Aparcó frente a la casa y él se giró hacia ella, sonriendo en la oscuridad.

– Gracias por venir a rescatarme, Jodie. No creía poder aguantar otra noche cojeando solo en mi habitación. Me has dado un respiro.

– Cuando quieras -susurró ella, aunque su atención estaba concentrada en su boca lujuriosa y en si volvería a besarla o no.

Se decía a sí misma que no debía ser estúpida y esperarlo. Aquello no había sido una cita y no había motivo para que la besara. El beso había sido producto de un momento de enajenación mental transitoria y probablemente nunca volviera a ocurrir.

Pero no podía convencerse de ello. Probablemente porque deseaba que él volviera a besarla. Lo deseaba más de lo que había deseado nunca ninguna otra cosa.

Ya era noche cerrada. Había luna nueva, así que las estrellas refulgían en su máximo esplendor: un cielo texano lleno de magia. Tal vez si le pidiera un deseo a esas estrellas…

Su cara estaba muy cerca y él empezó a juguetear con su pelo. Su mirada era tan suave como el terciopelo.

– ¿Sabes, Jodie? Tengo muchas ganas de besarte…

– Oh -exclamó ella con el corazón encogido.

– Pero no lo voy a hacer -dijo, torciendo el gesto. Ella lo miró horrorizada mientras le daba una explicación estúpida-. Eso iría contra mis planes y mis principios. Me he propuesto seriamente…

Ya estaba bien. ¡Al cuerno con los principios! No iba a dejar que él se saliera con la suya en esa ocasión, así que lo agarró firmemente por la cabeza, poniéndole las manos sobre las mejillas, le bajó la cara y lo besó.

– Ya está -dijo casi sin aliento cuando acabó-. ¿Tan duro ha sido?

Él la miró fijamente unos segundos y después se echó a reír. Después alargó los brazos, la atrajo hacia sí y la besó con fuerza.

Campanas, fuegos artificiales, estrellas fugaces, música de violines… y su cuerpo respondiendo al calor de su boca y derritiéndose completamente.

Cuando él se apartó, Jodie emitió un leve quejido sin querer, pero estaba tan sobrecogida que no podía sentir vergüenza por nada. Kurt sabía cómo besar y ella quería repetirlo. Una y otra vez…

– Buenas noches -dijo él suavemente mientras salía del coche.

– Buenas noches -respondió ella.

Y se marchó. Pero su recuerdo perduraría.

Por supuesto, Jodie sabía que aquello no podía continuar, pero no se lo estaba tomando en serio. Aquello era una forma de recordar un amor de adolescencia que pronto olvidaría. Estaba segura de ello.

Pero no podía evitar estar algo preocupada mientras se dirigía a casa de Kurt a la mañana siguiente. ¿Qué ocurriría durante todas las horas que estaban obligados a pasar juntos? ¿Podrían ignorar la atracción creciente que había entre los dos?

Tenían que hacerlo. No podían dejar que eso se mezclase con el trabajo, que era el motivo por el que él no había querido besarla la noche anterior. Jodie lo entendía y sabía que, de algún modo, lamentaría haber forzado la situación.

Pero no podía. Aunque nunca volvieran a besarse, no podría olvidar lo bien que se había sentido en sus brazos.

Cuando llegó a casa de Kurt se dio cuenta de que no tenía que haberse preocupado por nada. Parecía que la casa fuera a convertirse en un núcleo de actividad, como un anexo a Industrias Allman. Aquel día no paró de entrar y salir gente.

Rafe ya estaba allí cuando ella llegó.

– Hola, hermanita -dijo, sin apenas despegar la vista del trabajo-. Tengo que revisar unas cuantas cifras con Kurt. Trae una silla y échales un vistazo.

Paula, la secretaria, se pasó a recoger unas cintas con dictados. Después llegó Matt a ver cómo iba la pierna de Kurt y David apareció al rato en la puerta con una pizza enorme de pepperoni.

– Sólo nos falta Rita para tener a la familia al completo -dijo Kurt.

– Rita no está. Ha llevado a mi padre a ver al oncólogo a San Antonio -aclaró Jodie.

– ¿Qué tal está llevando tu padre la quimioterapia? -preguntó Kurt, mirando primero a Matt y después a Jodie.

– Es un luchador -dijo ella, sacudiendo la cabeza-. Está muy cansado, pero a veces saca fuerzas de flaqueza.

– Eso es bueno -contestó, mirándola a los ojos, y ella supo que ya había dejado de pensar en su padre-. ¿Y el top rojo? -le susurró cuando ambos fueron solos a la cocina a beber agua.

