– ¿Hacerle? ¿Es un hombre? -preguntó, tragando saliva.
– Alto, moreno y atractivo. Dice que es pariente suyo.
– ¿Sonrisa torcida y ojos azules?
– En efecto, señorita Lambert.
Caley tomó aire rápidamente.
– Dame dos minutos.
Se levantó de un salto y agarró el bolso para correr hacia el espejo que tenía en la puerta del despacho. ¡No era así como debía suceder! Necesitaba más tiempo, otro corte de pelo, un vestido bonito, lencería sexy…
Jake le había comentado que a veces iba a la Costa Este por negocios. Pero ¿por qué no la había llamado antes?, se preguntó mientras se aplicaba un poco de carmín y se quitaba la cinta del pelo. No había necesidad de esmerarse tanto. Tal vez Jake temía que ella se negara a verlo. Gimió débilmente. ¿Qué iba a decirle cuando lo viera? ¿La besaría? ¿O sería una situación tensa e incómoda?
Llamaron a la puerta y Caley dio un salto hacia atrás, dejando caer el pintalabios. Lo apartó de una patada y arrojó el bolso a una silla.
– Muy bien -susurró-. Puedo hacerlo. No sabe que he estado pensando en él durante los últimos tres meses. Lo único que supone es que he seguido adelante con mi vida.
Se dispuso a abrir, preparándose para recibir el impacto. Sabía que sería devastador. Pero cuando abrió la puerta, la invadió una profunda decepción.
– Sam -dijo, obligándose a sonreír.
El hermano de Jake le sonrió y levantó las manos.
– ¿Sorprendida?
– Pues claro. ¿Qué haces aquí?
– Voy de camino a Boston para ver a Emma. Tengo una entrevista en la facultad de Derecho de Columbia.
– ¿La facultad de Derecho? ¿Aquí en Nueva York?
– Pensé que, ya que estaba aquí, podía pasarme a ver a mi cuñada favorita -entró en el despacho y miró a su alrededor-. Vaya lujo… Así que esto es el despacho de una socia. Tal vez debería plantearme las relaciones públicas en vez del Derecho.
– Todo es pura fachada -dijo Caley.
Lo miró fijamente mientras Sam se paseaba por el despacho. Hasta ese momento no se había dado cuenta de lo mucho que se parecía a Jake. Sólo con mirarlo volvía a atormentarla el recuerdo de su sonrisa, del brillo de sus ojos… Alejó esos pensamientos de su mente y se apartó de la puerta.
– Siéntate.
– Pensaba que podríamos salir a cenar -sugirió Sam, mirando su reloj-. Son casi las siete. ¿No tienes hambre?
– Tengo que acabar un proyecto y la gente no para de llamar. No puedo irme. Pero quédate un rato y le pediré a mi secretaría que nos traiga unos sándwiches -le sonrió a Sam mientras él tomaba asiento-. Pareces muy maduro con ese traje. Un hombre centrado y casado.
Sam le enseñó la mano con el anillo de boda.
– Gracias a Jake y a ti. De no haber sido por vosotros, no creo que pudiéramos haber superado los tres primeros meses de matrimonio.
Caley sintió que se ruborizaba.
– ¿Cómo puedes decir eso? Casi echamos a perder vuestra boda.
– Nos hicisteis un favor. Emma y yo íbamos a casarnos como un par de ingenuos. Vosotros hicisteis que nos detuviéramos a pensar en lo que estábamos haciendo. Fuisteis mejores que cualquier asesor matrimonial.
– Eso sólo lo dices porque todo ha salido bien.
Sam estiró las piernas y juntó las manos a la nuca.
– ¿No vas a preguntarme?
– Lo siento -murmuró Caley-. ¿Cómo está Emma?
– No me refiero a Emma -dijo él, mirándola a los ojos-. Me refiero a Jake.
– De acuerdo. ¿Cómo está Jake?
– No está muy bien desde que te fuiste. Te echa de menos.
– Yo también le echo de menos -admitió ella-. Somos buenos amigos. Fue muy bonito verlo después de tanto tiempo.
– Sois más que buenos amigos -dijo Sam.
– ¿Qué quieres decir?
– Jake y yo nos emborrachamos una noche viendo un partido de los Bulls y me lo contó todo.
– ¿Todo?
– ¿Puedo darte un consejo? -preguntó Sam-. No tienes por qué seguirlo, pues sabes mejor que yo lo que quieres. Pero creo que Jake y tú estáis hechos el uno para el otro. Sois como un equipo. Vosotros fuisteis la causa de que Emma y yo nos enamorásemos.
– ¿Cómo es posible?
