Caley sabía lo que le estaba proponiendo, pero no estaba segura de aceptar. Él la deseaba, necesitaba su cuerpo una vez más. Y ella también lo necesitaba, aunque no quisiera admitirlo.

– ¿Estás pensando en prepararme una taza de cacao? ¿O un helado de chocolate?

– Sí, estoy pensando en prepararte un helado de chocolate…

– No tenemos helado.

– No vamos a necesitarlo.

Se dio la vuelta y agarró el frasco de sirope y el bote de nata de la mesa.

– Si no quieres mancharte la lencería nueva, te sugiero que te la quites.

Caley le quitó el spray de nata, retiró el tapón y le roció un poco de la sustancia blanca en el labio.

– Tú eres quien lleva demasiada ropa -se puso de puntillas y le lamió la nata con la punta de la lengua.

Jake soltó un débil gemido.

– Puede que sea un error.

Caley le puso un poco de nata en la barbilla y procedió a lamérsela. Le haría recordar los últimos instantes que pasaría con ella. Desde ese momento, Jake recordaría cada minuto en sus largas horas de soledad y añoraría todo el placer que habían compartido. Nunca encontraría a otra mujer que pudiera excitarlo como ella, y siempre se quedaría con la duda de si había tomado la decisión correcta al dejarla marchar.

Le agarró la mano y vertió un pegote de crema en cada dedo, para luego ir metiéndoselos en la boca uno por uno.

– ¿Quieres probar? -le preguntó, ofreciéndole el spray.

Jake le roció un reguero de nata desde el hombro hasta la muñeca. Con exquisita dulzura, fue subiendo por el brazo hasta besarla bajo la oreja.

Y entonces, como si se hubiera cansado del juego, arrojó el spray al suelo, agarró a Caley por la cintura y la levantó en sus brazos. Se rodeó las caderas con sus piernas y la besó con avidez, paladeando el dulce sabor de la nata.

La llevó a la cama y se sentó con ella en su regazo. Durante un largo rato siguieron besándose, explorándose mutuamente con los labios y la lengua hasta perfeccionar el más exquisito de los besos.

Nunca podría cansarse de besar a Jake, pensó Caley. Cada beso encendía su pasión y avivaba su deseo por recibir más. Podría pasarse el resto de su vida besando a Jake y siempre lo desearía como el primer día. Pero no tenía el resto de su vida. Sólo le quedaba aquel día y el siguiente.

Lo desnudó lentamente y lo hizo tumbarse de espaldas para sentarse a horcajadas sobre él. Pero a medida que se acercaba al orgasmo, supo que estaban cometiendo una equivocación. Estaban dejándose llevar por el momento como si no hubiera más que deseo sexual. No era así. El vínculo emocional seguía allí. Por mucho que ambos intentaran ignorarlo, no iba a desaparecer.

Y cuando finalmente se desplomó en sus brazos, exhausta y saciada, supo que no habían tenido sexo. Habían hecho el amor.

Capítulo 8

Jake miraba a Caley desde el otro lado del vestíbulo de la iglesia. Estaba de pie junto a Emma, tan quieta y tranquila que Jake se preguntó qué se le estaría pasando por la cabeza.

Sabía lo que se le pasaba a él por la suya. Imágenes de su cuerpo desnudo, arqueándose con un grito de placer y con los labios hinchados por los besos. Aquella tarde habían pasado tres horas haciendo el amor, y seguía sin ser suficiente.

En la cama, Caley era aventurera y desinhibida, y él no tenía más remedio que seguirle el ritmo. Su manera de tocarlo era tan tentadora que sólo con pensar en ello se excitaba. En una sola semana Caley había llegado a conocerlo tan bien que podía sentir su placer incluso antes que él.

Lo miró y le sonrió, y él se lamió el labio inferior. Ella se puso colorada y Jake se sintió un poco avergonzado por intentar provocarla en una iglesia. Pero a aquellas alturas no quería perder ninguna oportunidad.

Escuchó distraídamente las instrucciones que Emma repartía para el cortejo. Nunca había hecho de padrino, y le sorprendía que su futura cuñada conociera al detalle los mecanismos de una boda. Cuando le dijo que se colocara junto a Sam en el altar, él la obedeció sin rechistar y caminó por el pasillo sin saber cuál serían las próximas instrucciones.

Unos minutos después, el órgano empezó a sonar y Caley inició la marcha hacia el altar con las manos unidas por delante. Jake contuvo la respiración cuando sus miradas se encontraron y una chispa de emoción prendió entre ellos. De repente se sentía como si aquélla fuese su boda y ella estuviese caminando hacia él.

