– ¿Señora? ¿Estás en la buhardilla? -oyó preguntar a Ragnar. -Me gustaría que te reunieras conmigo a la mesa. Baja.

– Me encuentro mal -respondió Cailin. -La excitación del día ha sido demasiado para mí. Debo descansar. Hace poco que di a luz y todavía estoy muy débil.

– Te sentirás mejor si comes. Eso te ayudará a recuperar las fuerzas. Baja, mi querida zorrita. Te daré trocitos de carne de mi propio plato y vino dulce para calmar tu inquietud -le dijo con tono dulce.

Cailin reprimió la risa.

– No lo creo, Ragnar. Estoy mejor sola -respondió, y a continuación efectuó una serie de ruidos bastante convincentes para dar la impresión de que tenía arcadas y estaba a punto de vomitar. -Ooohhh… -gimió.

– Quizá tengas razón y estés mejor sola -coincidió él, nervioso, y ella le oyó apartarse de la trampilla. -Te veré mañana.

Nada desviaba más de sus intenciones a un hombre lujurioso que una mujer a punto de descargar el contenido de su estómago en su regazo, pensó Cailin con una sonrisa de malicia. Cogió un trozo de pan y cortó un poco de queso. Luego se lavó con agua fría y se sentó a tejer.

Cuando la luz hubo desaparecido del cielo y ya no veía lo que hacía, permaneció sentada en silencio escuchando los ruidos del piso de abajo. Los hombres se estaban emborrachando. Lo sabía por la hilaridad, las exclamaciones y los cantos que se oían. De vez en cuando oía romperse algún objeto, y se enfadaba. En aquellos tiempos resultaba difícil obtener buenas piezas de vajilla. Sin embargo, al cabo de un rato el alboroto disminuyó y por fin la casa quedó en silencio.

Satisfecha de que los intrusos durmieran la borrachera, Cailin se levantó y se desperezó. Estaba agotada a causa de la tensión del día. Con las últimas fuerzas que le quedaban, empujó dos baúles hasta la trampilla para sentirse más protegida. Las ventanas eran demasiado estrechas para que alguien entrara por ellas. Se preguntó qué había sucedido con Aelfa. Aquella zorra había sido la única mujer a la vista aquella noche. Cailin se quitó la túnica y se acostó en su espacio para dormir. ¿Cuánto tardaría Wulf en regresar?, se preguntó, y luego cayó en un sueño inquieto.

Se despertó automáticamente, como siempre, y se acercó a la ventana para mirar fuera. El cielo ya empezaba a iluminarse y vio humo procedente de la panadería. Volvía a tener los senos llenos y de nuevo exprimió su leche. Se pasó agua por la cara, orinó y se vistió rápidamente. Apartó los baúles, abrió la trampilla y colocó la escalera para descender.

Observó a Ragnar y sus hombres yacer esparcidos por el suelo en un profundo sueño inducido por el alcohol. No había ni rastro de Aelfa, pero aquella zorra ya no le preocupaba. La casa era un revoltijo de bancos y mesas volcados, vajilla rota y vómitos. Cailin frunció la nariz con repugnancia. Habría que cambiar las esteras de inmediato. La puerta de la casa no estaba atrancada y salió al patio. Aunque las puertas del muro estaban cerradas, no vio a nadie de guardia.

Se dirigió a las cocinas, entró y preguntó al panadero:

– ¿Dónde están los hombres? En el patio no hay nadie.

– No lo sé, señora -respondió nervioso. -No he salido de aquí desde que llegaron los intrusos. Aquí me siento más seguro.

– Sí-coincidió Cailin, -así es. No temas, Wulf regresará pronto y echará a esos hombres de Caddawic.

Cailin salió de las cocinas y se dirigió a toda prisa al granero.

– Salid -indicó a las criadas. -Los invasores yacen borrachos en la casa. Ahora no hay peligro.

Las mujeres salieron del sótano y se quedaron ante su ama. Ellas las examinó con atención. Dos eran jóvenes y muy bonitas. Todavía se hallaban en peligro, pero las otras, viejas y más feas, no lo estarían a menos que los hombres estuvieran muy borrachos y excitados. Envió a las dos doncellas más bonitas a las cocinas.

– Decidle al panadero que os quedaréis con él. Allí estaréis a salvo. Si algún hombre de Ragnar entra, mantened la cabeza gacha y los ojos bajos, y si tenéis que mirar de frente, haced alguna mueca para parecer feas. Puede ser vuestra única protección. Ahora marchad. El patio está vacío y no hay peligro. Al parecer nuestros hombres han desaparecido.

Las dos muchachas se alejaron corriendo y Cailin instruyó a las restantes mujeres:

– Realizad vuestras tareas con normalidad. Si Wulf no viene hoy, esta noche tendréis que volver a esconderos aquí. Yo no podré venir a buscaros cuando sea el momento oportuno. Tendréis que espabilaros. Es todo lo que puedo hacer para manteneros lejos de las garras de Ragnar.

