– Oh, no hemos tenido sexo -dijo Sam-. Emma quería esperar a que estuviéramos casados.
Jake ahogó un gemido.
– ¿No habéis…? ¿Nada de nada?
– Bueno, un poco. Pero sin llegar al final.
Jake volvió a gemir y enterró el rostro en las manos.
– ¿Cómo puedes tomar una decisión para el resto de tu vida cuando ni siquiera sabes si sois compatibles en la cama?
– Mucha gente espera hasta el matrimonio -observó Sam-. Y no es que no tengamos experiencia. Emma lo ha hecho y yo también. Simplemente, no lo hemos hecho juntos.
– Bueno, pues tal vez deberíais hacerlo -sugirió Jake-. Sólo para estar seguros.
Él nunca había intentado controlar sus deseos por las mujeres… y desde que Caley había vuelto al pueblo ni siquiera tenía el control sobre su libido. ¿Cómo podía reprimir un hombre sus hormonas? ¿Acaso no estaba científicamente probado que la abstinencia era perjudicial?
– ¿Por qué no esperáis un poco? No os hará daño.
– La quiero -dijo Sam-. Y ella a mí.
– Yo también quiero a Emma. Y a Caley, y a Teddy, y a Adam, y a Evan. Los Lambert son como nuestra familia -suspiró débilmente, buscando algún argumento que tuviera sentido. ¿Quién era él par intentar explicar las relaciones entre hombres y mujeres? Ni siquiera podía entender su atracción obsesiva por Caley. Lo único que sabía era que se sentía muy bien con ella. Tan bien que no quería dejarla marchar.
Se levantó y le ofreció la mano a su hermano.
– Vamos. Brett querrá preparar una estrategia antes del partido. La última vez que jugamos al fútbol con los Lambert nos dieron una paliza. Tienen a la mujer de Evan, quien ha pasado por tres partos. No se anda con chiquitas.
– Y Caley juega como un hombre -dijo Sam.
– No te preocupes por Caley. Yo me encargaré de ella. Tú ocúpate de Emma.
Sam sonrió.
– Hasta que nos casemos, seguirá siendo una Lambert. El enemigo.
Se dirigieron hacia la extensión de hierba, cubierta por la nieve. Al cabo de unos minutos todos los jugadores estaban congregados en el centro del terreno de juego. Jake vio a Caley y la saludó con la mano, y ella le devolvió el saludo con una sonrisa vacilante. Estaba tan hermosa con tanta ropa de abrigo que Jake no pudo evitar la fantasía de desnudarla lentamente… Respiró hondo y cerró los ojos. Aquél no era el momento para pensar en desnudarse con Caley.
Una vez que estuvieron todos reunidos, Brett levantó la mano.
– Bienvenidos al primer y posiblemente único partido invernal de los Burtbert. Siguiendo la tradición de nuestro partido de verano anual, hemos decidido recuperar el antiguo trofeo -mostró el desatascador de inodoro que llevaba oculto a la espalda y todo el mundo se echó a reír y a batir palmas, sorprendidos de ver el trofeo después de tanto tiempo-. La última vez que se entregó este trofeo fue hace once años, y según reza la inscripción, lo ganaron los Lambert.
– Gracias a un touchdown de Caley -dijo Jake, mirándola-. ¿Te acuerdas? Adam te lanzó el balón y tú te escapaste de todo el mundo. Nadie pudo alcanzarte.
Ella lo miró extrañada.
– No lo recuerdo.
– Yo sí -repuso Jake-. Fue un partido memorable.
Rodeó lentamente a los jugadores mientras Brett explicaba las reglas de juego y se detuvo detrás de Caley, con la mirada fija en Sam y Emma.
– Parecen muy felices -murmuró-. ¿A ti qué te parece?
Caley lo miró por encima del hombro.
– Sí -afirmó.
Brett señaló la lista de ganadores, escrita con un rotulador en el asa de madera.
– Hoy nuestros capitanes serán Sam y Emma. Los equipos estarán igualados con Marianne, la mujer de Evan, y John, el marido de Ann, así que nadie tendrá que sentarse en el banquillo.
Teddy no estuvo de acuerdo.
– Nosotros somos tres chicos y tres chicas, y vosotros cuatro chicos y dos chicas. ¿A eso lo llamas estar igualados?
– John se operó de la rodilla el año pasado -dijo Brett-. Y Marianne jugaba al fútbol en la universidad. A mí me parece que estamos igualados…
Se lanzó la moneda al aire y comenzó el partido. Brett hacía de mariscal de campo para el equipo de los Burton, y cuando inició el ataque para lanzarle el balón a Ann, Caley apareció delante de ella e interceptó el pase.
