– ¿Esperabas a alguien más?
Jake se rió y ella deslizó la mano en el interior de sus calzoncillos.
– No. Tú eres la única que siempre se mete en la cama equivocada.
– Tal vez no fuera la cama equivocada -susurró ella.
Le agarró el miembro y empezó a acariciarlo al tiempo que tocaba el extremo con la lengua. Jake ya estaba excitado, pero no recordaba cómo había llegado a ese estado. Recordaba que quería hablar con ella, pero ya era demasiado tarde para eso. Cerró los ojos y se abandonó a los placeres que ella le ofrecía. Podrían hablar más tarde, pensó mientras sucumbía a la ardiente boca de Caley.
La oscuridad que los rodeaba intensificaba aún más las sensaciones. Caley se había desnudado, y Jake deslizó las manos sobre su piel sedosa, reconociendo sus voluptuosas curvas. Incluso a oscuras era la mujer más hermosa que había conocido.
Ella le apartó lentamente la ropa para seguir besándolo y acariciándolo. Los hombros, los pezones, el vello que descendía hacia su erección… Estaba decidida a seducirlo, y él no iba a detenerla ni a cuestionar sus motivos.
Los labios de Caley volvieron al miembro erecto, llevándolo hasta el límite del orgasmo para luego retirarse en el último segundo. Jake nunca le había cedido tanto control, pero Caley parecía necesitarlo aquella noche. Había una silenciosa desesperación en lo que le estaba haciendo. Cada vez que él hacía ademán de tocarla, ella le apartarla la mano con suavidad pero con firmeza. Finalmente, Jake desistió y le dio lo que ella deseaba… su cuerpo.
Aun así, cuando ella se colocó sobre él, Jake se preguntó si también aceptaría su corazón y el resto de su vida. Necesitaba creer que aquel sentimiento jamás moriría y que tendría toda la eternidad para explorarlo y disfrutarlo. Pero también sabía que el amor podía ser algo efímero y que, aunque ahora estuvieran juntos, tal vez no lo estuvieran más adelante. A pesar de todo, él estaba dispuesto a intentarlo.
Tomó el rostro de Caley entre las manos y la hizo descender para besarla. Jamás podría saciarse de su dulzura, y cuando ella intentó retirarse, él la sujetó con fuerza para impedírselo.
Nunca había sentido nada parecido. ¿De dónde había surgido aquella necesidad frenética por una mujer? ¿Por qué era tan importante poseerla? Era suya, aunque ella no quisiera admitirlo. Su cuerpo le pertenecía. Ningún hombre podría darle tanto placer como él.
– Te quiero -susurró contra sus labios. Lo dijo sin pensar, pero no se arrepentía. Amaba a Caley y nada iba a cambiar eso.
– Yo también te quiero -dijo ella.
En aquel momento, Jake supo que todo saldría bien. Tal vez pasaran semanas o meses, pero finalmente llegaría el día en el que Caley aceptara lo que sentía por él. La agarró por la cintura y la tumbó de espaldas en la cama. Sabía exactamente cómo hacerla llegar al orgasmo y después de cada embestida se retiraba y se frotaba contra su sexo.
Caley gemía y jadeaba, aferrándose con fuerza a sus caderas y clavándole las uñas en las nalgas. Jake también estaba al borde del clímax, pero ignoró las señales y esperó a Caley. Las sensaciones se hicieron más intensas hasta descontrolarse por completo. Pronunciaron palabras entrecortadas que se perdieron en la noche y los dos perdieron el contacto con la realidad.
Caley se arqueó debajo de él y gritó su nombre. Jake sintió sus convulsiones y cómo se disolvía en poderosas sacudidas. La penetró una y otra vez a un ritmo frenético, abandonándose a la descarga de placer hasta quedar completamente exhausto.
Habían traspasado una barrera invisible y habían alcanzado un grado de placer totalmente distinto. Esa vez no sólo habían sido arrastrados por el deseo físico. Sus cuerpos se habían fundido de la manera más íntima posible, pero también lo habían hecho sus almas.
Se tumbó junto a ella y la abrazó, deslizando la pierna entre las suyas.
– Lo decía en serio -susurró-. Te quiero.
– Lo sé. Y yo te quiero a ti.
Se hizo un largo silencio, pero Jake sabía que había más que decir.
– ¿Qué significa eso?
Caley se acurrucó contra él y lo besó en el pecho.
– No lo sé.