Ella se echó a reír, apoyándose contra la encimera.

– Supongo que este aburrido traje es toda una decepción.

Él la besó desde atrás suavemente en la nuca.

– Nada de ti me decepciona -murmuró, y salió de la cocina.

Jodie tardó unos segundos en tranquilizarse y volver a su ser. Cuando Kurt volvió a la cocina por algo que había olvidado, ella lo agarró del brazo.

– Escucha -dijo, deseando no desear besarlo-. Ya sé que es culpa mía, pero tenemos que parar esto -él sabía perfectamente de qué estaba hablando, pero la dejó hablar-. Tenemos que mantener una relación profesional. Tenías razón y no debí… obligarte a besarme.

Él sonrió y le acarició la mejilla.

– Eres una bruja -dijo-. Soy como un muñeco de trapo en tus manos.

Jodie empezó a protestar, pero él la interrumpió.

– No te preocupes, Jodie. Lo entiendo, y aunque me cueste, estoy de acuerdo contigo. Será mejor dejar las actividades clandestinas -sacudió la cabeza-. Pero no puedes evitar que siga soñando.

Ella tomó una enorme bocanada de aire mientras él salía de la cocina; cerró los ojos y se apoyó en la encimera. Necesitaba un apoyo. Tenía que salir de aquel lío y lo sabía, pero su fibra rebelde estaba saliendo de nuevo a la luz. Iba a disfrutarlo mientras durara. ¿Por qué no iba a hacerlo?

De vez en cuando sus hermanos le lanzaban miradas interrogantes y alguna advertencia.

– ¿Habéis venido a trabajar de verdad o a hacer de carabinas? -le preguntó a Rafe en un momento en que Kurt salió de la sala.

– ¿Qué te parece las dos cosas? -le dijo, con una sonrisa. Después la sonrisa desapareció-. De hecho, tenemos ciertos problemas económicos que tengo que resolver con ayuda de Kurt, ya que papá no está disponible por el momento.

– No tenía ni idea…

– No te preocupes. Estoy trabajando en ello -volvió a sonreír-. Disfruta de este pequeño oasis de paz, porque antes de que te des cuenta, Kurt y tú volveréis a estar en la oficina.

Ella le hizo una mueca, pero no olvidó sus palabras. Había pensado que desde que el negocio empezó a levantar el vuelo, las cosas sólo habían ido a mejor. Se trataba de una convicción inocente, pues un negocio no se mantiene si no se trabaja.

Cuando Kurt volvió al salón, Rafe levantó la mirada del ordenador.

– Por cierto, vi a Manny ayer. Estaba muy enfadado porque alguien había entrado en los viñedos. Quería que te preguntara por ellos.

– ¿A mí? -dijo Kurt sorprendido.

– Sí. Cree que tú puedes saber quiénes son. Están rondando por los viñedos, pero no sabe nada de ellos -se encogió de hombros-. Ya conoces a Manny; se pone nervioso muy pronto. Al principio dijo que era un expediente X y que se trataba de gente del gobierno en busca de extraterrestres.

– Espero que no les dispare -dijo Jodie-. Podría complicarse mucho la vida.

– Y se la complicaría mucho más a la persona a quien dispare.

– También.

Jodie y Kurt se miraron y se sonrieron, pensado en el día que habían visitado el viñedo juntos. Era como si un vínculo especial los uniese. Ella apartó la mirada, pero su corazón ya se había lanzado a la carrera. Así era como se sentía uno cuando tenía una pareja. Jodie deseó tener el coraje suficiente para hacerlo realidad.

– Últimamente no pasas mucho tiempo en la oficina -dijo Shelley al ver que Jodie se preparaba para llevarse trabajo de nuevo.

Había pasado una semana desde que fueron juntos a los viñedos, y Kurt y ella habían desarrollado una especie de rutina. Ella iba por la mañana a la oficina, recopilaba el trabajo y lo llevaba a casa de Kurt, se sentaban en la mesa del comedor y se ocupaban de todo lo necesario. Hacían un descanso a mediodía, ataban cabos sueltos de trabajo y ella volvía a pasar el resto de la jornada en Industrias Allman.

Aquello, que hubiera podido crear un vínculo muy íntimo, no había funcionado de ese modo. Por suerte. Pero no por su decisión de mantener una relación únicamente profesional, sino porque no paraban de recibir visitas de otras personas que interrumpían lo que habría podido ser un agradable momento de intimidad.

Y después, el fin de semana. Ella nunca había creído que pudiera sentirse tan sola. Se había pasado el rato pensando en él. Le gustaba. No podía evitarlo, le gustaba de verdad. Y aquello era muy peligroso, por lo que no se entendía que no saliera corriendo de esa situación.