– Los dos envidiábamos la amistad tan especial que os unía. Erais iguales en todo. Emma y yo queríamos algo así, y lo encontramos cuando empezamos a salir -hizo una pausa-. Emma es preciosa, inteligente y divertida, naturalmente, pero fue la amistad lo que selló el compromiso. Hacen falta años para construir una relación como ésa, y vosotros dos ya la tenéis. Contáis con una gran ventaja.
– Pero la amistad no siempre se convierte en amor.
– Jake te ama -dijo Sam-. Y creo que tú también lo amas. Sin embargo, los dos os empeñáis en negarlo.
– Yo no.
– Conozco a mi hermano, Caley. Y sé que la única persona que puede hacerlo feliz eres tú. Si no sientes lo mismo por él, tienes que decírselo a la cara para que pueda seguir con su vida.
– Lo amo.
– El fin de semana del Memorial Day daré una fiesta de graduación para Emma. Estás invitada y espero que vengas. Jake estará allí. Quizá podáis… hablar -se levantó y sonrió-. Esto es lo que venía a decirte. La cena sólo era una excusa. Ahora dime, ¿Chinatown está muy lejos de aquí?
Caley acompañó a Sam al ascensor y le dio un abrazo antes de despedirse con una lista de recomendaciones para su noche en Manhattan. Pensó en acompañarlo, pero era difícil mirar a Sam y no pensar en Jake.
De nuevo en su despacho, se sentó y consultó el calendario. Tenía dos semanas para decidir si iba a casa para la fiesta de Emma o si se olvidaba para siempre de su relación con Jake. Unos pocos días, si esperaba conseguir un vuelo económico.
Agarró el teléfono y llamó a la secretaria de John Walters. Había otras decisiones que tomar, mucho más difíciles que el vuelo a Chicago.
– ¿Alice Ann? Soy Caley. ¿Sigue John ahí? -soltó una temblorosa exhalación-. Tengo que verlo. Voy enseguida.
Se quedó mirando el teléfono durante un largo rato, con la mano inmóvil sobre el auricular. Estaba a punto de cambiar su vida… y todo por un hombre. ¿De verdad estaba preparada? ¿O sólo intentaba cumplir otra estúpida fantasía adolescente?
Miró las fotos y sonrió.
– Por un hombre que me quiere.
Jake estaba de pie junto al embarcadero de Havenwoods con el agua por los muslos.
– Debe de tener cincuenta años, por lo menos -le gritó a Sam.
– ¿Cómo lo sabes?
– Parece muy vieja -respondió, mirando la motocicleta oxidada sumergida a un metro de profundidad. Jake había decidido limpiar la orilla para poder bañarse cuando empezara el calor.
– ¿Puedes traer el todoterreno hasta aquí? -preguntó Sam-. Quizá puedas sacarla del agua.
Jake se pasó la mano por el pelo y miró hacia la orilla.
– No, seguramente se haría pedazos. Está muy oxidada.
– Podemos traer la lancha de papá y remolcarla hasta el centro del lago.
Jake le lanzó una mirada de reproche.
– Eso no sería muy ecológico.
– Pero sería más sencillo -replicó Sam.
– Ve a la cocina y trae esa cuerda que compré. Intentaremos arrastrarla hasta la orilla y sacarla del agua.
Se agachó e intentó desenterrar la rueda trasera de la arena con las manos. Pero no podía alcanzar el fondo sin sumergirse. Se llenó de aire los pulmones y metió la cabeza bajo el agua.
Cuando se le acabó el oxígeno, volvió a emerger y se apartó el pelo del rostro. Levantó la mirada hacia la orilla en busca de Sam, pero fue otra persona a quien vio bajando por el sendero.
– Emma -murmuró, preguntándose cuánto podría ayudarlo.
En los últimos meses, había pensado en Caley cada vez que veía a Emma. Las dos hermanas se reían y movían de una forma similar, e incluso se parecían un poco físicamente. Jake se había sorprendido en más de una ocasión mirando los ojos y la boca de Emma, que tantos recuerdos le traían de Caley. Había intentando olvidarla y seguir con su vida, pero Emma era un recordatorio constante. Y tendría que soportarla durante todo el verano, en Acción de Gracias, en Navidad y en todas las demás fiestas que los Burton y los Lambert pasarían juntos.
Debería estar agradecido por que Caley se quedase en Nueva York, aunque tendría que verla una o dos veces en Navidad. Aún quedaban siete meses para eso, y para entonces ya podría verla sin recaer en ninguna fantasía sexual.
– Emma, dile a Sam que se dé prisa. No voy a quedarme todo el día esperándolo en el agua.
