Al menos ahora era lo bastante madura para saber la diferencia entre el deseo y el amor. Aunque sucumbiera a la atracción física, podría seguir manteniendo el control de sus emociones. Jake era la última persona en el mundo de la que se permitiría enamorarse. Era el único hombre que podía romperle el corazón. Y eso lo convertía en un riesgo muy peligroso.
Y sin embargo, no tenía miedo. Al contrario, se sentía completamente libre y liberada. Por fin podía dar rienda suelta a sus deseos y comprobar hasta dónde llegaba su pasión por Jake. Ya no tenía que seguir fingiendo. Él la deseaba y ella lo deseaba, y ninguno de los dos tenía necesidad de negarlo.
La sombra del cobertizo de los Burton se recortaba en la loma, junto a la orilla. La parte baja albergaba el pequeño velero de los Burton y su vieja lancha, pero el piso superior estaba acondicionado para acoger invitados. Era un pequeño apartamento completamente amueblado, provisto de cocina y cuarto de baño. Los postigos estaban cerrados por el invierno, lo que confería a la casa un aspecto frío y hostil.
Jake le sujetó la mano mientras ella subía con cuidado los escalones cubiertos de nieve. Caley miró por encima del hombro y vio las huellas a la luz de la luna.
– Van a saber que hemos venido juntos.
– Sólo te he pedido que me eches una mano -le recordó él-. No hay nada malo en ello…
Caley respiró hondo y apretó los dedos en el bolsillo del abrigo. La idea de recorrerle el cuerpo con las manos, de poder tocarlo y desvestirlo con plena libertad, hacía que la cabeza le diera vueltas. Sabía lo que iba a pasar y no tenía miedo. Lo único que podía sentir era una impaciencia abrumadora.
Jake abrió la puerta y pasó al interior. Caley lo siguió y oyó cómo se cerraba la puerta tras ella. Al instante siguiente sintió las manos de Jake en su cara. Sus labios se encontraron y un segundo más tarde estaban devorándose mutuamente.
– Llevo pensando en ti todo el día -murmuró él contra su boca.
– ¿Qué pensabas? -preguntó ella con la respiración entrecortada.
– En lo que pasaría cuando volviéramos a estar solos.
– Dímelo… ¿Qué imaginabas?
Estaba tan oscuro en el interior del cobertizo que no podían ver nada, pero Caley sentía el calor que emanaba de él, y se estremeció al sentir sus labios en la fría mejilla.
– Imaginaba que estabas frente a mí y que empezabas a desnudarte lentamente. Y luego te tocaba para comprobar si era tan maravilloso como había soñado.
Caley se quitó el abrigo y lo dejó caer al suelo. A continuación, se quitó el jersey por encima de la cabeza y lo arrojó a un lado. Llevaba una camiseta interior que apenas podía protegerla del frío, pero, curiosamente, no se percató de la baja temperatura. El corazón le latía tan rápido que ni siquiera se le puso la piel de gallina.
Jake le acarició el brazo desnudo, agarró su mano y la besó en la palma.
– Espera aquí -murmuró-. La caja de fusibles está en el armario.
Desapareció en la oscuridad y Caley se apoyó de espaldas contra la puerta. Oyó unos ruidos en el otro extremo de la habitación y un momento más tarde se encendió una cerilla. La llama iluminó el interior del cobertizo, proyectando trémulas sombras en las paredes. Jake encendió una linterna y la dejó en la mesita junto a la cama. Se giró hacia Caley y le hizo un gesto para que se acercara.
Caley se frotó los brazos. De repente se sentía invadida por el frío y los nervios. Todo parecía más sencillo en la oscuridad, como si fuera un sueño y los dos cuerpos sólo se sintieran por el tacto. Pero ahora que podía ver la cama y los ojos de Jake, todo le parecía muy real.
– Déjame ver si puedo encender la calefacción -dijo él.
Pasó junto a ella y metió medio cuerpo en el armario. Pulsó un interruptor y se inclinó sobre el radiador.
– Funciona.
Entonces volvió junto a ella, quitándose el abrigo mientras se acercaba. Era el chico que Caley siempre había conocido. Todos sus rasgos seguían siendo los mismos… las oscuras pestañas, las cejas, los penetrantes ojos azules, la nariz recta y los labios sensuales. Pero con los años sus facciones se habían hecho más duras y atractivas, y era imposible apartar la vista de él.
Alargó los brazos y empezó a desabotonarle la camisa, exponiendo su piel desnuda.
– ¿Qué estamos haciendo? -murmuró, presionando los labios contra su pecho.