Los intrusos por fin despertaron y salieron de la casa tambaleándose para hacer sus necesidades. Cailin y sus mujeres barrieron la casa para eliminar los restos de porquería y vómitos. Colocaron esteras nuevas, mezcladas con hierbas aromáticas. Sirvieron la comida de la mañana, pero pocos la comieron antes de que les fuera retirada.

Ragnar se sentó a la mesa con una gran copa de vino en la mano.

– ¿Dónde están tus hombres? -preguntó a Cailin.

– No lo sé. Creí que tú les habías encerrado en alguna parte. Si conocían la manera de escapar, estoy enfadada por no haberme llevado con ellos -concluyó, y su tono irritado le convenció más que sus palabras de que decía la verdad.

Ragnar asintió.

– Muy bien. Veo que tus mujeres han vuelto. -Las envié a pasar la noche a un lugar seguro -respondió Cailin con aspereza. -No quiero que nadie viole a las mujeres que están a mi cargo. ¿Dónde está Aelfa? No la he visto en toda la mañana.

– Va a casarse con Haraldo en Lug. Probablemente están en algún lugar desfogándose. Aelfa es una muchacha muy apasionada.

– Tiene la moral de un pájaro -observó Cailin.

– Sí, así es -coincidió Ragnar con una risotada. -He advertido a Haraldo que será mala esposa para él, pero está decidido a poseerla, ¿y qué puedo hacer yo? Mi hermano ha dado su permiso para que se casen.

El resto del día transcurrió más lentamente que nunca. Cuando empezó a ponerse el sol. Cailin vio con satisfacción que las mujeres habían vuelto a desaparecer. Y ella se apresuró a subir a la buhardilla antes de que Ragnar pudiera encontrarla. Tenía los senos a punto de explotar y la leche ya empezaba a empaparle la ropa. Recogió la escalerilla, cerró y puso los clavos en la trampilla. Arrastró los baúles como la noche anterior y suspiró, aliviada. Se desvistió, cogió la palangana y exprimió la leche que tanto dolor le provocaba. ¿Dónde estaba Wulf? Si no llegaba pronto su leche acabaría por secarse. Entonces tendría que entregar su precioso Royse a otra mujer para que lo amamantara.

– ¿Qué haces?

La voz de Ragnar la dejó helada de miedo. Sus ojos se desorbitaron cuando le vio salir del espacio para dormir.

– ¿Cómo has llegado aquí? -preguntó.

El corazón le latía con violencia.

– He encontrado la escalera -respondió él, y ella se maldijo en silencio por no haberla escondido. -¿Qué haces? -repitió él, repasando su cuerpo con mirada lasciva.

Entonces Cailin recordó que estaba desnuda ante aquel hombre, pero no podía hacer nada para evitarlo. -Tengo que exprimir la leche de mis senos -dijo, -ya que mi hijo no está aquí para nutrirse con ella. -Habló con voz fría y sin reflejar emoción alguna.

Una lenta sonrisa iluminó el rostro de Ragnar. Se acercó a Cailin y le rodeó la cintura con sus grandes manos. La levantó en vilo y la colocó de modo que sus senos le quedaban sobre la cara. Luego la bajó ligeramente y se puso a chuparle los pezones.

Para Cailin aquello era una violación de su intimidad tan grande como la que estaba segura se produciría a continuación.

– ¡No! -exclamó en vano. Se retorció desesperadamente, pero no pudo separar la boca que se aferraba a su pecho.

Cuando hubo vaciado un seno, Ragnar la miró con una sonrisa.

– Me gusta su sabor -dijo. -Dicen que si un hombre toma la leche de los senos de su amante, se vuelve más potente que ningún otro hombre. -Luego su ávida boca se cerró alrededor del otro pezón. Cuando hubo succionado hasta la última gota de leche, la llevó al espacio para dormir y la arrojó bruscamente sobre el lecho de plumas. Horrorizada, ella le vio desnudarse. -Nunca he poseído a ninguna mujer completamente desnuda.

Presa del pánico, Cailin trató de escapar. Ragnar rió al ver sus esfuerzos. La sujetó con una mano y la montó a horcajadas, sentándose sobre su pecho.

– Abre la boca -ordenó, y cuando ella negó con la cabeza, le apretó la nariz hasta que, como no podía respirar, Cailin abrió la boca para aspirar aire. Al hacerlo, él le metió el miembro. -Si me muerdes -le advirtió- haré que te arranquen todos y cada uno de tus dientes. -Y ella le creyó. -Chúpala, zorra, tan a gusto como yo te he chupado a ti -le ordenó.

Ella intentó menear la cabeza, pero él se limitó a sonreír, alargó el brazo hacia atrás, encontró la pequeña joya de Cailin con los dedos y la pellizcó cruelmente. Cailin lanzó un grito de dolor y, vencida, empezó a cumplir el deseo de Ragnar.

