Tal vez él fuera el único que podía sanar esa herida. Respiró hondo y se puso en pie.
– Estoy enamorado de ti -confesó. La ayudó a levantarse y le tendió el palo de hockey-. Puede que siempre lo haya estado. No lo sé. Confiaba en que tú lo sabrías. Esto es lo último que voy a decir, y decidas lo que decidas, lo aceptaré.
Ella abrió la boca para hablar, forzó una sonrisa y pareció pensar en lo que acababa de oír.
– No… no sé qué decir. Hubo un tiempo en que eso era todo lo que quería oír. Pero sólo era una fantasía. Ahora es…
Hasta ese momento habían evitado a toda costa hablar del futuro, manteniendo una relación sencilla y sexual. Pero él había puesto todas las cartas sobre la mesa. Quizá siempre había sabido que estarían juntos. Quizá por eso la había rechazado años atrás. Porque, en el fondo, sabía que tendrían una segunda oportunidad.
– ¿Cómo sabes que me amas? -le preguntó ella.
Jake se encogió de hombros.
– No lo sé. Quiero decir… No sé cómo. Simplemente lo siento.
– Quizá me necesites, nada más. Hay una gran diferencia.
– No -murmuró-. No sólo te necesito -le agarró las manos-. Es mucho más que eso.
– No hagas esto -dijo ella con un hilo de voz-. Sólo hará que las cosas sean más difíciles al final.
Jake se tragó una maldición.
– ¿Y qué? No me importa. Tal vez las cosas tengan que ser difíciles. Tal vez tenga que ser duro separarnos. ¿Qué hay de malo en ello? Al menos puedo admitir que siento algo por ti.
– Yo también puedo admitirlo -dijo Caley-. Hace muchos años que nos conocemos. Es normal que tengamos sentimientos.
– Es más que eso -insistió Jake.
Caley se metió las manos en los bolsillos.
– Debería volver a casa. Mi madre se va a volver loca pensando en la boda.
– Y yo debería ir a ver a Sam y Emma. Voy a pasar la noche en Havenwoods.
– Pensé que podríamos…
Jake negó con la cabeza.
– Tienes razón. Debemos empezar a distanciarnos. Y yo necesito espacio.
Ella lo miró un largo rato en silencio, con expresión inescrutable. Finalmente asintió.
– Lo entiendo -dijo. Se giró y patinó hasta el borde del hielo, subió a la orilla y echó a andar con cuidado sobre la nieve. Llegó a donde había dejado las botas y se quitó los patines-. Hablaremos después.
– Después -repitió él.
Debería ser bastante fácil aceptar el final de su relación, pensó Jake. Se había separado de muchas mujeres con las que había tenido relaciones mucho más largas. Pero no era sólo un distanciamiento físico. Con Caley siempre había existido un vínculo emocional, y ese lazo se había fortalecido en la última semana.
La idea de dejarla le resultaba insoportable, con un vacío interior imposible de llenar. No podía imaginarse con otra mujer. La clase de placer que había experimentado con Caley había sido único y perfecto, imposible de encontrar con nadie más.
Cerró los ojos y respiró el frío aire nocturno.
Acabaría por superarlo y aprendería a vivir sin ella. Sólo era cuestión de tiempo.
Cuando Caley llegó a la casa del lago a la mañana siguiente, se encontró con un gran revuelo. Entró en la cocina y allí vio a la familia al completo, incluida Emma, tomando tortitas en la mesa. Su madre se volvió para sonreírle.
– La boda sigue en pie -exclamó Emma, con los ojos brillantes de entusiasmo-. Tenemos que ultimar los detalles con la comida y luego quiero decorar la habitación que usaremos para el banquete. Tienes que recoger tu vestido, y yo tengo que recoger el esmoquin de Sam -saltó de la silla y se abrazó al cuello de Caley-. Gracias… por todo -le susurró, y se volvió hacia la familia-. ¡Tengo que irme! Os veré después. ¡No puedo creer que vaya a casarme mañana!
Salió corriendo de la cocina, dejando a todos sin aliento. Caley se permitió un discreto suspiro de alivio. El plan había funcionado. Jake y ella habían conseguido arreglar el embrollo que ellos mismos habían creado.
– Me alegro mucho por ellos -dijo, devolviéndole la sonrisa a su madre. Pero no era la boda lo que la preocupaba, sino el tiempo que le quedaba con Jake.
La realidad la golpeó como un puñetazo en el estómago. Una vez que la boda se celebrara, Jake y ella tomarían cada uno su camino. Habían hablado de tomarse unas vacaciones juntos, pero sabía que no era la opción más sensata para ninguno de ellos.
– Voy a vestirme -dijo.