Después de todo, era mucho más que resistir la tentación de tocarlo. Incluso si él hubiera intentado ir más allá, ya le había dejado claro que no quería una relación a largo plazo. Si alguien le hubiera preguntado a ella si quería eso hacía una semana, habría dicho que no, pero ahora era lo único en lo que podía pensar.

– ¿Vas a casa de Kurt McLaughlin otra vez? -preguntó Shelley.

– Claro -respondió Jodie. Después añadió con una sonrisa-. No puede apañárselas sin mí.

Shelley se echó a reír, pero pronto dejó de hacerlo y su expresión de tornó preocupada.

– ¿No estarás enamorándote de ese hombre, verdad?

– Shelley, ¿acaso te parezco una mujer enamorada? -preguntó Jodie, actuando.

– No lo sé -dijo, mirándola a los ojos-. Creo que veo un punto de locura ahí dentro.

– Oh, me la van a operar dentro de nada. No es importante.

– Bien -dijo Shelley sonriendo y después poniéndose seria de nuevo-. Pero recuerda tener cuidado. Los McLaughlin son conocidos por ser de los de tener mujeres de usar y tirar. Parece que va en sus genes. No quiero que te hagan daño, tú te mereces algo mejor.

– Tranquila, no me pasará nada. Conozco a esa familia lo suficiente para que no puedan jugar conmigo.

Sabía que se estaba poniendo a la defensiva, pero así era como se sentía. Al ver a su amiga alejarse pensó si se había dado cuenta de algo. ¿Tan obvio era?

Se dejó caer en su silla y suspiró profundamente. Kurt era de lo más atractivo en ocasiones, y lo cierto era que empezaba a perder un poco la cabeza por él. Un poco sólo, así que nadie se enteraría nunca de ello, y probablemente tenía que ver con el hecho de que hacía mucho tiempo que no estaba con un hombre.

Pero estaría bien que la cambiaran de departamento para no tener que pasarse todo el día con Kurt. Empezaba a pensar que eso sería lo único que la salvaría de hacer una idiotez incorregible.

Hasta entonces, no había pasado nada, ni tenía por qué pasar.

Ella iba a su casa todos los días y él le tomaba el pelo y se burlaba de ella hasta hacerla enfurecer. Después, sus miradas se cruzaban y algo cambiaba en su cuerpo que hacía que respirase con dificultad y empezara a pensar en besos y estrellas fugaces. ¡Qué injusto!

Al menos había conseguido evitar cruzarse con la hija de Kurt. La niña ya se había ido a casa de su abuela cuando ella llegaba, y se marchaba antes de que la trajeran de vuelta. Jodie estaba en guardia por si le pedía que lo ayudase con la niña: no estaba preparada para hacerlo y sólo pensarlo la ponía nerviosa.

Pero no quería que Kurt lo supiera. Era una tontería estar tan paranoica por la niña de Kurt, pero no podía evitarlo. Si dependiera de ella, no conocería nunca a la niña.

Echó un vistazo a su reloj y decidió pasarse por una cafetería a comprar un par de tazas de café y unos bollos para llevar a casa de Kurt. Había notado que le encantaba que le llevasen comida.

Cuando Jodie llegó a casa de Kurt, lo primero que vio frente a ella fue un coche carísimo y enorme. No lo pudo reconocer, pero se hacía una idea de cómo sería el propietario. A la hermana de Kurt le pegaría muy bien.

Tendrían que compartir el desayuno. Hacía mucho que no veía a Tracy, así que no le importaría volver a ver a una vieja amiga.

Pero, ¿a quién intentaba engañar? Tracy y ella se conocían desde la guardería y nunca habían sido amigas. Rivales y enemigas serían palabras más acertadas para definir su relación. Tracy siempre intentaba que el resto de chicas la dejara de lado y, cuando encontraba una serpiente en su cajonera, desaparecían sus cuadernos o no la invitaban a un cumpleaños, Jodie sabía quién estaba detrás de aquello.

Pero había pasado mucho tiempo desde entonces y la rivalidad estaba desapareciendo, en teoría. Mientras se acercaba a la casa, pudo oír voces en su interior, pero hasta que estuvo frente a la puerta, no pudo entender lo que decían.

– Kurt, no puedes esperar que mamá se pase el día cuidando de la niña cuando tú no haces lo que ella cree que deberías hacer en el negocio de los Allman.

Jodie se quedó helada. La puerta estaba abierta y aquella voz sólo podía ser la de la hermana de Kurt.