– No tengo ni idea -respondió él-. Pero no quiero parar.
Él deslizó las manos hacia su espalda y Caley se estremeció por las sensaciones que le provocaba su roce.
– Esto va a ser imposible -dijo, frotando suavemente el rostro contra su cuello.
– ¿Por qué va a ser imposible? -la llevó lentamente hacia la cama-. Tenemos luz, calefacción y una cama muy cómoda. Lo que ocurra aquí sólo será entre tú y yo. Lo prometo.
– Esto podría cambiarlo todo -dijo Caley mientras él la besaba en el cuello.
Jake la agarró por la cintura y los dos cayeron sobre la cama.
– Cuento con ello -dijo.
Caley entrelazó los dedos en sus cabellos y sonrió.
– En realidad, no creo que debamos hacerlo. Tú no estás preparado, y yo no pienso en ti de esa manera.
Él frunció el ceño y se apartó.
– ¿No?
– No tengo esa clase de sentimientos por ti, Jake -murmuró ella con voz profunda, enfatizando la imitación.
Una lenta sonrisa curvó los labios de Jake, quien le había dicho aquellas mismas palabras aquella noche en el lago.
– Te mentí -dijo él-. Créeme, sentía esas cosas por ti.
– ¿En serio? -preguntó ella, aturdida por su confesión.
– Durante mucho tiempo.
– ¿Cuánto tiempo?
– ¿Recuerdas aquel bikini rojo a rayas? Tenías catorce años…
Caley asintió.
– Desde entonces. Recuerdo que te vi con ese bikini en el lago, y luego estuve pensando en ti aquella noche, en tu cuerpo, en tu piel suave, en tus pechos perfectos… Y luego… bueno, ya sabes.
– ¿Luego qué?
– ¿Cómo que qué? ¿Es que tengo que decirlo? Luego me desahogué como hacen los jóvenes de vez en cuando… y como también hacen los hombres adultos -se rió entre dientes-. Desde aquel verano en adelante, estar cerca de ti era una tortura.
Caley sonrió, satisfecha por la información. Al parecer, el enamoramiento había sido recíproco. Y aquello suponía una diferencia. ¿Por qué no cumplir las fantasías de ambos?
– ¿Y en qué más pensabas? -le preguntó, besándolo en el pecho.
Él presionó la boca contra su hombro y la mordisqueó ligeramente.
– Por aquel entonces no tenía mucha experiencia. Técnicamente aún era virgen. Pero me imaginaba cómo estarías desnuda -le subió la camiseta y la besó desde el vientre hasta la parte inferior de los pechos.
Caley se incorporó, sentándose a horcajadas sobre sus caderas, y se quitó la camiseta. Recordaba haber hecho lo mismo once años atrás. Pero entonces había estado tan nerviosa que el corazón casi se le había salido del pecho. Ahora, en cambio, el anhelo de sus caricias parecía lo más natural del mundo.
Jake sonrió y le tomó un pecho en su mano, acariciándole el pezón con el pulgar. Y entonces, de un solo movimiento, se incorporó para abrazarla por la cintura y empezó a besarle el cuello. Descendió por la clavícula hasta los pechos mientras le desabrochaba el sujetador, y finalmente se introdujo el pezón endurecido en la boca.
Ella se arqueó hacia atrás, conteniendo la respiración mientras él la hacía descender. Recordó lo fascinada que había estado siempre con su cuerpo, cómo admiraba sus cambios de verano en verano mientras él se convertía lentamente en un hombre. Y ahora estaba tan desesperada por tocarlo como lo había estado en su juventud. Le desabrochó frenéticamente los botones de la camisa y se la quitó por los hombros hasta que su pecho estuvo completamente desnudo.
Se retiró y lo miró fijamente mientras se quitaba el sujetador. Con los dedos recorrió lentamente la línea de vello que discurría desde la clavícula hasta el vientre. Su cuerpo estaba enteramente formado, con todos sus músculos desarrollados y bien torneados. Un cuerpo que cualquier mujer sabría apreciar.
Caley se inclinó para besarlo en el pecho y le succionó suavemente un pezón. Lo que empezó como una simple curiosidad se había transformado en una sensación deliciosamente íntima. Él soltó un débil gemido y murmuró su nombre, provocándole a Caley un estremecimiento por toda la piel y un nudo en la garganta.
– ¿Tienes frío? -le preguntó él.
– No -mintió ella.
Él se rió por lo bajo, volvió a agarrarla por la cintura y apretó los cuerpos en un cálido abrazo. Se besaron durante un largo rato, entrelazando las manos y las lenguas. Era todo lo que ella siempre había pensado, y aún más. No era sólo sexo. Era… confianza.
