Maldiciendo en voz baja, miró por la ventana. Tal vez ella había tenido razón desde el principio y su relación estaba maldita por esa estúpida rivalidad.

Jodie levantó la vista y vio a Kurt salir del ascensor con un pequeño grupo de gente. Rápidamente bajó la vista a sus papeles, pero no pudo contener los latidos desbocados de su corazón, como siempre que lo veía. Él y el resto del grupo pasaron a su lado, pero Jodie pretendió estar sumida en su trabajo.

Había pasado casi una semana desde que se marchó de su casa, y no habían hablado en serio desde entonces. Trabajaban juntos todos los días, pero sólo en la oficina, y todo lo que se decían era por motivos de trabajo. Ella había estado a punto de preguntarle por Katy, pero había oído que le contaba a Shelley que uno de sus primos se estaba ocupando de ella, así que su pregunta ya estaba respondida.

Odiaba aquello. Sabía que él estaba enfadado por el modo en que se había marchado. Él sabía que ella pensaba que era culpable de algo, y ella sabía que las sospechas de Manny eran infundadas. Matt y Rafe habían aclarado ese punto, así que lamentaba mucho haber caído en un error tan estúpido.

Pero ya era demasiado tarde para intentar arreglar las cosas. Según su punto de vista, Kurt había aprovechado la oportunidad para librarse de ella cuando ya no la necesitaba. Se lo había anunciado cuando le había dicho que se lo estaba tomando demasiado en serio. Después de todo, él ya le había dicho que no estaba disponible para relaciones a largo plazo. Ella se había metido en aquel lío siendo plenamente consciente de a lo que se arriesgaba, así que había conseguido lo que se merecía, suponía.

Pero eso no evitaba que llorase por las noches. Estaba enamorada de él, ¿qué podía hacer?

Y además, estaba Katy. La pequeña y dulce Katy. Echaba de menos tenerla en sus brazos y había pasado de no querer tener nada que ver con los niños a adorar a Katy en unos pocos días. ¿Era posible un cambio tan radical?

Sí, siempre que se olvidara uno del miedo. Hmm. Tal vez fuera bueno recordar eso.

Había pasado sólo media hora cuando Shelley pasó por su mesa.

– Tu jefe quiere verte en la sala de juntas.

– ¿Quieres decir Kurt?

Shelley le hizo una mueca.

– ¿Acaso no es él tu jefe?

Claro que lo era, por mucho que hubiera intentado cambiarlo desde el principio. Dejó escapar un suspiro, se levantó y se dirigió a la sala de juntas. Supuso que querría hacerle algún comentario sobre las propuestas publicitarias que le había entregado aquella mañana. Habían trabajado codo con codo durante un tiempo y estaban en tan buen sintonía, que ahora se le hacía raro volver a ser la empleada del montón de nuevo. Bueno, alguien tenía que hacerlo, así que ella intentaría llevarlo lo mejor posible.

– Buenos días -dijo ella mientras empujaba la pesada puerta de la sala y entraba.

Kurt estaba sentado en el extremo contrario de la mesa; tenía el pelo castaño algo más largo de lo habitual, como si no hubiera tenido tiempo para cortárselo últimamente. Sus ojos verdes la miraban de un modo que ella interpretó como expectante. Entonces se dio cuenta de que algo se movía en su regazo y sólo tardó un par de segundos en darse cuenta de que era la niña.

– ¡Katy! -gritó sin poder evitarlo.

La pequeña la miró y empezó a gritar nerviosa y contenta a la vez.

– Ma-ma -gritó, levantando los brazos regordetes hacia Jodie-. Ma-pa-ma-pa.

Jodie ignoró a Kurt, las balbuceantes palabras de la niña y fue corriendo por ella. Cuando tuvo a la niña en brazos, rió y la abrazó con fuerza.

– ¿Has oído eso? -preguntó Kurt como si nada-. Te ha llamado «mamá». ¿Te molesta?

Ella se volvió para mirar el rostro que tanto le gustaba. No podía leer la expresión de su cara, pero algo en el ambiente hizo que se pusiera muy nerviosa.

– Kurt, ¿qué intentas hacer conmigo? -preguntó ella.

Él se encogió de hombros y sonrió.

– Sólo estoy explorando la idea de que seas su madre. ¿Qué te parece? ¿Hay alguna posibilidad de que te guste ese papel?

Ella lo miró, sin aliento.

– ¿Qué? ¿Estás intentando contratarme de nuevo?

Antes de que pudiera responder, Shelley entró con unos papeles y Kurt se levantó. Tomó a Katy de los brazos de Jodie y se la pasó a Shelley.

– ¿Puedes llevarla al comedor y darle un helado o algo así? -preguntó.

– Claro -Shelley los miró con una sonrisa-. Vamos a pasarlo genial, ¿verdad, Katy?

Jodie no había dejado de mirar a Kurt ni un solo segundo.

– Siéntate -pidió él cuando Shelley hubo cerrado la puerta.

