Kyna cogió la mano de su madre y le dio un apretón mientras ambas se miraban sonrientes. Luego Brenna dio unas palmaditas cariñosas en la mejilla de Cailin.


La boda de Quinto se había celebrado en las Calenda de junio. Para sorpresa de todos, incluido él mismo, resultó un administrador de sus fincas muy apto, incluso de la amplia parte de su esposa. La villa junto al río le pareció que estaba en mal estado y la hizo demoler. Los campos que formaban parte de la propiedad ahora prosperaban con grano sembrado. El huerto medraba, Quinto, confortable en la lujosa villa de su esposa, engordó. Su devoción hacia Antonia era asombrosa. Aunque tenía derecho a llevarse a la cama a cualquier esclava que le gustara, no lo hacía. Sus hijastros le temían y respetaban, como los hijos de cualquier hombre respetable. Sus esclavos no hallaban motivos de murmuración en su amo. Y en cuanto a Antonia, a principios de otoño estaba encinta.

– Es asombroso -dijo Gayo a su esposa. -La pobre Honoria Porcio, con todos sus años de matrimonio, sólo pudo tener un hijo; sin embargo su hija madura como un melón cada vez que un marido cruza la puerta de su casa. Bueno, debo admitir que Cailin fue una buena casamentera. Mi primo Manió debería estarme muy agradecido por la suerte de su hijo.

Sin embargo, Quinto Druso no era el hombre que aparentaba ser. Su buena fortuna no le había proporcionado más que ansias de poseer más. El gobierno se estaba desmoronando con las propias ciudades. Él vio que pronto no habría un gobierno central. Cuando eso sucediera, los ricos y poderosos serían quienes controlaran Britania. Quinto Druso había decidido que, llegado el momento, él sería el hombre más rico y poderoso de Corinio y alrededores. Contemplaba con ambición las fincas de su primo, Gayo Druso Corinio.

Recientemente, Antonia había estado hablándole de posibles parejas para sus primos Tito y Flavio, quienes ya retozaban con las esclavas en casa de su padre. Corría el rumor de que uno de ellos -nadie estaba seguro de cuál, pues tenían las facciones idénticas- había dejado embarazada a una de ellas. Sus bodas significarían que pronto habría niños; otra generación de herederos para la propiedad de Gayo Druso Corinio.

Y estaba Cailin. Sus padres pronto le buscarían marido. Ella también celebraría su cumpleaños en primavera. Con quince años ya tenía edad suficiente para casarse. Un marido poderoso aliado con el primo Gayo… esa idea no agradaba a Quinto Druso. Él quería las tierras que pertenecían a su benefactor, y cuanto antes las consiguiera menos complicaciones habría. La única cuestión que le quedaba por decidir era cómo alcanzar su objetivo sin que nadie se diera cuenta.

Habría que deshacerse de Gayo y su familia, pero ¿cómo hacerlo? Nadie debía sospechar de él. No. Él sería quien más lloraría en los funerales de Gayo Druso Corinio y su familia… y el único que quedaría para heredar las propiedades de su primo. Quinto sonrió para sí. Al final poseería mucha más riqueza que cualquiera de sus hermanos en Roma. Pensó en cómo se había resistido a la idea de venir a Britania; sin embargo, de haber venido habría perdido la mayor oportunidad su vida.

– Pareces muy contento, amor mío -dijo Antonia, sonriéndole mientras yacían en la cama.

– Cómo no iba a estarlo, cariño -respondió Quinto Druso a su esposa. -Te tengo a ti y mucho más. -Le puso una mano sobre el abultado vientre Es el primero de una gran casa, Antonia.

– ¡Oh, sí! -exclamó ella, cogiéndole la mano y besándola.

«Los hijos de Antonia…», pensó mientras acariciaba con ternura a su adorada esposa. Eran jóvenes muy frágiles. El más leve asomo de enfermedad se los llevaría. Realmente parecía una vergüenza que los hijos de Sexto Escipión hubieran de tener, algún día, al suyo. Pero, por supuesto, Antonia no permitiría que fueran desheredados. Aunque no era la mejor de madres, adoraba a sus hijos. Aun así, podría suceder alguna desgracia, pensó Quinto Druso. Cualquier cosa.


El hijo de Quinto Druso nació en las Calendas de marzo, exactamente nueve meses después de que sus padres se hubieran casado. El niño era robusto y estaba sano. Sin embargo, la alegría de Antonia duró poco pues a la mañana siguiente los dos hijos habidos de matrimonio con Sexto Escipión fueron hallados ahogados en el estanque con peces del atrio. Las dos esclavas asignadas a vigilar a los niños fueron encontradas en circunstancias de lo más comprometedoras: desnudas, entrelazadas en un lascivo abrazo y ebrias. No hubo defensa para su crimen. Ambas fueron estranguladas y enterradas antes de que acabara aquel fatídico día. El dolor provocó el desquicio de Antonia.