Jake podía percibir la amargura en sus palabras. Alargó el brazo y encendió la lámpara, pues quería ver su rostro mientras hablaban. Caley lo miró con ojos muy abiertos.
– Tiene que significar algo, Caley. Nunca le había dicho esas palabras a una mujer, y estoy seguro de que tú serás la única mujer a quien se las diga.
– Jake, hace una semana que estamos juntos…
– Hemos estado juntos toda la vida -replicó él.
– Pero eso no cuenta.
Jake soltó una áspera carcajada.
– ¿Por qué no? Claro que cuenta. Tú me conoces. Caley, y sabes que haré todo lo que esté en mi mano para que esto funcione.
Se levantó de la cama y se puso los vaqueros. Ya era bastante difícil hablar de un asunto tan serio como para hacerlo desnudo.
– No voy a presionarte. Si me quieres, sabes dónde encontrarme.
Caley se incorporó, cubriéndose con las mantas. Jake la observó, esperando una respuesta, alguna señal.
– Me marcharé mañana después del banquete. He recibido una llamada de la oficina. Quieren que esté de vuelta en Nueva York el viernes por la mañana. Tenemos que adelantar la presentación de un cliente.
– No tienes por qué irte -dijo Jake-. Puedes quedarte conmigo. Yo cuidaré de ti.
– No me hagas esto, por favor. No me hagas elegir. Hay gente que depende de mí. No puedo tomármelo a la ligera.
– ¿Y qué pasa contigo? ¿No te mereces algo mejor para ti misma?
Era inútil. Sabía que no podría hacerla cambiar de opinión. No estaba preparada. Pero Jake también sabía que habría otra ocasión. Lo que había pasado entre ellos no podía ser ignorado. Tarde o temprano, Caley se daría cuenta de lo que tenían y volvería con él.
– Deberías volver con Emma -dijo-. Por si acaso se despierta y se pregunta dónde estás -se pasó la mano por el pelo-. Supongo que esto es una despedida -sonrió y sacudió la cabeza-. Adiós, Caley. Ha sido muy bonito.
– Sí, lo ha sido -corroboró ella.
Jake asintió, luchando contra el deseo de estrecharla en sus brazos y besarla hasta que lograra insuflarle un poco de sentido común. Pero lo que hizo fue caminar hacia la puerta y abrirla. Miró atrás por última vez, y la vio sentada en la cama y mirándolo fijamente. Entonces, salió al pasillo y cerró tras él.
Permaneció de pie, mirando la puerta cerrada durante un largo rato, preguntándose si aquello era verdaderamente el final. Siempre había creído que enamorarse sería la solución a todos los problemas. Pero sólo había servido para aumentar la confusión.
Tenía que creer, debía tener fe en lo que sabía que era cierto. Ella lo amaba. Y no podría vivir sin él.
Capítulo 9
Las fotos de la boda habían llegado en el correo del día anterior, pero Caley no tenía valor para abrirlas. Había metido el sobre acolchado en su bolso al salir de su apartamento y ahora lo tenía sobre su escritorio de su despacho.
Sabía lo que encontraría en su interior… fotos felices con rostros sonrientes, como si todos estuvieran pasando el mejor momento de sus vidas en la boda y en el banquete. Pensó en aquella noche. Había sido una boda preciosa y romántica, pero también había sido una de las peores noches de su vida. Peor incluso que la noche en que Jake la rechazó en el lago. Después de hacer el amor con Jake, había vuelto a la habitación de Emma y se había metido en la cama. Pero había sido incapaz de conciliar el sueño, y se había pasado horas mirando al techo, pensando en lo que había sucedido entre ellos.
Las palabras lo habían cambiado todo. La primera vez que Jake las pronunció, ella las había desestimado como una simple expresión de su afecto. Pero la segunda vez había sido algo más. Había sido una promesa. Una promesa que ella quería corresponder.
Hasta ese momento, había intentado ver su relación desde la perspectiva adecuada. Sólo había sido un idilio amoroso, una aventura con un comienzo y un final. Pero entonces Jake había tenido que estropearlo todo. Y ella lo había empeorado todo aún más al responderle con el mismo sentimiento.
Todo había quedado sin resolver. Había cerrado un capítulo abierto de su vida al acostarse con Jake. Pero su breve relación no había sido un final, sino un nuevo comienzo, y Caley se sorprendía imaginándose un futuro con él. No sólo un fin de semana de vez en cuando, ni unas vacaciones ocasionales cuando ambos tuvieran tiempo. Pensaba en algo permanente que pudiera durar toda su vida. Y la única forma de conseguirlo era casándose con Jake.
