Ella apartó la mirada. No podía negarlo. Se sentía una idiota.
– Cuéntamelo.
– ¿Por qué? -preguntó ella, sacudiendo la cabeza-. Muchas mujeres pierden a sus hijos. No es nada grave.
Él se acercó más y le puso las manos sobre los hombros, girándola para que lo mirara.
– ¿Te acuerdas de cuando me dijiste que yo te gustaba? -preguntó él.
Ella asintió, sintiéndose como una niña pequeña. Él le acarició la mejilla.
– Tú también me gustas. Me importas y quiero ayudarte si estás mal, al igual que tú me has ayudado con lo de la pierna.
Ella buscó sinceridad en sus ojos verdes. ¿Lo decía en serio? ¿Podía confiar en él? ¿O era sólo que lo deseaba tanto que era incapaz de ver más allá?
No le había contado a nadie la historia completa de lo que había pasado hacía diez años y ahora se lo iba a contar al que debía ser su peor enemigo. La vida era extraña a veces.
– Kurt, no sé…
– Cuéntamelo -seguía sin quitarle las manos de los hombros, como protegiéndola.
– Me marché después de acabar el instituto -empezó ella-. Mi madre murió cuando yo tenía dieciséis años y eso me dejó destrozada. Los dos años siguientes me dediqué a pelearme con mi padre. Estaba fatal en casa y pensé que en cualquier otro sitio estaría mejor, así que me marché a Dallas.
– No eres la primera que lo hace -dijo él, rodeándola con los brazos. Ella se dejó abrazar, porque se sentía muy a gusto, como si fuera lo más normal.
– No. Y la historia no suele tener un final feliz.
– ¿Qué ocurrió?
– Bueno, había un chico…
– Siempre lo hay.
– Claro -casi sonrió por un momento-. Yo pensaba que lo quería. O mejor, que él me quería a mí.
Él la abrazó con más fuerza.
– Éramos novios en el instituto y se reunió conmigo en Dallas. Lo pasamos genial varias semanas, pero cuando le dije… -le costaba pronunciar la palabra-…que estaba embarazada, me dijo que no quería dejar de vivir la vida que acababa de probar. Le pareció muy divertido que yo creyera que se casaría conmigo y me dejó muy claro que la gente como él no se casaba con la gente como yo.
Su voz tembló. Dudaba si decirle a Kurt las palabras exactas que empleó Jeremy. ¿Podría repetirlas? No, pero resonaban como un eco en sus oídos:
«¿Estás loca, Jodie? Es un hecho histórico que los McLaughlin se acuestan con las Allman, pero no se casan con ellas».
– Fue como si me tragara la tierra. No sabía qué iba a hacer ni dónde iba a ir. Perdí mi trabajo y sobreviví gracias a la comida que me daban en los centros de beneficencia durante un tiempo.
– Jodie…
– Y perdí el niño -ella tembló-. Fue bastante desagradable. Estaba en el quinto mes y fue muy grave -levantó la vista y lo miró a los ojos, porque él había sido muy comprensivo. Entonces le dijo algo que nunca le había dicho a nadie-. Tal vez no pueda volver a tener hijos.
– Dios mío -él la abrazó fuerte y enterró la cara entre su pelo-. Oh, Jodie.
Se sentía bien en sus brazos, pero aquello entrañaba otros peligros y trató de separarse.
– Si sigues abrazándome así, empezaré a llorar de nuevo -le advirtió.
– De acuerdo -dijo él, acariciándole el pelo con suavidad-. Llora todo lo que quieras.
No quería llorar, pero sus abrazos habían destruido todas sus defensas y no pudo evitarlo, pero paró pronto. Después de todo, era una tontería. ¿Por qué era tan débil? Otras mujeres continuaban con sus vidas después de un aborto espontáneo, sin desarrollar fobias por los niños. ¿Qué le pasaba a ella?
Lo que estaba claro era que no podía dejar que un niño indefenso cargara con el peso de sus propios traumas. Era el momento de superar, como fuera, todo aquello.
Se oyó un ruido en la habitación y después un grito.
– ¡Katy! -gritó Kurt, que intentó levantarse de un salto y cayó al suelo al olvidar la escayola.
Jodie se levantó también, y por unos segundos dudó entre levantar a Kurt y desear que no se hubiese roto nada más, o ir a buscar a la niña ella misma. Las décimas de segundo parecían eternidades, y al final se decidió. Corrió a la habitación.
Katy estaba en el suelo, llorando y frotándose la cabeza con la mano, pero al verla aparecer se calló y la miró como fascinada.
– ¿Estás bien, preciosa? -dijo, inclinándose hacia ella y dudando si tocarla-. ¿Te has hecho daño?
