– Pero casi todos los productos son comestibles -observó ella. -¿Qué ha sucedido con el comercio y la alfarería?

– La gente ha de comer -dijo él. -En cuanto al resto, no lo sé. -Se encogió de hombros. -Vamos, ovejita, nos quedan dos días de viaje antes de llegar a nuestras tierras. No nos entretengamos. Tendremos que luchar con Antonia Porcio, estoy seguro. Sin duda se ha quedado con nuestras tierras otra vez. Por lo demás, tu familia dobunia se alegrará de saber que estás viva.

Su carro avanzó por el camino del Foso hasta que por fin torcieron por un sendero apenas visible. Llovía cuando acamparon aquella noche. Se acurrucaron en el carro, oyendo la lluvia golpear el techo de lona. El pequeño espacio estaba agradablemente caldeado, como durante todo el invierno, gracias al pequeño brasero que Cailin había insistido en comprar. Prácticamente no habían visto a nadie desde su salida de Corinio, pero Wulf insistió en montar guardia.

– No podemos arriesgarnos ahora -dijo. -Partiremos antes de que amanezca. Con un poco de suerte llegaremos a casa a media tarde.

Al día siguiente volvió a llover y, acurrucada en el banco del carro, conduciendo la yegua, Cailin se dio cuenta de que había olvidado lo húmeda y fría que podía ser la primavera inglesa. Casi echó de menos los días siempre soleados de Bizancio, pero aun así se sentía contenta de estar en casa, decidió. Volvía a estar rodeada de tierra conocida. De pronto ascendieron una colina y Cailin detuvo el carro para contemplar las tierras de su familia por primera vez en casi tres años.

Wulf soltó una maldición.

– ¡La casa ha sido incendiada! -exclamó. -¡Maldita Antonia! ¡Pagará por ello, lo juro!

– Me pregunto por qué Bodvoc no se lo impidió -dijo Cailin.

– No lo sé, pero pronto lo averiguaré. Tendremos que volver a empezar desde cero, ovejita. Lo siento.

– No es culpa tuya, Wulf. Sobreviviremos a esto como hemos sobrevivido a todo lo que el destino nos ha deparado.

Mientras descendían por la colina, Cailin observó que los campos estaban en barbecho y los árboles frutales no habían sido podados. ¿Qué había sucedido allí? Detuvo el carro ante lo que había sido su casa. Los daños, para su alivio, no eran tantos como les había parecido. El tejado de paja había ardido, pero al entrar vieron que las gruesas vigas del techo sólo estaban chamuscadas. Los hoyos para el fuego estaban intactos y algunos de sus muebles, estropeados pero reparables, aún se encontraban allí. Sin embargo habían desaparecido muchas cosas, incluidas las puertas de roble de la entrada. Aun así, podrían aprovecharla.

– Lo primero que tendremos que hacer es reparar el tejado -dijo Wulf.

– No podremos hacerlo nosotros solos -repuso Cailin y suspiró. -Tendremos que ir a ver a Antonia y recuperar nuestras propiedades, así como los esclavos y siervos y encarar la cuestión de nuestro hijo. Antonia es la única que tiene la respuesta a ese misterio, y no me detendré hasta sacárselo.

– Vayamos primero a ver a los dobunios -sugirió él. -Ellos sabrán qué ha ocurrido. Creo que es más sensato que lo sepamos antes de enfrentarnos con Antonia Porcio. Es evidente que les hizo algo a Bodvoc y Nuala, de lo contrario ellos habrían protegido nuestro hogar.

– Ocultemos el carro dentro de la casa -sugirió

Cailin. -Podemos llevar los caballos a la aldea de mi abuelo. Si alguien pasara por aquí no se verá nada diferente si el carro está escondido.

– No me dejéis aquí sola -rogó Nellwyn. -Tengo miedo.

– Tú y yo montaremos la yegua juntas -la tranquilizó Cailin. -La casa está inhabitable, pero la repararemos.

Condujeron a la yegua negra dentro de la casa, la soltaron del carro y empujaron a éste contra un rincón en penumbra, fuera de la vista de cualquiera que entrara en la casa en ruinas. Luego las dos mujeres montaron el animal. Cailin iba delante, sujetando las riendas, y Nellwyn detrás, aferrada a la estrecha cintura de su ama. Wulf guió a la yegua fuera de la casa y montó su animal.

Partieron hacia las colinas, cruzaron las praderas y los bosques y llegaron a la aldea dobunia de Berikos.

Al acercarse a la fortificación de la colina comprobaron de inmediato que ocurría algo. No había guardias apostados y nadie les salió al paso. La aldea estaba desierta, y tras una rápida inspección comprendieron que hacía algún tiempo que se hallaba así.

– ¿Qué ha ocurrido? -preguntó Cailin, asustada.

Wulf meneó la cabeza.