– Le llamaré Póstumo en honor a sus hermanos -declaró con aire dramático y grandes lágrimas resbalándole por las mejillas mientras contemplaba al recién nacido. -Qué trágico resulta que jamás pueda conocerles.

– Se llamará Quinto Druso el joven -le dijo su esposo, colocándole dos gruesos brazaletes de oro en el brazo mientras le daba un breve beso. -No debes afligirte, cariño. La leche no te subirá si lo haces. No permitiré que mi hijo chupe las tetas de una esclava. Ellas no están tan sanas como la propia madre. Livia, mi madre, siempre lo decía. Ella nos crió a mi hermano, a mi hermana y a mí hasta que tuvimos más de cuatro años. -Alargó el brazo y colocó una mano debajo de un pecho de Antonia diciendo con un deje de advertencia en la voz: -No prives a mi hijo, Antonia, de lo que le corresponde. Los hijos de Sexto Escipión eran inocentes, y como tales ahora están con los dioses. No puedes hacer nada por ellos, cariño. Deja de pensar en ellos y ocúpate del hijo vivo que los dioses se han complacido en darnos.

Se inclinó sobre ella y la besó en los labios otra vez.

La niñera cogió al bebé de brazos de Antonia. Dejó al niño a los pies de su padre. Quinto Druso tomó el bulto en sus brazos, reconociendo así que el hijo era suyo. Este formal reconocimiento simbólico significaba que el recién nacido era admitido en aquella familia romana con todos sus derechos y privilegios. Nueve días después de nacer, Quinto Druso el joven recibiría su nombre oficialmente en una gran celebración familiar.

– Recordarás lo que te he dicho, ¿verdad? -dijo Quinto Druso a su esposa mientras devolvía el bebé a la niñera y se ponía en pie. -Nuestro hijo debe ser lo primero.

Antonia asintió, los ojos azules abiertos de par en par por la sorpresa. Ésa era una faceta de su marido que había visto y, de pronto, sintió miedo. Quinto había sido siempre muy indulgente con ella. Ahora parecía que colocaba a su hijo por delante de ella. Él la miró y sonrió.

– Estoy satisfecho contigo, Antonia. Han sido unos momentos terribles para ti, pero has de ser valiente. Eres la madre adecuada para mis hijos.

Salió del dormitorio y se encaminó a la biblioteca. La casa se hallaba en silencio, ahora que sus hijastros no correteaban de un lado a otro. En cierto modo era triste, pero al cabo de unos años en la villa volverían a oírse risas y gritos infantiles. Los de sus propios hijos. Una lámpara ardía sobre la mesa cuando entró en su santuario particular; una vez dentro, cerró la puerta con firmeza. Sólo la emergencia más grave haría que alguien le molestara cuando aquella puerta estaba cerrada. Después de casarse con Antonia había inculcado a los criados, que aquella habitación era su sancta sanctorum. Nadie debía entrar en ella sin su consentimiento expreso.

– Lo habéis hecho muy bien -dijo a los dos hombres que ahora salieron de las sombras de la habitación.

– Ha sido fácil, amo -dijo el de mayor estatura. -Esas dos niñeras no nos han dado ningún problema. Un poco de vino con narcótico, joder un poco, otro poco de vino, un poco más de…

– ¡Sí, claro! -interrumpió Quinto Druso impaciente. -El cuadro que me pintas es bastante explícito. Háblame de los niños. ¿Os han dado algún problema? ¿No han gritado? No quiero que más adelante aparezca algún testigo.

– Les estrangulamos en la cama, mientras dormían, amo. Después colocamos los cuerpos en el estanque del atrio. Nadie nos vio, os lo garantizo. Era plena noche y todos dormían. Antes de acabar con los niños preparamos la escena. Tenían un aspecto horrible, esas chicas -prosiguió el hombre alto y rió con aire obsceno.

– Nos prometisteis la libertad -dijo el otro hombre a Quinto Druso. -¿Cuándo nos la daréis? Hemos hecho lo que pedisteis.

– Os dije que debías realizar dos tareas para mí-fue la respuesta de Quinto Druso. -Esta no es más que la primera.

– ¿Cuál es la segunda? ¡Queremos nuestra libertad! -repuso el hombre alto.

