– Yo la llevaré -se ofreció Jake, apretando la mano de Caley-. Tengo que hacer algunos recados en el pueblo.

– Puedo ir yo sola -protestó Caley, apartando la mano.

Jean le sonrió a Jake.

– Gracias, cielo. Sabía que podía contar contigo -juntó las manos y miró a Jake y a Caley-. Es estupendo volver a veros a los dos juntos. ¿Cuánto tiempo ha pasado?

– Once años -respondió Caley. Agarró su plato y se levantó-. Tengo que hacer unas llamadas. Y puedo ir yo sola al pueblo. Tengo que pasarme por el hotel antes de ir a probarme ropa -fulminó a Jake con la mirada y salió de la cocina.

Jake se levantó y llevó su plato al fregadero.

– Todo sigue igual… Vamos, Teddy, tenemos que cargar esa leña.

– Oh, yo creo que algo sí ha cambiado -dijo Teddy, riendo, mientras se ponían los abrigos.

– No creo que necesites ayuda con la leña -replicó Jake.

– Lo siento -murmuró Teddy.

Jake siempre había podido ocultar sus sentimientos hacia Caley. Pero desde que la encontró aquella mañana abrazada a él en la cama, supo que quería explorar esos sentimientos. Ya no eran jóvenes. Eran personas adultas y no había reglas para separarlos. Era el momento de poner a prueba la atracción que ardía entre ellos, y él estaba decidido a hacerlo.

Capítulo 2

La nevada se hizo más intensa a medida que transcurría la mañana. Caley observaba los copos desde el estudio de su padre. Había intentado trabajar un poco, haciendo llamadas a la oficina e intentando enviar un informe por módem. Decidió esperar hasta que tuviera una mejor conexión a Internet en el hotel, y mientras tanto le envió un mensaje de texto a su secretaria.

Era imposible concentrarse en el trabajo, porque sus pensamientos volvían una y otra vez al dormitorio y al beso que Jake y ella habían compartido. Un escalofrío le recorrió la columna y le puso la carne de gallina. Normalmente le resultaba muy sencillo centrarse, pero un solo beso… dos, en realidad, habían bastado para ocupar sus pensamientos.

Cerró el ordenador portátil y recogió sus cosas. Tenía que ir al hotel y a probarse el vestido, pero lo primero sería desenterrar su coche. Recordó la oferta de Jake, pero decidió no tentar a la suerte. Besarlo había sido demasiado fácil… ¿Qué podría ocurrir si volvían a estar juntos y a solas?

Encontró ropa de invierno en el armario del vestíbulo y se puso una chaqueta, unas botas, guantes y una gorra. Se guardó el móvil en el bolsillo y salió a espalar la nieve, contenta de tener una distracción en la que ocupar sus pensamientos.

Habían pasado otras cosas en aquella cama, e intentó recordar los detalles entre los recuerdos difusos. Había tenido un sueño maravilloso en el que Jake sucumbía finalmente a sus encantos. Se había pasado casi toda su adolescencia fantaseando con aquel momento en el que Jake la estrechaba entre sus brazos para besarla; no era extraño que aquellas imágenes la hubieran invadido al volver a North Lake.

Sí, la había besado. Pero los cielos no se habían abierto ni se había oído música celestial. Un pequeño coro, en todo caso. Al fin y al cabo, tendría que ser una mujer de hielo para no reaccionar.

Mientras empezaba a apartar la nieve, recordó el deseo que había prendido en su interior en cuanto los labios de Jake tocaron los suyos. Había deseado desesperadamente que siguiera, que aquel beso fuera un comienzo en vez de un final. Había deseado que Jake la desnudara por completo y le besara la piel desnuda, que la llevara de nuevo a la cama y la sedujera hasta que su roce la hiciese temblar.

Una vez había imaginado que Jake era su príncipe azul, noble y puro. Ahora lo veía como un hombre con una sonrisa letal, un cuerpo increíble y una mirada que la hacía estremecerse.

Hizo una pausa en su tarea y respiró hondo, intentando calmar su pulso acelerado. No debía de ser muy difícil dejar que la naturaleza siguiera su curso. Jake parecía muy interesado aquella mañana… más que interesado, si el bulto de sus calzoncillos significaba algo. Y no sería como seducir a un desconocido. Lo había deseado durante tanto tiempo que, ¿por qué no disfrutar de Jake mientras pudiera?

