Entrecerró sus ojos azules un momento.
– Me he enterado de que ha venido tu primo de Roma, y que tu padre le ha regalado la antigua propiedad de Agrícola. Me han dicho que es divinamente bello. Mi propiedad está junto a esas tierras. Mi padre quería comprarlas para mí, pero tu padre se las ofreció antes a los herederos de Glevum. ¿Cómo se llama? Tu primo, quiero decir. ¿Me lo presentarás, Cailin? Corre el rumor de que está buscando esposa. Una mujer rica como soy yo ahora no sería mala pareja, ¿no crees? -Volvió a soltar una risilla. -¿No sería agradable que fuéramos primas, Cailin? Siempre me has caído bien. No dices cosas crueles de mí a mis espaldas. ¡Creo que eres la única amiga que tengo, Cailin Druso!
Cailin estaba atónita. Apenas si eran amigas; con diecisiete años, Antonia era mayor que ella y raras veces le había hecho caso. Hasta ese día.
«Vaya, qué interesada -pensó Cailin. -Lo que realmente quiere es conocer á Quinto. Supongo que quitárselo a las demás sería una doble victoria para ella.» Superaría a las que hablaban mal de ella y demostraría al mundo que aún era una mujer deseable. Sexto Escipión era un bribón y un tonto.
– ¡Qué amable eres, querida Antonia! -se oyó decir Cailin mientras pensaba atropelladamente en deliciosas posibilidades.
Antonia era un poco rolliza, pero también algo que bonita. Si se casaba con ella, Quinto obtendría mujer rica en tierras y dinero. Era hija única y heredaría todo lo que su padre poseía.
También era tonta y egoísta. Sexto Escipión debió de ser absolutamente desdichado con ella para haber abandonado todo lo que su familia había construido en el transcurso de los últimos siglos. Antonia Porcio sin duda merecía al primo de Cailin, y con toda seguridad Quinto Druso merecía a la hija del magistrado jefe de Corinio.
– Claro que te presentaré a mi primo Quinto, Antonia. Pero has de prometerme que no te desmayes -bromeó Cailin. -Es bello como un dios, ¡te lo aseguro! Ojala me encontrara atractiva, pero no es así. Sería verdaderamente estupendo que tú y yo fuéramos primas. -La empujó levemente hacia adelante. -¡Vamos ahora mismo! Mi madre ya ha empezado a presentarles a todas las chicas casaderas de la provincia, no querrás que se te adelanten, ¿verdad? Pero creo que, vez, cuando Quinto te vea, querida Antonia, vuestras vidas cambiarán. ¡Oh, sería maravilloso!
Quinto Druso se hallaba en su elemento, rodea de atractivas jovencitas núbiles que querían congraciarse con él. Vio acercarse a Cailin con una rubita rolliza, pero esperó a que ella le hablara para saludarla.
– Primo Quinto, ésta es mi buena amiga Antonia Porcio. -Cailin dio un empujoncito a la joven para que se adelantara. -Antonia, éste es mi primo Quinto. Estoy segura de que tenéis mucho en común. Antonia es la única hija del magistrado jefe de Corinio.
«Bien, bien -pensó él. -La primita Cailin está siendo de lo más útil. Me pregunto qué travesura está preparando ahora.» Sí, tenía curiosidad. Ella le había indicado claramente que la rubia muchacha era hija de un hombre poderoso y además su heredera. No entendía por qué Cailin quería hacerle un favor a él. No era un secreto que le desagradaba desde que le había puesto los ojos encima. La candidata que le presentaba debía de tener algún defecto. Miró los ojos azules de Antonia y decidió que cualquiera que fuera el defecto, disfrutaría buscándolo.
Se llevó la mano al corazón y dijo:
– Veros, mi lady Antonia, me permite comprobar por fin por qué las mujeres de Britania son tan famosas por su belleza. Me postro a vuestros pies.
La boca de Antonia formó una sonrisa de placer, mientras las otras chicas que rodeaban a Quinto Druso ahogaban una exclamación de sorpresa. Entonces, el joven y guapo romano cogió a Antonia Porcio del brazo y le pidió que le mostrara los jardines. La pareja se alejó del grupo con paso lento, aparentemente arrebatados el uno por la compañía del otro, mientras los que habían quedado atrás los contemplaban con asombro.
– ¿En tu familia hay antecedentes de locura, Cailin Druso? -preguntó Nona Claudio, con el tono de una joven dama desconcertada.
– ¿Qué te ha impulsado a presentar a Antonia Porcio un hombre casadero? -preguntó Barbara Julio.
– ¿Y qué habrá visto él en ella? -se maravilló Elisia Octavio. -Nosotras somos más jóvenes y más bonitas.