– Pasa la noche conmigo -le pidió él, presionando la frente contra la suya.
– Aquí no.
– ¿Dónde?
– En el hotel. Allí tendremos más intimidad.
– ¿Y qué pasa con Emma?
– Su habitación está en el segundo piso, y la mía está en el tercero. Hay una escalera trasera. Nadie te verá entrar.
Jake la besó en la frente con sus labios húmedos y cálidos.
– ¿No has hablado todavía con Emma? De la boda, me refiero.
Caley negó con la cabeza.
– No. Le dije que comería con ella mañana, pensando que así tendríamos tiempo para hablar.
– ¿Qué piensas de esta boda? ¿Crees que están preparados?
– ¡No! -exclamó ella, apoyándose en el codo-. De ningún modo. Son muy jóvenes. Creía que era yo la única que albergaba dudas. Todo el mundo está tan entusiasmado con la unión de nuestras familias… Pero nadie se preocupa en pensar lo que podría pasar si el matrimonio no funciona.
– Estoy de acuerdo -corroboró Jake-. Creo que no están preparados.
Caley se cruzó de brazos sobre el pecho de Jake y lo miró a los ojos.
– Empezaste esa discusión entre ellos a propósito, ¿verdad?
– Alguien tiene que hacerlos entrar en razón -hizo una pausa antes de continuar-. Necesitamos un plan. Un esfuerzo coordinado entre nosotros dos. Si actuamos desde ambos lados, quizá podamos convencerlos para que esperen.
– No creo que estén dispuestos a esperar. Todo se está desarrollando muy rápidamente, y no querrían decepcionar a las familias.
Jake le apartó el pelo de la sien y le recorrió el rostro con la mirada.
– Esta tarde estuve hablando con Sam, y sólo está acatando los deseos de Emma.
Caley ahogó un gemido.
– ¿Crees que ella lo ha convencido para casarse?
– Es posible. Me cuesta creer que su verdadero deseo sea casarse. ¿Qué joven en su sano juicio querría atarse a una esposa con sólo veintiún años?
– Bueno, es él quien se lo ha pedido -observó Caley-. Si no quería casarse, ¿por qué se lo pidió?
– Seguramente lo presionó -sugirió Jake.
Caley se apartó y se incorporó, sorprendida por el comentario y dispuesta a defender a su hermana.
– Emma no haría eso.
– Sólo estoy diciendo que normalmente son las mujeres quienes más insisten a la hora de casarse.
– ¿Y tú cómo lo sabes? -le preguntó Caley-. ¿Últimamente te han convencido para casarte?
– Claro que no, aunque todas las mujeres que he conocido tenían el matrimonio en mente. Vamos, incluso tú pensabas en ello. Te preguntabas cómo sería si tú y yo… ya sabes.
Caley se levantó de la cama. ¡Casarse con Jake era lo último que se le pasaría por la cabeza! Y si pensaba que ella albergaba planes de futuro para él, estaba muy equivocado.
– Creo que todo esto ha sido un error -murmuró, recogiendo su camiseta y su sujetador del suelo.
– Vamos, Caley, no te enfades. No quería decir que…
– No, lo entiendo -le cortó ella, poniéndose la camiseta sobre la cabeza-. Diste por hecho que yo quería algo más que sexo -respiró hondo y se metió el sujetador en el bolsillo-. ¿Lo ves? Por eso no debemos hacerlo. A menos que tuviéramos las mismas razones, estaríamos abocados al desastre.
– ¿Lo dices en serio?
Caley agarró el jersey y también se lo puso.
– Tengo que irme.
Jake alargó un brazo para intentar detenerla, pero ella lo evitó.
– Caley, por favor. Sólo estaba bromeando. No lo decía en serio.
Ella sacudió la cabeza.
– Estoy de acuerdo con lo que has dicho de Emma y Sam. Son demasiado jóvenes. Tú y yo ni siquiera sabemos lo que queremos. ¿Cómo podrían saberlo ellos?
Jake consiguió agarrarla de la mano.
– Yo sé lo que quiero.
Ella bajó la mirada a sus dedos, tan fuertemente entrelazados que no podía distinguir una mano de otra. Tuvo que resistir la tentación de volver a desnudarse y olvidarse de sus miedos. Pero si se acostaba con Jake aquella noche, no habría vuelta atrás.
– Hablaré con Emma.
– ¿Cuándo volveré a verte? -le preguntó Jake.
– Vas a verme toda la semana.
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