– Hay otras aldeas. ¿Recuerdas cómo llegar a ellas? Los dobunios no pueden haber desaparecido de la faz de la tierra en dos años y medio que hace que salimos de Britania. Tienen que estar en alguna parte.

– Sé que hay otras aldeas, pero nunca las vi -dijo ella. -Pasé aquí todo el tiempo. No obstante, tienen que estar cerca, pues el territorio de Berikos no era muy extenso. Sigamos adelante. Es probable que tropecemos con alguien.

– De acuerdo -aceptó él, y reanudaron la marcha cabalgando despacio hacia el noreste en busca de señales de vida.

Al principio el paisaje parecía desierto, pero al fin empezaron a ver signos de vida: ganado paciendo, un rebaño de ovejas en un prado y, por fin, un pastor al que se acercaron.

– ¿Hay alguna aldea dobunia cerca de aquí, amigo? -preguntó Wulf.

– ¿Quién eres? -repuso el pastor.

– Soy Wulf Puño de Hierro. Ésta es mi esposa Cailin Druso, nieta de Berikos, sobrina de Epilos, prima de Corio. Hemos estado fuera algún tiempo, y al regresar hemos encontrado desierta la fortificación de la colina de Berikos. ¿Dónde están todos?

– Encontraréis nuestra aldea al otro lado de la colina -indicó el pastor, sin responder tampoco a esta nueva pregunta. -Epilo está allí.

Cabalgaron por la colina y detrás, en un pequeño y apacible valle, se hallaba la aldea dobunia. Unos guardias apostados en puntos estratégicos contemplaron en silencio su paso y su entrada en el centro de la aldea. Wulf desmontó y bajó primero a su esposa y luego a Nellwyn. Miraron alrededor, y cuando Cailin se bajó la capucha, dejando su cara al descubierto, una mujer con dos niños aferrados a sus faldas ahogó un grito y exclamó:

– ¡Cailin! ¿Realmente eres tú? ¡Dijeron que habías muerto!

– ¡Nuala! -Cailin corrió a abrazar a su prima. -Realmente soy yo y he vuelto a casa. ¿Cómo está Bodvoc? ¿Y Ceara, y Maeve? ¿Y qué ha sido de Berikos? ¿Ese viejo diablo aún aguanta o Epilo se ha convertido en jefe de los dobunios?

– Bodvoc ha muerto -respondió Nuala con pesar. -Murió en la epidemia de peste del año pasado que se llevó a tantos de los nuestros. Ceara, Maeve y nuestro abuelo entre ellos. Perdimos a casi todos nuestros ancianos y a muchos niños. Corio sobrevivió y ni yo ni mis hijos la contrajimos, a pesar de la enfermedad de Bodvoc. Éstos son mis hijos. Comió es el mayor; es el que llevaba en mi vientre el día de mi boda. La niña es Morna. Ven, Epilo querrá verte. -Se apartó de Cailin y dijo: -Te saludo, Wulf Puño de Hierro.

– Te saludo, Nuala. Lamento la muerte de Bodvoc. Era un buen hombre. Ahora entiendo por qué no estabais en las tierras que os dimos. Una mujer sola con dos hijos no podría con tanta responsabilidad.

– Apenas tuvimos tiempo de asentarnos en esas tierras, Wulf -repuso ella. -Antonia Porcio nos las arrebató en cuanto os marchasteis. Dijo que las tierras de Druso Corinio eran de su ex esposo y que ahora le pertenecían a ella y su hijo. Bodvoc consideró que no podía enfrentarse a ella.

Siguieron a Nuala a la casa del padre de ella. Epilo, conocedor ya de su llegada, salió a saludar a los viajeros.

– Nos dijeron que habías muerto al dar a luz, Cailin -dijo. -Y poco después Wulf desapareció. ¿Qué te ocurrió, sobrina? Ven, siéntate junto al fuego. Trae vino para nuestros invitados. ¿Quién es esta bonita muchacha que va contigo?

– Es Nellwyn, tío -dijo Cailin sonriendo. -Es mi criada y ha viajado con nosotros desde Bizancio, donde me encontraba.

Cailin narró sus aventuras y las de Wulf a sus parientes y a otros que habían acudido a la casa.

– Nuestra casa está parcialmente quemada -concluyó. -¿Qué ocurrió mientras estábamos fuera, y por qué está vacía la fortificación de la colina de Berikos?

– Murió tanta gente en la aldea de Berikos a causa de la plaga -explicó Epilo, -que no nos resultaba práctico permanecer allí. Antonia Porcio tiene un nuevo esposo, que no es celta ni britano-romano. Es sajón y se llama Ragnar Lanza Potente. Ahora hay muchos sajones que vienen a instalarse en esta región. Incluso esta aldea ya no es completamente dobunia. Algunos sajones viven aquí y se están casando con nuestros hijos. Nuala tiene uno por esposo. -Invitó a un joven rubio de aspecto agradable y ojos azules a dar un paso al frente. -Éste es Río de Vino, mi yerno. Me alegro de que seamos parientes. Es un buen esposo para mi hija y un buen padre para mis nietos.

