– ¿Qué demonios me estás haciendo? -murmuró él, echándole el aliento en la oreja-. Tienes novio… Vives con él…

– Hemos roto -dijo ella, frotándose el rostro contra su cuello.

Jake la agarró por los hombros y la apartó para mirarla fijamente a los ojos.

– No juegues conmigo. Caley.

– No estoy jugando. Te juro que hemos roto. Se ha acabado.

Él le pasó el pulgar sobre el labio inferior.

– En ese caso, ¿podemos dejar de fingir? Soy lo bastante maduro para reconocer que te deseo. Y creo que tú también me deseas, ¿cierto?

– Quizá -murmuró ella.

– No, nada de quizá -replicó él, sacudiendo la cabeza.

– De acuerdo. Admito que existe atracción entre nosotros.

– ¿Y qué vamos a hacer al respecto?

Caley frunció el ceño.

– No lo sé. Podría ser complicado.

Él se echó hacia atrás y sonrió.

– Cuando tengas claro lo que quieres, házmelo saber -dijo.

Caley soltó un débil gemido. ¿Qué estaba haciendo Jake? ¿No debería estrecharla entre sus brazos y besarla hasta que se le despejaran todas sus dudas? ¿O seducirla sin ningún respeto por sus reservas? ¡No podía dejar la elección en sus manos!

– Lo haré -dijo en voz baja.

Jake se enderezó y volvió a sentarse al volante.

– Será mejor que sigamos…

Cuando llegaron a la pequeña tienda del pueblo, Jake se bajó del vehículo y lo rodeó para abrirle la puerta a Caley. Los Burton siempre habían tenido unos modales impecables.

– Ten cuidado -dijo él, agarrándola por la cintura-. El suelo está muy resbaladizo.

Mantuvo las manos en sus caderas y bajó la mirada hasta su boca. Permanecieron inmóviles unos instantes, despidiendo nubes de vapor entre ellos. Finalmente, Caley se puso de puntillas y lo besó ligeramente en los labios.

– No estoy jugando contigo -susurró-. Simplemente me apetece volver a besarte.

– Y a mí también -respondió él. La abrazó por la cintura y la apretó contra su cuerpo. Pero cuando estaba a punto de besarla se vio interrumpido por unas risas. Caley se giró y vio a dos chicas librando una guerra de nieve-. No es nadie conocido -susurró.

– Si hacemos esto, no podemos permitir que nadie lo sepa -observó ella.

– No voy por ahí alardeando de mis besos.

– Lo digo en serio. Tiene que quedar entre nosotros. Y sólo puede ser sexo. Nada más.

– ¿Amigos con derecho a roce? -preguntó él en tono jocoso.

Ella asintió.

– Vuelvo enseguida -dijo, mirando hacia la tienda.

– Voy contigo.

– ¿Es prudente?

– No voy a seducirte en un lugar público, puedes estar tranquila. Y no creo que la señorita Belle vaya a hablarles a nuestros padres de nosotros.

La siguió hacia la puerta y le puso una mano en el trasero mientras Caley pasaba al interior. Fue un gesto muy simple, pero Caley se dio cuenta de que Jake estaba aprovechando cualquier oportunidad para tocarla.

La dueña de la tienda, la señorita Belle, los saludó y se llevó a Caley a los probadores.

– ¿Tú también vienes? -le preguntó a Jake.

– Oh, no -dijo Caley-. No es mi… Bueno, sólo es un… No creo que le interese mucho.

– Os acompaño -dijo Jake, dedicándole una picara sonrisa a Caley-. Me interesa mucho.

Caley se llevó el vestido al probador y se desnudó rápidamente. El vestido parecía muy discreto en la percha, pero una vez puesto era otra cosa. La tela se ceñía a sus curvas, el modesto escote se abría en forma de V por la espalda y las mangas largas se ajustaban a sus brazos. Se quitó el sujetador y se giró para examinarlo por detrás. Emma había acertado con la talla, y había elegido un vestido que causaría sensación en la boda.

Abrió la puerta y salió del probador. Jake había estado sentado en un banco, pero nada más verla se puso en pie de un salto y ahogó un débil gemido.

– Cielos… -murmuró-. Vaya vestido.

Caley se pasó las manos por las caderas mientras se daba la vuelta.

– Es precioso, ¿verdad?

– ¿Llevas ropa interior?

Ella le lanzó una mirada severa.

– Es demasiado estrecho.

– Así que no vas a llevar ropa interior… ¿Dónde se supone que voy a poner las manos cuando bailemos? Va a ser un problema muy serio…

– ¿Acaso vamos a bailar?