Apartó la mirada, incapaz de controlar sus emociones. Nunca se había creído aquello de «y vivieron felices para siempre». Pero ahora necesitaba creer que era posible. Si había una mujer que podía hacerlo feliz para siempre, tenía que ser Caley. No había otra opción para él.

El deseo era una poderosa droga que podía enturbiar la razón de un hombre. Pero aquello no era sólo deseo. Sentiría lo mismo al cabo de una semana, de un mes o de toda una vida. Lo sabía con toda la certeza de su corazón, y sin embargo ella no podía verlo.

Cuando Caley llegó al altar, Jake se fijó en la extraña expresión de su rostro. Tenía manchas oscuras bajo los ojos y parecía respirar con dificultad. Las rodillas casi le cedieron y Jake se apresuró a agarrarla del brazo.

– ¡No! -exclamó Emma desde el fondo de la iglesia-. Quédate en tu sitio junto a Sam. No la agarres del brazo hasta la salida.

– ¿Estás bien? -le preguntó Jake en voz baja.

Caley negó con la cabeza.

– Es… estoy mareada.

– ¿Podemos hacer un descanso? -preguntó Jake-. Tengo que ir al baño.

– Y yo tengo que… beber un poco de agua -dijo Caley-. Me muero de sed. Disculpadme -puso el ramo en las manos del reverendo y se digirió hacia la puerta. Jake la siguió, ignorando las miradas de curiosidad de sus padres.

Una vez en el exterior, Caley se dobló por la cintura y respiró hondo, expulsando el aliento en una nube de vapor.

Jake le puso la mano en la espalda y la frotó suavemente.

– ¿Vas a vomitar?

– No… no lo sé.

– Dímelo, porque soy muy sensible a esas cosas y es probable que me ponga a vomitar yo también. Nos pondríamos la ropa perdida -consiguió arrancarle a Caley una pequeña risita y se complació de poder distraerla-. ¿Qué ocurre?

– Nada -respondió ella, apartándolo con la mano-. Se me ha revuelto el estómago.

– ¿Por la boda?

Ella levantó la mirada hacia él.

– Un ataque de pánico. Hacia tiempo que no sufría ninguno, pero éste ha sido horrible. Todo está pasando muy deprisa, sin darme tiempo a pensar. Sólo necesito eso… Tiempo para pensar.

– Caley, no somos nosotros los que vamos a casarnos… Son Sam y Emma. El padrino y la dama de honor no pueden ponerse nerviosos antes de la boda.

Ella se enderezó lentamente y volvió a tomar aire.

– Lo siento.

Jake vio el rastro de humedad en sus mejillas y se dio cuenta de que estaba llorando.

– ¿Qué te ocurre? -le preguntó, apartándole una lágrima con el dedo-. Dímelo.

– Estoy cansada. Y un poco emocionada. Emma va a casarse… Es una mujer adulta que va a seguir adelante con su vida, mientras que yo no tengo ni idea de lo que voy a hacer con la mía.

– ¿Qué quieres, Caley? -le preguntó, sin poder ocultar un tono de frustración. ¿Por qué Caley no podía darse cuenta de lo difícil que era encontrar algo tan especial como lo que ellos compartían?

– No lo sé. No quiero sentirme así, tan confusa e insegura. Quiero que mi vida tenga sentido. Hace tiempo lo tenía… -volvió a mirar a Jake-. Una vez fui feliz.

– ¿Y ahora no lo eres?

– ¡No! -se quedó callada un instante-. Sí. Tal vez.

– ¿En qué quedamos?

– Lo hemos pasado muy bien juntos. He cumplido la fantasía que tenía de joven. Con eso debería bastar.

– ¿Qué es lo que quieres? -insistió él. Sabía que había algo más que no le estaba diciendo.

Los labios de Caley se curvaron en una temblorosa sonrisa.

– Quiero que me digas que deje de comportarme como una cría -se pasó los dedos por el pelo y adoptó una expresión tranquila-. Lo siento. Últimamente no consigo dormir mucho. Es difícil sobrevivir a base de sexo y nata montada.

– Ha merecido la pena intentarlo -murmuró él.

– Me vendrían bien esas vacaciones -dijo ella.

– Aún podemos ir. Sólo tienes que decirlo y te sacaré de todo esto.

– Sé que lo harías.

– Vamos. Volvamos adentro a cumplir con nuestro deber. Luego cenaremos con la familia y regresaremos a Havenwoods. Encenderé la chimenea y nos acurrucaremos en la cama.

