– Es una niña preciosa -siguió Matt-. ¿Cuánto tiempo tiene?

– Dieciséis meses.

– Poco más de un año.

– Sí.

Jodie enarcó las cejas, pensando qué le estaría pasando por la cabeza a su hermano. Aquello no coincidía con la imagen que tenía de él. Después vio que Kurt se había tumbado en la cama y dejó de pensar en su hermano inmediatamente. Su cuerpo volvió a reaccionar de aquel modo tan incómodo.

Kurt se había puesto unos vaqueros cortados que dejaban al aire su pierna escayolada… y la otra. Ella había intentado evitar no notar lo bien definida que estaba y, además, él se acababa de quitar la camisa. Ahora no podía evitar ver aquella demostración tan sexy de su musculatura, toda ella bien envuelta en la piel más suave y bronceada que había visto nunca.

¡Aquel hombre parecía un dios griego! Al mirarlo sentía un peligroso calor por todo el cuerpo.

Entonces se dio cuenta de que llevaba demasiado rato mirándole el impresionante pecho y levantó la vista hasta sus ojos para descubrir que él la había estado mirando todo el tiempo. Con las mejillas ardientes, se dio la vuelta y pretendió sumirse en la lectura de los títulos de la estantería más cercana.

Matt y Kurt siguieron hablando, pero ella no escuchó ni una palabra de lo que decían por el zumbido que retumbaba en su cabeza. Él se había dado cuenta de que lo estaba mirando y le había devuelto la mirada con tanta intensidad que casi daba miedo. Parecía que supiera lo que estaba sintiendo y lo que estaba pensando también. ¿Se habría dado cuenta de lo atraída que se sentía físicamente hacia él? ¿Lo mucho que había deseado que la besara en el ascensor? Era tan humillante…

Intentó respirar con normalidad, controlar la rojez de sus mejillas y evitar volver a mirar a Kurt a los ojos. Después salió del cuarto y fue a la sala a tomar un poco de aire fresco.

La casa estaba amueblada con sencillez, pero había juguetes por todas partes. Ella torció el gesto y apartó la mirada. Habían pasado casi diez años, pero cada vez que veía cosas de niños, sentía náuseas. Sabía que era estúpido y autodestructivo dejar que aquella sensación gobernase su vida, pero no podía evitarlo. Siempre era duro perder un hijo, aunque no hubiera llegado a nacer.

Intentó pensar en otra cosa. No dejaba de preguntarse por qué Kurt no vivía en la mansión victoriana de la colina, con el resto de su familia. Si había vuelto para que lo ayudaran con la niña, allí era donde debía haberse quedado. Se suponía que era una casa maravillosa.

Ella nunca había estado allí; nunca la habían invitado a las fiestas de los domingos por la tarde a las que acudía el resto de chicas de la ciudad. Entonces ningún Allman era bienvenido a nada organizado por los McLaughlin.

– Jodie -llamó David, apareciendo de repente.

– ¿Qué? -se sobresaltó de haber sido arrancada tan de repente de su ensoñación.

– Matt ha acabado.

– Menos mal.

– Pero Kurt quiere decirte algo.

– ¿A mí? -se llevó las manos instintivamente al cuello-. ¿Por qué? ¿Qué quiere decirme?

– Ni idea -David se encogió de hombros-. Algo de trabajo, supongo. Bueno, te esperamos en el coche.

– De acuerdo -dijo ella, viendo a su hermano salir por la puerta.

Volvió a la habitación y sus remordimientos regresaron en cuanto vio a Kurt tendido sobre la cama.

– Oh, de verdad que lo…

– No lo digas -ordenó él-. Ya sé lo mucho que lo sientes. Yo también. Pero ya está hecho, así que olvidemos el tema.

Ella arqueó las cejas al notar el cambio de tono. Se había puesto más ropa y ya no era el mismo que intercambiaba bromas con sus hermanos. Bueno, tenía que estar cansado y dolorido, así que decidió darle cierto margen.

– Tenemos que ver cómo vamos a llevar mi baja laboral. Matt dice que no puedo volver al trabajo hasta dentro de dos semanas.

Una baja laboral. Eso lo iba a poner en clara desventaja y tal vez retrasara sus planes, y le permitiría a ella vigilarlo con más facilidad.

– Oh, qué pena -ya podía imaginar trabajar sin él a la vista distrayéndola. Se animó inmediatamente. Tal vez las cosas estuvieran mejorando, después de todo.

– Pero tengo un par de proyectos a medias que no admiten retraso, así que voy a tener que trabajar desde casa.

– ¿Desde casa? -repitió ella, presintiendo que la continuación no le iba a gustar nada.