– Eres dama de honor y yo soy el padrino. Creo que un baile es obligatorio, por lo menos.

La señorita Belle se acercó y examinó atentamente a Caley.

– Subiremos un poco las mangas. Suponía que irías sin… -señaló el pecho de Caley.

– ¿Tengo elección? -preguntó Caley.

– Tenemos sujetadores adhesivos.

– ¿Podemos verlos? -preguntó Jake con una expresión de inquietud.

Caley negó con la cabeza.

– Así estará bien.

La señorita Belle le tendió una caja de zapatos.

– Pruébate los zapatos para que pueda examinar el bajo.

Caley agarró un zapato de la caja e intentó ponérselo, pero no podía mantener el equilibrio con aquel vestido tan largo. Jake le deslizó las manos alrededor de la cintura y la sujetó mientras ella se calzaba.

– Perfecto -dijo la señorita Belle-. Enseguida vuelvo -se marchó a responder una llamada, dejando a Jake y a Caley a solas en la parte trasera de la tienda.

– Perfecto -repitió Jake.

– Deja de decirme esas cosas -murmuró Caley-. A veces parece que estás jugando conmigo.

Él sacudió la cabeza.

– Así es como somos, Caley. Como siempre hemos sido.

Ella se giró y volvió al probador, y esa vez Jake la siguió de cerca. Caley intentó cerrar la puerta, pero él se deslizó en el interior y se apoyó de espaldas contra la puerta.

– En todo el tiempo que nos conocemos, ¿te he mentido alguna vez? -le preguntó él.

Caley se miró las uñas. Hasta la noche en que cumplió dieciocho años. Jake había sido la única persona en la que siempre había podido confiar.

– Creo que no.

– ¿Quién te dijo que te sacaras el papel higiénico del sujetador aquel Cuatro de Julio en el parque? ¿Quién te dijo que parecías una jirafa cuando empezaste a usar zapatos de plataforma? ¿Quién te dijo que no salieras con Jeff Winslow porque su única intención era meterte mano?

– Tú -admitió Caley-. Pero en cualquier caso salí con Jeff Winslow. Y naturalmente intentó meterme mano.

– ¿Lo ves?

– El que nunca me hayas mentido no significa que no puedas hacerme daño.

Él dio un paso hacia ella y le tocó la mejilla.

– ¿Esto te duele?

Caley soltó una temblorosa exhalación. La sensación de sus dedos era maravillosa, cálida y suave. Sacudió la cabeza. Esa vez no se lo pondría fácil. Esa vez conseguiría resistirse.

Jake dio un paso más y la besó en la frente.

– ¿Y esto? Dime si es una sensación agradable.

Ella tragó saliva y suspiró profundamente mientras él la besaba en la sien. ¿Tenía la fuerza necesaria para resistirse? No parecía que el esfuerzo mereciera la pena…

– Sí. Es muy agradable.

Él le puso un dedo bajo la barbilla y le hizo levantar la mirada. Entonces inclinó la cabeza y la besó, acariciándole los labios con la lengua antes de introducirla en su boca. Pero no fue como el beso del coche. Fue un beso lento y sensual, destinado a derribar sus defensas. Caley le rodeó el cuello con los brazos y sucumbió a la ola de calor que se propagaba por su cuerpo.

Jake llevó las manos hasta sus caderas y las subió por su espalda, descubierta por el corte del vestido. A Caley le daba vueltas la cabeza mientras intentaba recordar cada detalle del beso, obligándose a sí misma a no perder la compostura. Pero era imposible. Jake parecía decidido a demostrar que sus besos eran los mejores del mundo.

Su mano llegó hasta uno de los pechos y Caley gimió suavemente. Le acarició el pezón con el pulgar, endureciéndolo y provocándole una oleada de placer. Cuando finalmente se retiró, Caley estaba mareada por la excitación. Respiraba con dificultad y el pulso le palpitaba salvajemente en las sienes.

– Si deja de resultarte agradable, sólo tienes que decírmelo para que pare -susurró él. La besó en la punta de la nariz y salió del probador, cerrando la puerta a su paso.

Caley se apoyó de espaldas contra el espejo de la pared y se tocó los labios con dedos temblorosos. Sintió cómo se curvaban en una sonrisa. Después de todos esos años, era difícil creer que sus fantasías con Jake fueran a hacerse realidad.

Había algo irresistible entre ellos, y ninguno de los dos parecía tener la capacidad… o la voluntad de detenerlo. Eso lo hacía aún más emocionante… y peligroso.


