– ¿Y qué tiene que ver eso? Alexis lleva preocupándose por lo que Zeke hace con su tiempo libre desde que se casaron. No utilices eso como excusa
– Pero yo… Ella no… ¿Estás diciéndome que Alexis se lo ha inventado todo?
– No lo sé. Siempre está con lo mismo. Zeke la adora, aunque a veces me pregunto cómo puede soportarla con esas proclamaciones tan dramáticas.
Gracie se derrumbó en una silla y trató de asimilarlo todo. No podía ser cierto.
– ¿Me estás diciendo que he estado corriendo de acá para allá con la intención de ayudar a mi hermana cuando ella se lo ha inventado todo?
– Yo no he dicho eso.
– Tal vez no, pero yo sí. La foto en el periódico, seguir a Zeke… Riley me va a matar cuando se entere.
– Es mejor que se lo diga otra persona.
– ¿Como?
– Han pasado catorce años. Había esperado que el tiempo te hubiera ayudado a olvidarte de él. Evidentemente no ha sido así.
– Eso no es cierto. Yo no ando por ahí persiguiendo a Riley.
– Todo prueba lo contrario -replicó su madre, señalando la foto del periódico-. En lo que a Riley respecta, jamás has mostrado ni pizca de sentido común. Tuvimos que sacarte de aquí para que Pam y él pudieran tener una boda normal, pero eso no es lo peor. Tú eras de lo único que hablaba todo el mundo. Eras objeto de burla. Por eso te envié con tus tíos. Ahora, el periódico vuelve a publicar las historias del pasado, ¿Has tenido que repetir lo mismo? ¿Es que no has aprendido nada?
Gracie se sintió completamente destrozada. Deseaba poder huir y esconderse en alguna parte. Sin embargo, se puso de pie
– He cambiado -afirmó-. Si hubieras estado conmigo en los últimos catorce años, lo sabrías. Por supuesto, si yo hubiera crecido aquí, habría sabido cómo es Alexis y no le habría hecho ni caso.
– Entiendo. Estás diciendo que todo esto es culpa mía. Es tan propio de ti… Cuando tienes dudas, culpas a tu madre. Hice lo que hice por ti. No es que espere gratitud. Sé que eso sería demasiado, pero tal vez podrías compadecerte un poco de la posición en la que yo me quedé en esta ciudad. ¿Sabes lo que es tener que escuchar cómo mis clientes se burlan de mi hija? Es humillante -afirmó. Lily se dio la vuelta y se dirigió hacia la puerta-. Lo digo en serio, Gracie. Apártate de Riley. Dale a ese pobre hombre la oportunidad de vivir su vida sin que tú estés molestándole a cada paso. Cuando tenías catorce años era muy triste, pero ahora es patético.
Capítulo 7
Gracie se marchó a la cama. Le parecía el lugar más seguro. Por eso, durante dos días, ni se vistió ni se duchó ni contestó el teléfono. Lo único que hizo fue terminar el pastel que el mensajero iba a ir a recoger el jueves.
El viernes por la mañana, ya no podía soportarse. La autocompasión jamás había sido lo suyo. Se lavó, se tomó un buen desayuno y se dirigió a la consulta de la doctora Alexis Fleming.
Como la doctora Fleming estaba especializada en odontología pediátrica, su sala de espera estaba repleta de niños. Se dirigió directamente al mostrador de recepción y allí pidió hablar con su hermana.
Dos minutos más tarde, la acompañaban al pequeño despacho de Alexis.
– ¿Qué ocurre? -le preguntó su hermana.
– Hace un par de días hablé con mamá.
– Está muy molesta por la fotografía del periódico -comentó Alexis-. Sinceramente, Gracie, fuiste una estúpida al caer en esa trampa.
Gracie contuvo la ira todo lo que pudo y trató de no olvidar el motivo que la había llevado allí.
– En estos momentos no quiero hablar de eso. Lo que me interesa más es que mamá me dijo que, en lo que se refiere a Zeke, siempre te has mostrado muy ansiosa. Que siempre te ha preocupado que tenga una aventura cuando, en realidad, te adora.
Vio que una serie de sentimientos enfrentados se reflejaban en el rostro de su hermana, como si Alexis no supiera en realidad qué decir.
– Estoy cansada -prosiguió Gracie-. Hasta ahora, mi estancia aquí sólo me hace desear ser huérfana. Dime la verdad.
– Bueno, sí que hay gastos en eBay y efectivamente lo vi con Pam…
– Pero…
– Pero podría ser otra mujer. Siempre está fuera y…
– Maldita sea, Alexis -le espetó Gracie, agarrándola por el brazo-. Sincérate conmigo. ¿Era simplemente una pataleta tuya?