– Pa-pa-pa -balbuceó la niña, estudiando a Jodie. Después se decidió y estiró los bracitos hacia ella, pidiéndole que la tomara en brazos.
Jodie se pasó la lengua por los labios y miró hacia la puerta, deseando ver llegar a Kurt.
– ¿Quieres ir con tu papá? Estará aquí en un segundo, ya verás.
– Pa-pa-pa -y movió los brazos con más fuerza aún.
– De acuerdo -y se inclinó para levantarla, sin saber cómo acabaría aquello.
Katy ayudó mucho y en un segundo estaba tranquilamente acomodada en los brazos de Jodie sin que ésta tuviera náuseas. Y no iba a desmayarse, porque no era difícil en absoluto.
Se dio la vuelta cuando Kurt entró en la habitación. No podía creer lo a gusto que estaba con aquella princesita en sus brazos.
– Mira -dijo radiante al verlo-. Creo que está bien.
Kurt se detuvo y las miró con una medio sonrisa.
– Supongo que ha aprendido a escalar los barrotes de la cuna. Otro problema más.
Pero Jodie no quería oír hablar de más problemas. Le pasó la niña a Kurt, pero no se movió, sino que se quedó a su lado, peinándole los rizos a la pequeña y diciéndole lo bonita que era.
Después de tantos años evitando el tema, por fin se había enfrentado a su gran miedo y eso la llenaba de orgullo. La cobardía no traía nada bueno, ésa era la moraleja del cuento.
Paso la hora siguiente con Katy. A pesar de que sentía una punzada de dolor por el hijo que había perdido, estaba aprendiendo a disfrutar de ver a Kurt con la niña.
¿Y quién podía resistirse a Katy? Era una burbuja de alegría, curiosa y atenta a todo lo que le mostraban. Jodie no podía sentirse triste al tener a una niña tan bonita como centro de atención.
Todo eso le hizo pensar en otra cosa, y por fin reunió las fuerzas para preguntárselo a Kurt.
– Cuando miras a Katy, ¿te recuerda a Grace? -preguntó Jodie suavemente-. ¿La echas mucho de menos?
– No -dijo, y la miró con los ojos muy claros-. No echo de menos a Grace en absoluto.
Jodie pensó que aquello era un indicio de que no tuvieron un matrimonio muy feliz, pero esa falta de interés la dejó sorprendida.
– Lo cierto es que, si Grace no hubiera muerto, a estas alturas ya estaríamos divorciados.
– Oh, Kurt -dijo ella, sintiéndose culpable, porque si le hubiera confesado un amor eterno por su mujer, la hubiera torturado enormemente.
– Lo único que me retenía a su lado -dijo Kurt-, era que estaba intentando ver cómo podría dejarla sin perder a Katy.
Jodie sacudió la cabeza.
– Kurt, lo siento mucho. No tenía que haber dicho nada. No es asunto mío.
Sus ojos parecieron incendiarse por un momento.
– Claro que lo es, Jodie -dijo con voz suave.
Capítulo 8
Antes de poder explicar aquella sorprendente declaración, lo interrumpió el timbre de la puerta.
Jodie y Kurt se miraron, y exclamaron al mismo tiempo:
– ¡La sueca!
Kurt se puso en pie con la ayuda de una muleta y fue hacia la puerta. Justo antes de abrir le echó una mirada a Jodie y ésta le sonrió, sabiendo lo que él esperaba encontrar al otro lado de la puerta. Por fin abrió, e inmediatamente dio un paso atrás. La mujer que estaba en el umbral medía casi dos metros y parecía dedicarse al fútbol americano como hobby.
Tenía los ojos de un azul acerado y llevaba una pequeña bolsa.
– Soy Olga -dijo la mujer, con un fuerte acento-. Yo me ocupo del bebé.
– ¿Qué? -su sueño de la valkiria sueca se había desvanecido-. ¿Está segura?
– ¿Dónde es el bebé? -dijo, dando un paso hacia la puerta y haciendo recular a Kurt, que miró a Jodie en busca de auxilio.
– Escuche, no hemos decidido nada -dijo él, como hablándole a la pared-. Si nos deja su número, ya la llamaremos.
Pero Olga no era de las que esperaban a ser invitadas, así que apartó bruscamente a Kurt de la puerta y pasó a grandes zancadas a la casa.
– Yo conozco niños, señor -dijo ella, petrificándolo con la mirada-. Me deja el bebé y yo lo cuido.
De otras dos zancadas llegó junto a Katy, que estaba jugando en el suelo, y la levantó hasta la altura de su gélida mirada.
– Ella está bien.
Katy pareció sorprendida al principio. Después miró a su padre y luego a la mujer que parecía una montaña. Empezó a abrir la boca, pero no emitió ningún sonido.