– Sí. Tengo ordenador y fax, pero como no podré moverme mucho, ahí es donde entras tú.

– ¿Yo?

– Sí. Puedes venir a trabajar aquí conmigo. De ese modo avanzaré en el trabajo mucho más.

– Oh, pero…

– Lo he estado pensando. Puedes ir a la oficina a la hora de siempre, resolver los asuntos que tengas allí pendientes, traerme el trabajo que tenga que hacer yo y trabajar aquí hasta la hora de comer. Seguro que eso no te supone un problema, ¿verdad?

¿Qué podía decir? Aquello era culpa suya y tenía que ayudarlo en todo lo que pudiera. Jodie sintió que le empezaba a doler la cabeza y se mordió el labio. Pudo imaginar las mañanas con Kurt, los dos solos, trabajando codo con codo sobre algún asunto complicado, aumentando la confianza entre ellos… ¡No! ¡Imposible!

– Tal vez -intentó ella- lo mejor fuera que enviase a Paula para que te ayudase -Paula era su secretaria-. Yo también tengo unas cuantas cosas a medias, así que me quedaré en la oficina para asegurarme de que todo vaya bien, y Paula puede hacer de enlace entre nosotros.

– Eso no va a funcionar.

– ¿Por qué no? -preguntó ella, asombrada.

– Porque quiero que seas tú la que esté aquí.

Eso era justo lo que estaba temiendo. Se había puesto en su papel de jefe y estaba dando órdenes. El problema era que ella no llevaba bien lo de recibir órdenes. Lo miró fijamente.

– ¿Por qué yo?

– ¿Eres o no mi asistente? -dijo él, frunciendo el ceño.

– Es algo temporal.

– Por lo que a mí concierne, vivamos al día. Ésa es mi respuesta.

Jodie deseó decir algo impertinente e insubordinado, pero sabía que sería interpretado como una falta de madurez. El problema era que le costaba mucho doblegarse sin más.

Se quedaron mirándose el uno al otro y Jodie se notó enfurecer, aunque consiguió contener el ataque de ira en el último momento. Para él estaba claro que lo estaba pasando mal, y para sorpresa de Jodie, eso parecía divertirlo.

– ¿Acaso todas tus disculpas no significan nada? -preguntó él con dulzura.

¡Cómo podía…!

– Y el que tú las rechazaras, veo que tampoco significaba mucho.

Kurt rió.

– Jodie, tranquilízate. Esto es lo que quiero y vas a tener que aceptarlo.

– ¿O qué? ¿O me despedirás?

– ¿Despedirte de la empresa de tu padre? Nunca haría algo así -su sonrisa resultaba de lo más irritante-. Sin embargo, podría darle los mejores trabajos a Paula y darte más tiempo para hacer fotocopias y traerme café.

Estuvo tentada de salir por la puerta, furiosa. Al final tendría que hacer lo que él quería, pero no se lo iba a poner fácil. Por otro lado, se sentía radiante: habría deseado que sus hermanos vieran a Kurt ponerse autoritario con ella. Eso le daba más motivos para pensar que Kurt planeaba algún tipo de sabotaje.

Pensándolo bien, tal vez no fuera tan mal idea estar cerca de Kurt mientras trabajaba, puesto que ella era la única que sospechaba de él y alguien tenía que vigilarlo.

Se volvió y lo miró.

– De acuerdo -gruñó-. Aquí me tendrás -para su sorpresa, él pareció más aliviado que triunfante, pero antes de que dijera nada, le advirtió-: Pero a cambio de venir a tu casa y trabajar lo mejor que pueda, quiero que… que no hagas nada que perjudique a mi familia.

– ¿Perjudicar a tu familia? -otra vez se hacía el inocente-. ¿Por qué iba yo a hacer eso?

– No lo sé… ¿Por qué huelen las flores? -dijo ella, mirando al techo.

– Otra vez esa estúpida disputa familiar, ¿verdad?

– Justo. El caballero ha ganado el premio.

– Jodie, yo no quiero ningún premio. Lo único que quiero es que estés aquí… conmigo.

¿Qué estaba diciendo? Lo cierto era que no quería saberlo.

– Pues ya lo has conseguido -dijo ella, sin salir de su asombro y dirigiéndose hacia la puerta-. Recuerda que tienes que tener cuidado con lo que pides. Las cosas pueden acabar de una forma que no esperas.

– Eso puede no ser malo -murmuró él.

Ella dudó del significado de sus palabras. Decía cosas que sonaban a la vez extrañas y sugerentes, pero tenía la sensación de que no quería decir lo que ella estaba interpretando. ¿Hacía eso sólo para desestabilizarla? Lo mejor sería asegurarse.

