Se acercó un poco más a él y se frotó contra su cuerpo. Deseaba que sus cuerpos se rozaran por todas partes. Sentía los senos henchidos. Quería que él se los tocara, allí y entre las piernas, donde la necesidad era más intensa.

Riley lanzó un juramento en voz baja y la agarró por las caderas para unirla más a él. Tenía una potente erección. Al notarlo, Gracie se excitó aún más. Cerró los labios para aprisionarle la lengua y sorbió suavemente.

Cuando lo soltó, Riley se apartó lo suficiente para poder besarle la mandíbula y luego el cuello. Las sensaciones le pusieron la piel de gallina y las piernas empezaron a temblarle. Si no hubiera estado abrazada a él, la necesidad que sintió en aquellos momentos habría hecho que se desmoronara al suelo.

Entonces, lo sintió y comprendió lo único que les había faltado a sus anteriores relaciones. Chispas

Surgieron como una andanada de fuegos artificiales, abrasándole el cerebro y cegándola por completo

¿Chispas? ¿Con Riley?

Gracie no estuvo segura si fue ella la que se apartó o Riley quien la soltó. De repente, había una buena distancia entre ellos. La mente de Gracie se sentía completamente desorientada, como si se hubiera drogado o como si hubiera dormido demasiado durante el día y no pudiera despertarse.

– ¿Gracie?

– Estoy bien -respondió ella, buscando frenéticamente el bolso. Al fin, lo vio debajo de la silla-. Esto ha sido una mala idea -añadió, mientras se agachaba para recogerlo-. Una idea muy mala. Muy mala, pero que muy mala.

– Ya lo he comprendido. Pareces disgustada.

– Estoy estupenda -respondió Gracie, esperando que la creyera-. Genial. Ahora tengo que marcharme. Que tengas un buen día

Prácticamente salió corriendo del despacho. No quería reconocer la verdad. Chispas. Brillantes y relucientes. “Con Riley no”, se dijo, mientras salía corriendo hacia el coche y prácticamente se arrojaba al interior. Con cualquiera menos con Riley. No era justo. Ni siquiera era razonable.

Trató de meter la llave en el contacto, pero las manos le temblaban demasiado. En vez de eso, simplemente apoyó la cabeza sobre el volante y dejó que la ironía de la situación se apoderara de ella

Después de años de relaciones no muy románticas, había sentido por fin lo que siempre había anhelado experimentar. Desgraciadamente, había sido con el único hombre soltero de todo el planeta con e1 que no podía estar, bajo ninguna circunstancia.

¿Por qué la sorprendía?


Riley trató de concentrarse en el trabajo, pero no pudo hacerlo. Gracie no hacía más que ocupar su pensamiento y otras partes de su cuerpo Había conseguido llegar hasta él. De algún modo, cuando él no estaba prestando atención, Gracie había conseguido derribar sus defensas. Deseaba saber lo que ella pensaba, lo que sentía. También verla desnuda y hacer el amor con ella pero, lo más raro de todo, era que aquello era lo que le resultaba casi menos interesante que el resto. Eso le daba mucho miedo.

No podía olvidar sus reglas ni sus objetivos. Estaba de paso por Los Lobos, pasando el tiempo hasta que pudiera reclamar sus noventa y siete millones de dólares. Ninguna mujer se merecía que olvidara ese punto, ni siquiera una tan intrigante como Gracie. A él no le iban las relaciones. Jamás. Y Gracie era una mujer merecedora de un final feliz.

Sabía besar muy bien. Resultaba tan agradable tenerla entre sus brazos… Sonrió al recordar cómo ella se había frotado contra su cuerpo. Si hubieran estado en otro lugar que no hubiera sido su despacho…

– Basta -se dijo. No podía tener una relación con Gracie. Ella suponía la clase de problema que é1 no necesitaba.

Trató de centrar su atención en los informes. Se obligó a concentrarse. Treinta minutos más tarde, terminó con sus notas. Entonces, el teléfono empezó a sonar.

– El sheriff Kendrick ha venido a verle -dijo Diane-. ¿Lo hago pasar?

– Claro.

Riley se levantó y se dirigió hacia la puerta. No había visto mucho a Mac desde que él había regresado a Los Lobos. El que había sido su amigo pasó para decirle que no creara problemas, pero, desde entonces, no habían vuelto a verse más que en un par de ocasiones

Mac Kendrick entró en el despacho.

– ¿Es una visita oficial? -le preguntó Riley mientras Mac cerraba la puerta.

