Pam sonrió muy relajadamente, como si quisiera que Gracie confiara en ella..

– Sí -decidió, tras pensarlo un poco-. Me gustaría ira echar un vistazo -añadió. Aparte de los hornos nuevos, aquella situación le daría la oportunidad de vigilar más de cerca a Pam-. ¿Cuándo te viene bien?


– Estoy segura de que hay una explicación -dijo Jill, mientras se sentaba a la mesa del restaurante mexicano de Bill. Para aclarar su comentario, sacó un ejemplar del periódico.

– Vaya. Me había preguntado por qué no me llamaste cuando lo publicaron -comentó Gracie.

– Pensé que ya tendrías demasiadas llamadas. Por favor dime que no estabas en un motel con Riley Whitefield.

– En realidad tan sólo estábamos en el aparcamiento. Por la foto se ve claramente que estábamos en el exterior.

– Ya sabes a lo que me refiero.

– Es muy complicado…

– No tengo ninguna cita hasta las tres -afirmó Jill-. Hice que Tina me quitara todos los compromisos para hoy.

– ¡Qué suerte tengo!

Gracie le contó rápidamente a Jill el fallido intento por seguir a Pam.

– Es decir, que vosotros seguisteis a Pam y el de la cámara os siguió a vosotros -comentó Jill, después de que hubieran realizado su pedido-. ¿Quién lo envió?

– Ni idea. Me gustaría decir que Pam, porque jamás he sentido simpatía por ella, pero, ¿a ella qué le importa? El alcalde, por supuesto. Si está tratando de desacreditar a Riley en las elecciones, el mejor modo de hacerlo es aireando el pasado. Sin embargo, ¿cómo sabía el alcalde dónde íbamos estar o que íbamos a hacer algo que mereciera la foto? Todo resulta tan confuso… Para complicar la situación, Pam vino a verme.

– ¿Cómo dices? -preguntó Jill muy asombrada

– Quiere alquilarme la cocina del hotel que se está construyendo o acondicionando. No me acuerdo exactamente de lo que me dijo. He quedado con ella esta tarde. Dice que tiene hornos profesionales que yo puedo alquilarle mientras esté aquí.

– ¿Y quieres hacerlo?

– Si te refieres a lo de tener una relación con ella, no. ¿Utilizar su cocina? Claro que sí. Apenas puedo meter el molde más grande en el horno que tengo ahora. Además, el calor no es igual por todas artes. Claro que me gustaría, pero estamos hablando de Pam. Ni siento simpatía por ella ni me cae bien. Podría estar tendiéndome una trampa y haber hecho lo mismo con Riley.

– Ya sabes lo que se suele decir: Mantén cerca de tus amigos y aún más a tus enemigos.

– Tienes razón. Estoy segura de que podré hacerlo. Sin embargo, me pone el vello de punta.

– Podrías darle mucho pastel y hacer que engordara. Eso seria muy divertido.

– Ja. Cuando estuvo en mí casa, le di un trozo e pastel y ni siquiera lo probó. Eso no es natural.

– En eso estamos de acuerdo. ¿Que vas a hacer?

– Voy a ir a ver esa cocina para ver si merece la pena.

Jill la observó muy atentamente

– Sé que hay algo más, Gracie, ¿Qué es lo que no me estás contando?

– Nada, yo… Bueno, excepto por verte a ti, siento mucho haber regresado. Hay tantos asuntos familiares.

– ¿Como cuales?

– Me siento extraña, como si no encajara, Sé que no debería extrañarme. Después de todo, he estado fuera mucho tiempo y Vivían y Alexis han crecido sin mí. Hemos tenido una experiencia vital completamente diferente y nuestros recuerdos son también distintos. Técnicamente, sigo siendo su hermana pero, emocionalmente, ya no creo seguir siendo un miembro de la familia.

– Yo no creo que eso sea cierto -comentó Jill, muy sorprendida-. Ellas te quieren mucho, igual que tú a ellas.

– Es cierto, aunque estoy perdiendo la paciencia muy rápidamente con las dos. Alexis se ha convertido en una exagerada y Vivían parece estar siguiendo sus mismos pasos. Vivían cancela la boda cada quince minutos y desde que se casaron, Alexis lleva obsesionada por el hecho de que Zeke pueda serle infiel. Mi madre parece ser la más normal de los tres, pero no tardó en echarme la bronca cuando vio esa fotografía en el periódico -comentó, sin entrar en detalles de lo que su madre le había dicho-. Mi vida se ha hecho muy complicada.

– Eso parece. ¿Que puedo hacer para ayudarte?