– Claro que no… Bueno, tal vez a veces reacciono exageradamente, pero en esta ocasión no.
– Genial.
– Lo digo en serio. Ahora creo que hay otra persona
– Sea como sea, yo no pienso ayudarte más. Ni me lo pidas ni me lo sugieras siquiera. Si tienes un problema con tu marido, resuélvelo con él y a mí déjame en paz.
– Eres mi hermana… Yo habría creído que serías más comprensiva -protestó Alexis
– Entonces te equivocas.
Una de las mejores consecuencias de ser jefe era que nadie se atrevía a fastidiarle. Riley sabía que podía andar por el banco sin escuchar ni un solo comentario dirigido a él. Se imaginaba que todos sus empleados estaban disfrutando como locos con la fotografía del periódico, pero no le importaba. Mientras no le dijeran nada a la cara, todo iba bien
La única persona que podría tener las agallas suficientes para hacerlo era Diane. Por eso, cuando la mujer se le presentó en el despacho, se preguntó si se le habría terminado la buena suerte.
– ¿Buenas o malas noticias? -le preguntó.
– No estoy en posición de saberlo. Zeke Bridges le ha enviado esto -dijo Diane, entregándole un expediente-. El alcalde lo desafía a un debate.
– ¿De verdad? Podría ser muy divertido -comentó Riley, mientras examinaba el contenido de la carpeta
– El alcalde cree que deberían discutir ciertos temas, incluidos los temas morales tan queridos y cercanos a los corazones de los ciudadanos.
– ¿Crees que tengo una oportunidad?
– La gente sentiría más aprecio por usted si donara el dinero para el ala infantil del hospital.
– No te rindes, ¿verdad? -repuso Riley con una sonrisa.
– No cuando es importante.
– No me des la charla de lo necesitados que están los niños y cómo se los podría salvar -dijo él antes de que Diane pudiera seguir hablando. Ella le dedicó una mirada de desaprobación-. Gracias por traerme esto -concluyó. Al escuchar aquellas palabras, Diane se dio la vuelta para marcharse-. Un momento, Diane. Tengo una pregunta para ti y me gustaría que fueras sincera conmigo.
– Siempre lo soy.
– Estupendo. ¿Te gustaba trabajar para mi tío?
– Era un jefe justo.
– ¿Sentías simpatía por él?
– La simpatía no forma parte de mi trabajo -replicó ella entornando la mirada.
– Estamos de acuerdo, pero tú tienes sentimientos y opiniones. ¿Qué pensabas sobre él?
– Que usted se parece más a él de lo que cree.
Aquella era la segunda ocasión en que alguien realizaba aquel comentario en los últimos días. Riley no disfrutó más escuchándolo en aquella ocasión que en la primera.
Gracie regresó a su casa y encontró el teléfono móvil encima de la mesa, donde lo había dejado por casualidad. Tenía un mensaje, que escuchó inmediatamente.
– Hola, Gracie. Soy Melissa Morgan, de la Sociedad Histórica de Los Lobos. Me gustaría mucho hablar contigo. Llámame.
La mujer dejó su nombre, que Gracie anoto de mala gana antes de llamarla. Melissa contestó en la primera llamada.
– Oh, eres un cielo por haberme devuelto la llamada -dijo Melissa. Su voz era muy aguda, del tipo que es capaz de romper cristal-. Te he llamado porque todos conocemos a tu madre y nos hemos enterado de que te dedicas a preparar pasteles. Estábamos pensando que sería maravilloso si nos pudieras hacer un pastel. En realidad, tu madre lo sugirió. Estamos organizando una fiesta para recaudar fondos para la Sociedad Histórica. Sobre el pastel, estábamos pensando en algo sencillo que sirviera a unas trescientas personas. ¿Cuántos pasteles cuadrados serían?
– ¿Quieres pasteles cuadrados? -preguntó, esperando no sonar tan horrorizada como se sentía-. Sabes que yo me dedico a los pasteles de boda, ¿no?
– Oh, claro. Eso es lo que dijo tu madre, pero un pastel redondo no serviría para muchas personas.
– Bueno hacer algo más especial que un pastel cuadrado y que aún pueda ser para trescientas personas -replicó Gracie. Sabía que no podía negarse a hacerlo. Una vez más, maldijo haber regresado a la ciudad que la vio nacer-. ¿Por qué no me dejas que te prepare algunos dibujos?
