Esa vez podía ser un comienzo.


– ¿Adónde va con tanta prisa?

Caley vio cómo el coche de Jake se alejaba rápidamente por la carretera nevada.

– Tiene una cita en el pueblo.

– Conduce demasiado rápido para este tiempo -dijo Jeff con el ceño fruncido-. Tendrá suerte si no voy tras él y le pongo una multa -rodeó el coche de Caley y enganchó la cadena a una chapa bajo el parachoques trasero-. ¿Él y tú estáis…?

– ¿Juntos? No. Sólo somos… amigos.

– ¿Sabes? Una vez me amenazó con partirme la cara si hacía algo más que besarte en nuestra cita.

– Supongo que no te dejaste intimidar.

Jeff sonrió.

– Vamos, sabía por qué saliste conmigo. No hacía falta ser muy listo para ver lo que había entre vosotros. Él me lo dejó muy claro.

– No -dijo Caley-. No había nada entre nosotros. Era como un hermano mayor, nada más.

– Yo creo que no -dijo Jeff mientras volvía a su coche-. Estoy convencido de que estaba enamorado de ti.

Caley se quedó atónita por la revelación de Jeff. ¿Cómo podía haber sacado esa conclusión por una simple advertencia? Jake había admitido lo mismo, cierto, pero ella creía que sólo estaba bromeando. ¿Y si sus sentimientos por ella fueran mucho más profundos de lo que había sospechado?

Jeff enganchó el otro extremo de la cadena a su coche y la tensó lentamente. Un momento después, el coche de Caley empezó a moverse poco a poco hacia la carretera.

– ¡Excelente! -gritó ella.

Jeff volvió a salir de su coche y se acercó al sedán para examinar el morro.

– Parece que no ha sufrido daños.

– Gracias -dijo ella. Se dispuso a abrir la puerta, pero Jeff se le adelantó rápidamente-. He sido muy afortunada por haberte encontrado.

– Escucha, hay un grupo de música que toca mañana por la noche en Tyler's. Podríamos cenar algo y luego ir allí… en caso de que no tengas ningún compromiso familiar. Y te prometo que no intentaré propasarme contigo.

Caley dudó. Entre Jeff y ella no prendía la menor chispa, y no quería darle vanas esperanzas. Además, si lo que quería eran chispas, tenía fuegos artificiales con Jake.

– Me gustaría pasar algo más de tiempo con mi hermana.

– Sí, he oído que va a casarse. Tu madre me lo dijo cuando la vi ayer en el pueblo. Eso sí que es una sorpresa. La pequeña Emma Lambert y Sam Burton. Cuesta creer que sean lo bastante mayores para casarse.

– Tal vez Emma y yo nos pasemos por Tyler's -dijo Caley. Una noche de chicas podría hacer que su hermana se replanteara el matrimonio. A Emma le quedaba mucho camino por delante, y Tyler's Roadhouse era un paraíso para chicas solteras.

– Muy bien. Te buscaré allí. Conozco al tipo de la puerta. Dile tu nombre y os dejará pasar sin cobraros entrada. Conduce con cuidado, Caley. No quiero que te metas en otro banco de nieve. Si lo haces, tendré que encerrarte en una celda.

Le abrió la puerta del coche y ella se subió. Mientras se alejaba, echó un vistazo por el espejo retrovisor. Jeff Winslow era un hombre muy atractivo. Y ahora que ella volvía a estar sin pareja, debería sentirse halagada de que le hubiera dedicado su atención.

Nunca le había dado mucha importancia a la química sexual, pero ahora entendía realmente lo que significaba. Entre Jeff y ella no pasaba nada.

Pero cuando se acercaba a Jake, un deseo y una pasión incontenibles entraban en erupción.

Había una extraña conexión entre ellos, pero no sabía de qué se trataba. Una fuerza irresistible los arrastraba el uno hacia el otro. Y Caley se preguntaba por qué se molestaba en intentar resistirse.

Su teléfono empezó a sonar y se dispuso a sacarlo del bolso. Pero enseguida retiró la mano. Por primera vez en su vida profesional, no quería pensar en el trabajo. No quería responder ninguna pregunta absurda ni explicar las cifras de ningún informe. Sólo quería estar a solas por un día. Agarró el teléfono y lo apagó, cortando prematuramente la serenata de Mozart. Ya se ocuparía de aquel asunto más tarde. Y además, lo último que necesitaba era una multa de Jeff. Tenía cosas más importantes en la cabeza.

