La estaba volviendo loca y percibía que él lo sabía. Entonces Wulf se colocó sobre ella y la penetró lenta y ardientemente, hasta lo más profundo. A continuación, descansó un momento mientras su miembro viril latía en su interior. Luego le cogió las caderas y la embistió rítmicamente hasta que sus gemidos resonaron en los oídos de Wulf. A Cailin se le cerraban los párpados pero se obligó a mantener los ojos abiertos y mirar a Wulf a la cara mientras la poseía.

Él lo hizo con ternura, besándole el rostro, murmurándole palabras de amor y deseo al oído. Ella estaba saciada y sin embargo quería más. Había olvidado la pasión que había existido entre ellos, pero ahora él había reavivado el fuego que había en ella y siguió haciéndolo a lo largo de toda la noche, en la que hicieron el amor muchas veces, incapaces de sentirse saciados durante mucho rato.

Agotados al fin, se sumieron en un frágil sueño que al poco fue perturbado por un golpe en la puerta de la cámara.

Wulf se puso en pie de un salto. La lámpara del suelo y una de las pequeñas lámparas de aceite se habían extinguido. Wulf desatrancó la puerta y la abrió. Ante él aparecieron Casia y Joviano.

– ¿Qué queréis? -gruñó.

– Justino Gabras ha enviado a buscar a Flavio Aspar -chilló Joviano con voz horrorizada. Cailin gritó desde la cama:

– ¡Mi ropa, Joviano! Tengo que vestirme ahora mismo y, por piedad, encuentra algo respetable que Wulf pueda ponerse para conocer al general.

– Yo tengo tu ropa, Cailin -dijo Casia. -¡Ven conmigo!

– ¿Lo de anoche lo dijiste en serio? -le preguntó Wulf.

– Sí -respondió Cailin con una sonrisa. -Regresaremos a Britania a reclamar nuestras tierras y recuperar a nuestro hijo. ¡Claro que lo dije en serio!

Siguió a Casia con paso rápido.

– ¡Estás loca! -le dijo Casia poco después, mientras la ayudaba a vestirse. -¿Renunciarás a ser la esposa de Aspar y todo lo que Bizancio puede ofrecerte por ese sajón? ¡Ningún hombre es tan maravilloso en la cama!

Cailin rió.

– Él sí, pero no se trata de eso, Casia. Wulf es mi esposo y tenemos un hijo al que hemos perdido. Pero seguramente lo recuperaremos en Britania.

– Es una locura -repitió Casia. -¿Cómo regresaréis a Britania? ¿De dónde sacaréis el dinero? Las probabilidades de encontrar a vuestro hijo son mínimas, Cailin. ¿No has pensado en Aspar? Le destrozarás.

Cailin exhaló un profundo suspiro.

– ¿Crees que no lo sé? ¿Qué harías tú si te encontraras atrapada entre el amor de dos hombres? No puedo tenerles a los dos, o sea que tengo que decidirme por uno, por doloroso que sea.

Una esclava entró y les dijo:

– Flavio Aspar y el príncipe Basilico os esperan en el atrio, señoras.

– ¿Basilico? ¡Oh, por todos los dioses! -gimió Casia.

Cuando llegaron al atrio, encontraron a Justino Gabras con ellos, y también estaban Joviano y Wulf.

– ¿Lo veis? -exclamó Justino. -¿Qué os había dicho? Cuando se nace puta nada puede remediarlo. Me sorprendió verlas llegar anoche y quedarse luego para entretener a los gladiadores como sólo ellas saben hacerlo.

– ¡Con qué facilidad mueves tu lengua viperina, Justino Gabras! -dijo Cailin con frialdad.

– ¿Niegas que has pasado la noche en los brazos de este sajón, o que Casia la ha pasado con el Huno?

– ¿Niegas que nos obligaste a hacerlo, despojándonos de nuestra ropa y haciéndonos jugar al escondite en los jardines hasta que nos atraparon y fuimos entregadas como trofeos a los gladiadores?

– Yo no os traje aquí por la fuerza -replicó Gabras. -Vinisteis por voluntad propia, pero cuando se descubre vuestra lujuriosa conducta decís que os han violado.

– ¡Silencio! -bramó Flavio Aspar. Cailin contuvo el aliento pues nunca le había visto tan enfadado. Él la atravesó con la mirada. -¿Viniste aquí por voluntad propia ayer?

– ¡Fue culpa mía! -exclamó Casia. Se hallaba al borde de las lágrimas, lo que sorprendió a los hombres que la conocían.

El semblante de Aspar se suavizó un poco.

– Cuéntame la verdad, cariño -dijo volviéndose hacia Cailin. -Tú nunca me has mentido.

