Cailin apartó los baúles que cubrían la trampilla, corrió el cerrojo y bajó. Cerró la trampilla con sigilo y, una vez abajo, retiró la escalera. ¿Dónde podía esconderla? ¡La arrojaría al pozo! Jamás podría volver a la buhardilla. No después de lo que le había sucedido allí aquella noche. Una mano le cogió con fuerza el hombro y Cailin lanzó un grito de terror.

– ¡Ovejita! ¡Soy yo!

Ella se volvió, con el corazón latiéndole con violencia, y vio a Wulf. Detrás, los hombres de Ragnar estaban encadenados y rodeados por los hombres de Caddawic.

– ¡Oh, Wulf! -exclamó con un sollozo, desplomándose en sus brazos. Al cabo de unos instantes se recuperó y preguntó: -¿Cómo habéis entrado en Caddawic? ¿Los muros no estaban vigilados por los hombres de Ragnar?

– Hemos entrado por el mismo sitio por el que nuestros hombres salieron la otra noche. Hay una pequeña trampilla en una caseta de vigilancia. Conduce a un estrecho túnel que hay bajo nuestras defensas. Envié a Corio por los hombres. La otra noche salieron por ese túnel. Entonces me explicaron con detalle las defensas de Ragnar. Hemos venido por ahí.

– ¿Cómo es que yo no conocía la existencia de ese túnel? -preguntó Cailin. -Tuve que esconder a las mujeres en el sótano bajo el granero para mantenerlas a salvo. ¿Por qué no me lo habéis dicho?

– Corio envió a Alberto en tu busca, ovejita, pero habías desaparecido. Alberto no pudo hacer otra cosa que ir con los demás -explicó Wulf, pero Cailin no quería zanjar el tema.

– Podría habérselo dicho a las mujeres -insistió, olvidando que ella misma las había ocultado. -Tuve que encerrarme en la buhardilla para escapar a las desagradables atenciones de Ragnar ¿Te habría gustado tenerme paseando por la casa y haciendo de amable anfitriona de ese cerdo salvaje? -Estaba furiosa.

– Pero anoche no escapaste a mi tío -dijo Aelfa mezquinamente, con una desagradable sonrisa en el rostro. -Tienes bastante buen aspecto, considerando la noche tan activa que has debido de pasar debajo de mi tío.

– ¡Le mataré si te ha tocado! -exclamó Wulf.

– Ya lo he hecho yo -declaró Cailin, y Aelfa palideció. -No me ha violado, mi señor, aunque lo ha intentado.

– ¿Cómo has podido matar a un hombre tan corpulento? -le preguntó su esposo. -¿Decía Cailin la verdad?, se preguntó.

– Le he cortado el cuello -respondió sin inflexión en la voz.

– ¿Con qué? -preguntó él. Por todos los dioses, estaba tan pálida…

– Mi voz interior no dejaba de hablarme -empezó. -No sé por qué lo hice, pero cuando partiste para visitar las aldeas puse un puñal debajo del lecho de plumas de nuestro espacio para dormir. Cuando él me montó a horcajadas, lo encontré y lo maté. ¡Había tanta sangre, Wulf! Jamás podré volver a dormir ahí arriba. ¡Jamás! -Prorrumpió en llanto.

Él la consoló con cariño y cuando ella se recuperó, le dijo:

– Tengo noticias, ovejita, y buenas. -Entonces vio la mancha que se extendía en su túnica y preguntó asustado: -¿Estás herida?

Cailin bajó la mirada y rió débilmente.

– Necesito a Royse -dijo. -Mis pechos rebosan de leche.

– Nellwyn le traerá enseguida -dijo él, y la rodeó con un brazo amoroso. -Y también a Aurora.

– Cuánto os queréis -observó Aelfa con una sonrisa burlona, -pero ¿qué será de nosotros? Me gustaría saberlo.

– Me parece que ha recuperado la memoria -dijo Wulf tratando de bromear.

Entraron en la casa y se sentaron a la mesa. Aelfa les siguió, pero se situó al lado de Haraldo.

– Nunca la perdió -dijo Cailin. -Déjame contarte una historia que aprendí de niña. En los tiempos antiguos, un rey griego llamado Menelao tenía una hermosa reina que se llamaba Helena. El rey era viejo pero amaba a su esposa. La reina, sin embargo, era joven y se enamoró de otro hombre, más joven y apuesto, Paris. Huyeron a la ciudad del padre de él, Troya. Estalló una guerra entre Troya y varios poderosos estados griegos por el agravio a Menelao y para recuperar a Helena.

»Sin embargo, Troya se consideraba inexpugnable. Unas murallas enormemente altas la rodeaban, y había buen suministro de agua y comida. Durante muchos años los griegos la sitiaron, pero no pudieron tomarla.