– ¿Dónde es la habitación de niña? -preguntó Olga-. Necesita pañal.
Jodie le señaló el camino con el dedo y la mujer se encaminó hacia allí.
Kurt empezó a seguirla y después se volvió hacia Jodie.
– ¡Ayuda! -dijo en un susurro.
Jodie rió y le tomó las manos.
– Deja que haga su trabajo -le dijo-. Tracy ha dicho que tenía unas referencias excelentes, y tu madre no contrataría a cualquiera. Relájate.
Pero seguía inquieto.
– ¿Tú crees que Katy estará bien?
– Claro. Dale una oportunidad.
Él siguió con el gesto torcido, lo que le hizo mucha gracia a Jodie, hasta que Olga apareció por el pasillo con la niña en brazos.
– Iré a ver cocina -dijo, pasándole la niña a su padre.
– Este… Olga -dijo Jodie-, nos preguntábamos bajo qué condiciones la ha contratado la madre de Kurt. Suponemos que se ocupará de la niña y la cocina.
– Sí. Algo limpieza también. Y hago masaje.
– ¡Masaje!
Olga se echó a reír y le hizo un gesto a Kurt.
– Ven aquí y te doy uno.
Jodie vio la mirada de horror en la cara de Kurt y decidió conservar aquella imagen en la memoria para alegrarse en los días grises.
– No, gracias -declinó Kurt-. Creo que con Katy y el cuidado de la casa tendrá bastante.
Jodie acompañó a Olga a la cocina y le explicó lo que contenían los armarios y los electrodomésticos. De un modo extraño, casi se sentía propietaria de todo aquello, aunque sólo llevaba yendo a esa casa una semana.
Olga le cayó bien. Tal vez fuera algo autoritaria y ruidosa, pero era competente y buena persona. Muy fiable. Así que recogió sus cosas y se dispuso a volver a la oficina.
– ¿No pensarás marcharte, verdad? -dijo Kurt, alarmado.
Se tuvo que reír. Aquel hombre al que había visto pelear con tipos que le doblaban en estatura, parecia realmente asustado por la empleada del hogar sueca.
– Tengo que marcharme -dijo simplemente.
Kurt la siguió hasta la puerta.
– No puedes dejarme solo con ella -susurró, mirando por encima del hombro.
Jodie se mordió el labio y sacudió la cabeza.
– Oh, claro que puedo. Y es lo que voy a hacer.
No lo hacía por sadismo, sino que tenía que marcharse. Necesitaba algo de tiempo para procesar todos los cambios por los que había pasado su vida aquel día.
– Jodie -dijo él, agarrándola de un brazo y mirándola a los ojos-. Vuelve pronto.
Algo en la intensidad de su voz permaneció con ella hasta que llegó a la oficina. ¡Maldición! Se estaba enamorando de él, y en serio.
– Genial -murmuró para sí con sorna.
– He oído que Tracy McLaughlin va a casarse de nuevo.
Las cenas en casa de los Allman eran un hervidero de rumores aquellos días. Jodie miró a su hermana y se dio cuenta de que esa declaración se la había lanzado a ella. Claro.
– Eso parece -dijo ella, sin darle importancia, esperando pasar a una discusión mayor sobre ese asunto.
– ¿Cuántos lleva? -preguntó Matt-. ¿Es el tercero, verdad?
Rita asintió.
– Espero que tenga más suerte esta vez.
– ¡Ja! -exclamó Rafe-. Los McLaughlin no se comprometen con nadie. Mira a los padres. Tampoco son modélicos que se diga.
Rita señaló a su hermano.
– Si no recuerdo mal, a ti te gustaba Tracy.
– ¿A mí? -su atractivo rostro se tornó en un gesto de disgusto-. Nunca he tenido esa clase de sentimientos por un McLaughlin. No soy un traidor.
Jodie se quedó boquiabierta.
– Estáis aquí hablando mal de los McLaughlin, pero tenéis a Kurt en el negocio. ¿Alguien me explica cómo se digiere eso?
David se encogió de hombros, como si no mereciera la pena explicarlo.
– Bueno, para mí Kurt no es como los demás.
– No, nunca lo ha sido -añadió Rafe-. Estuvimos juntos en las clases prácticas de química en el instituto, y después de los insultos de rigor, nos llevamos muy bien. Siempre supe que era de los buenos.
– No se puede decir lo mismo de sus primos, que son todos basura -dijo David.
– No le daría la espalda a ninguno de ellos -añadió Matt.
– Kurt es un buen chico -afirmó también Rita-. Ya me lo pareció cuando volvió a Chivaree a criar a la niña. Después de cómo lo trató su mujer… -y miró a Jodie según decía esas palabras.
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