Ella lo miró con los ojos llenos de lágrimas.

– No puedo. Le prometí a Emma que esta noche me quedaría con ella en el hotel.

– En ese caso, quizá los dos podamos dormir un poco.

La tomó de la mano y la condujo de nuevo al interior de la iglesia. Emma estaba esperando otra vez al inicio del pasillo para repetir el desfile. Jake apretó los dedos de Caley y la soltó para dirigirse hacia el altar y situarse junto a Sam.

– ¿Qué ha pasado? -le preguntó su hermano.

– Nada. Está un poco emocionada por la boda. Cosas de hermanas.

– ¿Estás seguro?

Jake asintió. Estaba seguro. No era nada.

Aquella vez, Caley llegó hasta al altar sin problemas y Jake le sonrió para intentar animarla. Caley tenía razón. No habían dormido mucho en la última semana, y con todo lo que habían hecho sería extraño que ninguno de los dos sufriera las consecuencias.

– La mujer perfecta -murmuró.

– ¿Qué? -preguntó Sam, mirando por encima del hombro.

– Es la mujer perfecta. Emma. ¿No estás de acuerdo?

Sam sonrió y asintió.

– Sí, para mí lo es, desde luego.

– Y cuando encuentras a la mujer perfecta, no la dejas escapar -siguió Jake.

– Voy a casarme con ella, ¿no? -dijo Sam con el ceño fruncido.

El resto del ensayo transcurrió sin incidentes. Jake escuchó atentamente las instrucciones que le daba el reverendo, pero sus pensamientos estaban en otra parte. Podía convencer a Caley para que se quedara. Lo único que tenía que hacer era pedirle que se casara con él. Si lo hacía, ella tendría que creer que la amaba de verdad.

Pero, por muy simple que pareciera, el plan era muy arriesgado. ¿Y si ella lo rechazaba? Casi prefería no saber lo que sentía por él a saber que no lo quería. Volvió a pensar en el ofrecimiento que le había hecho once años atrás. ¿Cuánto valor había necesitado para exponer abiertamente sus sentimientos? ¿Podría él reunir el mismo valor por ella?

Cuando todos los detalles hubieron sido resueltos, Sam y Emma recorrieron el pasillo hacia la salida. Emma aferraba el ramo y parecía exultante. Jake tomó la mano de Caley y juntos se dirigieron hacia el fondo de la iglesia.

La familia volvió a reunirse en el vestíbulo, antes de separarse para ir al restaurante donde se ofrecería la cena de ensayo. Jake esperó hasta que todos hubieran salido y arrinconó a Caley en una escalera a oscuras.

– Tengo que verte esta noche -le dijo en voz baja y apremiante.

– No puedo. Se lo he prometido a Emma.

– Te esperaré en tu habitación en el hotel. En cuanto Emma se haya dormido, reúnete conmigo.

– ¿Y si se despierta o no se duerme?

– No quiero pasar una noche sin ti -insistió él-. Dentro de poco tendré que acostumbrarme a ello, pero no mientras los dos estemos en el mismo pueblo.

No se había dado cuenta hasta ese momento de lo mucho que necesitaba a Caley. Haría cualquier cosa para estar con ella. Y le pediría que se quedara con él aunque ella lo rechazara. Merecía la pena correr el riesgo.

Caley aún seguía librando una lucha contra sus verdaderos sentimientos, pero cuando finalmente se reconciliara consigo misma, todo quedaría muy claro. El único obstáculo era su relación física. El sexo le daba a Caley una excusa para no enfrentarse a lo que sentía por él. El deseo y el placer que compartían podrían distraer a cualquiera… incluido él. Por ello tenía que intentar un acercamiento diferente. Para que aquello funcionara, tenía que permanecer vestido y apartar las manos de Caley.


Jake miró su reloj a la tenue luz de la lámpara. Había supuesto que Emma estaría agotada después de la cena de ensayo y de las seis copas de champán que se había bebido. Pero eran casi las dos de la mañana y no había ni rastro de Caley. Miró el teléfono y se preguntó si debería llamarla. Pero ella sabía que la estaba esperando.

Cerró los ojos y se permitió relajarse por unos segundos. Ella tenía razón. Apenas habían dormido durante la última semana, y la falta de sueño empezaba a pasar factura.

Cuando despertó, no supo cuánto tiempo había pasado. Pero la lámpara de la mesilla estaba apagada y había alguien en la cama, junto a él. Esa persona le había desabrochado la camisa y los pantalones, y le estaba besando el pecho y el abdomen.

– ¿Caley? -murmuró.