Echó a correr por la línea de banda y Jake se lanzó en su persecución. Apenas tardó unos segundos en cubrir la distancia que los separaba. La agarró por la cintura, la levantó del suelo y los dos cayeron a la nieve junto al terreno de juego.
De jóvenes siempre habían jugado sin miramientos, y había sido muy divertido. Pero ahora, tirado en el suelo con Caley encima de él, el juego adquiría un matiz sexual desconocido hasta entonces.
– ¡Esto es touchfootball! -gritó ella-. ¡No puede haber contacto!
– Ni siquiera te estoy tocando como me gustaría… -murmuró él. La hizo rodar de costado y se colocó sobre ella-. Tenemos que hablar.
Ella se retorció, intentando escapar.
– Si crees que puedes convencerme para que abandone el partido, olvídalo -espetó ella-. Sólo porque me besaste aquella vez…
– Más tarde -replicó él al ver que Brett se acercaba. Se apartó de Caley y la ayudó a levantarse. Le sacudió la nieve del trasero y la mandó con su equipo, al otro lado de la línea de scrimmage-. Buena recepción -le gritó.
Un cambio de posesión llevó a Jake al ataque. Recibió el balón de Brett y echó a correr por el campo. Vio a Caley corriendo hacia él y supo que se disponía a detenerlo como fuera. Eso era lo que le gustaba de Caley. Nunca rechazaba un desafío. Pero, en vez de acelerar el paso, redujo la velocidad hasta que ella lo alcanzó.
Hizo una finta a izquierda y derecha, pero Caley lo sorprendió al seguir sus movimientos. Entonces Jake, dándose cuenta de que no iba a desequilibrarla, la agarró por la cintura y la llevó con él hacia la zona de anotación. Pero Caley le dio una patada al balón mientras corría, arrancándosela de la mano.
– ¡Balón suelto! -gritó Caley.
Teddy estaba justo detrás de ellos. Agarró el balón y echó a correr hacia la zona de anotación contraria. Jake se giró y dejó caer a Caley en la nieve. Pero cuando se disponía a lanzarse en persecución de Teddy, Caley lo agarró por la pierna y lo hizo caer. Rápidamente se montó a horcajadas sobre él y vio cómo Teddy anotaba un tanto.
Empezó a dar brincos mientras vitoreaba a su hermano, y con sus botes le provocó una dolorosa reacción a Jake. Maldiciendo en voz baja, se dio la vuelta y la tiró al suelo, agarró un puñado de nieve y se lo restregó contra el rostro.
– No sabes perder -gritó ella, forcejando con él. Consiguió derribarlo de espaldas y le sujetó los brazos a ambos lados de la cabeza.
– Bésame -murmuró él.
Caley frunció el ceño.
– Aquí no. Nos verán todos.
Jake le apartó la nieve del cabello.
– ¿Dónde? ¿Cuándo?
– Más tarde -dijo ella-. Después de cenar.
– Reúnete conmigo en el cobertizo.
Caley sacudió la cabeza, se puso en pie y echó a correr hacia sus compañeros. Se dio la vuelta y lo miró con una sonrisa burlona.
– Vais a perder… -tarareó-. A perder… a perder…
Ejecutó una pequeña danza, meneando el trasero. Jake no pudo evitar reírse. Dios… era increíblemente sexy. Mientras veía cómo se alejaba, pensó cómo sería pasar una noche con ella. Tener todo el tiempo del mundo para seducirla. Para desnudarla lentamente y hacerla gemir de placer con sus caricias. Caley había sido la protagonista de sus fantasías adolescentes. Pero aquellos juegos juveniles no podían ni compararse a las cosas que se imaginaba ahora.
– ¡Jake!
Levantó la mirada y vio a Brett.
– Concéntrate en el partido -gritó su hermano.
Estuvieron jugando durante una hora, y al final el trofeo fue a parar a los Lambert, gracias al touchdown que Marianne, la mujer de Evan, consiguió en el último minuto.
De regreso a casa, Jake se quedó atrás deliberadamente, manteniendo la vista fija en Caley. ¿Cómo habrían sido las cosas entre ellos si hubiera aceptado su proposición once años atrás? ¿Estarían allí, en aquel mismo lugar, deseándose mutuamente? ¿O se mirarían con vergüenza y remordimiento, en vez de excitación e impaciencia?
Tal vez las cosas hubieran salido tal y como se suponía que debían salir aquel verano. Pero lo que estaba pasando ahora entre ellos aún estaba en manos del destino. Y todo empezaría o terminaría aquella noche, en el cobertizo de las barcas.