Emma se detuvo en la orilla, observándolo con una mano protegiéndose del sol. Tenía el pelo recogido, pero cuando se giró, Jake atisbo un brillo rojizo y una cola de caballo. Ahogó un gemido en la garganta.
– ¿Caley?
Ella se acercó un paso más, y en aquel momento Jake supo que era ella. Se había preguntado miles de veces cómo reaccionaria cuando volviera a verla, y ahora lo sabía. Fue como recibir un puñetazo en el estómago que lo dejó sin respiración.
A medida que se acercaba, pudo distinguir sus rasgos. Caley lo miraba con suspicacia, y Jake supo que estaba tan nerviosa como él. Sólo habían pasado tres meses… a paso de tortuga… pero ahora parecía que el tiempo se había detenido. Jake se obligó a sí mismo a respirar y avanzó lentamente hacia la orilla.
– He venido por la fiesta de Emma -dijo Caley.
A Jake le gustó que su reencuentro la afectase a ella tanto como a él. Prueba de ello era que no se le ocurría nada más interesante que decir.
– Me lo figuraba.
– Pensé que sería mejor si nos veíamos antes. No… no quería sorprenderte… de esta manera.
Él asintió, recorriendo su apetitoso cuerpo con la mirada. Al instante, sintió cómo una ola de calor se concentraba en su entrepierna. No había tenido sexo con nadie desde que ella se marchó, y por primera vez en tres meses volvía a sentirlo. Gracias a Dios llevaba unos pantalones lo suficientemente holgados para ocultar la erección.
– Buena idea -murmuró-. ¿Cómo has estado este tiempo?
– Muy bien -respondió ella-. Ocupada. Quería llamarte, pero…
Él esperó un rato, preguntándose si ella acabaría la frase. Al no ser así, decidió intentarlo.
– Pero ¿tal vez tenías el teléfono enterrado bajo una montaña de papeles? ¿O estabas en coma en algún hospital? ¿O quizá estabas en alguna misión de la CÍA?
Una tímida sonrisa asomó a los labios de Caley.
– Pero no sabía lo que quería decir -concluyó-. Y sigo sin saberlo.
– Podrías decirme que me has echado de menos -sugirió Jake-. Sería un buen comienzo.
– Muy bien. Te he echado de menos. Mucho.
Jake salió del agua y se acercó a ella.
– Cuando dos personas se encuentran después de tanto tiempo, normalmente se dan un beso. Sobre todo si se han echado de menos. Creo que es una tradición -se inclinó hacia delante y le rozó los labios con los suyos.
Su intención había sido darle un beso casto y platónico. Pero en cuanto sus bocas entraron en contacto, una corriente de deseo ardió entre ellos, tan fuerte como un relámpago en una tórrida noche veraniega.
La agarró por la cintura y tiró de ella hacia él para besarla de nuevo, esa vez con más pasión que antes. Ella se rindió al asalto, como si también estuviera desesperada por devorarlo.
Le recorrió el cuerpo con las manos, palpando aquellas curvas tan familiares. Caley llevaba una camisa de algodón y una falda ceñida. Sin decirle nada, Jake la agarró de la mano y la llevó hacia la cocina.
Una vez dentro, fue al cuarto de baño y agarró una toalla para secarse el pelo y el pecho. Entonces se quitó los zapatos mojados y se enjuagó los pies en la ducha. Ella esperaba en el centro de la habitación, mucho más hermosa de lo que él la recordaba.
– Es extraño -dijo-. Me siento como me sentía el primer día de las vacaciones de verano, cuando te veía después de todo un año. Nunca sabía lo que debía decir. Cada verano, me pasaba horas pensando en un saludo ingenioso.
– Deberías haberme besado -dijo ella.
– Ahora puedo verlo -cruzó la habitación y le rodeó la cintura con los brazos-. ¿Cómo has estado? Y no me hables de trabajo.
– He estado… confusa -admitió Caley-. Supongo que es la mejor manera de definirlo. Pero he empezado a simplificar mi vida.
– Te he echado de menos, Caley. No tengo miedo de reconocerlo.
– Me alegro -murmuró ella, y le puso una mano temblorosa sobre el pecho. Le recorrió con los dedos el vello que descendía hacia el vientre y Jake cerró los ojos para deleitarse con su tacto.
Quería desnudarla y llevarla a la cama, para demostrarle que el deseo seguía vivo entre ellos. La miró a los ojos y supo que no podría rechazarlo. Pero el sexo no solucionaría sus problemas. Tenían que encontrar una manera de estar juntos, y no sólo físicamente.
– ¿Cuánto tiempo vas a quedarte?
Caley se encogió de hombros.
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