– Ya lo estás haciendo. Tenerte y poder hablar contigo es estupendo. Bueno, ahora estoy completamente aburrida de ser el centro de la conversación. ¿Cómo te van a ti las cosas?

– Emily está contando los días hasta que termine el colegio. Creo que, oficialmente, quedan treinta y cuatro. Hemos estado haciendo toda clase de planes para el verano, que incluyen un viaje a Florida para visitar a mi padre. Em y él se llevan estupendamente. No estoy segura de qué resulta más emocionante para ella, si la oportunidad de ver a su único abuelo o la de visitar Disney World.

Jill tomó su té helado y dio un sorbo. A continuación, empezó a trazar un dibujo en el posavasos

– ¿Qué te pasa? -quiso saber Gracie con una sonrisa-. Tienes un secreto que estás muriéndote por contar. Venga, dímelo. Puedes confiaren mí.

– Ya lo sé, pero… Bueno Mat y yo estamos pensando en ponernos a ver si tenemos un niño.

– ¿De verdad? ¡Es genial!

– Vamos a empezar este mes. Me siento muy emocionada, aunque también un poco nerviosa.

– Serás una mamá genial. Eres maravillosa con Emily

– La adoro -admitió Jill-, pero, cuando yo la conocí, prácticamente ya estalla criada. No estoy segura de saber cómo ocuparme de un hijo.

– Poco más o menos como el resto de las mamás. Con mucho amor, paciencia y miedo.

– Tienes razón. Mac espera que sea un niño.

– Típico.

– A mí me da igual. Me siento muy emocionada y asustada, lo que es una combinación muy interesante.

– Enhorabuena -comentó Gracie, levantando su vaso.

– Aún no estoy embarazada.

– Lo sé, pero lo estarás. Si, Vaya, por fin voy a conseguir ser tía.


El almuerzo con Jill había conseguido animar un poco a Gracie. Ni siquiera la visita al hotelito de Pam y la negociación con ella la habían disgustado. Pensó en regresar directamente a su casa, pero aún le quedaba una cosa por hacer, aunque no le apeteciera.

No obstante, no podía posponerse mucho más tiempo. Se dirigió al centro de la ciudad y aparcó. A continuación, se dirigió al edificio del banco. Durante los siguientes cinco minutos, no pudo hacer otra cosa más que caminar por delante de la entrada, tratando de reunir el valor para poder entrar. Justo cuando acababa de convencerse de que sería mejor dar la información por teléfono, una mujer ataviada con un traje de tweed salió del banco y se dirigió directamente a ella.

– ¿Es usted Gracie Landon? Soy la secretaria del señor Whitefield. Me ha pedido que salga y la acompañe a su despacho.

– Déjeme adivinar -comentó ella, mirando hacia arriba-. Me ha visto desde la ventana.

– Exactamente.

Gracie suspiró y se dispuso a seguir a la secretaria hasta el último piso del edificio del banco Una vez allí, la secretaria la acompañó al despachó de Riley.

– ¿Es tu tío? -preguntó, señalando el cuadro que dominaba la estancia.

– Sí. Me han dicho que me parezco mucho a él.

– Eso no puede ser bueno -observó ella, tras contemplar más detenidamente el cuadro-. Sé lo que estás pensando.

– Lo dudo.

– No te estaba acosando ni vigilando ni nada por el estilo. Simplemente me sentía algo nerviosa por el hecho de venir a verte, por lo que estaba tratando de reunir el valor suficiente.

– ¿Qué decidiste?

– Que sería mejor que te llamara por teléfono.

– Ahora ya estás aquí.

– Ya lo sé.

Tomó asiento y se colocó el bolso en el regazo. Rebuscó en él hasta que encontró el tubo de antiácidos y se metió un par de ellos en la boca.

Pensó que Riley estaba muy guapo. No sabía si era por el elegante traje, el contraste entre el cabello oscuro y la camisa blanca y la corbata, pero no podía apartar los ojos de él.

– Tomas muchos de esos -observó él, señalando el tubo.

– Tengo un estómago muy sensible que reacciona fácilmente al estrés.

– ¿Has ido a ver a un médico?

– ¡Ni hablar! -exclamó ella, tras volver a meter el tubo en el bolso-. Los médicos querrían hacer un montón de desagradables pruebas. Además, ¿y si hay algo malo? No quiero saberlo.

– Sin embargo, así te lo podrían solucionar.

– Mira, no he venido a hablar de mi salud. ¿Te importa que hablemos? -preguntó ella, cambiando rápidamente de tema.

– Por supuesto que no.