– No. Vaya -dijo, mirando a su alrededor-. Jamás creí que te vería trabajando detrás de un escritorio.

– Yo tampoco, pero no está tan mal. Siéntate -le pidió, señalándole los sofás que había en un rincón-. ¿Qué te trae por aquí? -añadió cuando los dos estuvieron sentados-. ¿Necesitas una donación para el fondo de pensiones de los sheriff?

– No te diría que no a eso, pero ésa no es la ratón de mi visita -comentó Mac con una sonrisa-. He oído que las elecciones van bien.

– Mi jefe de campaña me ha dicho que vamos bien en las encuestas.

– Wilma, la mujer que prácticamente dirige mi departamento, dice que tú vas a ganar. Ella sabe muy bien ese tipo de cosas. De todos modos, me sorprende que te interese ser alcalde.

Riley pensó que debía darle las gracias a Jill Strathern-Kendrick, su abogada. No sólo le había ocultado los términos del testamento a Gracie, su mejor atraiga, sino también a su esposo.

– Nunca he sentido mucha simpatía por Yardley.

– En eso no eres el único. Tal vez sería bueno un cambio. Pensé que te habías marchado para siempre, pero veo que estás haciendo tu vida aquí.

– Lo intento -dijo Riley. No mencionó que, en cuanto terminaran las elecciones, se marcharía

– Hace mucho tiempo -susurró Mac de repente-. Siempre me sentí muy mal por el modo en el que terminaron las cosas.

Riley se tocó la pequeña cicatriz que tenía en el labio superior, la que Mac le había hecho cuando se pelearon porque éste último, de repente decidió convertirse en un buen chico.

– Yo también. Efectivamente, hace mucho tiempo de eso.

– Sí. ¿Te gustaría que tomáramos una cerveza juntos en alguna ocasión?

La pregunta sorprendió mucho a Riley. Dudó. A Mac no le iban a gustar los planes que tenía para la ciudad. Sin embargo, hasta entonces…

– Claro. Ya sabes dónde vivo.

– Por supuesto. Patrullo frecuentemente por delante de tu casa para asegurarme de que no estás creando problemas -bromeó Mac.

– Me alegra saber que me protegen las fuerzas de la ley. Y me alegra también que hayas venido.

– Igual te digo. Fijemos un día muy prontos


– Ven conmigo -dijo Alexis en voz baja.

– No -replicó Gracie, sin dejar de trabajar en los adornos que estaba preparando.

– Por favor, ven conmigo. Eso es lo único que te pido. ¿Quieres que te suplique?

– Lo que quiero es que me dejes al margen de esto -le espetó Gracie.

A pesar de la desesperación que notaba en la voz de su hermana, estaba dispuesta a mantenerse firme. Sin embargo, empezaba a notar que su resolución flaqueaba.

– Te juro que está ocurriendo algo. Sé que antes no he hecho más que locuras y que he acusado a Zeke injustamente, pero sé que ahora está ocurriendo algo.

– Mira, Alexis, me colocaste en una posición muy incómoda. Mamá está, convencida de que estoy volviendo a las andadas.

– Lo sé y lo siento. Por favor, sólo te pido que vengas conmigo y que me des apoyo moral. Si realmente no está allí necesitaré tu apoyo emocional.

Gracie sacudió la cabeza. Sabía que iba a arrepentirse de aquello, pero le resultaba imposible volver a pronunciar la palabra “no”.

– Bien. ¿A qué hora quieres que te recoja?


– Los números no son buenos -dijo Zeke con una sonrisa-. Son sorprendentes. Si las elecciones se celebraran mañana mismo, creo que ni la madre de Yardley lo votaría a él.

– ¿Qué es lo que ha ocurrido?

– Por lo que yo te puedo decir… Gracie. Tus votantes han subido como la espuma después de que apareciera esa foto de los dos en el periódico.

– Es decir, ahora me quieren más por Gracie -comentó Riley, sacudiendo la cabeza.

– Te quieren porque Gracie te quiere. Y te quería. Todo el mundo disfruta con una bonita historia de amor. Los Lobos quiere que la tuya con Gracie salga bien.

– No hay ninguna historia de amor.

– Tal vez quieras trabajar un poco más en ese sentido -afirmó Zeke, levantando las cejas.

– Mira, dejemos una cosa bien clara. No pienso fingir una relación con Gracie por un puñado de votos.

– Pero… Si os vieran juntos por la ciudad bastaría.

Riley se tomó de un trago la cerveza. Qué situación tan extraña. Él había ido poco a poco, haciendo lo posible por ganarse a los buenos ciudadanos de la ciudad. De repente, lo que la ciudad de verdad esperaba de él era que tuviera una aventura con Gracie para demostrar su valía.

