Abrió la puerta principal, compuesta de tres troncos, y pasó al interior. Caley se quedó atrás.

– No pasará nada. Te lo prometo.

Una vieja lámpara de astas de ciervo colgaba sobre sus cabezas. El mobiliario estaba desgastado y polvoriento, pero Jake había conseguido limpiar casi toda la suciedad provocada por las goteras del tejado y las ventanas rotas.

– Cielos -dijo Caley-. Este lugar necesita mucho trabajo. De pequeña me parecía un palacio, pero ahora veo lo que es.

– Intenta mirar más allá de la superficie -le sugirió Jake-. ¿Puedes ver lo que podría volver a ser?

– Sí que puedo -respondió ella, acercándose a un banco hecho de ramas-. Pero haría falta alguien con mucho tiempo y dinero.

– De joven venía a memorizar los detalles de esta casa, y por eso decidí convertirme en arquitecto. Quería diseñar casas como ésta. Casas de verano donde la gente pudiera relajarse y disfrutar.

Sintió cómo ella lo tomaba de la mano y entrelazaba los dedos con los suyos. Fue un gesto muy simple, pero él supo que Caley lo entendía. No estaba seguro de que nadie más lo entendiera, pero Caley sí. Y quería volver a compartirlo todo con ella.

– Vamos. Te enseñaré el resto.

No la había besado ni acariciado íntimamente, pero de repente sentía que estaban mucho más unidos. Era él quien estaba allí ahora, no el chico que Caley había conocido. Y la mujer que estaba junto a él comprendía lo que significaba.

Estuvieron vagando por la casa, y Caley asimilaba los detalles en silencio, como si estuviera perdida en los recuerdos del pasado. Las motas de polvo se arremolinaban a su alrededor a la luz que se filtraba por las ventanas. Al pasar por un haz de luz, Jake la estrechó suavemente entre sus brazos y la besó, buscando el sabor que tanto anhelaba.

– Te deseo -murmuró contra sus labios.

Caley levantó la mirada y se fijó en su boca.

– Enséñame el resto de la casa.

Recorrieron lentamente los seis dormitorios, y Jake le indicó los detalles arquitectónicos que hacían de Havenwoods un lugar tan especial. Cuando volvieron al vestíbulo, Jake estaba desesperado por besarla. Aun así esperó, confiando en que la magia de aquel lugar surtiera efecto.

La casa estaba en un estado lamentable, pero formaba parte de la historia que Caley y él compartían. Merecía un destino mejor que ser abandonada a la lluvia y la nieve o que el fuego de cualquier excursionista descuidado la redujera a cenizas.

Jake había hipotecado su futuro para comprarla, gastándose todos sus ahorros y vendiendo su deportivo para comprarse un todoterreno de segunda mano. Incluso había vendido su casa en Wicker Park para mudarse a un diminuto apartamento en un barrio de mala muerte y así poder pagar la hipoteca y los impuestos.

Apenas le quedaba dinero para las reformas, pero sentía que merecía la pena correr el riesgo. Aunque aún no le había dicho a nadie que la había comprado. Su padre se pondría hecho una furia, y su madre nunca lo entendería. Pero en Caley tenía a una fiel aliada.

– Sólo hay dos cosas que he querido de verdad en mi vida. Y ésta era una de ellas.

– ¿Cuál era la otra? -preguntó Caley.

– A ti -respondió él con una picara sonrisa.


Jake cerró la puerta principal y devolvió la llave a su sitio, bajo la ventana. Caley lo observaba atentamente, evocando los recuerdos de su infancia. No podría contar los días que habían pasado en la Fortaleza. Había sido un lugar mágico. Un lugar para ellos solos.

Eran recuerdos muy dulces. Incluso cuando las cosas se habían puesto difíciles entre ellos, siempre había podido contar con Jake. De jóvenes habían tenido agrias discusiones, pero siempre era él quien volvía con una disculpa, con un regalo que hubiera encontrado en el bosque, con un plan para una nueva aventura o simplemente con un chiste que la hacía reír. No era difícil entender por qué había estado enamorada de Jake todos esos años. Cuando estaba con él, se sentía como la persona más especial del mundo. Y ahora volvía a sentirse igual. Entre ellos existía una sinceridad y un respeto que nunca había conocido con ningún otro hombre.

Cuando él volvió a su lado, ella le rodeó la cintura con los brazos y se puso de puntillas para darle un beso en los labios.

– Gracias.

– ¿Por qué?

– Por traerme otra vez aquí.

