– Continúa -pidió ella-. ¿De qué modo lo trató su mujer?

– ¿No lo sabes? -preguntó Rita.

– Si lo supiera, no te lo preguntaría, ¿no crees? -Jodie miró a su alrededor y vio que todos parecían saberlo menos ella-. Por lo que sé, murió en un accidente de avión. ¿Hay algo más?

Los demás se miraron como si decidieran quién se lo tenía que contar. Rita continuó con la historia.

– Bueno, por lo que dicen, ella se había marchado de casa. Había abandonado a su marido y a su hijita.

– Oh -su corazón se llenó de pena por Kurt.

– Iba a encontrarse con su amante cuando la avioneta se estrelló en las montañas.

Jodie no tenía ni idea. Nadie, y mucho menos Kurt, le había dicho nada de todo aquello. Aún así, él le había dado pistas de que su matrimonio no había sido muy feliz, así que aquello no la sorprendía del todo. Aquello también explicaba por qué se le nublaba la vista a veces, y su auto imposición de no volver a enamorarse jamás.

Bueno, él no había llegado a decir eso, pero estaba implícito en su decisión de no volver a casarse. Debía de haber sido una agonía para él tener el bebé que quería y adoraba, y que la madre lo traicionara cuando más la necesitaba. Sintió pena por él.

No pudo comer ni un bocado más después de oír la historia. Sus hermanos pasaron a otro tema, pero ella se quedó en silencio. Quería ir con Kurt y consolarle como pudiese, aunque sabía que estaba jugando con fuego, pero, ¿qué más podía hacer?

Apenas habían acabado de comer cuando sonó el teléfono. Era Kurt.

– Jodie, menos mal que estás ahí. Tienes que venir inmediatamente.

– ¿Por qué? ¿Qué ha pasado?

– Te lo explicaré cuando llegues.

Ella frunció el ceño y apretó el auricular. Por su tono se deducía que había ocurrido algo terrible.

– Kurt, ¿dónde está Olga?

Hubo una pausa, hasta que Kurt dijo por fin:

– Jodie, tienes que venir y despedirla.

– ¿Dónde está? -repitió Jodie con los ojos muy abiertos.

– La tengo… la tengo en un lugar seguro.

– ¡Kurt! ¿Dónde está?

Ella notó que él respiraba pesadamente y que tomaba aire antes de hablar.

– La he encerrado en el cuarto de la plancha.

– ¡Kurt!

– He tenido que hacerlo. Se había vuelto loca.

– ¿Qué estaba haciendo?

– Te lo explicaré cuando vengas. No tardes.

Ella no podía imaginarse qué habría hecho Olga. ¡Pobre Katy! ¿Cómo podía un adulto meterse con un niño tan pequeño como ella? Olga tenía que haber hecho algo muy malo para que Kurt la hubiera encerrado en el cuarto de la plancha. Llegó a casa de Kurt con el corazón en un puño.

– Bien, cuéntamelo -ordenó mientras se precipitaba al interior de la casa-. ¿Cómo está Katy? ¿Qué le ha hecho Olga?

– Mira -dijo él, señalando a la trona, que estaba cubierta de una cosa rosada-. Estaba haciéndole comer remolacha -lo decía como si se tratara de ponerle cañas de bambú bajo las uñas o algún tipo de tortura similar.

– ¿Remolacha? -se aseguró Jodie, pensando que no lo había oído bien. Tal vez, como no sabía nada de bebés, no supiera qué significaba eso.

Él asintió, ultrajado, con la mirada llena de rabia.

– Katy odia la remolacha y empieza a llorar en cuanto la ve. ¡Y esa mujer la estaba obligando a comerla!

Jodie parpadeó.

– ¿Obligándola?

– Dijo que hay que enseñar a los niños que no pueden librarse de ciertas comidas. La pobre Katy estaba llorando como si el corazón se le fuese a partir en dos y esa mujer… aprovechaba para meterle la remolacha.

Jodie se giró. No sabía qué decir, pero lo cierto era que Olga y Kurt no se estaban llevando bien.

– De acuerdo. Hablaré con ella, pero Kurt, ¿qué vas a hacer sin nadie que se ocupe de Katy?

– Lo tengo todo pensado -dijo con sencillez-. Tú puedes quedarte aquí y ayudarme.

¡Qué cara se podía llegar a tener!

La frase no dejaba de rondar la mente de Jodie. Lo raro era que le había parecido más gracioso que otra cosa, aunque era muy pretencioso por su parte creer que ella iba a dejarlo todo para correr a ocuparse de su problema. Pero como Kurt lo había hecho con toda la inocencia del mundo, no podía tomárselo a mal y ofenderse.