Sus pensamientos volvieron a Jake. Lo único que la retenía era el miedo a cometer los mismos errores del pasado. ¿Y si se acostaba con Jake y era la mejor experiencia de su vida? ¿Y si se volvía a enamorar perdidamente de él?

Sus sentimientos por Jake llevaban tanto tiempo enterrados que se había olvidado de ellos. Pero en el momento de besarla habían vuelto a la superficie con más fuerza que nunca. Ella era mucho más fuerte ahora, pero Jake tenía la capacidad de hacerle olvidar la realidad.

Tomó aire profundamente. El poder que ejercía sobre ella era escalofriante, pero al mismo tiempo muy excitante y liberador. Cuando estaba con él, podía permitirse disfrutar sin más. Por primera vez desde que era una adolescente, se levantaba por la mañana con una ilusión renovada. Mientras estaba allí, con Jake, no tenía que preocuparse por los problemas laborales que la acosaban sin descanso. Podía relajarse y ser ella misma.

¿Por qué tenía que incluir a Jake en todas las decisiones que tomaba? Había estudiado en la Universidad de Nueva York porque creía que así le impresionaría. Se había dedicado al mundo de las relaciones públicas porque Jake le había dicho una vez que se le daba muy bien resolver los problemas ajenos. Y durante los últimos siete años se había convertido en una mujer fuerte porque quería demostrar que no necesitaba a Jake para ser feliz.

¿Y adónde la había llevado todo? Suspiró débilmente. De nuevo al punto de partida… persiguiendo a Jake Burton. Sólo que esa vez era él quien la perseguía a ella, y ella tenía el control sobre lo que pasaba entre los dos… hasta que él la tocaba, naturalmente. Entonces todo saltaba por los aires.

– Ése es el problema -dijo en voz alta-. Puedo controlar mi atracción por Jake siempre y cuando no estemos cerca el uno del otro. Pero me siento tan atraída por él que no puedo guardar las distancias. Haga lo que haga, estoy condenada.


Cuando volvió al hotel, ya casi era mediodía. No había nadie en recepción, pero encontró a su hermana en una mesa del comedor. Tenía una carpeta abierta y mordisqueaba un trozo de pan mientras hojeaba las páginas.

– Tu dama de honor ha llegado -dijo Caley, sentándose frente a ella.

Su hermana levantó la mirada y sonrió.

– Estupendo. Necesito que alguien me distraiga de todos estos detalles. Mi cabeza va a estallar con tantas cosas: flores, música, velas, cena… Creía que estábamos planeando una boda sencilla, pero empieza a cobrar vida propia.

Caley tomó la carpeta y examinó la lista de cosas pendientes. No entendía por qué las novias siempre se preocupaban por las decisiones más absurdas.

– ¿Esto es la lista de música? Te sugiero el Canon de Pachelbel para la entrada, y la Oda a la alegría para la salida. Las rosas rojas no combinarían con mi vestido. Mejor que sean blancas. Y que no sean rosas híbridas, sino centifolias. Velas aromáticas de vainilla… ya sabes cuánto le gustan a mamá. Y para cenar, carne y marisco. Así complacerás a todo el mundo -cerró la carpeta de golpe-. Ya está, ¿ves qué fácil?

Emma parpadeó, sorprendida.

– ¡Caroline Lenore Lambert! No puedes tomar decisiones tan rápidamente. Todas estas cosas hay que discutirlas.

– ¿Con quién? ¿Con Sam? A él le da igual. He oído que las novias dedican tanto tiempo y atención en los preparativos de la boda que se olvidan de lo que viene después.

– Por eso queríamos que fuera una ceremonia pequeña y sencilla -dijo Emma-. Algo más manejable. Entre mamá y la señora Burton nos habrían organizado el evento del siglo. Pero no sólo quiero tomar las decisiones correctas por eso. Quiero que esta boda sea perfecta. Y Sam también.

– ¿Lo has discutido todo con él?

– No. Me ha dejado a mí todos los detalles.

Caley agarró un trozo de pan de la cesta y le dio un mordisco.

– Es curioso que no quiera participar en los preparativos. Ya sabes cómo son los Burton… Siempre tienen que meter las narices en todo.

Caley vio cómo cambiaba la expresión de su hermana. Frunció el entrecejo con una mueca de preocupación y mantuvo la vista fija en la carpeta, como si todas las respuestas estuvieran en su contenido. Caley no pudo evitar sentirse un poco culpable; pero el matrimonio suponía un cambio muy drástico en la vida de cualquiera, y si Emma no estaba preparada para asumirlo, era su deber, como hermana mayor, hacérselo ver.