Jake la abrazó por la cintura y la apretó contra él. El beso fue tranquilo y suave, con su lengua acariciándola lenta y seductoramente.

Fue como si finalmente los dos comprendieran que estar juntos era inevitable. Ya no había nada que pudiera detenerlos. Caley había estado pensando durante todo el día en lo que un solo beso podía hacerle. Si un beso bastaba para derribar sus defensas por completo, ¿qué pasaría con una noche entera en la cama?

Y de repente sintió un deseo incontenible por averiguarlo. No tenía que pensar en las consecuencias de lo que estaba a punto de hacer, simplemente porque ya no le importaban las consecuencias. Lo único que quería era entregarse por entero a Jake.

– ¿Te gustaría que volviéramos al hotel? -le preguntó.

– Estaba pensando en bajar al lago -dijo Jake-. Hay algo más que quiero enseñarte.

– Quiero volver al hotel -insistió ella-. Contigo.

Él la miró fijamente a los ojos con una extraña expresión en el rostro, y una sonrisa curvó lentamente sus labios.

– No tenemos por qué volver allí -murmuró.

– ¿No?

Entonces Jake le hizo rodear la casa hasta la parte con vistas al lago. Desde allí se veía la pequeña construcción de troncos a unos treinta metros de la casa, conectada por una pasarela cubierta. De niños la llamaban «el Cuartel», pero en realidad era una cocina. Cuando llegaron a la puerta, Jake sacó sus llaves y abrió el candado.

– ¿Tienes tu propia llave? -le preguntó ella.

Jake empujó la puerta.

– Sí. Me resulta muy útil, teniendo en cuenta que esta propiedad es mía.

Caley ahogó una exclamación. No estaba segura de haberlo oído bien.

– ¿Esta cabaña es tuya?

– No sólo la cabaña. Todo este lugar. La casa, el terreno, el muelle carcomido y las cabañas sin techo de invitados. El mobiliario cubierto de moho y la cabeza de alce sobre la chimenea. Todo es mío.

Caley miró el interior de la pequeña cabaña. Junto a la ventana había una mesa de dibujo, y un pequeño catre frente a la chimenea. Se acercó a la mesa y miró los bocetos y planos esparcidos por la superficie. Reconoció la fachada de la cabaña principal. Todos estaban cubiertos de notas adhesivas con la letra de Jake.

Sintió que el corazón se le henchía de emoción. De repente entendía la verdadera razón de su visita. Aquél era el hogar de Jake. Y él quería contar con su aprobación.

– No puedo creer que todo esto sea tuyo -dijo-. ¿Cómo lo has conseguido?

– Estaba asistiendo a un seminario en Nueva York y decidí buscar a la dueña. Sabía su nombre por los archivos de Hacienda. Tomamos té y le dije cuanto amaba este lugar y cómo me había colado aquí de pequeño. Ella accedió a vendérmelo, con la condición de que lo volviera a convertir en lo que había sido en su infancia. Le hice una promesa y tengo intención de cumplir mi palabra. Y cuando acabe, quiere que invite a sus nietos a venir de vez en cuando.

– ¿Por qué me has traído?

– Es nuestro sitio -dijo él-. Pensé que tenías que volver a verlo. Eres mi mejor amiga y sabrías apreciarlo.

Caley se bajó lentamente la cremallera del abrigo.

– Ahora mismo no quiero ser tu amiga -dijo, dejando caer el abrigo al suelo de madera.

Él levantó las manos y le frotó los brazos a través de la camisa.

– Quizá debería encender un fuego.

Caley se sentó en el borde de la cama y vio cómo él metía papel de periódico en la chimenea de piedra. Colocó algunos troncos encima y encendió una cerilla. Los dos contemplaron cómo prendían las llamas en la leña seca.

– ¿Te quedas aquí a menudo? -preguntó ella.

– Siempre que vengo de la ciudad -respondió él-. Es más difícil en verano, ya que mis padres están en el pueblo y tengo que quedarme con ellos. Pero en invierno nadie sabe que estoy aquí. Trabajo en las reformas de la casa y en mis otros proyectos.

– Estoy acostumbrada a tener a mucha gente alrededor -dijo ella-. No sé cómo puedes trabajar con este silencio.

– A veces el silencio es muy agradable -repuso él, inclinándose para besarla.

Ella alargó las manos hacia los botones de su camisa y Jake soltó un gemido ahogado. Le presionó la mano contra el pecho y sintió los latidos de su corazón. Le costaba respirar, como si la anticipación la dejara sin aire.