– No, siéntate y come algo -le ordenó su madre-. Estás muy pálida.
– No… no tengo hambre. Tomaré un poco de café en el hotel. Va a ser un día muy ajetreado.
Salió rápidamente de la cocina y se dirigió a la puerta. Apenas había pegado ojo la noche anterior. Se había pasado las horas mirando al techo, intentando convencerse de que no necesitaba ir a Havenwoods y acostarse con Jake, ni sentir su cuerpo desnudo contra el suyo ni el roce de sus manos en la piel… No, no necesitaba nada de eso.
Pero cuanto más intentaba alejarse de Jake, más imposible le resultaba. Era una mujer adulta y debería tener el control de sus sentimientos. Pero había perdido ese control desde la primera vez que hicieron el amor.
Había intentado erigir una muralla de excusas banales. Pero era inútil. Su cuerpo, su corazón y su alma pertenecían a Jake, y ella tenía la culpa de todo. Había vuelto a enamorarse de Jake, y esa vez, el dolor iba a ser mucho peor.
Se subió al coche y miró el paisaje nevado a través del parabrisas. Las lágrimas amenazaban con afluir a sus ojos, pero se negó a llorar. Sólo le quedaban dos noches, y si podía soportarlas todo sería más fácil.
El problema era la boda y todo el estúpido romanticismo que la acompañaba. Ver a Emma y a Sam dispuestos a embarcarse en un compromiso para toda la vida y sentir que ella se quedaba atrás. Al fin y al cabo, era la hermana mayor y debería ser ella quien diese ejemplo…
Pero en vez de eso había optado por el deseo y la pasión, sin ningún tipo de compromiso emocional. Habían compartido el mejor sexo de su vida y aún quería más, pero había aprendido mucho tiempo atrás que el deseo no era amor.
Cerró los ojos y se pasó las manos por el pelo, intentando recordar el tacto de Jake. Sus caricias eran deliciosas, pero también muy peligrosas, pues suponían la llave a su cuerpo y al placer absoluto. Sólo él sabía cómo avivar sus anhelos y llevar su deseo al límite.
Gimió y arrancó el motor.
– Díselo -se susurró a sí misma-. Arriésgate. Quizá pueda ser cierto si se lo dices.
No era tan descabellado imaginarse juntos. Eran amigos de toda la vida, por lo que una nueva vida con Jake podía ser muy fácil. Amarlo podía ser lo más natural del mundo. Se miró en el espejo retrovisor. Siempre había conducido su vida con una férrea determinación, pero ahora no podía tomar una sencilla decisión sobre su felicidad.
El trayecto hasta el hotel transcurrió sin incidentes. Se había acostumbrado a conducir con hielo y nieve y no tenía miedo de ir un poco más rápido. Al llegar, buscó el todoterreno de Jake en el aparcamiento y detrás del edificio, pero no lo vio por ninguna parte. ¿Habría pasado la noche en Havenwoods? ¿Seguiría allí?
Salió del aparcamiento y giró hacia East Shore Road. Tenía que confiar en sus sentimientos y en los de Jake. Ya no era un crío. Era un hombre que sabía lo que deseaba. Y la deseaba a ella.
Mientras conducía por el estrecho camino entre los árboles, sintió cómo los nervios empezaban a dominarla. Pero consiguió reunir el mismo valor que había encontrado la noche de su decimoctavo cumpleaños.
Quizá una relación a distancia no fuese una solución perfecta, pero podía funcionar. Verse una vez al mes era preferible a no volver a estar juntos. Había muchos vuelos entre Nueva York y Chicago, y también podrían verse en cualquier punto intermedio. Mientras hubiera pasión, podrían conseguirlo.
Al llegar al final del camino miró alrededor, pero no vio el coche de Jake. Fue hacia la cocina y se sorprendió al encontrar la puerta entreabierta. En el interior, vio las ascuas candentes en la chimenea. Sam y Emma se habían marchado unas horas antes, pero lo habían recogido todo. Las mantas estaban extendidas sobre la cama y las toallas pulcramente dobladas en el toallero del baño. Caley cerró la puerta tras ella y se paseó por la habitación con el corazón desbocado.
Se miró un largo rato en el espejo del baño, observando el color de sus mejillas y la expresión nerviosa de sus ojos. Abrió el botiquín y examinó el contenido.
Había hecho el amor con Jake de las formas más íntimas posibles, pero apenas sabía nada de su vida diaria. Agarró su cuchilla de afeitar y la examinó de cerca. Luego olisqueó el bote de espuma, reconociendo su olor. Una hilera de frascos de loción le llamó la atención, y los fue probando uno a uno hasta encontrar su favorito. Se lo metió en el bolsillo del abrigo con una sonrisa.