– Y si la boda no es perfecta, el matrimonio nunca saldrá bien -añadió-. Es como un mal karma.

– Sí, supongo -murmuró Emma.

– Vas a casarte con el hombre perfecto, así que a cambio tú tienes que ser perfecta. ¿Habéis resuelto la cuestión de la motocicleta? Yo en tu lugar me mantendría inflexible. Si muestras la menor debilidad, él no dudará en aprovecharse y se saldrá siempre con la suya.

– No quiere hablar de ello. Dice que es su decisión y de nadie más.

– Emma, las cosas sólo irán a peor cuando os caséis. El matrimonio no acaba con los problemas; al contrario, los magnifica -aquello era un flagrante intento de manipulación psicológica, pero a Caley no le importaba si con ello conseguía que Emma se lo pensara dos veces antes de cometer el mayor error de su vida. Si el amor no podía resistir un poco de presión, no estaba destinado a durar.

Ocultó una mueca de desagrado. Le dolía pronunciar aquellas palabras. Pero quizá por ello no estaba felizmente casada y viviendo en las afueras con un par de crios… Quizá hubiera algo de cierto en lo que decía…

Alargó el brazo y agarró la mano de Emma.

– ¿De verdad estás preparada para dar este paso, Em?

– He… he pensado en posponerlo -admitió su hermana en voz baja-. Pero luego lo achaqué a los nervios. Todo el mundo se llevaría una gran decepción.

– Se trata de ti, no de mamá y papá.

– Pero ¿cómo voy a saberlo? ¿Cómo se supone que debo sentirme?

– Tienes que sentir pasión, ilusión, impaciencia… Vas a pasar el resto de tu vida con ese hombre. Tienes que saber que cuando lo sigas mirando en el desayuno dentro de treinta años seguirás sintiendo lo mismo por él -se recostó en la silla-. Si cancelas la boda, Emma, yo te apoyaré en todo. Te ayudaré a explicárselo a mamá y papá.

Emma respiró temblorosamente y se obligó a sonreír.

– Así te ganas la vida, ¿verdad? Te encargas de adornar los desastres y fingir que no ha pasado nada.

– Esto no sería un desastre -insistió Caley. Pero un divorcio al cabo de dos o tres años sí lo sería. Las familias se verían obligadas a tomar partido y destruirían la amistad que siempre las había mantenido unidas.

Emma negó con la cabeza.

– No digas tonterías. No voy a cancelar la boda. Estos son los típicos nervios prenupciales, nada más -agarró un menú del centro de la mesa y se lo tendió a Caley-. Toma, ¿por qué no pides algo para almorzar mientras yo subo a mi habitación a por el catálogo de flores? Tenemos que decidir cómo serán los ramos y encargárselos al florista esta misma tarde.

Se levantó de la mesa y salió del restaurante. Caley sacudió la cabeza lentamente. Sus dudas no se habían disipado. Al contrario. Emma no estaba lista para casarse, pero no era lo bastante fuerte para tomar una decisión por sí misma. Tendría que ser Jake quien convenciera a Sam para que anulase la boda.

Agarró la carpeta de Emma y volvió a abrirla. Estaba llena de fotos de revistas y notas a mano. Había un apartado enteramente dedicado a los vestidos de novia, y otro a los trajes del novio. Era evidente que Emma llevaba más de un mes y medio planeando aquella boda. Algunas de las fotos tenían al menos cinco años.

Soltó un débil gemido. ¿Sentía Emma por Sam lo mismo que ella sentía por Jake? ¿Había estado secretamente enamorada durante todos esos años? Si así fuera, convencerla para que esperase iba a ser mucho más difícil de lo previsto.

Le hizo un gesto a la camarera y se levantó.

– ¿Puede decirle a mi hermana que he tenido que salir a hacer un recado? Volveré esta tarde.

Si ella y Jake esperaban tener éxito, tendrían que coordinar sus esfuerzos. Se disponía a llamarlo por teléfono, pero ni siquiera sabía si Jake tenía móvil. ¿Cómo podía vivir una persona en el mundo actual sin móvil? ¿O sin ordenador portátil, PDA y fax?

Mientras se dirigía hacia su coche, recordó que Jake tenía una cita para probarse el esmoquin. El único lugar del pueblo que alquilaba ropa elegante para hombres era una tienda a dos manzanas de distancia. Miró a su coche aparcado frente al hotel y decidió que llegaría antes a pie.

Al llegar estaba casi sin aliento. Fue hacia la parte trasera de la tienda, donde había un hombre de edad avanzada con una cinta métrica alrededor del cuello, frente a un espejo.