– ¿Estás segura de que quieres hacerlo aquí? -le preguntó él-. Me temo que las condiciones no son las mejores.

– Es perfecto -dijo ella. Siempre había soñado en que fuese de aquella manera con Jake. En algún lugar secreto donde nadie pudiera encontrarlos, en el asiento trasero de su viejo Cutlass o en una playa desierta en mitad de la noche.

Jake sacó su cartera del bolsillo de los vaqueros y extrajo un preservativo.

– Supongo que vamos a necesitar esto.

– ¿Estás nervioso? -le preguntó Caley. Lo agarró por la pechera del abrigo y tiró de él hacia ella.

– No -respondió con una sonrisa-. Bueno, tal vez un poco… Dios, me siento como si estuviéramos en el instituto y ésta fuera mi primera vez.

– Lo sé… Yo siento lo mismo -admitió ella. Le quitó el abrigo y lo arrojó a un lado de la cama-. Eso lo hace más emocionante, ¿no crees?

Se puso de rodillas y se quitó la camisa, dejándola caer sobre el abrigo de Jake. Él le frotó el pezón con el pulgar, endureciéndolo bajo la tela del sujetador.

– Cariño… estar desnudo contigo será tan emocionante como si lo hiciéramos en medio de Main Street, con todo el pueblo mirando.

Se arrancaron mutuamente el resto de la ropa, recorriendo con manos frenéticas cada palmo de piel expuesta. El aire aún era frío en el interior de la cabaña y a Caley se le puso la carne de gallina. Pero el tacto de Jake la excitaba tanto que temblaba con cada caricia. Se sentía invadida por el deseo, los nervios y una excitación incontenible.

Cuando estuvieron en ropa interior, se detuvieron y se miraron el uno al otro. Caley soltó una risita.

– ¿Y ahora qué?

– Soy virgen -bromeó él-. Quizá deberías enseñarme lo que hay que hacer.

Caley le acarició el labio con un dedo. Jake le estaba dejando el control de la situación. Años atrás había intentado seducirlo, sin éxito. Esa vez, estaba segura de conseguirlo.

Deslizó las manos por su cuerpo, metió los dedos por el elástico de los calzoncillos y se los bajó de un tirón. A continuación, se ocupó rápidamente de su propia ropa interior. El cuerpo de Jake irradiaba un calor más intenso que las llamas de la chimenea. La apretó contra él y el calor fundió ambos cuerpos en uno solo.

Tendida sobre él, Caley se deleitó con la sensación de estar desnudos y abrazados mientras él le acariciaba la espalda y las caderas. Podía sentir su deseo masculino entre ellos, duro y ardiente. Le habría gustado proceder con calma y saborear cada momento. Pero la impaciencia la apremiaba. Había esperado demasiado tiempo, y ahora que había tomado la decisión, no habría nada que pudiera detenerla. Se retiró y empezó a besarlo en el pecho, descendiendo hasta el vello del vientre. Caley conocía bien el poder que tenían sobre ella las caricias de Jake. Ahora quería comprobar el poder que tenía ella sobre él. Lo acarició lentamente y le rodeó el miembro con los dedos. Él cerró los ojos y soltó un jadeo entrecortado. Se arqueó hacia ella, y cuando Caley levantó la mirada, vio que tenía los ojos abiertos y que observaba todos sus movimientos.

– No creo que mi primera vez fuera tan deliciosa.

Caley sonrió, se agachó y se metió el miembro en la boca. Jake dio un respingo, como si su cuerpo hubiera sido sacudido por una descarga eléctrica.

– ¿Lo estoy haciendo bien? -bromeó ella, sonriéndole.

– Oh, sí… Muy bien…

Caley continuó acariciándolo con la lengua y los labios, atenta a sus reacciones para llevarlo hasta el límite una y otra vez. Y cuando sospechó que no duraría mucho más, se colocó sobre él hasta situar el miembro hinchado entre sus piernas.

Empezó a frotarse contra su erección, provocándose oleadas de placer por todo el cuerpo. En el pasado, el sexo no le había reportado más que amargas decepciones. Nunca había sentido la clase de pasión que quería sentir, y que sabía que podía sentir.

Pero esa vez era diferente. Caley sentía que podía cerrar los ojos y abandonarse al placer. Estaba muy cerca del orgasmo, y eso que Jake ni siquiera la había tocado. Un impulso la acució a actuar, a buscar algo que nunca había experimentado y que sin embargo siempre había querido. Le quitó a Jake el preservativo de la mano y rasgó el envoltorio.