– No era mi intención molestaros -dijo Cailin con aire inocente. -Simplemente sentí lástima por la pobre Antonia. Acabo de enterarme de que se ha divorciado. Sexto, su esposo, se fugó con una esclava. Lo único que pretendía era animarla presentándole a mi primo. No pensé en ningún momento que él se sentía atraído hacia ella. Es mayor que todas nosotras y, tienes razón, Elisia, somos más bonitas. -Cailin se encogió de hombros. -Los gustos de los hombres en cuestión de mujeres son incomprensibles. Quizá Quinto se aburrirá pronto de ella y volverá con vosotras.
– Si tu villa no fuera la que está situada más lejos de Corinio, Cailin, te habrías enterado antes del divorcio de Antonia -dijo Barbara irritada. -Francamente ninguna de nosotras le reprocha nada a Sexto Escipión. Antonia es egoísta a más no poder. Todo lo que ve y desea ha de tenerlo. Sexto decía que ella le estaba llevando a la pobreza. Si le negaba alguna cosa, su padre le reprendía. Y no es una buena madre, y además trata con crueldad a sus esclavos, dice mi padre. Oh, es dulce encantadora cuando consigue lo que quiere, pero de contrario ¡cuidado! Quería a Sexto Escipión porque era el hombre más hermoso y más rico de por aquí. Pero una vez le tuvo en la trampa, se volvió lo que realmente es: una zorra malcriada. Deberías advertir a tu primo.
– He oído -dijo Nona Claudio bajando la voz- que aunque Antonia se ha quedado con la propiedad de su marido, sus bienes y enseres, Sexto Escipión y su amante escaparon con mucho oro y monedas. Mi padre era su banquero, ya lo sabéis. Dice que Sexto Escipión había estado enviando fondos al extranjero desde hace meses. Eso Antonia no se lo cuenta a nadie. Se lo ha borrado de la mente. La idea de que su esposo se fugó par vivir felizmente y con comodidad le resulta insoportable.
– Evidentemente, está lanzando sus redes para pescar otro marido -intervino Barbara con tono de reprobación- y otra vez es el más apuesto de la provincia. Supongo que también es rico. ¡No sé porque Antonia tiene tanta suerte!
– No es rico -les informó Cailin, esperando que abandonaran la causa de Antonia. -Es el hijo más joven del primo que mi padre tiene en Roma. Es una familia muy numerosa. No quedó nada para el pobre Quinto. Padre sintió lástima y le pidió a su primo Manió que lo enviara aquí. Le regaló la villa del río y todas sus tierras. Por supuesto, tendrá esclavos para que trabajen las tierras y cuiden el huerto, pero Quinto posee muy poco más que su bello rostro.
– Las tierras de Antonia están junto a la villa del río -observó Nona. -Cuando tu atractivo primo se entere, aún estará más interesado en ella. Antonia es una mujer rica. Francamente, Quinto Druso sería un tonto si no se casara con ella. Me temo que no tenemos ninguna esperanza.
– ¿De veras lo crees? -preguntó Cailin. -¡Oh, querida!
Brenna se reunió con su nieta cuando las otras muchachas se alejaron de ella.
– Intrigas como un druida, Cailin Druso -murmuró.
– Cuanto antes se case -dijo Cailin, -más tranquila estaré. Demos gracias a los dioses de que no le gusté cuando me vio. Hay algo en él, abuela… No sé con exactitud de qué se trata, pero percibo que Quinto Druso es un peligro para mí, para todos nosotros. Espero que se case con Antonia Porcio por su riqueza y sus relaciones. No estaré tranquila hasta que se marche de nuestra casa. -Miró el rostro bondadoso de Brenna. -¿No me consideras una tonta por albergar sentimientos tan intensos?
– No -respondió Brenna. -Siempre he dicho que eres más celta que tus hermanos. La voz interior te previene de Quinto Druso. Escúchala, hija mía. Esa voz nunca te engañará. Cuando no la escuchamos es cuando cometemos errores de juicio. Confía siempre en tus instintos, Cailin -le aconsejó su abuela.
CAPÍTULO 02
– Con tantas muchachas encantadoras como hay en la provincia, ¿por qué Quinto se ha casado con Antonia Porcio? -preguntó Kyna a su esposo.
La boda de su primo se había celebrado por todo lo alto la mañana anterior en Corinio. Ahora regresaban a su villa, que se hallaba a unos treinta kilómetros de la ciudad; con seguridad un día de viaje. Gayo y sus hijos iban a caballo y las tres mujeres en un carro descubierto. Viajaban con un nutrido grupo de familias de villas cercanas. Los vecinos se habían unido para contratar un destacamento de soldados que les protegiera en el camino.
– Antonia es muy atractiva -respondió Gayo.
