Él sonrió con picardía.

– No creo que lo necesites, pues Wulf parece a punto de explotar. -Rió entre dientes. -Si le das oportunidad, prima, no necesitarás el braserito de carbón.

– ¿En esta casa no hay ningún secreto? -preguntó ella con las mejillas ruborizadas. ¿Todo el mundo sabía que ella y Wulf no copulaban?

– Muy pocos -respondió Corio cogiendo el brasero. -Pero si insistes, prima -dijo sonriendo con aire pícaro, -lo subiré.

Cuando los hombres hubieron acabado las tareas que les habían asignado, Cailin volvió a subir a la buhardilla. Corio tenía más sensatez que ella. Se había ocupado de que subieran también los baúles en que guardaban sus objetos personales. Cambió la posición del telar y su taburete para disfrutar de la luz adecuada. La mesa no estaba centrada, pensó Cailin, y la colocó correctamente con las sillas alrededor.

Acondicionó el espacio para dormir con heno fresco y lo mezcló con ramitas de espliego, pétalos de rosa y hierbas aromáticas. Metió el lecho de plumas, con su práctico cutí de algodón, en una funda de seda azul que había confeccionado para ello. Era un lujo, pero ¿quién lo sabría, aparte de ellos? Ahuecó el lecho de plumas y lo colocó sobre el heno. Quitó la pequeña lámpara de alabastro de la hornacina del espacio para dormir y la llenó de aceite perfumado, colocó una nueva mecha y volvió a dejar la lámpara en su sitio. A los pies del espacio para dormir extendió una piel de zorro. Ahora el espacio estaba listo para sus ocupantes.

Cailin recorrió la estancia con la mirada. Aunque necesitaba colgaduras en las paredes y más muebles para ser verdaderamente confortable, de momento tendrían que conformarse con lo que había. Al menos estaba habitable. Aunque la intimidad no era algo demasiado apreciado por los sajones, Cailin estaba acostumbrada a ella pues la habían educado así. Wulf lo encontraría agradable, pensó sonriendo. Entonces le oyó llamarla desde abajo. Cailin bajó y se apresuró a saludar a su esposo.

– Hemos terminado las defensas para la casa -anunció él con orgullo. -Acabamos de colocar las puertas.

– Los graneros dentro de las murallas también están terminados -dijo ella, -y la cosecha está casi toda dentro. Hoy no iré a los campos porque estoy ocupada en otras cosas. -Contempló el aspecto desastrado de su esposo. -Necesitas un baño. Apestas.

– Estoy demasiado cansado para ir hasta el arroyo a bañarme -replicó él. -Déjalo, ovejita. Me bañaré mañana.

– Ahora -insistió ella con un tono que él no le había oído nunca, -y no en un arroyo helado. Siéntate junto al fuego y bebe un poco de cerveza mientras yo lo preparo todo. He pasado la mejor parte del día preparando la buhardilla para habitarla. No volveré a dormir aquí abajo, Wulf. Si Aurora ha de tener un hermano, hemos de disponer de un poco de tiempo para estar solos. ¡La gente ya murmura! El mundo no se acabará porque tú y yo busquemos nuestra intimidad cada noche.

– ¿Nuestra hija no tendría que dormir también en la buhardilla? -preguntó él con aire travieso, alzando una espesa ceja.

– De momento Aurora se quedará abajo -respondió Cailin con seriedad, -al cuidado de Nellwyn.

Se dirigió al otro extremo de la habitación y dio instrucciones a los criados.

Él observó con asombro cómo entraban rodando una gran tina de roble. Nunca había visto ninguna, y supuso que ella la había encargado al tonelero. Cailin era muy previsora, pensó. Un baño caliente le iría bien. Los criados masculinos empezaron a ir y venir con cubos de agua humeante que arrojaban a la gran tina. Tardaron más de media hora en llenarla a satisfacción de Cailin. Mientras ellos hacían esto, ella preparó jabón y otros artículos necesarios para bañarse. Luego hizo una seña a Wulf, que se levantó y se acercó a donde ella esperaba dando golpecitos al suelo en gesto de impaciencia.

– Quítate la ropa -dijo ella, y luego ordenó a los criados que colocaran un biombo alrededor de la bañera. A medida que él se quitaba las prendas ella las iba colocando en un montón. Cuando estuvo completamente desnudo, Cailin se las pasó por encima del biombo a la mujer encargada de la colada de la casa.

A una orden de Cailin, Wulf se metió dócilmente en la bañera. Pero se sorprendió al ver que ella también se quitaba la ropa y se metía.

