamente como amantes -espetó Casia con rudeza. -Sin embargo, sus cuerpos son hermosos y a mí me gusta la belleza, mi señor. Desde nuestro palco en el Hipódromo no se veía bien, por eso he venido a Villa Máxima. Quizá he elegido un mal momento. Volveré mañana.
Joviano, asombrado por las palabras de Casia, por fin logró hablar.
– Sí, querida, será mucho mejor -coincidió. -Ha sido un día largo y están a punto de disfrutar de una buena comida y de la diversión que sólo Villa Máxima puede proporcionar. Vuelve mañana y te los presentaré a todos. Incluso podrás verles en los baños. -¿Qué pretendía Casia? Aquel comportamiento no era propio de ella. -Te acompañaré a la litera.
– Gracias, querido Joviano -dijo ella con una sonrisa.
– Y yo os acompañaré a ambos -declaró Justino Gabras.
– No es necesario, mi señor -repuso Casia.
– Insisto -dijo Justino Gabras sonriendo.
Cuando llegaron a la litera, Casia dijo:
– Volveré por la mañana, Joviano, para admirar esos hermosos cuerpos.
De pronto, Justino Gabras se inclino y apartó las cortinas de la litera. Sus ojos se desorbitaron y cogió a Cailin por los hombros.
– ¡Vaya, vaya! ¿Qué tenemos aquí? ¿La futura esposa de Flavio Aspar viene a visitar su hogar? ¿También has venido a ver a los gladiadores, mi pequeña? ¿Te apetece revivir los viejos tiempos?
Cailin se liberó de él y le clavó una mirada helada.
– Te equivocas -dijo Casia. -Después de los juegos llamaron a Aspar a palacio y yo me ofrecí a llevar a Cailin a Villa Mare, pero antes quise ver de cerca a esos hombres maravillosos. Cailin no quería venir, y como veis, se ha quedado en la litera, prácticamente escondida. ¡Si Aspar se entera no nos dejará ser amigas!
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