Las casas que se alineaban junto a la orilla estaban a oscuras, casi todas ellas deshabitadas durante los meses de invierno, y Caley escudriñó los buzones a través de la nieve. Pasó junto al camino de entrada de los Burton, vecinos de sus padres, y subió por la pequeña pendiente entre los árboles sin hojas, conteniendo la respiración hasta que detuvo finalmente el coche. Una luz brillaba débilmente al final del camino. El agente Jeff siguió por la carretera, aparentemente satisfecho de que Caley hubiera llegado a su destino.

Apagó el motor y contempló la casa a través del cristal helado del coche. En invierno ofrecía una imagen aún más pintoresca. El tejado cubierto de nieve, los carámbanos colgando de los canalones sobre la blanca fachada de madera… Mirándola, Caley supo que sería imposible trabajar mientras estuviera allí con su familia. Y aunque necesitaba un respiro laboral, sabía que no podía permitírselo. De modo que había reservado una habitación para la noche siguiente en el hotel del pueblo. Entre los tres niños de Evan y el escándalo de su ruidosa familia, Caley estaba convencida de que necesitaría un lugar donde refugiarse.

Salió del coche y agarró las bolsas del asiento trasero. No pudo evitar una mirada por encima del hombro hacia la casa de los Burton. Había una luz encendida en la cocina, pero el resto estaba a oscuras. Sin duda Ellis y Fran Burton estarían en la fiesta de aniversario, pero aunque no había ningún motivo para invitar también a sus hijos, Caley se preguntó si habría alguna posibilidad de ver a Jake… y qué ocurriría si así fuera. ¿Se acordaría Jake de aquella noche en la playa, o se comportaría como si nada hubiera sucedido?

Habían pasado once años, pensó Caley. Era hora de dejarlo atrás. Se había enamorado siendo una cría, y no había vuelto a ver a Jake desde la noche antes de marcharse a la Universidad de Nueva York. Hasta ahora, el recuerdo de aquella noche siempre la había sumido en el remordimiento y la humillación. Pero ahora eran adultos, y si él quería revivir aquella indiscreción adolescente, ella tendría que negarse. Jake había cometido muchos errores en su juventud y no querría sacarlos a la luz delante de su familia. Caley intentó recordar algunos de ellos por si acaso necesitaba algo con lo que atacar.

Se habían metido en toda clase de problemas. Incluso ahora, Caley seguía sorprendiéndose de no haber acabado siendo una delincuente juvenil. Pero Jake y ella habían formado una pareja y ella había sido la única de los Burtbert que había aceptado sus desafíos.

Sonrió. Una vez habían atrapado una ardilla y la habían soltado en el coche del jefe de policía. En otra ocasión le habían robado una bicicleta al abusón del pueblo. A la mañana siguiente, el chico encontró la bici balanceándose en el agua, junto a la playa pública. Aquella proeza les hizo ganarse la admiración de muchos, aunque nunca admitieron ser los responsables. Y otras muchas veces se refugiaban en su «fortaleza», una cabaña abandonada en la orilla oriental del lago.

La casa estaba oscura y en silencio. Nadie cerraba la puerta cuando la familia estaba en casa. Caley permaneció de pie en el amplio vestíbulo y respiró hondo para aspirar el olor familiar… agua, hojas, madera barnizada y velas de vainilla que a su madre le gustaba encender para contrarrestar la humedad del aire. Tiempo atrás Caley había conocido cada rincón de aquella casa. Había sido su castillo particular.

Subió lentamente por la escalera y recorrió el pasillo hacia su dormitorio. Pero cuando empujó la puerta vio que la habitación ya estaba ocupada… por los hijos de Evan. Dos en la cama y el más pequeño en una cuna portátil. Cerró con cuidado la puerta y siguió por el pasillo. Seguramente Emma tendría espacio en su cama. Entró en la habitación de su hermana y cerró la puerta tras ella. Dejó la bolsa en el suelo y caminó hacia la cama. Hacía frío, y Emma estaba arropada con un edredón y con la cabeza bajo la almohada.

– Emma… -susurró Caley junto a la cama, quitándose la chaqueta y los zapatos. Emma siempre había tenido el sueño muy profundo.

Caley se sentó en el borde de la cama. Quizá hubiera un sofá vacío por alguna parte, pero estaba demasiado cansada para ponerse a buscar. Dormiría algunas horas y por la mañana iría al hotel.