Había salido de Nueva York en un estado de confusión absoluta, buscando la llave de la felicidad. Acostarse con Jake podría hacerla feliz durante un corto periodo de tiempo. Y aunque había puesto en duda sus habilidades como amante, estaba convencida de que disfrutaría siendo seducida por él. Jake había cambiado.

Volvió a sentir un escalofrío. Se había convertido en un hombre arrebatadoramente apuesto y atractivo.

Suspiró soltando una nube de vapor. Su mente racional le decía que no necesitaba añadir más complicaciones a su vida. Pero acostarse con Jake no sería tan complicado… y sí tremendamente excitante y satisfactorio. Cerró los ojos y volvió a respirar hondo. ¿Era Jake lo que realmente deseaba o simplemente era alguien, cualquiera, que podía hacerla sentirse mejor?

Casi había despejado uno de los neumáticos cuando Jake apareció en un todoterreno. Tocó el claxon y bajó la ventanilla con una sonrisa.

– Sube. Te llevaré al pueblo. No podrás desenterrar el coche tú sola.

Caley aguantó la respiración mientras lo miraba. En la cama tenía un aspecto muy sexy, con sólo unos calzoncillos, el pelo revuelto y una barba incipiente oscureciéndole la mandíbula. Pero ahora ofrecía una imagen irresistible. Caley bajó la mirada a su boca y se preguntó cuándo volvería a besarlo. Rápidamente siguió apartando la nieve, temerosa de no poder resistirse.

– Puedo… puedo ir yo sola.

– Vamos, Caley. Tardarás horas en retirar la nieve.

Ella miró por encima del hombro, dispuesta a asumir la derrota… tanto con el coche como con los encantos de Jake.

Él se bajó del vehículo, le quitó la pala para dejarla en un montón de nieve y le tendió la mano.

– Vamos.

Caley le miró los dedos, largos y delgados. Un recuerdo vago pasó por su cabeza. Jake la había tocado aquella mañana. No había sido parte del sueño. Sus dedos habían bailado sobre su piel, y su tacto había despertado sensaciones largamente dormidas.

Aceptó su mano dubitativamente y él la condujo hacia el todoterreno. Abrió la puerta del pasajero para ayudarla a subir y él rodeó el vehículo para sentarse al volante. En realidad, Caley tenía miedo de conducir ella sola hasta el pueblo, sobre todo por West Shore Road. Bastaría un patinazo en la peligrosa carretera para escuchar los sermones de Jake.

– Abróchate el cinturón -le dijo él.

Caley se volvió hacia él.

– Creo que tenemos que dejar una cosa muy clara. Ya no estoy enamorada de ti. Cualquier sentimiento que pudiera albergar de joven se desvaneció hace tiempo. Así que no te comportes como si me tuvieras comiendo de tu mano, porque no es así.

Se giró de nuevo hacia el parabrisas, avergonzada por su arrebato. Normalmente tenía mucho cuidado con sus palabras. ¿Qué tenía Jake para hacerla sentirse como una adolescente engreída? ¿Por qué siempre tenía que provocarla?

Jake puso el coche en marcha y descendieron por el camino de entrada. El todoterreno resistía fácilmente la ventisca y las malas condiciones, pero Caley no estaba dispuesta a darle la satisfacción a Jake.

– ¿Estabas enamorada de mí? -le preguntó él-. ¿Cuándo fue eso exactamente?

– Hace años -murmuró-. Apenas duró una semana. No lo recuerdo bien.

– Entonces, ¿ahora no sientes la menor atracción hacía mí? -insistió él, esbozando una media sonrisa irónica.

– No -mintió ella.

Jake pareció reflexionar sobre su respuesta por un rato.

– Lástima. Porque yo aún me siento atraído por ti. Sí, ya lo sé… Es increíble, ¿verdad?

– ¿Aún? -preguntó ella, aturdida por su declaración.

– Sí, aún. Siempre me pareciste una mujer muy sensual.

Caley se echó a reír por el descarado comentario.

– Por favor…

– No, en serio. Vamos, Caley. Mírate. Un hombre tendría que estar loco para no darse cuenta. Eres hermosa, sofisticada e inteligente.

Caley no supo si se estaba burlando de ella o si le decía la verdad, pero en cualquier caso la hizo sentirse mejor. Sonrió.

– Todos los chicos estaban enamorados de ti aquel verano, antes de que te fueras a la universidad.

– Ahora sí sé que estás mintiendo… Pero sigue.

– Les dije que estabas comprometida.

Ella frunció el ceño.

– Pero no lo estaba. ¿Por qué les dijiste eso?