– ¡El partido empezará en quince minutos! Jake y Sam miraron por encima del hombro a su hermano y le hicieron un gesto con la mano.

– Estaremos listos -gritó Jake.

Se sentaron en los escalones que durante el verano bajaban al muelle y a la playa que compartían con los Lambert. El lago estaba helado y cubierto de nieve, pero Teddy Lambert había despejado un área lo bastante grande para patinar sobre hielo o jugar al hockey. Jake estiró las piernas y observó los últimos copos que caían perezosamente. La tormenta había pasado y un manto blanco lo cubría todo.

– Así que vas a casarte.

Sam sonrió mientras trazaba un dibujo en la nieve con un palo.

– Eso he oído.

– Tengo que decírtelo, Sam. Me llevé una gran sorpresa cuando oí que estabas comprometido con Emma. Pero cuando me enteré de que ibas a casarte tan pronto, me quedé de piedra. ¿No te parece que un noviazgo de mes y medio es demasiado corto?

– Tal vez.

– ¿Cuánto tiempo habéis pasado juntos?

Sam se encogió de hombros.

– Tres veranos, aquí en la casa del lago. Luego la visité en Boston el Día de Acción de Gracias, nos volvimos a ver en Chicago durante las vacaciones navideñas y entonces decidimos que ya no queríamos estar separados.

– Entonces, ¿por qué no os limitáis a vivir juntos? -preguntó Jake-. Date un poco de tiempo…

– Porque Emma quiere casarse -respondió Sam.

– ¿Y tú qué quieres?

– ¿A qué vienen tantas preguntas? -preguntó Sam, ligeramente irritado.

– Es mi obligación como padrino tuyo. Tengo que asegurarme de que haces lo correcto.

– Quiero lo que Emma quiera. Mi deseo es hacerla feliz.

A Jake no le había hecho mucha ilusión la noticia de la boda de su hermano, pero ahora que podía hablar con él, se daba cuenta de que, con sólo veintiún años, Sam era demasiado joven para dar ese paso.

Se había pasado los últimos diez años de su vida alternando de una mujer a otra, intentando entender cómo pensaban y disfrutando de todos los placeres posibles en sus camas. Pero sólo en los últimos tiempos había llegado a entender lo que necesitaba en una relación y el tipo de mujer con quien quería pasar su vida. Sam ni siquiera había empezado aquel aprendizaje y ya se estaba engañando a sí mismo. ¿Cómo se podía saber a su edad lo que era el amor? Ni Sam ni Emma habían vivido nada.

– Ni siquiera has acabado los estudios -murmuró.

– Emma se graduará en primavera y está haciendo algunos cursos por su cuenta, de modo que pasará más tiempo en Chicago. Yo acabaré los estudios en Northwestern el año próximo y estoy pensando en estudiar la carrera de Derecho. Si nos casamos, podemos empezar a planear nuestra vida en común… y ella puede ayudarme mientras obtengo el título.

– Puedes hacer todo eso sin casarte.

Sam gruñó y se apoyó en los codos, contemplando el paisaje nevado.

– Debería haberle pedido a Brett que fuera mi padrino. O a Teddy.

– El matrimonio es un gran paso, Sam. Tienes que casarte por las razones adecuadas.

– ¿Cuáles son esas razones?

– Que no puedas imaginarte una vida sin ella. Que cada vez que la mires sientas la necesidad de tocarla para comprobar que es real y que es tuya. Que ella sea lo primero en lo que piensas al despertar y lo último en lo que piensas antes de dormir.

Acabó sus palabras con una profunda inspiración. Aquello era la suma total de sus ambiciones sentimentales para una vida feliz en pareja. No se conformaría con menos a la hora de iniciar una relación estable. Y, curiosamente, Caley parecía reunir todos sus requisitos.

Un escalofrío le recorrió la espina dorsal. Eran las mujeres quienes confundían el deseo con el amor, no los hombres. Aun así, Jake no podía ignorar sus sentimientos. Las cosas no eran iguales que cuando eran jóvenes. Ahora había algo más profundo y más intenso que los atraía con una fuerza irresistible.

Miró a Sam de reojo.

– Odiaría pensar que estás haciendo esto para complacer a mamá y a la señora Lambert. Todo eso de los Burtbert es una tontería. Podemos ser una gran familia aunque no estemos emparentados.

– No se trata de eso -dijo Sam.

– ¿De qué se trata, entonces?

– Queremos iniciar una vida juntos.

– Sé lo que sientes. Ahora te parece que nunca podrás cansarte de ella, pero esa clase de deseo no dura. No se trata sólo de sexo. Tiene que haber algo más.