– Yo… -susurró ella. Dado que ya contaba con la atención de Riley, no sabía por dónde empezar-. Yo… Bueno, se trata de un par de cosas. En primer lugar, de mi hermana. He descubierto que tiene una cierta tendencia a exagerar las cosas, especialmente en lo que se refiere a Zeke. No estoy segura de que él esté haciendo algo.

– Por supuesto que lo está haciendo.

– ¿Cómo lo sabes? -preguntó ella, muy sorprendida por aquella respuesta,

– Él mismo me lo ha dicho. Cuando le dije que me contara lo que estaba haciendo, admitió que había algo, pero me juró que no tenía nada que ver con su matrimonio y que no se trataba de nada ilegal. Me dijo que no había otra mujer.

– Oh… Bueno, eso significa que ya no tenemos que seguir vigilándole. Al menos, yo no quiero seguir haciéndolo. Si tú sí lo deseas, depende de ti Espero que no se esté acostando con Pam. Eso sería… Demasiado desagradable. Y, hablando de Pam, ella vino a visitarme hoy y me ofreció alquilarme su nueva cocina industrial en el hotel que está a punto de abrir. Aunque no me gusta estar implicada con ella en nada, me imaginé que podría utilizarla y así ver qué hace ella. Desde la distancia, por supuesto.

Riley se puso de pie y rodeó el escritorio. Entonces se sentó sobre la mesa, muy cerca de Gracie

– ¿Qué es lo que te ha dicho?

– Bueno, sabe que hago pasteles y me ha ofrecido sus hornos por un precio, por supuesto. Fui a verlos y me parecieron fabulosos, por lo que acordamos que yo se los iba a alquilar para poder trabajar allí.

– Me parece un buen plan. Entonces, ¿por qué no me pareces demasiado contenta?

– No me pasa nada. Estoy bien.

– Mira, Gracie, a mi no me engañas. Sé que ha ocurrido algo.

– Yo… -susurró ella, tragando saliva-. Bueno, mi madre vino a verme hace un par de días. No estaba muy contenta con la foto del periódico ni con el artículo. Me dijo que yo iba a hacer que volvieran a empezar las habladurías. Que lo que había hecho durante la adolescencia era malo, pero que ahora resultaba patético. Yo creo que sería mejor que no siguiéramos investigando juntos -añadió, sin dejar dé mirar el suelo-. Así, la gente no hablará de nosotros. Yo puedo afrontar muchas cosas, pero que me llamen patética no es una de ellas. Entre haber regresado, los pedidos que tengo que hacer, mis hermanas y todo lo demás…

Riley la contempló durante un instante. Entonces, le tomó las manos y la hizo ponerse de pie. Antes de, que ella pudiera hablar, la tomó entre sus brazos.

– Las familias lo fastidian todo -murmuró contra el cabello de Gracie-. Mira lo que mi tío me está haciendo a mí.

– Jamás me había parado a pensarlo antes y no lo quiero pensar ahora, pero tal vez tengas razón.

– Por supuesto que la tengo.

Por mucho que a Riley le gustara tenerla en brazos, la soltó y le enmarcó el rostro entre las manos.

– Tú no eres patética -afirmó-. Nadie cree que lo seas. Si tu madre te ha dicho eso, se equivoca. No sé que le ha llevado a decir eso pero no es tu problema. ¿Me comprendes?

Gracie asintió. A Riley le dio la sensación de que ella estaba a punto de echarse a llorar. Trató de ser fuerte, pero, como todos los hombres, sería capaz de hacer cualquier cosa para evitar que una mujer se echara a llorar. Por lo tanto, hizo lo único que se le ocurrió para distraerla.

La besó.

Capítulo 8

Mientras abrazaba a Riley, Gracie pensó que aquello no era tan buena idea. Se suponía que debía apartarse de él, ser fuerte y…

“Al diablo”, pensó. Cerró los ojos y se entregó en cuerpo y alma a aquel beso. Riley olía tan bien… Sabía tan bien… ¿Qué idiota sería capaz de apartarse de alguien así?

Sin dejar de acariciarle el rostro con los dedos, él profundizó el beso. Gracie abrió los labios. Dejaba que él la reclamara por completo de un modo que la hiciera olvidarse del resto del mundo. La lengua de él danzaba con la suya y le provocaba deliciosos escalofríos por la espalda.

La calidez que emitía su cuerpo le hizo desear fundirse con él para no volver a sentir el frío. Era tan fuerte, tan sólido… El deseo se apoderó de ella. Las llamas de la necesidad empezaron a consumirle el sentido común y la hacían pensar en otras posibilidades. El escritorio era muy grande y se apostaba algo a que la puerta tenía pestillo. Sin duda, una hora o dos en brazos de Riley le curarían todas sus penas.