– Te saludo, Río de Vino, esposo de Nuala -dijo Wulf.

– Te saludo, Wulf Puño de Hierro -respondió el joven.

– Háblame de Lanza Potente -pidió Wulf a Epilo, inclinándose con interés. -¿Qué clase de hombre es?

– Por lo que he visto y sabido -dijo Epilo, -es un matón. Llegó hace unos meses con un grupo de bandidos como él. Mataron a todo el que se puso en su camino, saqueando e incendiando todo lo que encontraban a su paso. Supongo que así es como se incendió vuestra casa. Llegó a la villa de Antonia. Traía dos esposas consigo, pero también hizo esposa suya a Antonia, aunque sólo los dioses saben por qué. Antonia vive con las otras mujeres, su padre y los muchos hijos que siempre parecen rodearla.

»Este sajón está consolidando su dominio en las tierras circundantes, exigiendo lealtad y fuertes tributos. Todavía no ha encontrado nuestra aldea en este valle, pero suponemos que pronto lo hará. Nos veremos obligados a aceptarle como jefe supremo si queremos sobrevivir. No hay alternativa.

– Sí que la hay -dijo Wulf. -Podéis aceptarme a mí como jefe supremo, Epilo. Nuala dice que la plaga atacó a los muy ancianos y los muy jóvenes. Eso significa que la mayoría de hombres a los que entrené hace años aún están vivos. Si se ponen a mis órdenes, podremos vencer la amenaza de Ragnar Lanza Potente. Podréis vivir en paz bajo mi protección. Somos parientes, Epilo, y no abusaré de aquellos a quienes juré defender.

»Los tiempos en que ahora vivimos son diferentes de los que conocimos en otra época. Vuestra aldea y las otras aldeas próximas necesitan un hombre fuerte que las proteja. Podéis elegir entre yo o Ragnar Lanza Potente.

– Te elegiríamos a ti, por supuesto -dijo Epilo. -Sabemos que eres un hombre justo y honrado que no nos tratará mal a nosotros ni a nuestras familias. ¿Cómo podemos ayudarte?

– Primero he de hablar con los hombres. Deben familiarizarse pronto con las habilidades de la lucha. Quizá incluso haya algunos hombres nuevos en la aldea que quieran unirse a nosotros.

– Yo lo haré -se ofreció Río de Vino. -Soy herrero y puedo hacer y reparar armas para vosotros. Haré lo que sea para poner la aldea a salvo de Ragnar Lanza Potente.

– ¡Bien! -exclamó Wulf, sonriendo al joven. -Ve a hablar con los otros sajones que viven en esta aldea. Diles que no se trata de sajones contra celtas, sino de lo que está bien contra lo que está mal.

Río de Vino asintió.

– Aquí no existen fricciones entre sajones y celtas -dijo, y todos estuvieron de acuerdo. -Simplemente somos gente que tratamos de vivir juntos y en paz.

– Necesitaré reparar el tejado de mi casa y no puedo hacerlo solo -dijo Wulf, -y he de construir un muro de protección alrededor.

– Nosotros te ayudaremos -ofreció Epilo. -Enviaré a buscar ayuda en las otras aldeas de la zona. Es poco probable que Ragnar Lanza Potente sepa que estamos reparando la casa. Raras veces va allí, pues es muy supersticioso y cree que la casa está habitada por los fantasmas de la familia de Cailin. Supongo que Antonia le contó la historia de las tierras y él sacó sus propias conclusiones.

– Si Antonia le contó esa historia, lo hizo adrede y con un fin-intervino Cailin. -Me pregunto cuál es.

Pernoctaron en la aldea de Epilo. Cuando se hizo de día, les sorprendió ver al menos un centenar de hombres jóvenes, a algunos de los cuales reconocieron, recién llegados. Wulf nombró a Corio y Río de Vino sus segundos en el mando. Los que ya habían recibido entrenamiento en las artes de la guerra entrenaron a los jóvenes. Otro grupo de veinte hombres fue a caballo con Wulf, Cailin y Nellwyn a su casa. Llevaron suficiente paja para el tejado y pusieron manos a la obra casi de inmediato. Epilo había enviado un cargamento de provisiones. Cailin y Nellwyn preparaban comidas sencillas que satisfacían a los trabajadores antes de quedarse dormidos cada noche en el suelo de la casa. Cuando no estaban ocupadas ante el fuego, Cailin y su esclava limpiaban el polvo y los escombros de la casa, junto con una joven zorra que había decidido instalar allí su madriguera, y numerosos ratones de campo. El mobiliario que podía repararse era separado.