Se quitó los vaqueros y se metió bajó el edredón, tapándose hasta la barbilla. Cerró los ojos y recordó el último verano que había pasado en la casa del lago. Jake había vuelto a casa por vacaciones después de su segundo año en la universidad, y nada más verlo, Caley había perdido la cabeza por él. Era tan guapo y sexy que no podía vivir sin él.

El verano pasó sin que Caley consiguiera que se fijase en ella. Finalmente, la noche que cumplía dieciocho años, decidió jugárselo el todo por el todo. Sólo quedaban unos días para que empezaran las clases y ella no quería ir a la universidad siendo virgen. De modo que hizo acopio de valor, llevó a Jake al lago, se quitó la camiseta y le pidió que la convirtiera en una mujer.

Ahogó un gemido y se subió el edredón hasta la nariz. Incluso después de tantos años, el recuerdo de su estúpida proposición bastaba para que le ardieran las mejillas. Cerró los ojos y rezó en silencio para que Jake no apareciera en North Lake hasta que ella se hubiera marchado.

Seguramente estaba a muchos kilómetros de allí, pensó. Compartiendo la cama con otra mujer, quizá. Frunció el ceño por la punzada de celos que la traspasó. La pasión que sentía por Jake se había consumido mucho tiempo atrás. No, no podían ser celos… Era algo más parecido a la envidia, por haberse imaginado a Jake feliz y enamorado.

Probablemente tendría todo lo que siempre había deseado en la vida, mientras que ella aún intentaba averiguar qué necesitaba para ser feliz.

Siempre había pensado que tendría las respuestas cuando llegara a los treinta. Pero estaba a punto de cumplir los veintinueve. El tiempo se agotaba.

Tal vez una semana lejos de Nueva York y de la vida que se había construido le diera un poco de perspectiva. Bostezó y se echó un brazo sobre los ojos. Tendría tiempo para pensarlo por la mañana. Ahora necesitaba dormir.


El sonido de un móvil despertó a Jake Burton de un sueño plácido y profundo. Gruñó y se dio cuenta de que la melodía electrónica no correspondía a su móvil. Y entonces sintió la presencia de un cuerpo cálido junto a él.

Al principio pensó que estaba soñando, pero el peso de la pierna sobre sus muslos era completamente real, así como el olor a cítricos de sus cabellos. Intentó mover el brazo y comprobó que ella tenía la cabeza acurrucada contra su hombro.

«Un nombre», se dijo a sí mismo. Estaba en la cama con una mujer de la que no podía recordar su nombre. Había tenido muchas aventuras de una sola noche en su vida, pero últimamente había renunciado a ellas.

El teléfono siguió sonando, hasta que la melodía cesó bruscamente. ¿Dónde se habían conocido? ¿Dónde había estado la noche anterior? Esperó que lo invadieran los síntomas de la resaca, pero estaba seguro de no haber bebido. Pero entonces, ¿por qué no recordaba a aquella mujer?

– Piensa -susurró mientras abría lentamente los ojos. Al principio no supo dónde estaba, pero entonces lo recordó. Estaba en casa de los Lambert. En el dormitorio de Emma. Pero entonces, ¿quién demonios estaba en la cama con él? ¡No podía ser su futura cuñada!

Se apoyó en el codo y miró el reloj. Eran las seis de la mañana. Bajó la mirada a su compañera de cama y con mucho cuidado le apartó el pelo ondulado del rostro.

– Maldita sea… -masculló, retirando la mano. Habían pasado años… once, para ser exactos, pero jamás podría olvidar su hermoso perfil, su nariz pecosa y respingona, su piel perfecta y sus largas pestañas.

Seguía exactamente igual a como él la recordaba, sólo que Caley Lambert ya no era una adolescente desgarbada, sino una mujer adulta. Bajó la mirada a sus labios, suaves, carnosos y ligeramente entreabiertos. Una mujer adulta y muy, muy sexy. Pero ¿qué demonios hacía en su cama?

Reprimió el impulso de tocarle la cara. Dios, cómo recordaba aquellos impulsos… ¿Cuántas veces había sentido el deseo de besar a Caley Lambert? ¿Cien, doscientas? Cuando ella cumplió dieciocho años, Jake necesitó toda su fuerza de voluntad para contenerse, y la única forma de conseguirlo había sido evitándola deliberadamente.

Pero ahora que tenía la oportunidad… ¿por qué no aprovecharla? ¿Por qué no descubrir lo que se había estado perdiendo durante tantos años?