– Porque sólo querían una cosa de ti, y yo no quería que intentaran nada. No creía que estuvieras preparada para eso. Y… quizá porque me sentía un poco posesivo.

– Tú fuiste la razón de que me fuera a la universidad siendo virgen.

– Créeme, te habría ayudado a resolver ese detalle, pero no estaba seguro de ser el hombre adecuado para ello -hizo una pausa-. Supongo que lo pudiste solución hace tiempo…

Caley se echó a reír.

– ¿Me estás preguntando si soy virgen? Tengo veintiocho años.

– Te estoy preguntando si encontraste al hombre adecuado. Teddy comentó que estás viviendo con un abogado.

Caley abrió la boca para decirle que Brian debía de estar sacando sus cosas del apartamento mientras ellos hablaban. Pero aquella confesión la dejaría sin ninguna defensa contra la seducción.

– Sí. Llevamos juntos un par de años. ¿Qué me dices de ti?

En realidad no quería saber la respuesta. Quería creer que ella era la mujer de su vida. Pero era una vana ilusión. Jake era un hombre demasiado atractivo.

– No hay nadie especial -dijo él-. Supongo que me estaba reservando para ti.

Caley se mordió el labio y fijó la vista en la carretera. ¿Por qué le estaba diciendo esas cosas? ¿La estaba poniendo a prueba? A Jake siempre le había gustado provocarla, pero aquello era distinto. Era como si la estuviese desafiando a que se tomara en serio sus palabras.

Condujeron un rato en silencio. Caley sacó el móvil y empezó a escribirle un mensaje de texto a su secretaria.

– ¿Siempre llevas ese trasto contigo?

– Tengo que estar localizable. Hay mucha gente que cuenta conmigo.

– Esa gente puede arreglárselas sola. Tómate un descanso. Se supone que estás de vacaciones.

– Los socios no se toman vacaciones -replicó ella. Aun así, metió el móvil en el bolso sin acabar el mensaje.

Una pregunta la asaltaba. Nunca había tenido el coraje para formularla, pero necesitaba la respuesta.

– Si tan atraído te sentías por mí, ¿por qué me rechazaste aquella noche?

Él sonrió, pero sin apartar la vista de la carretera.

– Acababas de cumplir dieciocho años y yo ni siquiera tenía veinte. No me pareció que fuera el momento apropiado. Pensé que tu primera vez debía ser perfecta. No estaba seguro de poder darte lo que merecías -la miró de reojo-. Te hice un gran favor, Caley. No quería que te arrepintieras de tu primera experiencia.

Caley se recostó en el asiento y miró por la ventanilla. Aquellas palabras suavizaban el recuerdo de la humillación, pero le costaba creer que Jake fuese tan noble con esa edad.

– Me quedé destrozada -dijo.

Él alargó un brazo hacia ella y le rodeó la nuca con la mano. A Caley se le aceleró el pulso y sintió una oleada de deseo mientras los dedos de Jake se entrelazaban en sus cabellos.

– Lo siento -dijo él, obligándola a mirarlo-. Pero, si te sirve de consuelo, estaría encantado de hacerlo ahora.

Caley no pudo evitar una carcajada al ver su sonrisa irónica.

– Te avisaré si cambio de opinión.

– Eh, me han dicho que lo hago muy bien…

– Eso es porque las mujeres que se acuestan contigo no ven más allá de tu bonito rostro. Te dirían lo que fuera con tal de atraparte.

Jake se salió de la carretera y detuvo el coche en el arcén.

– Mis encantos han surtido efecto contigo esta mañana…

– Estaba dormida.

– Dijiste mi nombre.

Ella se encogió de hombros, intentando mantener la compostura. Pero le resultó imposible. Le temblaban las manos y sentía que empezaba a marearse.

– Pues ya no me hacen efecto. Adelante. Bésame. Ya verás como no reacciono -era un desafío muy pobre, pero no le importaba. Quería besarlo otra vez y no podía esperar más.

Para su sorpresa. Jake aceptó el reto y le tomó el rostro entre las manos para besarla. Al principio fue un beso lleno de frustración, pero luego se hizo más suave y Jake introdujo la lengua entre sus labios.

Caley lo agarró por el abrigo y tiró de él hacia ella. No podían estar lo bastante cerca. Se lanzaron a una frenética búsqueda de sus cuerpos. Ella sabía que debería parar, pero el sabor de Jake, su olor y su tacto eran un estímulo irresistible, como una danza de carnaval que la asustaba y atraía por igual.

Jake estaba excitado, y a Caley le encantó que él tampoco pudiera resistirse.