Por fin acordaron un armisticio y, en gesto de paz, al partir los ejércitos griegos dejaron un enorme caballo de madera sobre ruedas para los troyanos. Los ciudadanos de Troya abrieron las puertas de la ciudad y entraron el caballo. Todo el día celebraron su victoria sobre Menelao y sus aliados.

»En la oscuridad de la noche, cuando todos dormían, el ejército griego, que se había ocultado en el vientre del caballo troyano, salió y tomó la ciudad de Troya sin mostrar clemencia. Mataron a todos y destruyeron la ciudad.

»Aelfa fue el caballo de Troya de Ragnar. Se dejó pegar y fingió no recordar nada de sí misma, sólo su nombre, para ganarse nuestra simpatía. Luego se dedicó a seducir a nuestros dos vigilantes porque no sabía cuál de ellos estaría de guardia la noche que tenía planeado dejar entrar a su tío y a sus hombres en Caddawic.

– Alberto y Branhard me contaron lo sucedido -dijo Wulf. -Les he perdonado a los dos. Han aprendido una valiosa lección. -Miró hacia los hombres de Ragnar. -Ahora tengo que decidir qué hacer con estos hombres. ¿Los mato o muestro clemencia?

– ¡Clemencia, señor! -gritaron los hombres al unísono. -¡Clemencia!

Cailin se inclinó y susurró algo a su esposo. -El hermano de Ragnar, Gunnar, creerá que sacará provecho de la muerte de su hermano; pero creo que su hija Aelfa es ambiciosa. Querrá las tierras de su tío para Haraldo, que será su esposo. ¿No hay alguna manera de enfrentar a estos dos hombres? Si están ocupados peleando entre sí no tendrán tiempo para preocuparse por nosotros. Y no olvidemos a nuestra vieja amiga Antonia Porcio. Esas tierras eran suyas antes de que Ragnar se las arrebatara. No creo que Antonia esté dispuesta a abandonar sus sueños para su hijo Quinto, todavía.

Wulf sonrió.

– Verdaderamente Flavio Aspar y Bizancio perdieron a una valiosa estratega, ovejita. -Luego se volvió a sus prisioneros con expresión fiera. -Ragnar Lanza Potente ha muerto -les dijo. -Haraldo Espada Rápida, ¿me juras lealtad? Si lo haces, no me opondré a que te quedes con las tierras de Ragnar. Creo que eres el heredero natural de tu amo. Sus hijos son demasiado jóvenes.

– ¿Y mi padre? -preguntó Aelfa. -Él es hermano de Ragnar. ¿No debería heredar las tierras de mi tío?

– ¿Por qué quieres que tu padre tenga lo que podría tener tu esposo, Aelfa Hija de Gunnar? Si Haraldo no reclama las tierras de Ragnar para sí mismo, jamás tendrá nada de su propiedad. Si es lo bastante fuerte para protegerlas de tu padre, ¿por qué ha de importarte? ¿No deseas ser una gran señora?

– Soy lo bastante fuerte para conservar esas tierras -se jactó Haraldo con voz potente, y se volvió hacia los otros hombres. -¿Estáis conmigo? -preguntó, y todos gritaron su asentimiento. Haraldo se volvió de nuevo hacia Wulf y dijo: -Entonces te juraré lealtad, señor, y mantendré la paz entre nosotros. Aelfa, ¿qué dices?

– ¡Acepto! Hace tiempo lo decidimos tú y yo, Haraldo, y si estaba dispuesta a aceptarte cuando no poseías tierra, sin duda no te rechazaré cuando estás a punto de convertirte en un gran señor con propiedades.

– Entonces -dijo Wulf, -¡os libero a todos!

Los hombres le aclamaron con estrépito.

Bebieron cerveza y brindaron por la paz entre Wulf Puño de Hierro y Haraldo Espada Rápida. Después empezaron a prepararse para marcharse. Wulf llamó a Haraldo y le dijo:

– Ten cuidado con Antonia. Las tierras que ahora reclamas pertenecieron a su familia durante muchas generaciones. Quizá podrías tomarla como segunda esposa para mantenerla lejos de otro hombre que pudiese intentar conseguir esas tierras a través de ella.

– Gracias por el consejo -dijo Haraldo. -Tal vez no sería mala idea. Ragnar siempre decía que tenía mal genio, pero que follaba mejor que nadie. Dadas las circunstancias, debo casarme con ella o matarla. Lo pensaré.

– Será mejor que te cases -le aconsejó Wulf. -Ella y Aelfa se pelearán constantemente y no se meterá en tus asuntos.

Haraldo rió.

– Quizá tengas razón -declaró. -¡Sí! ¡Seguro que la tienes!

Cuando hubieron partido y la mañana empezaba a recuperar la normalidad, Wulf cogió a su esposa de la mano y la hizo salir a la luz estival. Pasearon juntos entre el grano que maduraba.