– Eres impaciente, Cato -dijo Quinto Druso, observando su expresión de disgusto. Le divertía dar a sus esclavos nombres dignos, de sonido elegante. -Dentro de nueve días mi hijo recibirá su nombre formalmente y se celebrará una ceremonia de purificación. Es un acontecimiento familiar que se celebra dentro de casa. Vendrá mi suegro de Corinio y mi primo Gayo y su familia de su villa cercana. Quiero que estudiéis bien a mi primo y a su familia.

»En mayo hay un festival céltico. Esa noche, desde que se pone el sol hasta que amanece, Gayo Druso concede libertad a sus esclavos. Tengo intención de seguir la misma costumbre. Esa noche eliminaréis a mi primo y a su familia. Como incentivo extra, podéis robar el oro de mi primo de un escondrijo que yo os revelaré oportunamente. Con el alboroto que se formará tardaré varios días en descubrir que aquellos dos nuevos esclavos de Galia que compré hace poco han desaparecido. ¿Comprendéis?

Miró fríamente a los dos hombres, preguntándose si habría alguna manera de eliminarles a ellos también y ahorrarse la posibilidad de ser descubierto algún día. No. Tendría que confiar en ellos. Si sabía juzgar bien a los hombres, huirían como alma que llevan los demonios para regresar a Galia.

– Beltane -dijo Cato.

– ¿Beltane? -repitió Quinto Druso perplejo. -Es el festival céltico que habéis mencionado. Se celebra el primer día de mayo, amo. No hay ningún otro festival importante de primavera.

– Muy apropiado -dijo Quinto Druso con un; breve sonrisa. -Me casé con mi esposa en las Calenda de junio y nuestro hijo nació en las de marzo. Ahora en las de mayo iniciaré el camino de mi destino. Cree que el uno es mi número de la suerte. -Miró a los dos galos. -Apagaré la luz un momento. Salid por el jardín y comportaos. ¡Los dos! Debéis tener fácil acceso a la casa cuando mi primo y su familia estén aquí. Si causáis dificultades, el mayordomo os enviará a los campos, y allí no me servís de nada.

Por la mañana, Quinto Druso envió mensajeros; su suegro en Corinio y a su primo Gayo, invitándole: a ir a su casa, el día de la imposición del nombre y la purificación del nuevo Druso.

Hasta que llegaron para la celebración Gayo Druso Corinio y su familia no se enteraron de la muerte de los dos hijos mayores de Antonia.

– Oh, querida -exclamó Kyna, besando a la joven en ambas mejillas. -Lo siento terriblemente. ¿Por qué no enviaste a buscarme? Mi madre y yo habríamos venido. Y Cailin también. No es bueno que una mujer esté sola en momentos de tanto dolor.

– No era necesario -dijo Antonia con suavidad. -Mis pequeños están a salvo con los dioses. Quinto me lo ha asegurado. No puedo hacer nada por ellos. Debo pensar en el bebé. Quinto no quiere que una esclava lo críe. No puedo disgustarme o dejaré de tener leche. Eso enfadaría mucho a Quinto, y se porta tan bien conmigo que no quiero que eso suceda.

– La tiene hipnotizada -observó Cailin con desagrado.

– Está enamorada de él -respondió Kyna.

– Creo que ha sido muy oportuna la muerte de los dos hijos de Sexto Escipión -comentó Cailin con voz suave.

Kyna se sorprendió.

– ¡Cailin! ¿Qué insinúas? ¿No estarás acusando a Quinto Druso de algún acto no natural? Quería a esos chiquillos y era un buen padrastro para ellos.

– No acuso a nadie de nada, madre -se defendió Cailin. -Simplemente he observado lo oportuno que ha sido que los hijos de Antonia hayan fallecido. Debes admitir que ello favorece el que el único hijo de Quinto lo herede todo.

– ¿Por qué cuando hablas de Quinto -preguntó Kyna a su hija- tus pensamientos siempre son lúgubres, Cailin?

La muchacha hizo un gesto de negación.

– No lo sé -respondió con sinceridad. -Una voz dentro de mí me previene contra un peligro indefinido. Creía que cuando se casara con Antonia esa sensación se evaporaría, pero no ha sido así. En todo caso, se hace más fuerte cada vez que estoy en presencia de Quinto.

– ¿Quizá estás celosa de su matrimonio? -sondeó Kyna. -¿Es posible que lamentes tu decisión de no casarte con él?

– ¿Estás loca, madre?

La expresión de disgusto en el bello rostro de Cailin indicó a Kyna que se equivocaba por completo.

– Sólo preguntaba -dijo Kyna con tono de disculpa. -A veces lamentamos lo que hemos rechazado o despreciado.