Aparte, él no habría estado en aquella situación si ella no hubiera provocado el accidente, por lo que le debía algo. De todos modos, asumir sin más que estaría allí siempre que él se lo pidiese… la dejaba sin respiración.

Y ése era el punto importante: que la necesitaba. Katy la necesitaba, y eso era una novedad. Y le encantaba sentirse necesitada.

Se ocupó del despido de Olga con tacto y sensibilidad. Le explicó a la mujer que Kurt estaba atravesando un periodo de estrés emocional en aquel momento, que había algunos asuntos y tenía algunas fobias que necesitaban tratamiento. De eso se ocuparía ella como terapeuta. Lo que Olga no tenía por qué saber era que ella era terapeuta física, no psicológica. Por fin acabó diciéndole a la mujer que Kurt no estaba preparado para dejar el cuidado de su hija en manos de una profesional, aún.

– Ya -dijo Olga-. Está loco. Yo lo veo. Y va a mimar a niña. Vigile.

– Oh, lo haré -le respondió mientras acompañaba a la mujer a la puerta principal, sin que Kurt apareciera por ningún lado-. Lo vigilaré como un halcón. Por favor, envíe la factura por sus servicios.

– Oh, no preocupar. La señora McLaughlin ya me da buen cheque. Puede llamar cuando el señor va mejor, ¿de acuerdo? Va necesitar una mujer como yo para retomar vida.

– Desde luego. Seguro que pensará en usted cuando esté listo para dar el paso -le dijo, despidiéndose de ella con la mano-. Ya está -le dijo a Kurt, que había aparecido por una esquina con Katy en brazos-. ¿Tienes otro dragón por ahí del que quieras que me ocupe?

– Mi héroe -dijo, obviamente aliviado-. No me importó empujarla hasta el cuarto de la plancha. No escuchaba ni una palabra de lo que le decía.

– No te preocupes -le dijo Jodie-. Volverá para ocuparse de tu vida en cuanto estés lo suficientemente recuperado para aceptar sus servicios.

Kurt le habló a Katy directamente.

– Nena, ¿qué te parece si nos mudamos y no dejamos la dirección a nadie?

– Pa-pa -dijo ella.

Él la miró de nuevo.

– Pero nos llevamos a Jodie, ¿verdad?

– Da-da-da -Katy casi saltaba en sus brazos.

– ¿Puedes quedarte? Odio tener que pedírtelo, pero dadas las circunstancias, no me queda otra.

Ella lo miró a los ojos, que parecían preocupados, y supo que tenía tanto miedo a estar cerca de ella, como ella a estar cerca de él. Se mordió el labio. Sabía lo que tenía que hacer, pero también lo que quería… El deseo se impuso al pensamiento maduro y coherente.

– Claro que me quedaré -dijo-. Pero sólo esta noche.

Capítulo 9

Tres días más tarde, ella seguía allí y se preguntaba si algún día reuniría las fuerzas necesarias para marcharse. No sólo estaba locamente enamorada de Kurt, sino que la pequeña también le había conquistado el corazón, y no podía imaginarse dejar que otra persona se ocupara de ella. Pero eso tenía que ocurrir tarde o temprano. Cuando le quitaran la escayola a Kurt y le pusieran sólo el vendaje, las cosas volverían a la normalidad: ellos dos volverían a trabajar a la oficina y tendrían que buscar a alguien que se quedara con Katy.

Lo cierto era que no quería pensar en ello. Formaban una pequeña familia feliz y le gustaba como iban las cosas. Por las mañanas, lo primero que hacía era ir desde su cuarto al de Katy, que ya estaba despierta jugando con sus muñecos y solía emitir ruiditos de placer al verla. Después de cambiarla, la llevaba a la habitación de Kurt. Él, medio dormido, se quedaba con ella mientras Jodie iba a la cocina a preparar el desayuno y a intentar olvidar lo sexy que estaba Kurt adormilado. Cuando el desayuno estaba listo, Kurt ya había puesto a Katy en su trona y le daba de comer. Después se sentaban a la mesa durante casi una hora riendo y jugando con la niña, que era simplemente irresistible.

Después de desayunar Kurt bañaba a Katy mientras Jodie recogía la cocina y preparaba las cosas para trabajar en la mesa del comedor. Kurt acostaba a Katy y así disponían de una hora seguida de trabajo antes de que la niña se despertase de nuevo y requiriese su atención.