– Veo que estás dispuesta a hacer que mi baño resulte una experiencia agradable -dijo él con picardía.

– Estoy dispuesta a hacer que tu baño sea muy completo -replicó ella con seriedad. -No será fácil. Lo mejor es un baño romano, pero mejor esto que nada. -Cogió su rascador y empezó a limpiar la suciedad del cuello, los hombros y el pecho sudorosos de Wulf. El agua de la bañera apenas ocultaba sus pechos, pero el cuerpo de Wulf quedaba expuesto de cintura para arriba.

Él alargó el brazo, cogió con sus grandes manos los redondeados senos de Cailin y empezó a juguetear con ellos mientras ella realizaba su tarea.

– Tenemos que bañarnos cada día -murmuró él, inclinándose para besarle el lóbulo de la oreja.

Ella soltó una risita.

– Compórtate, Wulf Puño de Hierro. ¿Cómo puedo bañarte bien si me distraes?

– ¿De veras te distraigo, ovejita? -repuso él, acariciándole la oreja con la lengua. Metió una mano bajo el agua y le dio un leve pellizco en la nalga derecha.

Ella le miró con un destello en los ojos violáceos.

– Me estás distrayendo mucho, mi señor -dijo, -y no debes hacerlo si quieres que termine de bañarte. Recuerda que si no termino nunca llegaremos a la buhardilla, donde nos espera nuestro espacio para dormir recién preparado, así como comida y vino en abundancia. Cuando estemos en la intimidad de esa cámara, y hayamos retirado la escalera para subir, nadie podrá llegar hasta nosotros. -Se apretó contra él con aire sugerente. -¿No deseas estar a solas conmigo Wulf, esposo mío? -Le pasó la lengua por los labios y le dio un beso rápido.

Los ojos azules de Wulf la miraron con pasión.

– Termina tu tarea, ovejita -dijo. -Hace tiempo que Aurora necesita un hermano, y si no terminas pronto empezaremos el trabajo aquí mismo, en esta tina.

Cailin sonrió seductoramente y sin más empezó a frotarle la piel con jabón. Le bañó y luego le mandó salir de la bañera y secarse mientras ella se lavaba. Wulf tenía preparada una túnica limpia que apenas le cubría los muslos. Cailin salió de la tina, se secó bajo la mirada ardiente de su esposo y se puso una larga camisa.

– Hemos de tener un lugar especial donde bañarnos -dijo ella. -Es muy engorroso que los criados estén trasladando constantemente esta tina tan grande. ¿Te gusta, mi señor? La encargué yo misma.

– Sí, me gusta. Es agradable lavarse con agua caliente. Hay ciertas cosas de nuestra antigua civilización que me gustan. Haremos construir una casa para baños al lado de la casa principal, donde la tina puede estar fija, y habrá un fuego para calentar el agua. -Le cogió las manos. -Vamos, me gustaría ver la buhardilla.

La casa parecía extrañamente desierta cuando se dirigieron a la escalera. Wulf subió detrás de Cailin y, una vez estuvo en la buhardilla, se inclinó y retiró la escalera. Luego cerró la trampilla y dejó la escalera encima de ella. Cuando se dio la vuelta, inspeccionó la estancia con la vista. Las últimas luces del atardecer penetraban por las dos estrechas ventanas y vio las estrellas que empezaban a despuntar en el firmamento.

– ¿Tienes hambre? -le preguntó Cailin. Había comida en la mesa. -Has trabajado duro.

– Más tarde -respondió él. -Se conservará. -Se quitó la túnica y le indicó con un gesto que hiciera lo mismo.

Cailin se desnudó y observó con voz suave:

– Tienes hambre de otra cosa.

– He esperado mucho -dijo él, -pero al verte así ahora, ovejita, me doy cuenta de que no puedo esperar ni un instante. Me temo que no estoy para delicadezas.

Cailin vio que casi temblaba y que su órgano masculino estaba erecto y ansioso. Le acarició con suavidad y él se estremeció.

– Te enseñaré un placer que aprendí en Bizancio -le dijo ella. -En cierto modo, es similar a algo que hicimos cuando esperaba a Aurora.

Le sorprendió descubrir que ella le deseaba tanto como él a ella, a pesar de no haber realizado ningún juego preparatorio. Cogió la mano de su esposo y le condujo al espacio para dormir, pero en lugar de entrar en él, Cailin se arrodilló sobre el lecho y le dijo:

– Encuentra mi conducto de mujer, mi amor. Penétrame de este modo y experimentarás un gran placer.