Abrió cuidadosamente el sobre y sacó las fotos. Habían pasado tres meses, pero recordaba cada momento como si fuera del día anterior. Pasaba noches en vela imaginándose a Jake junto a ella… sobre ella… dentro de ella. Y se preguntaba si él también estaría pensando en lo mismo.
Había estado a punto de llamarlo en incontables ocasiones. Pero entonces recordaba la actitud de Jake en la boda… atento y cortés, pero distante. Le estaba ofreciendo una vía de escape, y ella había sido lo bastante cobarde para tomarla.
Ojeó las fotos hasta que encontró una en la que ella y Emma estaban sentadas a una mesa, con Jake de pie cerca de ellas, observándolas con una media sonrisa. Encontró otra donde él la estaba observando fijamente, y otra más. No se había dado cuenta, pero en casi todas las fotos Jake la estaba mirando con una expresión de… ¿de qué?
Sacudió la cabeza y dejó las fotos para mirar la foto de sus padres que tenía en su mesa. Allí estaba. La misma expresión en el rostro de su padre. Estaba sentado junto a su madre en un picnic, ella sonreía a la cámara y él le sonreía a ella. Era amor, adoración y profundo respeto en la misma mirada.
Respiró hondo y se volvió hacia la pantalla del ordenador. Llevaba todo el día trabajando en un comunicado de prensa y sólo había conseguido acabar el primer párrafo. Debía acabarlo para aquella misma tarde, pero no encontraba la inspiración para anunciar la fusión de dos periódicos.
– ¿A quién le importa? -se preguntó a sí misma, seleccionando el texto con el ratón para borrarlo-. ¿Qué más le dará a la gente quedarse con un solo periódico en lugar de dos? Dentro de unos meses nadie se acordará de esto.
Desde que volvió a Nueva York le había costado mucho concentrarse en el trabajo. Cada vez se irritaba más por los encargos que le asignaban, con su jefe subiéndose por las paredes porque el público no sabía que las patatas fritas de un popular establecimiento de comida rápida estaban hechas con una nueva mezcla de especias.
Delegaba en sus ayudantes todas las tareas posibles y se pasaba el día consultando en Internet los anuncios inmobiliarios de Chicago. No sabía por qué lo hacía, pero se sentía como si estuviera consiguiendo algo. También había tomado la costumbre de ver las fotos de su infancia, intentando averiguar cuándo se había enamorado de Jake.
Levantó una mano y se tocó el cuello con la punta de flecha. Le había parecido ridículo ponérselo después de tantos años, pero era otra de las cosas que la hacían sentirse mejor.
El verano se acercaba y el hielo del lago estaría empezando a derretirse. Los árboles volverían a estar verdes y muy pronto el agua estaría lo bastante cálida para bañarse.
De pronto empezó a sentir aquel temblor tan familiar. La misma sensación de anticipación que siempre había tenido de niña. El verano parecía extenderse ante ella, colmado de promesas y emociones. De Jake Burton.
¿Por qué no ir allí? Podía permitirse otra semana de vacaciones una vez que acabara el proyecto que tenía entre manos. Jake estaría seguramente allí, trabajando en Havenwoods.
Había fantaseado muchas veces con el momento de volver a verse. Y en toda sus fantasías se arrojaban uno en brazos del otro y todo cobraba sentido de repente.
Siempre había usado su trabajo como excusa. Como una razón muy conveniente para evitar el compromiso. Pero su carrera profesional había dejado de importarle. Si quería trabajar, podría encontrar un trabajo en cualquier parte. Tenía talento de sobra y conocía el mundo de las relaciones públicas mucho mejor que todos sus colegas.
Entonces, ¿por qué no lo hacía? Podía ir al despacho de John Walters y presentar su dimisión en aquel mismo momento. Podía recoger las cosas de su mesa, tomar un taxi para ir a casa y hacer el equipaje. En menos de un día podría darle un giro radical a su vida y empezar de nuevo. Tiempo atrás un pensamiento semejante la habría aterrorizado. Pero ahora le resultaba una idea infinitamente tentadora.
El zumbido del interfono la sobresaltó.
– ¿Sí?
– ¿Señorita Lambert? Hay alguien que quiere verla -dijo su secretaria.
– ¿Quién es?
– No puedo decírselo. Es una sorpresa. ¿Puedo hacerle pasar?
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