Volvió a la habitación principal y observó la extraña colección de objetos que Jake había recopilado. Un nido de pájaro, una pina de gran tamaño, una bonita piedra de granito rosa. Se sentó ante la mesa de dibujo y vio la bolsa de la tienda de lencería.
Dentro estaban las prendas que había comprado Jake, con las etiquetas aún sujetas a la tela.
Se quitó el abrigo y el resto de la ropa. Se puso el picardías y las braguitas y buscó un espejo en la habitación. Pero el único espejo estaba en el cuarto de baño.
Se subió al inodoro y examinó el conjunto, admirando su trasero con aquellas braguitas ajustadas. Volvió junto a la chimenea y se calentó las manos con las brasas. Entonces levantó la mirada y vio unas fotos sobre la repisa. Nunca se había percatado de que estuvieran allí. Agarró una de ellas y se vio junto a Jake en el viejo embarcadero, años atrás. Jake adoptaba una pose de forzudo con los brazos cruzados al pecho, y Caley lo apuntaba con una amplia sonrisa en el rostro. Qué sencillo era todo por aquel entonces… ¿Por qué no podía seguir todo igual?
El chirrido de la puerta al abrirse arrancó a Caley de sus divagaciones. Se giró y vio a Jake en el umbral con los brazos cargados de leña. El gélido viento invernal se arremolinaba a su alrededor.
– Cielos… -murmuró, entrando y cerrando la puerta-. Creía que estas cosas sólo pasaban en mis fantasías.
Caley sonrió.
– Emma no necesitó usar el regalo y no se puede devolver ropa interior, así que me lo estaba probando.
– Me gusta -dijo Jake, soltando la leña junto a la chimenea-. Quizá deberías quitártelo y volver a ponértelo. Así podría apreciar el efecto completo -la abrazó por la cintura y la besó en los labios.
– Creo que sólo quieres verme desnuda.
– Si no quieres desnudarte, lo haré yo -dijo él. Se quitó el anorak y empezó a desabrocharse la camisa, pero Caley lo detuvo.
– He venido a hablar contigo.
– ¿Vestida de esa manera?
Ella se agachó para recoger su cazadora y se la puso. A continuación, se sentó en el borde de la cama y palmeó el colchón a su lado. Pero Jake se negó a sentarse y siguió mirándola.
– No hagas esto.
– No sabes lo que voy a decir -replicó ella.
– Sí, lo sé. Vas a decirme que no debería pensar en el futuro. Que tarde o temprano tomaremos cada uno nuestro camino y que tengo que aceptarlo -hizo una pausa y sonrió tristemente-. Puedo aceptarlo. Cuando empezamos esto, ambos sabíamos que tendría un final. Pero preferiría acabarlo después de nuestras vacaciones y no antes.
Caley tragó saliva. No era aquello lo que quería decirle. Quería decirle que le diera una oportunidad, que le diera tiempo para despejar sus dudas y superar sus miedos al compromiso. Pero él estaba renunciando a todo.
– ¿Puedes… aceptarlo, dices?
Jake se encogió de hombros.
– Tenías razón, Caley. Me dejé llevar por la emoción y olvidé que sólo era una aventura. Ahora lo sé. Si intentáramos cambiarlo, los dos acabaríamos pasándolo muy mal.
Caley volvió a tragar saliva, intentando deshacer el nudo que le oprimía la garganta.
– Eso es exactamente lo que quería decirte -murmuró-. Me alegra que pensemos igual.
Eso era todo, pensó, ignorando la imperiosa necesidad de confesar sus verdaderos sentimientos. Ya no era una adolescente ingenua, y declararle su amor sólo podría causar más problemas. Esa vez había tomado la decisión correcta. Si algo había aprendido en los últimos once años era que no podía obligar a Jake a hacer o sentir algo en contra de su voluntad.
Recorrió con la mirada aquellos rasgos tan familiares y queridos para ella. Durante mucho tiempo había albergado la imagen que tenía Jake con veinte años, pero ahora que se había convertido en un hombre, ella podía aceptarlo por lo que realmente era.
– Debería vestirme -dijo-. Emma necesita que la ayude con los preparativos de la boda.
– Sam y ella están bien -dijo Jake-. Por cierto, hay un frasco de sirope de chocolate en la mesa.
"¿En tu cama o en la mía?" отзывы
Отзывы читателей о книге "¿En tu cama o en la mía?". Читайте комментарии и мнения людей о произведении.
Понравилась книга? Поделитесь впечатлениями - оставьте Ваш отзыв и расскажите о книге "¿En tu cama o en la mía?" друзьям в соцсетях.