– Este incidente me ha hecho comprender que no podemos quedarnos en Caddawic -le dijo. -Es demasiado fácil atacarla en este estrecho valle. Las colinas también nos constriñen. He encargado que construyan una nueva casa en Branddun. Está situada sobre una colina y el enemigo no podrá sorprendernos. Seguiremos cultivando estos campos y los huertos que en otro tiempo pertenecieron a tu familia, pero ya no viviremos aquí, ovejita. ¿Te importaría mucho?

Cailin negó con la cabeza.

– No -dijo. -Aunque tengo muchos recuerdos felices de ella, la casa en que crecí ya no existe. La tierra está empapada de la sangre de mi familia y ahora también de la de Ragnar. No creo que pudiera permanecer aquí aunque me lo pidieras, mi señor.

Él asintió, comprensivo, y Cailin prosiguió: -En mi infancia, los caminos que los romanos construyeron para unir las ciudades que habían erigido en Britania se volvieron inseguros. Hubo un tiempo, que no está en mi memoria pero sin duda sí estaba en la de mi padre, en que esos caminos eran seguros; pero cuando las legiones se marcharon, con ellos partió también el modo de vida que habíamos conocido durante siglos. Nadie se habría atrevido a atacar la propiedad de Gayo Druso Corinio o de Antonio Porcio en ese lejano pasado. Ahora los tiempos han cambiado, Wulf, y tu pueblo es un pueblo diferente. Para sobrevivir debemos cambiar, y creo que podemos hacerlo sin sacrificar los valores que apreciamos. Tú no eres como Ragnar o Haraldo. Eres un tipo de sajón diferente. Tus pies, como los míos, no están atados al pasado. También tú sueñas con un futuro que la mayoría ni siquiera puede imaginar. ¡Iré dichosa contigo a Branddun! En Caddawic no nos queda más que recuerdos. Borraré de mi mente los malos y los dejaré atrás. Los buenos los llevaré siempre en mi corazón. ¡Oh, Wulf! Estuvimos a punto de separarnos para siempre una vez, pero los dioses permitieron que nos reuniéramos y nos amáramos de nuevo. ¡Soy tan dichosa!

– ¡Mamá! -Aurora se acercaba corriendo por el campo hacia ellos, ondeando al viento su sedoso cabello dorado, rollizas sus piernecitas. -¡Mamá!

Detrás iba Nellwyn con Royse.

Cailin cogió a su hija en brazos y la cubrió de besos.

– Te he echado de menos, cariño -le dijo. -¿Tú echabas de menos a mamá?

– ¿Los hombres malos se han ido? -preguntó Aurora con nerviosismo.

– Se han ido para siempre y nunca volverán, te lo prometo -respondió Cailin abrazándola.

– ¿Cuándo partiremos para Branddun? -preguntó Wulf a su esposa, el corazón lleno de amor por aquella valiente mujer que era su compañera.

– ¡Hoy mismo! -exclamó Cailin. -Ordena que los hombres recojan nuestras cosas de la casa. Quemaremos todo lo que podamos y destruiremos el resto. Se acabó.

– ¿Adónde vamos? -preguntó Nellwyn cuando llegó junto a ellos.

Cailin cogió a Royse de los brazos de su sirvienta alabando la valentía de ésta. Luego se sentó en el suelo y se colocó su hijo al pecho mientras Wulf explicaba a Nellwyn lo que habían decidido. Cuando terminó, y mientras Royse chupaba con ansiedad, Cailin dijo a Wulf:

– Nellwyn necesita un esposo. Quiere que sea Alberto. ¿Te ocuparás de ello, mi señor?

– Lo haré -respondió él, -¡y de buena gana! Tu lealtad salvó la vida de nuestros hijos, Nellwyn. No hay recompensa suficiente. Alberto es un hombre muy afortunado y así se lo diré.

Wulf dio la orden de vaciar la casa y, cuando empezaban a hacerlo, subió a la buhardilla. Ragnar yacía de espaldas, desnudo y blanco como la nieve. Había sangre por todas partes. Wulf volvió la cabeza del hombre. Sus ojos estaban abiertos de par en par y había en ellos una expresión de sorpresa. La herida le había sorprendido. Ragnar tenía el cuello rajado de oreja a oreja. ¿Cómo lo había hecho Cailin? Su delicada ovejita no parecía capaz de semejante acto salvaje, pero no podía negar la evidencia. Era sin duda una herida mortal, y no precisamente la clase de muerte que un hombre elegiría. En el mejor de los casos, un hombre moría en la batalla. En el peor, de viejo en su cama. Morir a manos de una frágil mujer era vergonzoso. No habría Valhalla para Ragnar. Probablemente vagaría por las afueras de ese lugar para toda la eternidad. Cailin tenía razón. Les resultaría difícil dormir y hacer el amor en el lugar donde Ragnar había intentado violarla y donde ella le había matado.

– ¿La casa ya está vacía? -preguntó a los de abajo.