El resto del día lo planificaban sobre la marcha. Intercalaban el trabajo con cuidar a Katy. Tenían visitas, sólo para saludar o para hablar de trabajo. Por la tarde iban a dar una vuelta en coche o al parque para que Katy pudiera correr sobre la hierba y jugar con otros niños. Por la noche solían pedir comida a domicilio, mientras que Katy cenaba un puré y un biberón.

Cuando la habían acostado, Kurt y Jodie podían estar tranquilos.

A veces empezaban a ver una película en DVD, jugaban a algún juego de mesa o hacían crucigramas, pero daba igual cómo empezase, siempre acababan en la misma posición: uno en brazos del otro.

Ella era consciente de que tenían que dejarlo. Aquello no iba a ninguna parte y sólo les traería problemas, pero estaba tan bien en sus brazos, mientras él le susurraba cosas al oído… Kurt era todo lo que ella quería de un hombre; de hecho, había superado sus expectativas en varias ocasiones. Si en algún momento él deseara una relación de verdad…

¿A quién intentaba engañar? Había demasiados obstáculos entre ellos para que aquello llegara a funcionar. Él no quería volver a casarse: ya había sido traicionado por una mujer una vez y ella era consciente de que no querría volver a arriesgarse.

Pero a él le gustaba. Se daba cuenta de cuándo le gustaba a un hombre. A Kurt le gustaba el modo en que trataba a Katy y, de hecho, el día anterior le había dicho que se alegraba de tenerla como ayudante. Pero para casarse con ella… eso era otro asunto.

Ella se preguntaba a veces si la vieja rencilla familiar formaba parte de sus motivos para no estar con ella. Siempre decía que no se preocupaba por eso, pero ¿cómo podía uno deshacerse de algo que le han inculcado desde la cuna? Ella lo sabía y aún la atormentaba a veces. De vez en cuando se hacía preguntas sobre Kurt y sus motivos para trabajar para los Allman. Su explicación de que era el mejor trabajo que había encontrado era plausible, pero…

Aquella noche, con Katy en la cama, comentaban en el sofá la tarde del sábado, cuando Lenny, el hijo de Manny, había venido a jugar con Katy. Kurt, tumbado, tenía la cabeza sobre el regazo de Jodie y comentaba la pelea que habían tenido los niños.

– Supongo que las habilidades sociales no son algo innato -dijo él, riéndose al recordar la escena-. No puedo creer que Katy agarrara ese cubo de plástico y se lo tirara a la cabeza al pobre Lenny.

– ¿Y no has pensado que está un poco consentida? -dijo Jodie-. Supongo que no te has dado cuenta de los gritos que da cuando ve que no se va a salir con la suya.

– ¿No estarás intentando decir que mi angelito es una niña mimada, verdad?

– No, pero tampoco es una flor delicada. Es una niña normal y saludable -le sonrió-. Va a darte muchas preocupaciones cuando crezca, ya verás.

– Empiezo a sentirme en inferioridad numérica.

Eso sólo sería así si ella se quedara más tiempo con ellos, cosa que no iba a ocurrir. Tomando una bocanada de aire, cambió de tema.

– ¿Hablaste con Manny sobre los extraños que entraron en el viñedo? -preguntó, pasándole los dedos por el pelo.

– No hay ningún problema -dijo él, levantando la mano para colocarle un mechón de pelo rubio tras la oreja-. Ya sé quiénes eran.

Jodie consiguió contener una exclamación al sentir sus caricias, pero su voz sonó algo temblorosa.

– ¿En serio? ¿Quiénes eran?

– Eran de la universidad, del departamento de Botánica -dijo, incorporándose para sentarse a su lado. Le pasó un brazo sobre los hombros y su aliento le hizo cosquillas en la oreja. Después empezó a mordisquearle el lóbulo-. Sólo querían tomar más muestras.

– Oh -dijo ella con su último aliento-. Muy bien.

Tragó saliva. Aquél era el momento en el que debía apartarse y decirle que tenían que dejar de besarse, pero sus músculos la tenían aprisionada y su mente dejaba de pensar con claridad.

– Mmm -Kurt empezaba a darle pequeños besos por el cuello-. Muy bien no es suficiente para describir esto. Magnífico es un adjetivo más apropiado.

Ella se estaba derritiendo. Siempre se derretía cuando empezaba a tocarla. Volvió la cabeza para protestar…

– Kurt…

Su boca le congeló las palabras en la garganta, así que cerró los ojos y se dejó inundar por su calor, como un trago de coñac en una fría noche de invierno. Los besos de aquel hombre eran los mejores que había conocido, eran como una droga: adictivos. Jodie dejó que la sensación llegase a todos los rincones de su cuerpo, deseando estirarse y sentir su cuerpo sobre el suyo.