¿Por qué le molestaba tanto la idea? No le costaba estar con ella. Le gustaba y la quería en su cama. De hecho, debería sentirse agradecido de que su plan fuera a salir adelante de un modo tan sencillo.

– Vamos a tener que empezar a preparar el debate muy pronto -dijo Zeke-. ¿Qué te parece la semana que viene?

– Bien. ¿Hemos decidido ya un formato?

– No creo que la velada vaya a ser tan formal, pero lo preguntaré.

– ¿Estás seguro de que el hecho de que me ayudes no interferirá con tu vida secreta?

– Ya te he dicho que no estoy teniendo una aventura.

– Mientras Alexis se lo crea…

En aquel momento sonó el timbre de la puerta. Riley se levantó y se dirigió hacia el vestíbulo. Zeke lo siguió. Cuando el primero abrió la puerta, se quedó mirando completamente atónito al ver a las dos mujeres que estaban al otro lado. Una le provocó una sonrisa. La otra le hizo desear uno de los antiácidos de Gracie.

– Te buscan a ti -le dijo a Zeke.


– Lo siento -repitió Gracie por cuadragésimo séptima vez en dos minutos.

– No importa -reiteró Riley. Era cierto.

– Claro que importa. Es terrible. Necesito dejarte en paz.

Gracie y Riley estaban en un lado del vestíbulo mientras, al otro, Zeke y Alexis estaban teniendo una acalorada discusión, aunque en voz muy baja.

– Yo no quería venir -reiteró Gracie-. Básicamente ella me convenció para que lo hiciera. Él le dijo que iba a estar aquí esta noche y Alexis quiso asegurarse.

– Ya me lo había imaginado.

– Me siento tan mal… Te juro que estaba intentando mantenerme al margen. Si te fijas bien, no me has visto en dos días. Me imaginé que eso sería lo mejor para ambos.

Riley se había dado cuenta. Lo que no quería admitir ante nadie, ni siquiera ante sí mismo, era que la había echado de menos.

– ¿Sigues recibiendo comentarios sobre la foto del periódico?

– No. En realidad he estado tratando de evitar todo contacto con mi familia. Y más o menos con todo el mundo. Pensé que lo mejor sería tratar de pasar desapercibida. Entonces, Alexis vino a buscarme.

– Nos marchamos.

Riley se dio la vuelta y vio que Zeke había rodeado a Alexis con el brazo.

– Tal vez podamos terminar mañana -añadió

– Claro.

– Gracie -le dijo Alexis a su hermana-. Te llamaré mañana, ¿de acuerdo?

– Claro. Buenas noches.

Cuando la puerta principal se cerró, Gracie suspiró

– No sé si van a hacer el amor para firmar la paz o a pelearse más.

– Yo tampoco lo quiero pensar

A Riley no le interesaba la vida sexual de nadie, a excepción, posiblemente, de la de Gracie y él. Aún recordaba el último beso que había compartido. Aunque sabía que era una locura dejarse llevar por sus instintos, su cerebro no estaba necesariamente al mando.

– Te estás portando muy bien en este asunto -comentó ella.

Le gustaba mirarla. Le gustaban sus ojos azules y la curva de su boca. Le gustaba ver cómo ella miraba el pendiente que llevaba con una parte de fascinación y de miedo a la vez. Le gustaba que Gracie hiciera pasteles, que adorara las tormentas. Y que se la pudiera comprar por el precio de un horno profesional.

– Me alegro de que hayas venido.

– Sí. Alexis se ha marchado ahora, por lo que tal vez yo debería marcharme también.

Riley no quería que se marchara. Aunque no iban a hacer el amor, por mucho que él la deseara, no quería quedarse solo.

– ¿Quieres que te enseñe la casa?- preguntó.

Gracie habría esperado cualquier otro comentario antes de aquél. Jamás se habría pensado que él se ofrecería de guía. Aunque sabía que lo más sensato sería marcharse, sonrió a modo de aceptación.

– Me encantaría.

Riley le deslizó una mano por debajo del cabello y le agarró la nuca.

– Éste es el vestíbulo -dijo él.

– Ya me lo había imaginado -bromeó ella-. Es muy grande. ¿Cómo le limpias el polvo a eso? -preguntó señalando una enorme lámpara de cristal.

– Ni idea.

Le acariciaba suavemente la piel con los dedos, haciendo que Gracie fuera aún más consciente de su presencia