Ella se sentó muy despacio a su lado y esperó a que él comenzara.

Tardó un momento en empezar a hablar. Parecía estar ordenando sus pensamientos. Y después la miró.

– He estado pensando mucho estos últimos días -dijo él.

Ella asintió.

– Yo también -admitió en voz baja.

– He sido un imbécil.

Ella lo miró e intentó comprender sus palabras. ¿Acaso lamentaba su relación? Era difícil de decir, pero ella estaba segura de una cosa:

– Aún estás enfadado conmigo.

El dudó y frunció el ceño.

– Un poco -admitió.

Ella se pasó la lengua por los labios.

– ¿Por qué exactamente?

Un rayo de dolor le cruzó la cara.

– Porque no confiaste en mí. Creía que me conocías bastante bien, pero seguías sin creer en mí.

Ella entristeció, pero no podía dejar que se quedara con esa impresión, porque se acababa de dar cuenta de que no era verdad.

– No -dijo ella con sinceridad-. No fue eso. Yo no creía en mí misma. Tenía miedo y necesitaba tiempo y espacio para pensar las cosas. Cuando todo pareció indicar que estabas traicionando a la empresa, yo… bueno, me enfadé, y lo usé como excusa para huir.

El asintió en silencio.

– Pero eso no responde a mi cuestión principal. Caíste en la trampa con demasiada facilidad, Jodie. ¿Fue por mí o por esa estúpida rivalidad?

Ella se miró las manos y las entrelazó sobre el regazo. Después levantó la mirada.

– La rivalidad existe, aún es parte de mí. Voy a tener que trabajar mucho para olvidarla, pero, Kurt… -se mordió el labio y después continuó-. Conseguiré olvidarlo y lo borraré de mi mente. Puedo hacerlo.

Él le tomó una mano entre las suyas.

– Entonces, ¿no crees que quiera engañar a tu familia?

Ella cerró los ojos por un instante.

– Oh, Kurt.

– Porque no voy a hacerlo, ya lo sabes.

– Lo sé -hizo un gesto, sintiéndose culpable-. Rafe me explicó que has estado trabajando mucho por papá estos meses y que si no hubiera sido por ti, la compañía ya se habría hundido.

– Bueno, eso no podemos saberlo.

– Sólo tengo que decir una cosa -dijo ella, decidida a sacarlo todo mientras tuviera fuerzas-. Quiero que sepas que te quiero, Kurt McLaughlin.

Ya estaba. Lo dijo y se rodeó el cuerpo con los brazos, sin saber qué esperar. ¿Pondría él cara de extrañeza y se apartaría, o volvería a decirle que se lo había tomado muy en serio? Jodie contuvo el aliento, esperando.

Él pareció sorprendido y después, lentamente, empezó a sonreír. Se inclinó hacia ella, le pasó la mano libre por el pelo y la acercó hacia sí.

– ¿Sabes cuánto he echado de menos tus besos? -dijo en voz baja.

– Oh -ella se puso una mano sobre el pecho-. No podemos besarnos aquí. Estamos en la sala de juntas.

– ¿Acaso te olvidas de quién es el jefe? Puedo llevar esta reunión como quiera -le sonrió-. Y digo que cuando hay amor de por medio, los besos son obligatorios.

Ella se retiró ligeramente.

– ¿Acaso significa eso que…?

– ¿Quieres que diga todas las palabras?

Ella asintió.

– De acuerdo. Allá va. Te quiero, Jodie Allman, aunque estoy pensando en cambiarte el apellido lo antes posible.

Jodie se echó a reír, hasta que él la besó y ella se fundió en el beso, empapándose de su ternura y devolviéndosela a manos llenas. Estaba radiante. Apenas podía creer que sus sueños se hubieran hecho realidad. Ella se apartó y le sonrió con labios aún temblorosos.

– Kurt, siento haberte hecho pasar por todo esto. No te merecías mi desconfianza.

– No, eso es cierto -sonrió, le acarició la mejilla y el amor inundó sus ojos verdes-. Se acabaron las rivalidades, ¿trato hecho?

Ella le ofreció la mano.

– Lo juro.

Se miraron a los ojos y sonrieron.

– Jodie, escúchame -le dijo Kurt con súbita urgencia-. ¿Vas a casarte conmigo y a ser la madre de mis hijos o no?

– No lo sé. Esto es muy repentino.

– Al infierno. Llevo mirándote desde que me afeité por primera vez. Ya es hora de que zanjemos este asunto.

Ella inclinó la cabeza, sonrió y preguntó:

– ¿Lo dices en serio?

– En serio.

Ella suspiró.

– Oh, ¡te quiero!

– Y yo a ti, Jodie.

– Oh -sus ojos se llenaron de lágrimas.

– ¿Entonces? ¿Sí o no? Di que sí.

Ella le sonrió y dijo:

– Si. ¡Sí!

– Bien.

Y se volvieron a besar, para cerrar el trato.

Morgan Raye

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