Ella le notó buscar concienzudamente y sintió la punta de su miembro, húmeda y palpitante. Las grandes manos de Wulf le agarraron la cadera con firmeza y la penetró, gimiendo con placer al darse cuenta de que había penetrado en ella más que nunca. Por un momento se limitó a disfrutar de la sensación de calor y dureza. Luego, incapaz de evitarlo, empezó a contraer y soltar las nalgas, embistiendo con creciente ímpetu a Cailin, notando que su conducto femenino se expandía para ajustarse a su miembro sudoroso y palpitante. Hundió los dedos en la suave piel de Cailin y apretó con fuerza para obtener más de ella.

Arrodillada, Cailin arqueó el cuerpo, elevando las caderas de modo que él pudiera penetrarla aún más. Cuando lo hizo ahogó un grito, pues había olvidado lo bien dotado que estaba Wulf, pero al punto las rítmicas embestidas del ardiente miembro empezaron a excitarla con frenesí. Gimió cuando él le llenó el conducto, asombrada del tórrido calor que Wulf emitía. El fuego que éste le provocaba le hizo exhalar un leve grito. La simultánea culminación de su pasión explotó casi con tanta rapidez como había comenzado. Él se desplomó sobre ella, gimiendo de alivio.

Cailin casi se asfixiaba en el lecho de plumas bajo el peso de Wulf, pero logró apartarse. Se puso de espaldas y se quedó inmóvil para que el corazón calmase sus frenéticos latidos. Por fin dijo con suavidad:

– Casi había olvidado la maravilla de amante que eres. Has restaurado mi memoria admirablemente.

Él levantó la cabeza y dijo:

– Seguro que no volverás a olvidarlo, ovejita.

Ella se inclinó y le dio un leve tirón a un mechón de pelo.

– No lo olvidaré -prometió con fingida seriedad, -pero a cambio tienes que prometerme que nunca dejarás que vuelvan a raptarme.

Se apartó a un lado y le indicó a Wulf que se tendiera junto a ella, acogiéndole en sus brazos con la cabeza sobre su pecho.

– Jamás te dejaré marchar, Cailin -musitó él. -¡Jamás!

Volvieron a hacer el amor, esta vez de un modo más suave. Ella le cogió el rostro en las manos y le besó apasionadamente cuando llegaron a la cúspide del placer. Luego, agotados, se quedaron dormidos.

Despertaron en plena noche sintiéndose famélicos. Cailin había subido cordero asado, pan, queso, manzanas y vino. Compartieron el festín y volvieron al espacio para dormir, donde se besaron, se acariciaron y se amaron un poco más.

La felicidad que habían recuperado al reencontrarse pronto se transmitió a todos los habitantes de la casa.

Aurora, que antes era tan reservada y parecía siempre asustada, ahora era una niña feliz que reía y era adorada por sus padres. Sus desagradables recuerdos se estaban borrando de su mente, gracias a su tierna edad, y su tercer cumpleaños fue celebrado con un gran festejo y mucha animación. Aurora no era esperada hasta finales de agosto, pero había elegido nacer el diecinueve de ese mes.

El día de su tercer cumpleaños amaneció claro y cálido. La cosecha de grano estaba almacenada en los graneros en el interior del recinto amurallado. Los trabajadores se preparaban para recoger manzanas para elaborar sidra.

De pronto el vigía gritó:

– ¡Jinetes en la colina!

Inmediatamente, las puertas de Caddawic se cerraron y atrancaron. Los jinetes descendieron por la colina lentamente mientras en la casa llamaban a Wulf para que bajara y acudiera enseguida a un buen punto de observación del muro.

Los ojos azul oscuro de Ragnar Lanza Potente se entrecerraron de irritación cuando vio las defensas recién construidas en torno a la casa. Demasiado tarde, comprendió su error al retirar a su espía. Cuando se halló más cerca observó que el muro que rodeaba Caddawic era muy resistente. Y los campos alrededor de la casa habían sido cosechados. Pero ¿dónde estaban los graneros? En el interior de aquellas malditas murallas, sospechó, y a salvo de él. Ragnar no era un hombre de gran intelecto, pero sabía que recuperar aquellas tierras no iba ser una empresa fácil. Al levantar la vista vio a Wulf sobre el muro, observándole.

Ragnar sonrió y con voz atronadora dijo:

– ¡Buenos días, Wulf Puño de Hierro! No habrás cerrado tus puertas por mí, ¿verdad? Somos vecinos y deberíamos ser amigos.

– Los amigos no aparecen al amanecer con un grupo de hombres armados -replicó Wulf. -Dime qué quieres, Ragnar Lanza Potente.