– Y no tendremos ninguna… relación romántica -dijo ella con firmeza.

El la miró un segundo y después echó a reír.

– Escucha, Jodie. Cualquier romance que mantenga de ahora en adelante será sólo por diversión. Las relaciones para mí son cosa del pasado.

Ella no pudo obviar la amargura de su tono de voz, pero no iba a dejar que lo notara. Todo el mundo tenía sus problemas, pero él, al menos, había tenido un matrimonio feliz, cosa que no podía decir mucha gente.

– A eso me refiero. Yo no pierdo el tiempo con diversiones.

– Entonces nos entenderemos a la perfección.

Si creyese sus propias palabras… Jodie salió de la casa después de mirarlo por última vez como si acabara de sortear una trampa mortal. ¿Pero qué trampas le pondría en el futuro?

Capítulo 3

Jodie lo tenía todo planeado cuando aparcó frente a la casa de Kurt a la mañana siguiente. Se mostraría fría, tranquila y profesional; toda eficiencia y competencia, pero manteniendo las distancias.

Mientras caminaba hacia la puerta conjuraba sus emociones para que permaneciesen dormidas. Su amiga Shelley, que también trabajaba en Industrias Allman, la tendría al corriente del trabajo de la oficina, así que se recogió el pelo rubio en un moño, se vistió con unos pantalones y una camisa blanca y ocultó sus ojos oscuros tras unas gafas de sol. Impersonal y profesional.

La puerta verde se abrió antes de que pudiera llamar y en ella apareció Kurt, con una enorme sonrisa y casi desnudo. Llevaba el pecho al descubierto y tenía los bíceps hinchados por el esfuerzo de usar las muletas. Los pantalones cortos del pijama se ajustaban a sus caderas perfectamente esculpidas, y ante la visión de tanta carne masculina, ella no pudo más que dar un paso atrás y quedarse sin aliento.

– ¿Estás bien? -preguntó él, con la luz de la mañana reflejada en sus ojos verdes.

– Claro que sí -replicó ella, recuperando rápidamente el equilibrio emocional-. Pero me preocupa que puedas pillar un catarro así, llevando tan poca ropa.

– No te preocupes, estoy fuerte como una roca -le aseguró Kurt.

Aquello estaba clarísimo.

– ¿Te has dejado la bata en algún lado?

– Me estorba con las muletas -levantó una ceja-. ¿Quieres decir que te molesta que no esté completamente vestido?

Ella arrugó el ceño.

– He sido fisioterapeuta durante los últimos cinco años; estoy acostumbrada a ver el cuerpo humano.

La flagrante mentira casi hizo que enrojeciera, pero logró contenerse. Los cuerpos normales no la afectaban, pero aquél la ponía algo nerviosa… Esperaba que él no se diera cuenta.

– Puesto que no parece que estés listo para trabajar, creo que volveré a la oficina y vendré más tarde -se giró e intentó que la amenaza surtiera efecto. Una imprecación la detuvo.

– Deja de hacer teatro, Jodie -dijo él con impaciencia-. Tenemos mucho que hacer y no podemos perder el tiempo.

– ¿De verdad? -al mirarlo no pudo evitar el apreciar como el sol brillaba sobre su bronceada piel.

– Entra y empecemos de una vez.

– ¿Qué te ronda por la cabeza? -preguntó ella, sin fiarse.

– Jodie, Jodie -dijo, con una sonrisa capaz de fundir el hielo de los polos-. Tienes que aprender a confiar en mí.

– La confianza es algo que se gana -le recordó.

– Muy bien, señorita rayo de sol. Hoy quería ir a los viñedos, pero puesto que yo no puedo conducir, tendrás que hacerlo tú por mí.

– ¿A los viñedos? -se sorprendió ella-. ¿Para qué?

– Estoy trabajando en los conceptos de la nueva campaña publicitaria. Quiero ver qué podemos hacer. Hacer fotos y buscar ideas.

Ella se quitó las gafas, lo miró y volvió a preguntarse en qué estaría pensando.

– ¿Mi padre sabe que pensabas ir? -preguntó.

Su expresión se tornó extraña y luego volvió a la normalidad.

– ¿Por qué? ¿Crees que debería pedirle permiso? -respondió.

Ella dudó, pensando justamente eso, pero consciente por su tono de que no le gustaría la respuesta. Ir y volver hasta allí les llevaría todo el día. En realidad no tenía ningún asunto pendiente que no pudiera retrasar un día más, así que, pensando que si él iba, ella no debía dejarlo solo, accedió.