Le apartó un mechón y se inclinó hacia su rostro hasta rozarle los labios con los suyos. Al separarse, ella se removió y abrió los ojos. Se le escapó un débil suspiro y sonrió.

Jake la observó con recelo. Era obvio que buscaba algo, o de lo contrario no se habría metido en la cama con él. Era una actitud bastante descarada, teniendo en cuenta que los padres de Caley estaban durmiendo en el otro extremo del pasillo, pero Caley siempre había sido conocida por su descaro, y parecía que se había vuelto aún más audaz desde la última vez que la vio. Al fin y al cabo vivía en Manhattan… Jake había visto Sexo en Nueva York y sabía cómo eran las mujeres solteras de la Gran Manzana.

– ¿Quieres que vuelva a besarte? -le susurró.

– Umm… -murmuró ella, apoyando la cabeza en su pecho desnudo.

«Umm» podría interpretarse como una respuesta negativa, pero Jake decidió que, combinado con su adormilada sonrisa, sugería lo contrario.

Se estiró junto a ella, entrelazó las manos en sus cabellos y la besó suavemente en los labios. Ella pareció fundirse con él, apretándose contra su cuerpo mientras otro suspiro escapaba de su garganta. En su juventud, besar a Caley se había convertido en una obsesión, y ahora se hacía por fin realidad. Jake estaba fascinado por las sensaciones que recorrían sus venas.

¡Sólo era un beso! Pero era como si todo el deseo contenido desde su juventud hubiera sido liberado de repente. Y ahora podía imaginarse qué podría pasar entre ellos…

Su reacción al beso había sido tan inmediata como intensa. Había pasado mucho tiempo desde que había estado con una mujer. Durante el último año se había sorprendido buscando algo muy difícil de encontrar… una mujer fuerte e independiente que no tuviera miedo de ser ella misma. Estaba harto de aquellas mujeres que se adaptaban a sus gustos en un intento por agradarlo.

Sonrió. Había conocido a Caley desde muy joven, y sabía que era tal y como se mostraba. Seguro que seguía siendo tan cabezota y decidida como había sido de pequeña. Dios, cuánto la había admirado… Era la única chica que se había atrevido a desafiarlo.

La mano de Caley bajó por su espalda, y la palma cálida y suave se deslizó bajo el elástico de sus calzoncillos. Jake contuvo la respiración mientras ella avanzaba con los dedos hacia la cadera. No se había despertado con una erección, pero lo había remediado rápidamente al besarla.

La colocó debajo de él, con los dedos aún entrelazados en sus cabellos, y unió su boca a la suya. Sus caderas se frotaron y la erección de Jake quedó aprisionada entre los cuerpos. Había algo excitante y prohibido en aquellas caricias.

– Jake -susurró ella.

El sonido de su nombre en los labios de Caley fue como alimentar un fuego con gasolina. El deseo se avivó y el beso se hizo más voraz y apasionado.

Era Caley, la chica a la que había conocido desde siempre y a la que había procurado evitar a toda costa. Pero ahora podía ser suya, allí, en esa cama. No había nada que pudiera detenerlos. El momento nunca había sido el adecuado, pero su instinto le decía que la ocasión perfecta había llegado.

Mientras la besaba, se vio atrapado en una fantasía mil veces revivida en sus sueños. Deslizó la mano bajo su camiseta y le acarició el pezón con el pulgar a través del sujetador. Ella se estremeció y se arqueó contra él, pero sin abrir los ojos. Un pensamiento inquietante asaltó a Jake, y por un momento temió que estuviera dormida y soñando. Se apartó y la observó atentamente mientras seguía acariciándole el pecho.

– ¿Caley?

– ¿Jake? -murmuró ella.

– Abre los ojos.

Ella los abrió y lo miró fijamente. Al principio con una expresión vacía, y enseguida con desconcierto.

– Buenos días -murmuró él.

Caley frunció el ceño y se frotó los ojos con los puños. Un grito de pánico salió de sus labios, se apartó de él con un empujón y se cayó de la cama, con las piernas desnudas enredadas en el edredón.

– ¿Qué… qué estás haciendo en mi cama?

– Creo que la pregunta apropiada sería… ¿qué estás haciendo tú en mi cama?

– No es tu cama. Es la habitación de Emma. Es su cama… -parpadeó frenéticamente-. Y tú no eres ella.

– Emma se está alojando en el hotel del pueblo para tener un poco de paz y tranquilidad. No quedaba sitio en nuestra casa, y tu madre me ofreció la última cama libre.