– Oh no tienes por qué hacerlo. Simplemente queremos algo sencillo y rico… ¿Quieres que te paguemos por esto? -preguntó Melissa, tras una pequeña pausa-. Tu madre dijo que seguro que no querrías, pero no queremos ser groseras ni nada por el estilo. No obstante, nuestro presupuesto es algo apretado…
Gracie ya se lo había imaginado. Su madre tal vez estuviera desilusionada por el comportamiento de Gracie, pero no se paraba a pensar a la hora de ofrecer el tiempo y el trabajo de su hija
– No te preocupes. Ésa será mi contribución-. Decidió que guardaría las facturas y, más importante, el registro del tiempo que tardaba en elaborar el pastel, para luego poder deducirlo de sus impuestos.
– ¡Eres un cielo! El acto tiene lugar el cinco de Junio. Sólo un par de días antes de las elecciones. Sé que esto ocurrió hace muchos años -comentó Melissa, riendo- y que a tu madre no le gusta que se hable al respecto, pero tengo que decirte que yo estaba en la clase de Riley en el instituto. Nos divertimos mucho con las cosas que tú hacías. Efectivamente sabes cómo conseguir a un hombre.
Gracie agradeció no tener que fingir una sonrisa. Decidió no señalar que jamás se había quedado con el chico. En vez de eso, se despidió muy cortésmente y cortó la comunicación.
– Esto es de locos -susurró.
Dejó el bolso y se dirigió hacia el lugar en el que tenía prendido su horario de trabajo, preguntándose cómo iba a poder meter un pastel para trescientas personas en pleno apogeo de la temporada de bodas.
En aquel momento, alguien llamó a la puerta. Gracie pensó en no contestar pero al final decidió ir a abrir. Mientras se dirigía hacia la puerta, se preparó para otro ataque por parte de un miembro de su familia o algún conocido pidiéndole que le preparara un pastel.
Fue peor de lo que había imaginado.
– ¡Vaya! ¡Hola, Gracie! -exclamó Pam con una sonrisa de oreja a oreja-. Estás estupenda. Bienvenida a Los Lobos. ¿Cómo estás?
– Hola, Pam -respondió Gracie, algo perpleja por tanto entusiasmo.
– ¿Puedo entrar? ¿Qué tal te va todo? Vi ese artículo en la revista People y me alegré mucho por ti. Eres famosa. ¿No es fabuloso?
– Sí, fue muy emocionante.
Gracie se pasaba la vida en la cocina y se vestía muy informalmente. Pam era cuatro años mayor que ella, pero no lo parecía. Los elegantes pantalones que llevaba le sentaban como un guante El jersey se le ceñía perfectamente a la cintura y destacaba unos pechos algo más grandes de lo debido. Su cabello se le movía con la elegancia de una estrella de cine. No había una arruga por ninguna parte, ni en el rostro ni en la ropa, y los zapatos que llevaba decían a gritos que eran de diseño.
– ¿Has pasado por casualidad? -preguntó, tratando de no pensar que aún había una pequeña posibilidad de que aquella mujer estuviera teniendo una aventura con su cuñado. A pesar de que ya no creía completamente a Alexis, aún quedaban por justificar las ausencias de Zeke.
– Tengo una proposición para ti. Sé que probablemente tienes docenas de pasteles que hacer. Sé que sólo vas a estar aquí un par de semanas y pensé… Es una larga historia.
Aquello era una indicación para que las dos mujeres se sentaran y para que Gracie sirviera algo de picar. Sin poder hacer nada al respecto, Gracie le indicó el sofá y se marchó a la cocina para preparar unos trozos de pastel y unos refrescos.
– Dentro de unas pocas semanas voy a abrir un pequeño hotelito -dijo Pam-. Estoy a punto de terminar la renovación del local que he elegido. Empecé con la cocina y ahora ya está terminada. Desgraciadamente, aún no puedo utilizarla, por lo que estaba pensando que sería genial si quisieras venir a echarle un vistazo.
– ¿Por qué iba a estar yo interesada en ir a ver tu cocina?
– ¡Qué tonta soy! -exclamó Pam, riendo-. Aún note he dicho lo que he venido a ofrecerte. Quiero que alquiles mi cocina. Tengo dos hornos industriales y una enorme superficie de trabajo. Con todos los pasteles que tienes que hacer, pensé que podrías estar interesada. Yo no voy a abrir hasta después de la boda de tu hermana, por lo que podrías tener la cocina toda para ti.
En lo primero que pensó Gracie fue en lo mucho que le gustaría utilizar aquel horno, que facilitaría mucho su trabajo.
– ¿Cuánto pides? -preguntó.
– ¿Por qué no vienes a echar un vistazo? Si te interesa, podemos negociar las condiciones.
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