– Ni lo haré ahora, mi señor -contestó ella con aplomo. -Ayer, en los juegos, me pareció reconocer a uno de los gladiadores. Confié mis dudas a Casia y ella pensó que debíamos venir a Villa Máxima para que yo viese a ese hombre más de cerca y determinar así si realmente le conocía.

– Ella era reacia a venir -intervino Casia. -Estaba muy preocupada porque si alguien nos veía os perjudicaría.

– No necesito que me defiendas, Casia -advirtió Cailin a su amiga con serenidad. -Mi señor me conoce muy bien.

– Y cuando viste a este gladiador de cerca, Cailin Druso, ¿era realmente el hombre que creías que era? -preguntó Aspar.

– Sí, mi señor, me temo que sí. El gladiador al que se conoce por el Sajón es mi esposo, Wulf Puño de Hierro -dijo Cailin, y mientras los dos hombres digerían aquella sorprendente revelación, ella pasó a explicar lo que les había sucedido a ella y a Casia en manos de Justino Gabras.

Cuando hubo concluido su historia, Casia intervino rápidamente:

– El Huno no me ha poseído, príncipe. Al parecer aguanta muy mal el vino. Mi plan era emborracharle y golpearle en la cabeza, pero tras tomar tres copas del mejor vino chipriota de Joviano se echó a roncar como un oso tras un atracón.

Resultaba evidente que Basilico deseaba creer a Casia. El alivio se reflejó en su semblante cuando Wulf dijo:

– Probablemente dice la verdad, señor. Estos últimos meses he vivido con el Huno y es cierto que no aguanta bien el vino.

– ¿Y tú, Cailin Druso? -preguntó Aspar. -¿También emborrachaste al Sajón?

Cailin vio el dolor que asomaba a sus ojos, aunque hacía esfuerzos por ocultarlos, y juró en silencio que Gabras no obtendría esta victoria sobre Flavio Aspar.

– Wulf y yo hemos pasado la noche hablando, mi señor. Teníamos muchas cosas que contarnos, ¿verdad, Wulf?

El Sajón comprendió lo que pretendía Cailin y se preguntó si Flavio Aspar se tragaría la mentira que él iba a confirmar.

– Cailin dice la verdad, mi señor. Teníamos que poner en claro muchas cosas.

– ¡Mienten! -exclamó Justino Gabras. -¡Es imposible que haya pasado la noche con ella y no le haya hecho el amor!

– ¿Crees que soy un jovenzuelo, miserable reptil, que tiene que meter la espada en todo agujero que se le presenta? ¡Llamarme mentiroso, Gabras, es buscarse la muerte!

Justino Gabras palideció y dio un paso atrás.

– Has obrado mal, Gabras -dijo el príncipe Basilico. -Ahora vete de aquí, y si llega a mis oídos una sola palabra de este escándalo, me ocuparé personalmente de que tengas un fin de lo más desagradable. No tienes verdaderos amigos en Bizancio, y si quieres ver nacer a tu hijo debes olvidar todo lo ocurrido aquí.

– ¿No le castigarás? -preguntó Casia, aliviada de no ser el blanco de la irritación de su amante. -¡Mira todo lo que ha provocado!

Basilico se echó a reír.

– Está casado con Flacila Estrabo y eso ya es suficiente castigo.

Cuando Justino Gabras se volvió para marcharse, Focas Máxima surgió de entre las sombras.

– Un momento, mi señor Gabras. Queda la cuestión de la factura. Creo que sería mejor zanjarla hoy. Esta mañana os habéis creado poderosos enemigos y la duración de vuestra vida ya no es segura.

Cogió del brazo a Justino y se marchó con él.

Joviano, mirando a las cinco personas que se hallaban en su atrio, se preguntó qué iba a suceder a continuación. No tuvo que esperar mucho.

Aspar cogió a Cailin de la mano.

– Cuéntamelo todo -le dijo.

– He de regresar a Britania, mi señor -contestó ella yendo al grano, pero había lágrimas en sus ojos.

– Con qué facilidad me dejas, mi amor -repuso él con dolor y amargura.

– No -replicó Cailin. -No me resulta fácil abandonarte pues te amo, pero he reflexionado mucho lo que tengo que hacer. A los ojos de tu Iglesia ortodoxa no estoy casada y por tanto soy libre de casarme contigo, Aspar. Pero bajo las antiguas leyes matrimoniales de Britania soy la esposa de Wulf.

»En una ocasión la emperatriz me dijo que el amor en los que se hallan en el poder era una debilidad. No la creí, mi señor, pero ahora sí que la creo. ¿Y si el sajón no hubiera sido Wulf? ¿Qué habrías hecho al saber que me habían violado? ¿Y si el incidente me hubiera vuelto loca? El propio Gabras tenía la intención de poseerme, lo sé. ¿Cómo te habrías sentido al enterarte de que la mujer a la que amabas y tenías intención de hacer tu esposa había sido humillada de ese modo?