– No me refiero a eso -replicó Kyna con aspereza, -¡y lo sabes bien, Gayo! Quinto podía haber elegido a una muchacha virgen de buena familia. En cambio, se decidió por una mujer divorciada con dos hijos y un padre que no quiere soltar a su hija. Antonio Porcio no será un suegro fácil, como descubrió el pobre Sexto Escipión.
– Vamos, querida -dijo Gayo Druso, -sabes tan bien como yo que Quinto puso sus miras en Antonia por varias razones. Es rica y sus tierras están junto a las que yo le di a él. Hay poco misterio en esto. A Quinto se le prometieron tierras y esposa si venía a Britania. Por supuesto, yo tenía intención de que esa esposa fuera Cailin; pero como ella no le quiso (y si he de ser sincero, creo que ella y Quinto habrían hecho mala pareja), Quinto, con mucha sabiduría, eligió a Antonia. Es un hombre fuerte y podrá controlarla. Será un buen matrimonio.
– Forman una buena pareja -se atrevió a decir Cailin.
Su madre se echó a reír.
– Creerías que Quinto y Hécate hacen buena pareja si eso te hubiera salvado de casarte con él, hija. Bueno, ¿qué harás tú para encontrar pareja?
– Cuando conozca al hombre adecuado, madre, sabré -respondió Cailin con seguridad.
– ¿Por qué Antonia y Quinto te eligieron para ser su testigo, hermanita? -preguntó Flavio.
Cailin sonrió con falsa dulzura.
– Flavio, yo presenté a mi primo Quinto a mi querida amiga Antonia. Supongo que creen que, como hice de Cupido, soy responsable en parte de la felicidad que han hallado el uno en el otro.
– ¡Cailin! -exclamó su madre. -¿Tú los presentaste? No me lo habías dicho. Me preguntaba cómo se habían conocido aquel día.
– ¿No lo había mencionado, madre? Supongo que se me olvidó porque no me pareció importante. Sí, lo presenté yo. Fue en las Liberalias.
– ¡Intrigas como un druida! -dijo su madre.
– La abuela me dijo lo mismo -repuso Cailin con aire malicioso.
– Sí que lo dije -observó Brenna. -De tus tres hijos, ella es la que se parece más a los celtas. A Beriko le gustaría.
– Madre -dijo Cailin, -¿por qué Berikos desaprobaba que te casaras con padre?
Nunca pensaba en el padre de su madre como el «abuelo». Raras veces se le mencionaba en la casa, y ella nunca le había visto. Era un misterio para Cailin igual que ella lo habría sido para él.
– Mi padre es un hombre orgulloso -dijo Kyna. -Quizá demasiado. En tiempos pasados, los dobunios formaron parte de los poderosos celtas catuvellaunios. Un hijo de su gran jefe comió, Tincomio de nombre, trajo un grupo de seguidores a esta región hace muchos años. Se convirtieron en los dobunios. Tu abuelo desciende de Tincomio. Se siente orgulloso de su linaje y más orgulloso aún del hecho de que nadie de su familia hasta mí se había casado con un romano. Siempre ha odiado a los romanos, aunque por ninguna razón especial.
»Cuando vi a tu padre y me enamoré de él, Berikos se enfadó conmigo. Él ya había elegido un esposo para mí, un hombre llamado Carvilio. Pero yo no quería a Carvilio. Sólo quería a tu padre, y por eso Berikos me repudió. Yo le había avergonzado. Había avergonzado a los dobunios.
– Es un necio y siempre lo ha sido -masculló Brenna. -Cuando le llevaron el mensaje de que habían nacido los gemelos, una sonrisa lo traicionó por un instante pero luego frunció el entrecejo y dijo: «No tengo ninguna hija.» Sus otras esposas, Ceara, Bryna y esa pequeña tonta de Maeve, se pavoneaban y alardeaban de sus nietos, pero yo, con mi única hija exiliada, no podía decir una sola palabra. En realidad, ¿qué podía decir? Ni siquiera había visto a los niños.
– Pero si Berikos tenía otras tres esposas y otros hijos -preguntó Cailin a Brenna, -¿por qué se enfadó tanto al seguir madre el impulso de su corazón? ¿No quería que fuera feliz?
– Berikos ha sido padre de diez hijos de sus otras esposas, pero mi hija era la única hembra. Kyna era la preferida de su padre, por eso la dejó marchar y por eso nunca pudo perdonarle que renunciara a su herencia.
»Sin embargo, cuando tú naciste, la dije a Berikos que si no podía perdonar a tu madre por casarse con un britano-romano, yo abandonaría la tribu para estar con mi hija. Él tenía otros nietos, pero yo sólo tenía a los hijos de tu madre. No era justo que él me impidiera tener un lugar junto al hogar de mi hija o el derecho de mecer a mis nietos en mis brazos. De eso hace catorce años. Jamás he lamentado mi decisión. Soy más feliz con mi hija y su familia de lo que jamás fui con Berikos y su insufrible orgullo.
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