Las dos familias se juntaron en el gran salón de los Burton para compartir el chili y el pan de maíz. Después de la cena, Jake y Caley se unieron a Sam y Emma en una partida de Monopoly, pero Caley apenas podía concentrarse, especialmente por la manera con que Jake le rozaba el pie bajo la mesa. Mantuvo la vista en el tablero, intentando controlar su desbocado corazón. Otros hombres la habían tocado de la forma más íntima posible, y ella apenas había reaccionado. Pero Jake sólo necesitaba acariciarle el pie con el suyo para hacerla arder de deseo.
– Park Place -anunció Sam cuando la ficha de Emma cayó en su propiedad-. Vamos a ver… Serán mil doscientos dólares, por favor.
Jake se echó a reír al observar el dinero acumulado por Sam.
– Parece que tienes bastante para comprarte esa motocicleta.
Sam fulminó a su hermano con la mirada, y Emma frunció el ceño al instante.
– ¿Qué motocicleta?
– Sam va a comprarse una motocicleta cuando estéis casados -dijo Jake, barajando sus tarjetas de propiedad-. Nuestra madre no se lo ha permitido hasta ahora, pero cuando sea un hombre casado no podrá impedirle nada, puesto que serás tú quien esté al mando -clavó la mirada en Emma, esperando su respuesta.
A Caley le pareció un extraño giro en la conversación. Le frunció el ceño a Jake, pero él se limitó a sonreír y se puso a contar su dinero.
– No puedes tener una moto -dijo Emma-. Son muy peligrosas. No te lo permitiré.
– Pero, Em, sería muy útil. No podemos permitirnos dos coches. Y la gasolina sería más barata.
– No -rechazó Emma rotundamente-. No voy a permitirlo.
Sam se irguió en la silla como un crío enfurruñado.
– ¿Qué quieres decir con eso? No eres mi madre.
– Sam debería tomar sus propias decisiones -murmuró Jake.
Caley le dio un puntapié bajo la mesa.
– ¡Ay! -exclamó con una mueca de dolor. Sam y Emma lo miraron y él sonrió forzadamente-. Un calambre. Demasiado ejercicio en la nieve -agarró su dinero y se lo tendió a Caley-. Me retiro.
Caley alternó la mirada entre las adustas expresiones de Sam y Emma y la sonrisa de satisfacción de Jake, y supo que había iniciado aquella discusión a propósito.
– Yo también me retiro.
– Jake tiene razón -dijo Sam-. Soy un hombre adulto. Puedo hacer lo que quiera.
– ¿Quién va a pagar esa motocicleta? -preguntó Emma-. Yo no, desde luego. Y si crees que puedes usar el dinero de la boda, estás muy equivocado.
Caley se levantó rápidamente y siguió a Jake a la cocina. Él dejó su vaso en el fregadero y se despidió de sus padres, que estaban jugando a las cartas con los padres de Caley.
– Voy a bajar al cobertizo a ver si puedo encender la calefacción. Vamos a necesitar ese espacio.
– Y yo voy a volver al hotel -dijo Caley-. Tengo que hacer algunas llamadas. Os veré a todos mañana.
A nadie pareció extrañarle que se marcharan los dos al mismo tiempo. Jake la ayudó a ponerse el abrigo y salieron juntos por la puerta principal.
Una vez en el exterior, la agarró de la mano y la llevó hacia el sendero que conducía al lago.
– Jake, tal vez deberíamos… ¿Adónde vamos?
– Al cobertizo. Me vendrá bien un poco de ayuda para encender la calefacción. Puedes sujetar mis herramientas.
Caley se echó a reír y echó a andar junto a él. El frío aire nocturno agudizaba sus sentidos, y sintió cómo le daba un vuelco el corazón al pensar en lo que pasaría cuando estuvieran a solas. Caley nunca se había considerado una mujer apasionada. Siempre había podido controlar sus deseos. Pero con Jake no podía dejar de pensar en el sexo.
Su intención era mantener la compostura, pero toda su resistencia se venía abajo en cuanto él la tocaba. Su lado más racional podía enumerar una larga lista de razones por las que no debía acostarse con Jake, pero el pulso empezó a latirle con fuerza y su cerebro fue incapaz de seguir pensando con coherencia. No podía hacer otra que dejarse llevar y abandonarse a las poderosas sensaciones que la consumían. No se había sentido igual desde aquella noche con Jake en el lago, once años atrás.
Pero ¿de verdad estaba dispuesta a hacer eso? Durante los últimos meses se había sentido vacía por dentro, como si su vida ya no pudiera hacerla feliz. Sería muy fácil llenar aquel vacío con Jake. Y quizá se sintiera mejor por una temporada. Aun así, se resistía a creer que necesitara a un hombre para ser feliz. Seguramente lo único que necesitaba era sexo.
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