»Tu valor para el Imperio habría terminado, mi señor, si eso hubiera sucedido. Yo soy tu punto débil, Flavio Aspar. Tus enemigos pueden llegar hasta ti y hacerte daño a través de mí, a través de los hijos que te habría dado. Fui una necia al creer que podríamos llevar una vida apacible como la que llevaron mis padres en su país. Tú eres importante para Bizancio, mi amor, y tu utilidad todavía no ha llegado a su fin. Además -le sonrió, -te gusta bastante ungir emperadores. Criar caballos y cultivar heno y cereales te habría aburrido.

»Debo abandonarte, mi amado señor, si quiero salvarte de tus enemigos. No hay otro modo, y en el fondo sabes que es cierto. Wulf y yo poseemos tierras en Britania que debemos reclamar, y un hijo perdido al que queremos encontrar. No puedo volver la espalda a eso, aunque me encuentro dividida entre los dos. Una vez dije que la Fortuna no era buena conmigo, pero lo ha sido demasiado, pues ¿qué otra mujer ha sido tan amada por dos hombres tan maravillosos? Es posible, créeme, que una mujer ame a dos hombres.

– Jamás habrías podido impedir que te amara, Cailin -dijo Aspar con tristeza, -pero si crees que debes abandonarme, no seré un obstáculo en tu camino. -Deseaba suplicarle que se quedara con él, decirle que ella no representaba ningún peligro para él; y que en caso contrario se arriesgaría si ello significaba tenerla a su lado. Pero dijo: -Llévate a Nellwyn contigo. Britania es su patria también, y yo no sabría qué hacer con ella si la dejaras aquí. Constantemente me recordaría a ti.

– Sí, me llevaré a Nellwyn.

– Ordenaré a Zeno que prepare tus cosas y las envíe aquí con la muchacha. A menos que quieras volver a Villa Mare y supervisar tú misma esa tarea, mi amor.

– No puedo llevarme nada, mi señor -dijo Cailin. -Dadas las circunstancias, no estaría bien.

– No seas tonta -le espetó la práctica Casia. -¡Necesitas ropa! Iré yo a Villa Mare y lo prepararé todo. Es cierto que no necesitas tus vestidos más elegantes, pero deberías llevarte una capa gruesa, algunas estolas sencillas, camisas y sandalias, pues tendrás que andar mucho antes de llegar a tu Britania.

Joviano, que había permanecido callado, habló.

– Focas y yo tenemos un pequeño barco mercante que partirá para Marsella con la marea de la tarde. No es lujoso, pero os llevará a Galia en pocas semanas. Puedo conseguiros un sitio, si lo deseáis.

– Es una excelente idea -dijo Aspar. «Será mejor que esto termine cuanto antes», pensó. -No olvides recoger las joyas, Casia.

– ¡No! -exclamó Cailin. -No puedo llevármelas.

– Sería peligroso llevar objetos de valor -observó Wulf.

– Las necesitarás para empezar de nuevo en Britania, Wulf Puño de Hierro -dijo Aspar dirigiéndose a él por primera vez. -El dinero no compra la felicidad, pero sirve para comprar otras muchas cosas, incluidos ganado y lealtad. Cailin y Nellwyn pueden coser las joyas en tus capas. Me ocuparé de que también dispongas de una bolsa de monedas.

– Mi señor… -Wulf no sabía qué decir.

– Te ordeno que cuides de ella, Sajón -dijo Flavio Aspar con aspereza. -¿Me entiendes? ¡Jamás le faltará nada!

Wulf asintió y se preguntó si, de haber elegido Cailin a Aspar, él habría sido tan amable. No estaba seguro.

Joviano se marchó para ocuparse de encontrarles sitio en el buque, el cual disponía de una pequeña cabina de madera en la cubierta, que el capitán y su segundo de a bordo compartían a menos que hubiera algún pasajero que pagara. Cuando eso sucedía, el capitán y su segundo dormían en hamacas en cubierta. El barco nunca viajaba lejos de la costa durante demasiado tiempo, pues no era lo bastante grande para llevar las provisiones necesarias.

Joviano hizo subir seis barriles de agua fresca a bordo especialmente para los tres pasajeros. También se ocupó de que hubiera una cabra que diera leche, una jaula de gallinas, varias cajas de pan, cuatro quesos y fruta. El buque iba a llevar rollos de tela de Constantinopla hasta Galia. También había algunos lujos escondidos entre la tela para que escaparan a los ojos del agente de aduanas, aunque éste estaba bien sobornado para hacer la vista gorda.

Casia fue a despedirla al barco y le entregó el atado de cosas que le había preparado, que incluía ropa, un peine, unas botas, las joyas y otros objetos. Nellwyn estaba atónita ante el giro de los acontecimientos, y entusiasmada por regresar a Britania.