– Ah, sí… mi pequeña zorra -gimió él mientras ella le excitaba. -Eres más hábil de lo que imaginaba.

Cerró los ojos con placer.

Cailin llevó los brazos por encima de la cabeza sin dejar de lamer y chupar el miembro de Ragnar. Una mano empezó a palpar con sigilo la paja bajo el lecho de plumas. Se movía con cuidado, aterrada por si llamaba la atención de él. ¿Dónde estaba? ¿Lo habría encontrado él?

– ¡Basta! -rugió Ragnar, retirando su palpitante miembro de la boca de la joven. -¡Esta cosita quiere encontrar su sitio!

Empezó a resbalar hacia abajo para acoplarse con ella.

¡Cailin no lo encontraba! Sus dedos buscaban desesperadamente. ¡Tenía que estar allí! Debía hacer algo para retrasar las intenciones de aquel bruto.

– Oh, mi señor -dijo con fingida complacencia. -¿No me darás un poco del mismo placer que yo te he dado a ti? ¡Oh, por favor! ¡Lo necesito!

Una sonora carcajada resonó en la estancia.

– ¡Tendrás lo que deseas, zorrita mía! ¡No te decepcionaré!

Le separó las piernas con brusquedad y hundió la cabeza entre ellas.

Cailin trató de bloquear la sensación que le producía la repulsiva lengua de Ragnar. Frenética, hurgó en la paja y cuando encontró el puñal que buscaba la afilada hoja le produjo un corte en la mano. Sintiendo alivio, Cailin cogió el arma sin hacer caso de la herida.

– ¡Ooohhh! ¡Así…! -gimió, recordando que él sin duda esperaba de ella alguna reacción a sus obscenos esfuerzos. -¡Oh, me gusta…! ¡Estoy lista para ti, mi señor!

Sin decir palabra, Ragnar se situó encima de ella.

– ¡Oh, bésame! -pidió Cailin, y cuando él se inclinó para hacerlo, ella le clavó el puñal varias veces en la espalda.

Con un gruñido de sorpresa, el hombre cayó de lado. Estaba herido, pero no mortalmente.

– ¡Maldita zorra! -gruñó. -¡Pagarás por lo que has hecho!

Cailin se puso a horcajadas sobre él, le agarró la cabeza por el pelo y con un movimiento rápido le cortó el cuello. La expresión de asombro desapareció de sus ojos tan deprisa que Cailin ni siquiera estaba segura de haberla visto realmente. Bajó del espacio para dormir y se quedó de pie, temblorosa, contemplando al hombre muerto, sin saber con certeza si en verdad lo estaba. Durante un largo momento tuvo miedo de que él le saltara encima, pero no fue así. Estaba muerto. Muerto de veras. Había matado a Ragnar Lanza Potente. Había matado a un hombre.

Cailin se echó a sollozar quedamente de puro alivio. Cuando por fin se calmó, se dio cuenta de que estaba cubierta de la sangre de aquel hombre. Sintió un escalofrío de repugnancia y, obligándose a hacer algo, cruzó la buhardilla, echó agua en una palangana y se lavó con frenesí hasta que por fin se vio limpia de nuevo. Lavarse y ponerse ropa limpia contribuyeron a que se sintiera un poco mejor. Evitó mirar hacia donde Ragnar yacía muerto en un charco de sangre. Se sentó junto a su telar, quedándose dormida de vez en cuando debido al agotamiento, hasta que los pájaros empezaron a cantar a la luz del amanecer. Cailin despertó de golpe y recordó lo ocurrido la noche anterior.

¿Qué iba a hacer? Cuando los hombres de Ragnar descubrieran que había matado a su jefe, y sin duda lo descubrirían, la matarían. Jamás volvería a ver a Wulf y a sus hijos. Lágrimas de nerviosismo empezaron a resbalarle por las mejillas. ¡No! No permitiría que la mataran como a un conejillo asustado.

Quizá podría huir de Caddawic antes de que el cadáver de Ragnar fuera descubierto. Era muy temprano y no se oía a nadie en el piso de abajo. Podía bajar y esconder la escalera de la buhardilla. Todos supondrían que Ragnar estaba descansando de los excesos de la noche. Despertaría a las otras mujeres y juntas cruzarían las puertas con una excusa u otra.

¡No! Aquello no saldría bien. Eran demasiadas para no levantar sospechas. No podía dejar a las otras mujeres allí, pues serían el blanco de la ira de los hombres de Ragnar. Iría a buscar a las dos chicas que se habían escondido en las cocinas y se reunirían con las otras mujeres en el sótano del granero. ¡Sí! Aquel plan era mejor. Allí nadie las encontraría, y no le cabía duda de que Wulf llegaría pronto.